Vicente Tortajada

El raro consuelo que da la profesión

Puedo leer en Roma, junto a Piazza de Spagna:
«Il poeta inglese Giovanni Keats
mente maravigliosa
cuanto precoce mori
in questa casa il 24
febraio de 1821
nel’anno ventiscesimo della sua etá».
Puedo oír a Gogol y sentir sus palabras,
en su extrema –«pero ¿qué les he hecho?
¿por qué me han torturado?»– y última delgadez.
En la casa de Poe, recortes de diarios:
«muchedumbres que rinden el tributo a sus obras»
–y fuera, en la pared, el cuidado graffiti
«El sucio el asqueroso degenerado Bob
estuvo aquí de Boston, de North End, Mass.
Podrido hijo de puta»–, en la casa de Poe.
Puedo ver a Lelian llorando por un vaso.
O a mi querido Bécquer…
Puedo evitar los ojos de Mishima,
su sangre ante millones de latas de cerveza…
Perdida para siempre la gracia de su mar.
Puedo pensar en Lowry viviendo en Eridanus,
rezando a Dios para encontrar su rostro
en la tierra profunda o en las cumbres del aire,
en el nocturno viento o en las barrancas donde
telarañas de otoño flotan en el crepúsculo?
Bebiendo su after shave.
Pero todo se aclara: Tal vez esos recortes
de prensa, o las selected letters,
y gritos, sobre todo, restos de hambre, vicios
recogidos en las casas-museos
o el dinero oficial para las biografías,
sean un raro consuelo…
(Y fuera, en la fachada,
«el sucio el asqueroso degenerado Bob
estuvo aquí de Boston, de North End, Mass.
podrido hijo de puta.)
Quizá el raro consuelo que da la profesión.

Vicente Tortajada



Las palabras que piensas
que tiemblan y se escapan en la noche de marzo
tienen el ansia seca de caballos sin norte.

Vicente Tortajada


Recuerdas la navaja de esos días
que ponen en la lengua la tristeza.
Entonces son espinas las palabras
que rasgan el mantel, y nuestros ojos
parecen del cristal que moja el vaho.
La aguda flor de un miedo melancólico
cubre luego el murmullo de los discos
que cantan, ya gastada, la canción
egoísta.

Vicente Tortajada


Y, sin embargo, todos los buenos propósitos
vuelven todos los años, para irse
al desván de los juegos infantiles
donde tienen los héroes su reposo;
donde descansan todos
los versos más difíciles.
La vida. Lo imposible.

Vicente Tortajada


















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