Itzik Fefer

Fuego 

Cada cual tiene predestinado su poco de fuego 
que calienta, fortalece y purifica. 
Feliz de aquel cuyo encendido aporte 
a las generaciones venideras no escatima. 

No todos quieren darse el lujo 
de arder por el mundo de mañana. 
Son solo un vaho en el amanecer, 
apenas una humareda sobre la batalla. 

En algunos centella un rayo azul, 
un solo rayo bajo helada ceniza. 
Y es todo. Su apagado ánimo se encierra 
en el negro marco de la melancolía. 

Otro muestra una llamita tibia, 
tranquila como una vela sobre un ropero; 
otoños se marchitan, transcurren primaveras, 
la llama no se ve. Queda en secreto. 

Un tercero chisporrotea como una mecha seca 
y apesta con humo creyendo arder; 
pobre y oscuro se ve un temblequeo 
sobre los silenciosos muros del atardecer. 

Un cuarto hace estruendo con una llameante nada, 
disparando fuego hasta por los codos; 
pero solo provoca frío y no te impresiona, 
¡son fuegos artificiales que brillan, eso es todo! 

Un quinto echa humo como un cardo mojado, 
sin vitalidad, sin inquietudes, sin meta; 
sus días y sus años languidecen 
como tristes carbones en una chimenea… 

Quien necesita del jinete que concluyo so carrera 
y oculta su pequeño fuego bajo llave; 
alabados aquellos que marchan ardiendo 
sabiendo por que y para que lo hacen. 

¡Alabados aquellos que arrojaron 
a los campos de lucha su fuego; 
que hicieron su aporte enardecido 
a las generaciones, al país y al tiempo! 

Itzik Fefer


Sombras del gueto de Varsovia 
(fragmento) 

Disparan hacia el gueto y el gueto responde 
al odio con odio y al fuego con fuego. 
Fusiles se echaron a hablar con fusiles 
y el gueto arde con nuevos incendios. 

Llegaron como hordas esteparias 
con veneno en los ojos y hocicos diabólicos, 
como bandoleros que vienen por bienes ajenos, 
y cayeron como cabezas desmenuzadas de repollo, 
como ratas envenenadas, como liebres despavoridas, 
como carroña que envenena el aire por los caminos. 

Llegaron como viejos bandidos al primer seder13 
para refrescar la memoria: “fuimos esclavos”… 
pero se los recibió con rayos y relámpagos; 
llovía plomo en el gueto de Varsovia. 
Los pálidos reyes en blanco ropajes; 
las esbeltas reinas con altas pelucas; ricos y pobres 
se arrojaban sobre tanques enormes 
con furia de hierro y manos desnudas; 
y muchachos, recién cumplidos sus trece años, 
formularon a sus padres las preguntas rituales 
y esa misma noche, desde silenciosas buhardillas 
llevaron en bolsitas de filacterias 
la muerte a los alemanes; 
lavaron las calles con llamaradas, 
araron con incendios al salvaje ejército 
que había retozado por Bruselas y Niza, por Cracovia y Praga. 
Los tanques alemanes ardían 
como bosques resecos en julio. 
Ellos creyeron que perseguirían liebres, 
viejos vencidos, tribus esclavizadas, 
pero aquí soplaban vientos del norte, 
se sentía aquí el encendido aliento 
de las noches de Stalingrado… 
Donde había una casa, nacía una fortaleza; 
donde había una ventana, se disparaba con furia, 
desde cada rincón brotaban llamaradas, 
a cada paso brillaban cuchillos… 
Con plomo y muerte se echaron a discutir el mundo: 
los muchachos se erguían sobre los tejados 
y desde los tejados llovían disparos, 
cada chimenea se volvía un refugio, 
los enemigos se freían en incendios, 
cada patio escupía con furia; 
y quien no tenía un fusil en sus manos 
tejía fuego en fábricas subterráneas: 
ya nadie se guardaba de la muerte. 
Y quien no tenía un cuchillo en su mano 
preparaba las uñas para estrangular; 
ya nadie permanecía en su casa. 
Donde hubiera un cuarto, donde hubiera un altillo 
en el Gueto de Varsovia, en la capital de Polonia, 
ya no querían más una esclavitud silenciosa; 
aquí hasta ancianos de cabeza blanca 
enviaban al enemigo tiros envenenados 
y caían con maldiciones y plegarias en la boca. 
Ahora era el viento quien decía “descarga tu ira”14 
y ríos ensangrentados corrían, 
y estrellas se echaban a llorar como ojos, 
y la Agadá15 se leía a ella misma…

Itzik Fefer o Feffer









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