Carmen Laforet

"Ahora, viendo las cosas a distancia, me pregunto cómo se puede alcanzar tal capacidad de humillación, cómo podemos enfermar así, cómo en los sentidos humanos cabe una tan grande cantidad de placer en el dolor… Porque yo estuve enferma. Yo he tenido fiebre. Yo no he podido levantarme de la cama en algún tiempo, así era el veneno, la obsesión que me llenaba."

Carmen Laforet
Nada




"(...) Antes de entrar en el automóvil alcé los ojos hacia la casa donde había vivido un año. Los primeros rayos del sol chocaban contra sus ventanas. Unos momentos después, la calle de Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí."

Carmen Laforet


"Apoyada en mi hombro, vuelve su cara hacia mí, y me sonríe un poco, y cuando correspondo a su sonrisa las lamparillas del miedo que se extravían en sus ojos se alejan hacia el fondo, desaparecen entre las pestañas entornadas. La mano se libera, Anita la emplea ahora en acariciar mis pómulos y luego me besa levemente en los labios y en las mejillas, recorre mis facciones besándolas así, y al mismo tiempo yo, casi sin darme cuenta, voy correspondiendo a sus besos de la misma manera, en un juego tierno que inconscientemente se vuelve sensual.
La ventana está entornada. Un filo de claridad que viene del jardín hierve cortando la penumbra. Zumba un moscardón primerizo y extraviado en el sol. Siento que el sol debe de quemar la tierra en el jardín cercano y en las lejanas playas, en lugares donde se olvida el insidioso olor a los anestésicos de los quirófanos. Hay una comunicación consoladora en este roce de los labios que repetimos incansables, como sonámbulos, como niños que ensayan un lenguaje con los ojos y los oídos cerrados, y sustituyen las palabras por este tanteo de nuestra boca en las facciones que, de momento en momento, sentimos más nuestras. Nos decimos todo lo que no nos hemos dicho nunca con palabras, nos pedimos perdón por nuestras torpezas, por el olvido del uno al otro en que hemos caído durante tantos años, perdón por no ser niños ya y, sin embargo, tener que buscarnos como niños perdidos; tener que empezar a comprender que somos el uno del otro sin remedio, que lo hemos sido siempre y que no quisimos ni sospecharlo. Nos decimos la soledad, la bárbara mutilación que hemos hecho separando cuerpo y alma en nuestras vidas por ese pecado de no haber sabido que teníamos que encontrarnos enteramente, ardiendo el espíritu en esta atracción que con nadie nunca hemos podido tener completa. Con nadie nunca ha sido ni podrá ser esta verdad que nos quita poco a poco el pensamiento confuso de esa pena de no haber comprendido antes de ser este hombre y esta mujer que ya somos ahora, que vamos sintiendo que somos, Hechos para la fusión de la amistad en la vida que recibimos uno del otro, para el abrazo, para ese beso en el que al fin de entreabren los labios de Anita para recibir mi boca. Nos estamos besando al fin en un olvido total. Boca a boca, vida a vida, juventud con juventud. Y bruscamente, me despierto. Es como si la ventana se hubiese abierto de repente al invierno y hubiera dejado pasar una racha de ventisca y granizo. Es peor. Me sobresalto, me enderezo con tal brusquedad, que las espaldas de Anita tropiezan con el sofá. Una monja alta de cara severa y una enfermera de la que solo recuerdo las gafas, han entrado en la habitación. Están mirándonos a dos pasos de nosotros. Anita frunce las cejas y su furia la hace recuperarse cuando aún estoy yo aturdido. La enfermera de las gafas se esfuma por donde ha venido, tan rápidamente que casi parece que haya sido su fantasma quien ha aparecido y desaparecido en un relámpago. La monja está como clavada en el suelo y no contesta a la pregunta que le hace Anita de si desea algo. Vuelve la cara con desprecio y sigue adelante, hacia la habitación ya preparada para el enfermo. Allí la oímos andar durante medio minuto con pasos fuertes. Vuelve a pasar delante de nosotros lanzándonos una última mirada fulminadora. Y se va. La habitación sigue en penumbra. El filo de luz arde. Anita se levanta y abre la ventana de par en par. Si su corazón ha batido como el mío no se nota. Veo su figura recortada en la mañana que resplandece y sigo sus movimientos. Ha recogido el bolso abandonado en el suelo y saca la polvera y un espejo. Mientras se empolva la nariz, comenta que estamos en un sanatorio peligroso. La gente abre las puertas sin llamar. Mi sangre late desquiciada mientras la escucho. Su voz, un poco temblorosa, la traiciona también. Pero solo un momento. Ya solo queda en ella irritación."

