Gustav Meyrink

"Aún me tiemblan las rodillas de debilidad cuando me paseo por la habitación, pero siento cada vez con mayor claridad que mi salud se restablece de hora en hora.
La nostalgia de Ofelia me consume y me gustaría mucho bajar al descansillo y espiar su ventana con la esperanza de atrapar al vuelo una mirada suya.
Mi padre me dijo que cuando yo estaba febril e inconsciente, ella vino a verme y me trajo un ramillete de rosas. Veo en su cara que lo ha adivinado todo; ¿y si tal vez ella misma se lo ha confesado?
Temo hacer preguntas y él también evita el tema con timidez.
Me cuida con gran solicitud; lo que puede leer en mis ojos, me lo trae; pero a mí me palpita el corazón de pesar y vergüenza cada vez que me da una prueba de su amor, porque pienso que le he resultado un delincuente.
¡Querría que la falsificación del pagaré fuera sólo una pesadilla de mi calentura!
Ahora, sin embargo, que mis sentidos vuelven a ser claros, lo sé con certeza, por mucho que me pese: sucedió realmente. ¿Por qué y para qué fin lo hice? Todos los pormenores se han borrado de mi memoria.
Pero no quiero cavilar sobre ello; sólo sé una cosa: tengo que expiar de algún modo mi acto; tengo que ganar dinero, dinero, dinero para poder comprar el pagaré.
Un sudor de angustia me perla la frente al pensarlo; será imposible.
¿Con qué puedo ganar dinero en nuestra pequeña ciudad?
¿Tal vez lo consiga en la capital? Allí nadie me conoce. ¿Y si me ofreciera allí como servidor de un hombre rico? Estaría dispuesto a trabajar día y noche como un esclavo.
No obstante, ¿cómo rogar a mi padre que me permita estudiar en la ciudad?
¿En qué basar mi ruego cuando él me ha dicho muy a menudo que detesta toda erudición estudiada, que no haya sido impartida por la vida misma? Además, ¡me faltan los conocimientos elementales o por lo menos el certificado escolar!
¡No, no, es imposible!
Mi tormento se redobla cuando pienso que en tal caso tendría que separarme de Ofelia durante años y años, tal vez para siempre.
Siento que estos horribles pensamientos me hacen subir de nuevo la fiebre.
He estado enfermo dos semanas enteras; las rosas de Ofelia se han mustiado en el búcaro. ¿Y si ya se ha marchado? Las manos se me humedecen por la desesperación. ¿Y si las flores hubieran sido un regalo de despedida?
Mi padre advierte que sufro, pero no me pregunta la causa. ¿Sabe acaso más de lo que quiere decir?
¡Si yo pudiera abrirle mí corazón y confesárselo todo, todo! No, no puede ser; si me repudiara, lo aceptaría de buen grado si con ello pagara mi deuda: pero sé que averiguarlo le destrozaría el corazón: yo, su único hijo, a quien ha encontrado de nuevo como guiado por el destino, se ha portado como un malhechor… No, no, ¡no puede suceder!
Todos pueden enterarse y señalarme con el dedo, sólo él no debe saberlo.
Me pasa con ternura la mano por la frente, me mira con ojos llenos de amor y benevolencia, y dice:
—¡No estés tan triste, querido muchacho! Si algo te atormenta, ¡olvídalo! Piensa que es una pesadilla debida a la fiebre. ¡Pronto volverás a estar sano y alegre!
Pronuncia la palabra «alegre» con vacilación y siento que intuye un porvenir lleno de aflicción y dolor.
Lo mismo que he intuido yo. "

