Kehos Kliguer

Little Rock 

Lincoln, 
levántate de tu sillón de piedra 
y márchate hacia little rock. 
Faubus tortura a tus hermanos liberados. 

Yo, un poeta judío 
traigo para ti tristes noticias 
de tus esclavos de color 
en Noráfrica, 
en india, 
en Dakar y Medina, 
Barbados y Saint Thomas, 
en Trinidad, 
Brasil y Harlem. 

(En Trinidad 
vi la escalofriante imagen negra 
de un linchado 
hamacándose cabeza abajo en un árbol. 
Solo el día lagrimeaba suavemente. 

En Santos 
vi el torcido rostro muerto 
de un negro acuchillado; 
el cuchillo en el vientre todavía 
y un gato blanco lamia sus entrañas.) 

En todas partes oí 
el grito de la piel negra. 
En todas partes vi 
el ardor de la encendida furia negra. 

En todas partes oí 
su canto, que brota de dolor 
En todas partes vi 
la negra llamarada de manos hechas puño: 

oh, valiente leñador, 
vuelve tu maciza espalda 
hacia la ardiente nube, 
la enloquecida turba de Arkansas, 
y observa como, para vergüenza 
de tu enorme país democrático 
a la luz del siglo veinte, 
arde la gran hoguera 
en la pequeña Little Rock. 

Blanco y negro permanecen tensos en excitada lucha. 
Puño contra puño 
de hermano contra hermano 
en vital pugna de luz sombra. 

Faubus y Eisenhower. 
Alambre de púas y bayonetas. 
Sangre y lágrimas. 
Odio. 
Ira. 
Rencor y dolor en el alto día luminoso 
del siglo veinte. 

(Y Langston Hughes de Missouri 
es todavía tu joven alegría rítmica. 
El lustroso músculo de acero de Owens 
es todavía la gloria de tu fuerza. 
Y el arpa vocal de la Anderson 
arranca todavía la lágrima y el beso 
desde el triste Missisipi 
hasta el alegre Hudson.)

Kehos Kliguer



Medianoche 

Sombras sobre el mar. 
¿De dónde brotarán tantas sombras 
sobre el mar sin luna? 

El barco lleva sus luces apagadas. 
en la medianoche duermen las cabinas. 

Mis ojos 
posados sobre el enorme océano aterrador 
se beben las sombras. 

¿Y no serán todas las sombras, una sola, 
yo mismo? 
¿Y hasta cuando habrán de perseguir al barco 
por las altas aguas del ecuador? 

Todo alrededor, encima y debajo, 
oscura, secreta abisalidad. 
Húmedo trópico 
en la profunda garganta negra de la noche. 

El cielo sin estrellas se vuelve nube 
cercana, lluviosa. 

Sombras sobre el mar. 
Sueños rasgados en la espesa oscuridad 
cargada de oleaje. 

Mis ojos sueñan en el mar 
y se beben las sombras.

Kehos Kliguer



Narguiles y túnicas

Domingo. Fresca y soleada se tiende azul sobre Acre 
la abierta sombrilla redonda del cielo. 

Por laberínticos barrios, 
retorcidos y polvorientos, 
se arrodillan sobre la tierra reseca y abierta 
descoloridas tienduchas verdeamarillas. 

La oscuridad brota pedregosa de la oscuridad de las cuevas, 
Por sobre chozas bajas, rotosas, 
bordadas con telarañas, 
anda el sol con patas de rayos 
como una enorme araña de fuego. 

Tras un derruido cerco de ladrillos 
fantasea un asno, inclinada la cabeza. 

Una cabra, como una mancha blanca, 
tiene la mirada perdida en el lejano azul ventoso. 

Afuera, al lado de una pequeña, chata taberna 
golpean desnudos dedos de sandalias, 
se inflan largas túnicas desgastadas, 
coloridos pañuelos de cabeza enroscados. 
Rojos feces arden como llamaradas. 

En altos vasos vuelcan arak, 
narguiles burbujean. 
Bigotes recortados, barbas blancas, 
espesas charlas guturales, 
carcajadas colectivas. 

Los narguiles burbujean sin descanso. 
Invasión del sol, pereza oriental. 
Pensativo silencio de siglos 
ante el eterno chapotear de las olas a las orillas del mar, 
tras las trasparentes lejanías montañosas. 

Y quietud, 
aburrida, burbujeante quietud 
en el fino vapor enrulado de los narguiles.

Kehos Kliguer




Palmeras alrededor del Río Kishón 

Están de pie, tomadas del cuello, 
abrazadas como viejas hermanas tristes, 
a orillas del Kishón 
a manos del destino bajo los ardores del sol 
y bajo los chaparrones torrenciales del malkosh
que tironea sus pesadas coronas 
y las inclina a la abrasadora arena 
impetuosamente, con enojo, con fuerza. 
Esporádicamente el grito de un pájaro, 
un canto de ave en la madrugada, 
el alegre abanico de un ala 
en joven aleteo. 
Por generaciones de nubes, 
de eternos soles y estrellas, 
permanecen las palmeras de pie, sin sombras, 
y esperan angustiadas que llegue población. 
De noche, 
cuando los chacales aguzan con su llanto 
el silencio que llega a las estrellas, 
las palmeras levantan salmos 
y se abrazan en una sola suerte 
como viejas hermanas unidas en el estremecimiento 
de noche y de desierto.

Kehos Kliguer o Kehos Kliger




Un águila 

Hacia el sur ve el Gilboa cobreado por el sol; 
al este 
los afilados montes de Guilad. 
Por encima 
el granito del cielo sin fin; 
por debajo 
bosquecillos de eucaliptos y cipreses. 
Pero ella misma, 
la orgullosa águila de Ein Jarod, 
se halla encadenada por una argolla 
a una piedra. 
La joven cabeza, el pico, 
entre las cerradas alas de la tristeza. 
Las patas, las uñas aguzadas 
bajo el pesado cuerpo de la soledad. 
La reina de los espacios azules, 
con ojos abiertos, permanece adormecida y sueña. 
Pero de noche, cuando se esparce sobre ella 
el polvo verde de las estrellas, 
cuando los chacales trepanan con voces gimientes 
la profunda montaña y las sombras del valle, 
comienza la reina de los lejanos soles a lamentarse. 
Su voz dolorida se tiende por sobre el Guilboa, 
de allí a los montes de Guildad 
y llega hasta las montañas de Efraim. 
Entonces el llanto del águila semeja 
El llanto de un mesías prisionero.

Kehos Kliguer











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