Carmen Laforet
Al volver la esquina


"Aún era yo la criatura encogida y amargada a la que le han roto un sueño."

Carmen Laforet




“Como aquel día estaba yo triste, no me parecía ofensiva la tristeza de los demás.”

Carmen Laforet



“Creer, en los tiempos de mi infancia, era ser ignorante. No creer, ahora, es igualmente ser ignorante.”

Carmen Laforet



"¡Cuántos días sin importancia! Los días sin importancia [ … ] me pesaban como una cuadrada piedra gris en el cerebro."

Carmen Laforet



"(...) En aquellas heladas horas hubo algunos momentos en que la vida rompió delante de mis ojos todos sus pudores y apareció desnuda, gritando intimidades tristes, que para mí eran sólo espantosas."

Carmen Laforet



"En realidad, mi pena de chiquilla desilusionada no merecía tanto aparato. Había leído rápidamente una hoja de mi vida que no valía la pena recordar más. A mi lado, dolores más grandes me habían dejado indiferente hasta la burla..." 

Carmen Laforet



"Entonces fue cuando empecé a darme cuenta de que se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes que las pequeñas nimiedades de cada día."

Carmen Laforet


"Esos desechos de celuloide, esos sobrantes en la película del recuerdo de mi vida son los que hoy intento proyectar en la pantalla de la memoria, los que hoy me parecen, aun en su confusión, tan vívidos y tan cercanos."

Carmen Laforet


"Estaba sonriente, tranquila. Con todo aquello dentro o envuelta en todo aquello. Se vio a sí misma, dándose cuenta de que se pintaba los labios frente al espejo del lavabo, haciendo mil equilibrios con el traqueteo del tren. Sus ojos estaban profundamente serenos. Con una serenidad que no tenían hacía muchos años.
-¿Qué te pasa Paulina?
Lo preguntó suavemente, a media voz, dirigiéndose a la imagen suya del espejo… pero, en verdad, materialmente, no le sucedía nada. Alrededor suyo no sucedía absolutamente nada.
De nuevo volvió a la ventana y la abrió. Entonces recibió en la cara el fresco aroma, el viento que la velocidad del tren producía, los chirridos de los pájaros, los fuertes colores de la tierra, que el sol caldeaba ya y que se confundían en el brillante amanecer.
El amor –notaba el alma de Paulina- , el amor es algo más allá de una pequeña pasión o de una grande, es más… Es lo que traspasa esa pasión, lo que queda en el alma de bueno, si algo queda, cuando el deseo, el dolor, el ansia han pasado. El amor se parece a la armonía del mundo, tan serena. A su inmensa belleza, que se nutre incluso con las muertes y las separaciones y la enfermedad y la pena… El amor es más que esta armonía; es lo que la sostiene… El amor recoge en sí todas las armonías, todas las bellezas, todas las aspiraciones, los sollozos, los gritos de júbilo… El amor dispone la inmensidad del Universo, la ordenación de leyes que son matemáticamente las mismas para las estrellas que para los átomos, esas leyes que, en penosos balbuceos, a veces, descubre el hombre.
El Amor es Dios –supo Paulina- ; Dios, esa inmensa hoguera de felicidad y bien, en la que nos encontramos, nos colmamos, a la que tendemos, a la que tenemos libertad para ir y vamos, si no nos atamos nosotros mismos piedras al cuello."

Carmen Laforet
La mujer nueva


"Fui distraída todo el camino, pensando en que siempre se mueve uno en el mismo círculo de personas por más vueltas que parezca dar."

Carmen Laforet



"He pensado en el motivo y la vena de mi vocación de novelista y sé que mis libros se deben a un profundo amor a la vida."

Carmen Laforet



“La ciudad, hija mía, es un infierno. Y en toda España no hay una ciudad que se parezca más al infierno que Barcelona...”

Carmen Laforet


"La vida volvía a ser solitaria para mí. Como era algo que parecía no tener remedio, lo tomé con resignación."

Carmen Laforet



"Llegaba a mi casa, de la que ninguna invitación a un veraneo maravilloso me iba a salvar, de vuelta de mi primer baile en el que no había bailado." 

Carmen Laforet


"Lo que a mí, como novelista, me preocupa en mis libros, lo que soy capaz de destruir enteramente y volver a hacer de nuevo cuantas veces sea necesario, es su estructura y también su vida. Me preocupa huir del ensayo, huir de explicar mis propias opiniones culturales, que considero muy poco interesantes, y dar aquello para lo que me creo dotada: la observación, la creación de la vida. Me preocupa el vigor de los personajes y la manera de exponer los hechos para que resulten claros a la luz mía, individual, y me preocupa el que estos hechos queden objetivamente expuestos para que el lector pueda juzgarlos por sí mismo, interesarse por ellos, aceptarlos o rechazarlos a su gusto." 