Gustav Meyrink
El dominio blanco



Comunicación telefónica con el mundo de los sueños

"Desde que somos chicos se nos inculca la idea de no dar crédito alguno a los sueños; es curioso que a lo largo de tiempo permanezcamos ciegos y sordos ante los mensajes provenientes de un país que, como sabemos de antemano, consta de pantanos y manglares cenagosos. Y esto no es todo: las imágenes con las cuales nuestro aguzado instinto -es decir, nosotros mismos- habla, se vuelven absurdas y engañosas, porque desde chicos las hemos tenido por fantasmagóricas, o bien como un mosaico formado por los fragmentos de recuerdos vividos durante la vigilia. 
Existe un método muy sencillo de poner a prueba el asunto, suponer que los sueños dicen la verdad. Paracelso fue quien probablemente descubrió el misterio, que consiste en escribir con mucho cuidado los sueños, como si fuera un diario nocturno en lugar de uno vespertino, que la mayoría de las veces resulta harto aburrido. Las consecuencias las he experimentado sobre mí mismo, y éstas son: pasado un tiempo prudencial, según la conducta del individuo, se establece una comunicación telefónica con la "otra" región; los sueños adquieren entonces más vida, color e interés. Se requiere bastante tiempo y paciencia, hasta que el vocero del sueño se convence de que no será objeto de burla. Es muy sensible, como un intimo amigo, o -mejor dicho- como la conciencia de cada cual.
Existen múltiples historias, según las cuales los sueños han predicho esto o aquello, por ejemplo una muerte violenta; se trata de algo así como una profecía inevitable, pues quien ha sido avisado busca inútilmente obtener los medios para escapar.
Según la crónica familiar del conde de Bohemia, de nombre Rosenberg, éste cuenta cómo un día, en tiempos de Waliensteins, la condesa soñó que su joven hijo sería mordido y muerto por un león. Días después, preparándose una cacería por los alrededores, la condesa, con clásica lógica femenina, prohibió a su hijo tomar parte en ella. Es evidente que en los bosques de Bohemia no hay leones, pero supongo que la condesa contestaría: "No importa, de cualquier forma puede ser mordido". De modo que encerró al joven en el patio del castillo. El muchacho, furioso, iba de un lado a otro del patio cuando vio en una esquina de la muralla un lienzo, con la figura de un león, que cubría una abertura para disparar ballestas. 
"­Por culpa de esa bestia estúpida no he podido ir de caza!", exclamó el joven, dando un puñetazo a la tela.
De la garganta del animal salió entonces una punta de cristal que, clavándosela en la mano, le condujo a la muerte.
Es comprensible que hechos tales hagan pensar a los hombres que no se puede escapar del destino, incluso sabiendo de antemano las circunstancias que lo rodean.
No me importa reconocerlo, la teoría de la prefijación del destino es cierta. Este hecho, por más doloroso que sea, no significa adoptar la actitud del avestruz: taparse los ojos ante el peligro. La idea de que una divinidad juega con nosotros, pretextando que lo hace por nosotros como disculpa, es todavía menos consoladora. Si creemos en el Fatum tenemos al menos una posible salida por el sitio más débil de la red. Reflexionando sobre el hecho, surge esta pregunta: ¿Quién depende del Fatum? ¿Quién es éste, en el profundo sentido de la palabra? ¿Existe alguien que se haya planteado seriamente esta pregunta? 0 bien, actuando en consecuencia, ¿hay alguien a quien el Fatum le haya ayudado a plantearse esta pregunta? Entonces surge a nuestros pies esta contestación:
¡Tú mismo eres el Fatum!
¿Yo? ¿Quién soy yo? Respuesta: Sin duda no eres el que va de un lado a otro, atrapado en la red de las causas y los efectos. Eres una sombra carente de libertad que desgraciadamente imagina ser el misterioso ser que forma la sombra; si logras encontrarla en el profundo abismo donde se generan las cosas, podrás ser libre, podrás quitar los goznes a tu estrella y señalarle el camino que te apetezca.
Volvamos al ejemplo de la condesa Rosenberg, ¿quién era aquella voz que le anunció: "Tu hijo será mordido por un león". Un misterioso y vocinglero pajarraco de la muerte, que no tenía nada mejor que anunciarle: "Esto sucederá y no hay escapatoria posible".
Fue la condesa quien colocó su propio sello en el pájaro de la muerte; éste sólo quería prevenirla, pero la condesa, aunque tenía oídos, no podía oir. Si hubiera sabido el camino que conduce a la fuente de todas las cosas, el país ilimitado de los sueños verdaderos, no se hubiera dejado arrastrar al pantano de los fuegos fatuos.
¿Qué error cometió? Trataré de explicarlo por medio de un suceso en el cual tomé parte:
Era otoño de 1921 ; en aquel tiempo el canto de sirenas que dec¡a "Traed el oro al Banco de la Nación" ya había dejado de sonar, no porque el Banco de la Nación estuviera cansado de recibir ingresos, sino porque el oro del país sólo se utilizaba para empastar los dientes. De modo que, siguiendo mi sentido común, compré -por medio de un viejo papel de Bolsa- un automóvil también viejo. Los vendedores juraron que no tenía grietas y roturas, pues aquellas habían sido cubiertas con grafito (las del coche, naturalmente, ya que las de las conciencias estaban cubiertas por la promesa de las palabras).
El artefacto ten¡a un aspecto lamentable; como es natural, estaba libre de impuestos. Me aseguraron que el motor se conservaba en buen estado.
De modo que, por el momento, decidí guardar el coche en un garaje, para hacerle colocar después, en Garmisch, una carrocería nueva. El día de la reparación se aproximó y mi mujer soñó lo siguiente:
En el coche viajábamos cuatro personas: ella iba a la derecha del asiento posterior, a su lado nuestro hijo. Delante iba yo, conduciendo el vehículo, y sentada junto a mí, a mi izquierda, mi hija. Todo parecía ir bien; giramos y entramos en una especie de avenida que se extendía por un paisaje de colinas; al lado de la carretera había un profundo precipicio; de pronto, el coche se acercó a la derecha y cayó en el abismo. Mi mujer y mis hijos resultaron heridos de gravedad; en cuanto a mí, ¡resulté muerto!
Después de esto no sabía qué hacer con el coche: ¿regalarlo? No parecía oportuno, dado su lamentable estado. ¡El sueño de mi mujer se repitió! Una vez, dos veces... ¡toda la semana! El asunto me tenía tan preocupado que pensé en destruir el auto y llevarlo a un desguace.
Pensé en el caso de la condesa Rosenberg, y decidí hacer otra prueba. Antes de dormirme, intenté llegar al sueño profundo, a la incógnita. ¿Qué debo hacer para escapar al Fatum? Durante mucho tiempo no recibí respuesta alguna, pero insistí una y otra vez. Un d¡a desperté con la "conciencia" clara; no puedo explicarlo de otro modo: "Oculta la imagen que ha soñado tu mujer!" Ese fue aproximadamente el consejo que grabó en mi interior el "enmascarado".
Mi mujer había soñado que iba a la derecha del asiento trasero; yo iba al volante, a la derecha. Efectué la siguiente distribución: mi mujer se sentaría a la izquierda; a su lado, mi hija, y después mi hijo; yo me sentaría delante y a la izquierda, pero al volante... ¿quién?
Llamé por teléfono a un conocido mío, comerciante en automóviles, llamado W.
-¨¿Tendría la amabilidad de llevarnos a Garmisch, conduciendo usted el automóvil?
-Con mucho gusto -respondió, y fijamos el día.
Luego llamé al mecánico del garaje donde estaba el coche, diciéndole que verificara otra vez todos los detalles, especialmente las ruedas de la derecha (suponía que allí había algún defecto, pues mi mujer soñó que el auto se había precipitado a la derecha).
Llegado el día fijado, me desperté muy de mañana, preso de grandes remordimientos. ¡Vas a poner al señor W. en peligro de muerte! Me comuniqué con él, pero no llegué a decir nada, pues me interrumpió con estas palabras:
-Me alegro que me haya llamado usted, pues hoy no puedo llevarles a Garmisch, ¡me ha salido un forúnculo en el cuello y me encuentro muy molesto!
¿Significaría esto que el Fatum se sirve de un forúnculo para rompernos el cuello a nosotros cuatro?
Llamé a Garmisch: el jefe del taller se puso al habla.
Por favor, señor X, mándeme usted un chófer!
- ¿Por qué?
- No me atrevo a conducir el coche: temo que quizá tenga un defecto. Pregunte usted, a su mecánico, por favor, si está dispuesto a llevar el coche.
Al poco llegó la respuesta.
- Dice que estádispuesto.
Fui al garaje.
- ¿Han examinado todo?
- Sí todo está en orden.
-Por favor, le ruego que examine en mi presencia las ruedas de la derecha.
El mecánico se encogió de hombros sonriendo y obedeció de mala gana.
- ¿Qué es esto? - exclamó de repente -. ¡No entiendo cómo antes se me pudo haber pasado! Las conexiones del eje posterior están rotas. ¡Sospecho que han tapado las roturas con grafito!
- ¿Es posible que durante el viaje se salgan las ruedas?
- No, de ningún modo; puede ocurrir que, de pronto, queden bloqueadas; si el coche va muy de prisa, puede resbalar y volcarse.
- ¿Existe algún peligro yendo despacio?
- Así es poco probable que ocurra.
En ese momento llegó el chófer de Garmisch. Le informé del defecto del coche, y después de un detallado diálogo se declaró dispuesto a ir con nosotros de retorno. Subimos al coche, colocándonos en la forma mencionada; yo 
me sent‚ a la izquierda del conductor. El coche se puso en marcha enseguida. A las dos horas, cuando pasbamos por Weilheim, mi mujer, dándome unos golpecitos en la espalda, me indicó un precipicio que empezaba a verse ante nosotros.
- ¡Allí! ¡Es un lugar exactamente igual a mi sueño!
- ¡Vaya usted lo más despacio posible! - grité al chófer - ¡No pase de los diez kilómetros por hora!
El hombre se rió burlonamente.
- ¡Haga usted lo que le digo! -ordené
El coche comenzó a derrapar.
- ¿Oye usted eso? - pregunté de repente el conductor - ¡Ahora! ¡Otra vez!, en la parte trasera...
En ese momento el auto basculó como un caballo al que le hubieran cortado los tendones de las patas traseras. Con un movimiento rápido, el hombre accionó los frenos. El coche se detuvo; un poco más de velocidad y hubiéramos caído al precipicio que se encontraba a la derecha.
Después del examen correspondiente, resultó que la rueda no se había salido de su eje, sino que la llanta había saltado. Era ese tipo de llanta denominada "principe real". Como consecuencia del accidente, algunos rayos se desencajaron.
- Más les valiera a los príncipes reales gobernar y no inventar - maldijo el chófer.
En todo caso ¡el Fatum había sido derrotado! Tan sólo con tomar algunas medidas especiales y casi infantiles. 
Un fatalista diría:
- Estaba escrito en las estrellas que no caerías en el precipicio.
El astrólogo diría:
- No, ha sido una prueba para demostrar que el hombre, utilizando su inteligencia, puede ser dueño y señor de su destino.
A mi parecer, ninguno de ambos tiene razón: la salvación proviene de la fuente que surge del sueño profundo. El escuchar su murmullo bastó para que la red del Fatum encontrara los agujeros de la falla en su red."