Carmen Laforet



“Me estaba dando cuenta yo, por primera vez, de que todo sigue, se hace gris, se arruina viviendo. De que no hay final en nuestra historia hasta que llega la muerte y el cuerpo se deshace...”

Carmen Laforet




“Me gusta la gente con ese átomo de locura que hace que la existencia no sea monótona, aunque sean personas desgraciadas y estén siempre en las nubes.”


Carmen Laforet


"Me gustan las gentes que ven la vida con ojos distintos de los demás, que consideran las cosas de otro modo que la mayoría."

Carmen Laforet


"Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces." 

Carmen Laforet


"Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él. Imposible libertarme."

Carmen Laforet
Nada



"No cuesta mucho convertir en polvo lo que ya es polvo. Cuesta, sí, donde sólo se ve esta ruina, ayudar a descubrir unos cimientos y echar en ellos algo que dentro de toda su modestia pueda servir junto con otras cosas mucho más importantes a levantar un edificio nuevo..." 

Carmen Laforet


"Nunca has sabido lo que quieres y siempre estás queriendo algo."

Carmen Laforet


"Nunca me atrevería a calificar de arte menor la novela corta; hay novelas cortas sencillamente geniales (me vienen al recuerdo las inolvidables de Chejov y Andreiev). En verdad, sólo hay un arte, que es mayor o menor según la capacidad del que lo crea; pero sí puedo decir que cada artista puede volcarse enteramente en una forma de arte preferida." 

Carmen Laforet


"Oscuridad. El aire es luminoso y tibio en el invierno alicantino, pero Martín ve en todas partes una oscuridad que le hiela los huesos. Hambre, hambre devoradora. Un hambre como nunca ha tenido Martín, ni siquiera en tiempos de guerra. El pan es amarillo y pesado, se rompe al caer al suelo. La abuela dice que no puede comer ese pan y guarda su ración para el nieto. Pan amarillo y boniatos asados. Verdura y pescado hervido porque el aceite escasea. Afortunadamente, hay naranjas. El abuelo está flaco y también tiene hambre; mira con ojos envidiosos las raciones del nieto. Ejem, ejem. Jozú, Jozú, dice el abuelo con su pronunciación andaluza en las exclamaciones.
El padre de Martín manda un poco de dinero a primero de mes. El abuelo no entiende cómo con tanto dinero –la jubilación, la renta de las casas de la abuela en el pueblo y este dinero que manda Eugenio Soto- no viven como reyes. Por las mañanas el abuelo va al café y se sienta en una mesa al sol. Los camareros ya le conocen y no le dicen nada. Si alguno es nuevo y se acerca a preguntarle qué desea, el abuelo se enfada como en tiempos de guerra y dice que no quiere nada, con su voz de trueno. Martín va al instituto, de modo que no tiene que pasar malos ratos acompañando al abuelo a tomar el sol junto a la mesa del café, como en tiempos de guerra sucedió muchas veces. A Carlos y a Anita Corsi les hacía mucha gracia todo aquello del abuelo en tiempos de guerra. Les hacía gracia saber el trabajo que le costaba al abuelo callar en la calle para no comprometer a las monjas y a los sacerdotes que la abuela escondía en el piso, y como se vengaba diciéndoles a esas monjas y a los frailes que él, don Martín, era anticlerical y lo había sido siempre. Anita y Carlos Corsi se reían cuando Martín les contaba que el abuelo durante la guerra iba siempre con corbata y sombrero para que no creyeran que se disfrazaba, como hacían muchos. Su traje lo llevaba más cepillado y limpio que nunca, y decía a gritos todo lo que se le pasaba por la cabeza en contra de la situación si se encontraba a algún conocido por la calle, de modo que los conocidos le huían. Martín se está olvidando ya de cómo son las caras de Anita y de Carlos Corsi. Ahora el abuelo truena también en voz alta contra la situación nueva."

Carmen Laforet
La Insolación



"Pensé que cualquier alegría de mi vida tenía que compensarla algo desagradable. Que quizás esto era una ley fatal."


Carmen Laforet


"Pensé que era una de esas personas que no saben estar solas ni un momento con sus propios pensamientos. Que no tienen pensamientos quizá."

Carmen Laforet
Nada


"Por la tarde vistió al niño con su mejor trajecillo y se encaminó a casa del fotógrafo. Ella se había peinado cuidadosamente, su traje veraniego crujía de tanta plancha. Llevaba al hijo en brazos, orgullosa, como si la criatura fuese un rey. A veces se sentía ridícula con aquella felicidad que le venía en oleadas, casi haciéndola llorar, cuando alguna mujer volvía la cabeza para contemplar al niño.
El camino del mercado resultaba distinto, casi desierto. Los puestos de los vendedores, cerrados, y donde solía estar diariamente el carro de naranjas había hoy una mujer de cara amarillenta junto a un cestón de flores, esperando paciente, sin moverse, compradores para su mercancía. Leonor hubiera comprado todas las flores, pero pasó de largo y cruzó la calle.
Arriba, en el cuarto piso, doña María, la viuda del fotógrafo, atisba la calle silenciosa. Falta media hora para cerrar. Siente en el fondo de la casa el canturreo impaciente de Juanón, el «chico», antiguo ayudante de su marido, que ahora es quien maneja los aparatos. Ese canturreo quiere decir que es inútil abrir las tardes de fiesta, que tampoco hoy vendrá nadie, y que él está perdiendo miserablemente un buen trozo de su domingo.
Doña María siente hervirle el pecho en un burbujeo colérico. ¡Por Dios! ¡Tener que estar a merced de este arrapiezo! Doña María no se ha preocupado de aprender, en veinte años, de matrimonio, el misterio del revelado, las habilidades del oficio que le hace ganar el pan. En vida del marido, doña María sólo sabía y se especializó en «colocar» a los clientes. Sujetar una cabeza, tirar de un brazo, hasta casi descoyuntarlo, para que resultase más armónica la postura y la foto más perfecta. Éste era su único arte. Y ahora se encontraba sin poder despedir a este descarado de nariz ganchuda y granujienta, que sólo sabe pensar en novias.
Doña María suspira. La tarde del domingo pone una vida especial en tanta sonrisa de desconocidos que adornan las paredes. La gran máquina, abrigada como una bruja en su capa negra, respira tristeza.
Tristeza, aburrimiento y también una terrible inseguridad. Doña María se estremece. Nunca se imaginó así su viudez, y bien sabe Dios que pensó en ella mil veces, deseando que llegase, cada vez que el mal genio del difunto fotógrafo le aterrorizaba."

Carmen Laforet
La fotografía 



"Porque entonces era lo suficientemente atontada para no darme cuenta que aquél era uno de los infinitos hombres que nacen sólo para sementales y junto a una mujer no entienden otra actitud que ésta. Su cerebro y su corazón no llegan a más." 

Carmen Laforet


"Prefiero las personas que miran la vida de forma distinta al resto, que consideran las cosas de otro modo."

Carmen Laforet

"¿Quién puede entender los mil hilos que unen las almas de los hombres y el alcance de sus palabras?"

Carmen Laforet



"Quizá me ocurra esto porque he vivido siempre con seres demasiado normales y satisfechos de ellos mismos. Estoy segura de que mi madre y mis hermanos tienen la certeza de su utilidad indiscutible en este mundo, que saben en todo momento lo que quieren, lo que les parece mal y lo que les parece bien… Y que han sufrido muy poca angustia ante ningún hecho.
(...)
Me compensaba el trabajo que me llegaba a costar poder ir limpia a la Universidad, y sobre todo parecerlo junto al aspecto confortable de mis compañeros. Aquella tristeza de recose los guantes, de lavar mis blusas en el agua turbia y helada del lavadero de la galería con el mismo trozo de jabón que Antonia empleaba para fregar sus cacerolas y que por las mañanas raspaba mi cuerpo bajo la ducha fría.
(...)
De todas maneras, yo misma, Andrea, estaba viviendo entre las sombras y las pasiones que me rodeaban. A veces llegaba a dudarlo.
Aquella misma tarde había sido la fiesta de Pons. Durante cinco días había yo intentado almacenar ilusiones para esa escapatoria de mi vida corriente. Hasta entonces me había sido fácil dar la espalda a lo que quedaba atrás, pensar en emprender una vida nueva a cada instante. Y aquel día yo había sentido como un presentimiento de otros horizontes.
Mi amigo me había telefoneado por la mañana y su voz me llenó de ternura por él. El sentimiento de ser esperada y querida me hacía despertar mil instintos de mujer; una emoción como de triunfo, un deseo de ser alabada, admirada, de sentirme como la Cenicienta del cuento, princesa por unas horas, después de un largo incógnito. Me acordaba de un sueño que se había repetido muchas veces en mi infancia, cuando yo era una niña cetrina y delgaducha, de esas a quienes las visitas nunca alaban por lin- das y para cuyos padres hay consuelos reticentes.
Esas palabras que los niños, jugando al parecer absortos y ajenos a la conversación, recogen ávidamente: «Cuando crezca, seguramente tendrá un tipo bonito», «Los niños dan muchas sorpresas al crecer»... Dormida, yo me veía corriendo, tropezando, y al golpe sentía que algo se desprendía de mí, como un vestido o una crisálida que se rompe y cae arrugada a los pies. Veía los ojos asombrados de las gentes. Al correr al espejo, contemplaba, temblorosa de emoción, mi transformación asombrosa en una rubia princesa —precisamente rubia, como describían los cuentos—, inmediatamente dotada, por gracia de la belleza, con los atributos de dulzura, encanto y bondad, y el maravilloso de esparcir generosamente mis sonrisas… Esta fábula, tan repetida en mis noches infantiles, me hacía sonreír, cuando con las manos un poco temblorosas trataba de peinarme con esmero y de que apareciera bonito mi traje menos viejo, cuidadosamente planchado para la fiesta. «Tal vez —pensaba yo un poco ruborizada— ha llegado hoy ese día.»"