Gustav Meyrink



"Cuando les quería explicar que lo importante -lo esencial- para mí en la Biblia y en las otras escrituras sagradas era el milagro y sólo el milagro, y no las normas de ética y moral, que no pueden ser más que caminos ocultos para llegar al verdadero milagro, sólo sabían responderme con lugares comunes, pues temían confesar que lo único que creían de las escrituras religiosas podía estar exactamente igual en los libros de leyes civiles. Sólo oir la palabra 'milagro' les resultaba incómodo, desagradable. Decían que se les abría la tierra bajo los pies.  
¡Como si pudiera haber algo mejor que perder la tierra bajo los pies! 
En cierta ocasión le oí a mi padre decir que el mundo está aquí para que nosotros nos lo imaginemos roto -que es entonces cuando empieza la vida-. Yo no sé a qué se refería con la 'vida', pero a veces siento que un día me 'despertaré'; aunque no puedo imaginarme en qué estado despertaré. Siempre pienso que le precederán esos milagros."

Gustav Meyrink
El Golem


"El origen de la historia remonta al siglo XVII. Según perdidas fórmulas de la cábala, un rabino ( Judah Loew ben Bezabel) construyó un hombre artificial -el llamado Golem- para que éste tañera las campanas en la sinagoga e hiciera los trabajos pesados. No era, sin embargo, un hombre como los otros y apenas lo animaba una vida sorda y vegetativa. Esta duraba hasta la noche y debía su virtud al influjo de una inscripción mágica, que le ponían detrás de los dientes y que atraía las libres fuerzas siderales del universo. Una tarde, antes de la oración de la noche, el rabino se olvidó de sacar el sello de la boca del Golem y éste cayó en un frenesí, corrió por las callejas oscuras y destrozó a quienes se le pusieron delante. El rabino, al fin, lo atajó y rompió el sello que lo animaba. La criatura se desplomó. Sólo quedó la raquítica figura de barro, que aún hoy se muestra en la sinagoga de Praga."


Gustav Meyrink
El Golem, capítulo V




"La llave que nos hará dueños de la naturaleza interior está oxidada desde el Diluvio. 

Se llama: velar. 

Velar lo es todo. 


El hombre está firmemente convencido de que vela; pero, en realidad, está preso en una red de sueño y de sueños que ha tejido él mismo. Cuanto más se aprieta la red, mejor impera el sueño. Los que están sujetos por sus mallas son los durmientes que caminan por la vida como rebaños de ganado llevados al matadero, indiferentes y sin pensar. 


Los soñadores sólo ven, a través de las mallas, un mundo enrejado, no perciben más que aberturas engañosas obran en consecuencia y no saben que estos cuadros son simplemente los restos insensatos de un todo enorme. Estos soñadores no son, como tal vez tú crees, los fantasiosos y los poetas: son los trabajadores, los sin reposo del mundo, los que están roídos por la locura de obrar. Se parecen a los torpes escarabajos laboriosos que suben a lo largo de un tubo liso para hundirse en él en cuanto han llegado arriba. Dicen que velan, pero lo que creen que es vida no es en realidad más que un sueño, determinado anticipadamente hasta en sus menores detalles y sustraído a la influencia de su voluntad. 

Ha habido y hay todavía algunos hombres que sabían que soñaban, pioneros que avanzaron hasta las murallas detrás de las cuales se ocultaba el yo eternamente despierto: videntes como Descartes, Schopenhauer y Kant. Pero no poseían las armas necesarias para el asalto de la fortaleza, y su llamada a combate no despertó a los durmientes. 

Velar lo es todo. 


El primer paso hacia este fin es tan sencillo que un niño puede darlo. Sólo el que tiene el espíritu falseado ha olvidado cómo se anda y permanece paralizado sobre sus dos pies, porque no quiere prescindir de las muletas que ha heredado de sus predecesores. 


Velar lo es todo. 


¡Vela en todo lo que hagas! No te creas ya despierto. No, tú duermes y sueñas. Reúne todas tus fuerzas y haz que por un instante resplandezca en todo tu cuerpo este sentimiento: 

¡ahora, estoy en vela! 
Si esto te da resultado, reconocerás enseguida que el estado en que te encontrabas te parece ahora un embotamiento y un sueño. 
Éste es el primer paso vacilante del largo, larguísimo viaje que conduce de la servidumbre al todopoder. Avanza de esta manera, de despertar en despertar. No existe idea atormentadora que no puedas rechazar de esta manera. Se queda atrás y ya no puede alcanzarte. Te extiendes por encima de ella como la copa de un árbol se eleva sobre las ramas secas. 
El dolor se aleja de ti como las hojas muertas cuando esta vela se apodera igualmente de tu cuerpo. 

Los baños helados de los brahmanes, las noches de vigilia de los discípulos de Buda y de los ascetas cristianos, los suplicios de los faquires hindúes, no son más que ritos esculpidos que indican que allí se elevaba el templo de aquellos que se esforzaban en velar. 

Lee las Escrituras santas de todos los pueblos de la Tierra. Por todas ellas se desliza, como un hilo rojo, la ciencia oculta de la vela. Es la escala de Jacob, que combate toda la «noche» con el ángel del Señor, hasta que llega el «día» y obtiene la victoria. 