Carmen Laforet
Nada



"Si aquella noche -pensaba yo- se hubiera acabado el mundo, o se hubiera muerto uno de ellos, su historia hubiera quedado completamente cerrada y bella como un círculo. Así suele suceder en las novelas, en las películas; pero en la vida… Me estaba dando cuenta yo, por primera vez, de que todo sigue, se hace gris, se arruina viviendo. De que no hay final en nuestra historia hasta que llega la muerte y el cuerpo se deshace."

Carmen Laforet
Nada



"Si uno es escritor, escribe siempre, aunque no quiera hacerlo, aunque trate de escapar a esa dudosa gloria y a ese sufrimiento real que se merece por seguir una vocación." 

Carmen Laforet



 "Si vieras, a veces tengo miedo de sentir el dualismo de fuerzas que me impulsan. Cuando he sido demasiado sublime una temporada, tengo ganas de arañar... De dañar un poco."

Carmen Laforet




"Tal vez el sentido de la vida para una mujer consiste únicamente en ser descubierta así, mirada de manera que ella misma se sienta irradiante de luz." 

Carmen Laforet


"Un artista es un prisionero de su propia necesidad de comunicarse."

Carmen Laforet



“Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida.”

Carmen Laforet



“Tal vez el sentido de la vida para una mujer consiste únicamente en ser descubierta así, mirada de manera que ella misma se sienta irradiante de luz.”

Carmen Laforet


"Todo aquello que un novelista vive o siente, servirá de combustible para la hoguera insaciable que es su mundo de ficción."

Carmen Laforet


“Y a mí llegaban en oleadas, primero ingenuos recuerdos, sueños, luchas, mi propio presente vacilante, y luego agudas alegrías, tristezas, desesperación, una crispación impotente de la vida y un anegarse en la nada. Mi propia muerte, el sentimiento de mi desaparición total hecha belleza, angustiosa armonía sin luz.”

Carmen Laforet



"Yo gozaba una dicha concedida a pocos seres humanos: la de sentirse arrastrada en ese halo casi palpable que irradia una pareja de enamorados jóvenes y que hace que el mundo vibre más, huela y resuene con más palpitaciones y sea más infinito y más profundo."


Carmen Laforet
Nada





"Yo no busco en las personas ni la bondad ni la buena educación siquiera..., aunque creo que esto último es imprescindible para vivir con ellas. Me gustan las gentes que ven la vida con ojos distintos que los demás, que consideran las cosas de otro modo que la mayoría...Quizá me ocurra esto porque he vivido siempre con seres demasiado normales y satisfechos de ellos mismos..."

Carmen Laforet



“Yo recuerdo siempre que cuando tenía cinco años dije a mi madre que estaba deseando ser mayor para salir sola a la calle. Me contestaron que mientras más mayor fuese más acompañada iría siempre...”

Carmen Laforet Díaz

Le escribe Carmen Laforet a Elena Fortún en la correspondencia que ambas mantuvieron.


"Yo tuve que sonreírme. En pocos días la vida me aparecía distinta a como la había concebido hasta entonces. Complicada y sencillísima a la vez. Pensaba que los secretos más dolorosos y más celosamente guardados son quizá los que todos los de nuestro alrededor conocen. Tragedias estúpidas. Lágrimas inútiles. Así empezaba a aparecerme la vida entonces." 


Carmen Laforet