Tienes que subir uno tras otro los peldaños del despertar, si quieres vencer a la muerte. El escalón inferior se llama, ya, genio. ¿Cómo debemos llamar a los grados superiores? 

Permanecen ignorados por la muchedumbre y son tenidos por leyendas. 
La historia de Troya fue tenida por leyenda, hasta que al fin un hombre tuvo el valor de excavar por sí mismo. 
En este camino del despertar, el primer enemigo que encontrarás será tu propio cuerpo. Lucharás contigo hasta el primer canto del gallo. Pero si percibes el día del despertar eterno que te aleja de los sonámbulos que creen ser hombres y que ignoran que son dioses dormidos, entonces el sueño de tu cuerpo desaparecerá también y dominarás el Universo. 
Entonces podrás hacer milagros, si así lo quieres, y no te verás obligado a esperar, como un humilde esclavo, que un cruel dios falso tenga la amabilidad de llenarte de presentes o de cortarte la cabeza. 
Naturalmente, la felicidad del perro fiel, servir a un dueño, no existirá ya para ti; pero, sé franco contigo mismo: ¿querrías incluso ahora, cambiarte con tu perro? 
No te dejes asustar por el miedo de no alcanzar el fin de esta vida. El que ha encontrado este camino vuelve siempre al mundo con una madurez interior que le hace posible la continuación de su trabajo. Nace como «genio». 

El sendero que te muestro está sembrado de acontecimientos extraños: 

¡muertos que has conocido se levantarán y te hablarán! ¡No son más que imágenes! Se te aparecerán siluetas luminosas que te bendecirán. No son más que imágenes, formas exaltadas por tu cuerpo, el cual, bajo la influencia de la voluntad transformada, morirá de muerte magnífica y se convertirá en espíritu, como el hielo, alcanzado por el fuego, se disuelve en vapor. 
Cuando te hayas desprendido del cadáver que hay en ti, sólo entonces podrás decir: ahora el sueño se ha alejado de mí para siempre. 
Entonces se habrá cumplido el milagro en que los hombres no pueden creer —porque, engañados por sus sentidos, no comprenden que materia y fuerza son la misma cosa— y el milagro de que, aun si te entierran, no habrá cadáver en tu ataúd. 
Sólo entonces podrás diferenciar lo que es realidad de lo que es apariencia. Sólo encontrarás a aquel que haya emprendido el camino antes que tú. Todos los demás son sombras. 
Hasta allí no sabes si eres la criatura más feliz o la más desgraciada. Pero no temes nada. Ni uno de los que han tomado el sendero de la vigilia, aunque se haya extraviado, ha sido nunca abandonado por sus guías. 
Quiero darte una señal por la que podrás reconocer si una aparición es realidad o sólo imagen: 
Si se acerca a ti, si tu conciencia se turba, si las cosas del mundo exterior son vagas o desaparecen, desconfía. ¡Mantente en guardia! La aparición no es más que una parte de ti mismo. Si no la comprendes, es sólo un espectro, sin consistencia, un ladrón que consume una parte de tu vida. 

Los ladrones que roban la fuerza del alma son peores que los ladrones del mundo. Te atraen como fuegos fatuos al pantano de una esperanza engañosa, para dejarte solo en las tinieblas y desaparecer para siempre. 

No te dejes cegar por ningún milagro que parezca realizado en tu favor, por ningún nombre sagrado que se den, por ninguna profecía que formulen, aunque ésta se cumpla; son tus enemigos mortales, arrojados del infierno de tu propio cuerpo, y con los cuales luchas por el dominio. 
Sabe que las fuerzas maravillosas que poseen son las tuyas propias desviadas por ellos para mantenerte en la esclavitud. No pueden vivir fuera de tu vida, pero, si los vences, se hundirán y se convertirán en instrumentos mudos y dóciles que podrás emplear según tus necesidades. 
Son innumerables las víctimas que han hecho entre los hombres. Lee la historia de los visionarios y de los sectarios y aprenderás que el sendero que sigues está sembrado de cráneos. 
Inconscientemente, la Humanidad ha levantado contra ellos una muralla: el materialismo. Esta muralla es una defensa infalible; es una imagen del cuerpo, pero es también un muro de prisión que te impide la vista, Hoy andan dispersos, y el fénix de la vida interior resucita de las cenizas en que ha estado largo tiempo acostado como muerto, pero los buitres de otro mundo empiezan a batir las alas. Por esto te pones en guardia. La balanza en que deposites tu conciencia te mostrará cuándo puedes tener confianza en las apariciones. Cuanto más despierta esté, tanto más pesará en tu favor. 

Si un guía, un hermano de otro mundo espiritual, se te quiere aparecer, debe poder hacerlo sin despojar tu conciencia. Puedes acercar tu mano a su costado, como Tomás, el incrédulo. 


Sería fácil evitar las apariciones y sus peligros. No tendrías que hacer más que comportarte como un hombre corriente. Pero, ¿qué ganarías con ello? Seguirías siendo un prisionero en la cárcel de tu cuerpo hasta que el verdugo «Muerte» te llevase al patíbulo. 

El deseo de los mortales de ver los seres sobrenaturales es un grito que despierta incluso a los fantasmas del infierno, porque este deseo no es puro...; porque es avidez más que deseo, porque quiere «asir» de un modo cualquiera en vez de gritar para aprender a «dar». 
Todos los que consideran la Tierra como una cárcel,  todas las gentes piadosas que imploran la liberación, evocan sin darse cuenta el mundo de los espectros. Hazlo tú también. Pero conscientemente. Para los que lo hacen inconscientemente, ¿existe una mano invisible que pueda sacarlos del pantano que los absorbe?  Yo no lo creo así. 
Cuando, en el camino del despertar, cruces el reino de los espectros, comprenderás poco a poco que son sencillamente ideas que puedes ver de pronto con tus ojos,  porque el lenguaje de las formas es diferente del del cerebro. 
Entonces llega el momento en que se cumple la transformación: los hombres que te rodean se convertirán en espectros. Los que has amado se convertirán de golpe en larvas. Incluso tu propio cuerpo. 
No se puede imaginar soledad más terrible que la del peregrino en el desierto, y quien no sabe encontrar el manantial de agua viva en él, se muere de sed. 

Todo lo que te digo se encuentra en los libros de los hombres piadosos de todos los pueblos: el advenimiento de un nuevo pueblo, la vigilia, la victoria sobre el cuerpo y la soledad. Y, sin embargo, un abismo infranqueable nos separa de esas gentes piadosas: creen que se acerca el día en que los buenos entrarán en el paraíso y los malos serán arrojados en el infierno. Nosotros sabemos que llegará un tiempo en que muchos se despertarán y serán separados de los durmientes, que no pueden comprender lo que significa la palabra vela. Sabemos que no existe el bueno ni el malo, sino sólo el justo y el falso. Creen que velar significa mantener los sentidos lúcidos y los ojos abiertos durante la noche, de modo que el hombre pueda hacer sus oraciones. Nosotros sabemos que la vigilia es el despertar del Yo inmortal y que el insomnio del cuerpo es una consecuencia natural. Creen que el cuerpo debería ser abandonado y despreciado porque es pecador. Nosotros sabemos que no hay pecado; el cuerpo es el principio de nuestra obra, y hemos bajado a la Tierra para convertirlo en espíritu. Creen que deberíamos vivir en la soledad con nuestro cuerpo para purificar el espíritu. Nosotros sabemos que nuestro espíritu debe ante todo ir a la soledad para transfigurar el cuerpo. 

Tú debes elegir el camino a tomar: el nuestro o el suyo. Debes obrar según tu propia voluntad. 
No tengo derecho a aconsejarte. Es más saludable coger por propia decisión el fruto amargo de un árbol que ver colgado un fruto dulce aconsejado por otro. 
Pero no hagas como muchos que saben que está escrito: examinarlo todo y conservar sólo lo mejor. Hay que andar, no examinar nada y retener lo primero que viene."

Gustav Meyrinck

De la novela Le Visage Veri
Tomado del libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier, El retorno de los brujos, página 472



"La luz de la luna cae a los pies de mi cama y se queda allí como una piedra grande, lisa y blanca.  
Cuando la luna llena empieza a encogerse y su lado derecho se carcome - como una cara que se acerca a la vejez mostrando primero las arrugas en una mejilla y perfilándose después - a esa hora de la noche, se apodera de mí una inquietud sombría y angustiosa.  
    No estoy dormido ni despierto, y, en el ensueño, se mezclan mi alma lo vivido con lo leído la vida de Buddha Gotama e incesantemente volvían a repetirse en mi mente, de mil formas, estas frases:  
"Una corneja voló hacia una piedra que parecía un trozo de grasa y pensó: Quizás haya aquí un buen bocado. Pero como la corneja no encontró nada apetitoso, se alejó. Del mismo modo que la corneja que se había acercado a la piedra, abandonamos - nosotros, los seguidores - al asceta Gotama, cuando hemos perdido  placer en él."  
    Y la imagen de la piedra que parece un pedazo de grasa crece monstruosamente en mi mente:  
Camino por el lecho seco de un río y recojo guijarros lisos.  
De color gris-azulado, cubiertos de polvo brillante, sobre los que pienso y recapacito y con los que, sin embargo, no sé que hacer  - y después otros negros con manchas amarillas de azufre,  como petrificados intentos de un niño por imitar unas salamandras toscamente moteadas.  
    Y quiero arrojar estos guijarros lejos de mí, pero una y otra vez se me caen de las manos, y no puedo apartarlos de mi vista.  
    Aparecen a mi alrededor todas las piedras que han jugado un papel en mi vida.  
    Algunas se esfuerzan desmesuradamente por surgir de la tierra a la luz - como grandes cangrejos de color pizarra, subiendo con la marea, empeñados en atraer mi mirada hacia ellos y decirme cosas de importancia infinita.  
    Otros, agotados, vuelven a caer, sin fuerzas, en sus agujeros y  renuncian a hablar. A veces salgo de la oscuridad de estos ensueños y veo de nuevo, por un instante, la luz de la luna sobre la abombada cubierta al pie de mi cama, como una piedra al pie de mi cama, como una piedra grande, lisa y clara, para, tanteando ciegamente, recuperar una conciencia que se diluye, buscando sin descanso la piedra que me atormenta - la que debe estar en algún sitio oculta entre los escombros de mis recuerdos y parece un pedazo de grasa.  
    No lo consigo.  
    En mi interior una obstinada voz afirma una y otra vez con necia tenacidad - incansable como una contraventura que el viento golpeara contra las paredes a intervalos regulares -: que ello no es así, que ésta no es en absoluto la piedra que parece grasa.  
    Y no hay forma de librarme de la voz.  
    Cuando, por centésima vez, objeto que todo esto  es secundario calla entonces por un momento, pero luego, imperceptiblmente, va despertando para volver obstinadamente a comenzar: si, bueno, está bien, pero no es la piedra que parece un pedazo de grasa.  
    Entonces, lentamente, empieza a apoderarse de mí una insoportable sensación de desamparo.  
No sé lo que ha pasado después. ¿He abandonado voluntariamente la lucha, o ellos, mis pensamientos, me han dominado y amordazado?  
    Sólo sé que mi cuerpo yace dormido en la cama y que mis sentidos se han separado y ya nada los une a él.  
    De repente quiero preguntar quién es "Yo"; y es entonces cuando me acuerdo de que ya no poseo órgano alguno con  el  que formular preguntas, y  temo que esa tonta voz vuelve a despertar y comience desde el principio el eterno interrogatorio sobre la piedra y la grasa.  
    Y así me alejo."

Gustav Meyrink
El Golem


"La solemnidad, excelencia, sólo es necedad, como es sabido. Quien no sea capaz de sentir la seriedad en el humor, tampoco será capaz de ver el lado humorístico de la falsa “seriedad” que el hipócrita socarrón tiene por el non plus ultra de la virilidad; una persona así será víctima de los entusiasmos ficticios, de lo que se ha dado en llamar, impropiamente, el “ideal de la vida”. La sabiduría suprema se pasea vestida de Polichinela. ¿Y por qué? Porque todo cuanto ha sido reconocido y analizado como vestidura y sólo como vestidura, incluido el mismo cuerpo, no puede ser necesariamente más que un hábito de bufón. Para todo aquel que tenga por propio al “yo” verdadero, el propio cuerpo, al igual que el de los demás, no serán nada más que un hábito de bufón, ¡nada más! ¿Cree usted que el “yo” podría soportar la existencia en este mundo si el mundo fuese realmente como la humanidad imagina que es...? Bien, podría replicar: a mi alrededor, y no importa adonde miremos, no hay más que horror, sangre y atropello. Mas, ¿por qué sucede eso? Voy a decírselo: todo cuanto compone el mundo exterior se basa en la extraña ley de los signos de “más” y de “menos”... Dios Nuestro Señor, como parece, ha creado el mundo. ¿Se ha preguntado alguna vez si no fue el juego del “yo”? Desde que la humanidad tiene uso de razón ha habido siempre en cada año miles de personas que han vivido en el sentimiento de la llamada “humildad”, ¡falsa, por lo demás! ¿Qué es eso sino “masoquismo” tras la mascarita de una santurronería falaz? A eso llamo en mi idioma el signo “menos”. Y tales signos “menos”, acumulados con el correr del tiempo, actúan como un vacio absorbente en el reino de lo invisible. Eso crea un signo “más" sádico, sediento de sangre y causante de dolor, un huracán de demonios que hacen uso de los cerebros humanos para desencadenar guerras, para provocar la muerte y el dolor; tal como utilizo ahora la boca de un actor consciente para hacer un discurso, excelencia.
Todo el mundo es instrumento, pero nadie lo sabe. Tan sólo el “yo" aislado no lo es; se encuentra en el Imperio del Medio, lejos de los signos de más y de menos. Todo lo demás es instrumento; lo uno es instrumento de lo otro; lo invisible es el instrumento del “yo“."

Gustav Meyrink
La noche de Walpurgis




"La vida no es más que interrogaciones hechas de forma que llevan en sí el germen de la respuesta, y respuestas cargadas de interrogaciones. El que vea en ella algo más es un loco."

Gustav Meyrink
El Golem


"Mi abuelo encontró el descanso eterno en el cementerio de Runkel, una pequeña ciudad ignorada del mundo. Sobre una lápida invadida por una espesa capa de musgo, se pueden leer bajo la fecha ya desvahída cuatro letras doradas inscritas en una cruz, y de un brillo tan intenso que parecen recién grabadas: Vivo. Lo que significa en latín: vivo, me explicaron cuando, aún muy pequeño, leí por primera vez aquella inscripción. Y desde entonces habita en mi alma, como si el mismo difunto me la hubiese gritado desde el fondo de la tumba.
Vivo, vivo ¡extraña inscripción para una lápida! Aún hoy resuena en mí. Me basta con pensar en ella para que aparezca ante mis ojos lo que veía entonces: mi abuelo –a quién nunca llegué a conocer–, que yacía allí, intacto, con las manos plegadas, los ojos claros y transparentes como el cristal, abiertos e inmóviles.
Como un hombre que, en el reino donde todo se descompone, se mantiene incorruptible y espera serenamente la resurrección."

Gustav Meyrink
Las sanguijuelas del tiempo



"No sabíamos mucho de él, aparte de que se llamaba Hieronymus Radspieller y que, año tras año, vivía en un ruinoso castillo en el que había alquilado una planta completa para su exclusivo uso.
Decoró las estancias con un mobiliario antiguo y muy caro. El propietario –un vasco ajado y taciturno–, sirvió durante mucho tiempo a una familia de noble linaje que se fue marchitando en la soledad y melancolía de ese castillo.
Castillo que, por lo demás, el vasco heredó legítimamente. Aquel que traspasaba el umbral de esas estancias acababa por sentirse totalmente desorientado por el súbito cambio: venía de atravesar una región desierta, salvaje, donde no se oía ni el canto de un pájaro y donde cualquier signo de vida parecía ausente: sólo, de vez en cuando, los decrépitos y enmarañados tejos dejaban oír sus gemidos bajo la violencia del viento, en tanto que el lago sombrío, abierto como un ojo que mira al cielo, reflejaba el paso de las blancas nubes.
Hieronymus Radspieller se pasaba casi todo el día en su bote desde el que dejaba caer al agua, suspendido de la punta de un largo y fino hilo de seda, un destellante huevo de metal, como una sonda para medir la profundidad del lago.
Posiblemente trabaje para alguna sociedad geográfica–nos dijimos, cuando una noche, al regreso de una partida de pesca, pasamos algunas horas en la biblioteca que Radspieller había gentilmente puesto a nuestra disposición."

Gustav Meyrink
El cardenal Napellus


"Por lo tanto las máquinas han llegado a ser los cuerpos visibles de titanes producidos por las mentes de héroes empobrecidos. Y como concebir o crear algo quiere decir que el alma recibe la forma de lo que se ve o se crea y se confunda con ella; así los hombres están ya encaminados sin salvación en el sendero que, gradual y mágicamente, los llevará a transformarse en máquinas, hasta que un día, despojados de todo, se encontrarán siendo mecanismos de relojería chirriantes, en perpetua agitación febril, como lo que siempre han tratado de inventar: un infeliz movimiento perpetuo."

Gustav Meyrink
Los cuatro hermanos lunares


"Sabemos que existe un despertar del yo inmortal."

Gustav Meyrink


"Según la tradición, tres hombres descendieron un día al reino de las Tinieblas, uno se volvió loco, y el otro ciego; solo el tercero, el Rabbi Ben Akiba, regresó a su casa sano y salvo, y declaró que allí se había encontrado a sí mismo."

Gustav Meyrink


Vía autónoma hacia la trascendencia


1)     La consideración del Yo como una máscara ilusoria. 


2)     El estado normal de existencia como similar al sueño.

3)    La necesidad de buscar la trascendencia dentro del ser humano.


4)     La equiparación entre el despertar y el “segundo nacimiento”.

5)     La mujer y el sexo como puertas de acceso a la trascendencia.


6)     La orden iniciática.



Gustav Meyrink




"Vuelve a despertarse calladamente en mí la leyenda del Golem espectral, de ese hombre artificial que hace tiempo construyera de materia, aquí en el ghetto, un rabino conocedor de la Cábala, quien lo convirtió en un ser autómata y sin pensamiento, al situar tras sus dientes una mágica palabra numérica. Y del mismo modo que aquel Golem se convertía en una estatua de barro en el mismo segundo en que se quitaba de su boca la sílaba misteriosa de la vida, me parece que todos estos hombres se derrumbarían sin alma en el mismo momento en que se borrara cualquier mínimo concepto, quizás un deseo secundario en alguno, tras borrar de su mente cualquier inútil costumbre, o en otro sólo la oscura espera de algo indeterminado e inconsistente.  
¡Qué enseñanza tan latente y terrible existe en estas criaturas!  
Nunca se las ve trabajar y, sin embargo, están despiertas muy temprano, se levantan con la primera luz de la mañana y esperan conteniendo la respiración -como a un sacrificio que nunca llega.  
Y si alguna vez parece posible que alguien entre en su territorio, algún indefenso del que se puedan enriquecer, cae de repente sobre ellas un temor paralizador que las vuelve a hacer esconderse en sus rincones y mantenerse apartadas y temerosas de cualquier provecho.  
Nadie parece lo suficientemente débil, para que ellas se sientan con el valor suficiente para apoderarse de él.  
"Animales de rapiña, degenerados y sin dientes, a los que se les ha quitado su fuerza y sus armas", dijo Charousek mirándome dubitativo" 

Gustav Meyrink
El Golem




"Y del mismo modo que aquel Golem se convertía en una estatua de barro en el mismo instante en que se quitaba de su boca la sílaba misteriosa de la vida, me parece que todos estos hombres se derrumbarían sin alma en el mismo momento en que se borrara de su mente cualquier mínimo concepto o cualquier inútil costumbre, quizás un deseo secundario en algunos, quizás una oscura espera de algo indeterminado e inconsistente en otros."

Gustav Meyrink
El Golem