Itzjok Leibush Peretz

¿Cómo vive el rey? 

—¡Señores, señores, sabios insondables! 
quiero preguntarles, quiero preguntarles. 
—Pregunta, pregunta, te escuchamos. 
—Respondedme a este interrogante: 
¿cómo bebe té el rey? 
—¿Té? 
Toma un gran terrón de azúcar, 
y le hace un agujerito 
por donde echa agua caliente 
y revuelve, revuelve. 
Hoy así, hoy así 
toma té el rey. 

—¡Señores, señores, sabios insondables! 
quiero preguntarles, quiero preguntarles. 
—Pregunta, pregunta, te escuchamos. 
 —Respondedme a este interrogante: 
¿cómo come papa el rey? 
—¿Papa? 
Levantan un muro de manteca 
y un soldadito con un cañoncito 
dispara a través del muro una papa caliente 
directamente en la boca del rey. 
Hoy así, hoy así 
come papa el rey. 

—¡Señores, señores sabios insondables! 
quiero preguntarles, quiero preguntarles. 
 —Pregunta, pregunta, te escuchamos. 
—Respondedme a este interrogante: 
¿cómo duerme de noche el rey?
—¿Cómo duerme? 
Llenan con plumas una habitación entera, 
arrojan dentro al rey 
y tres batallones 
gritan todo el tiempo: 
¡Silencio, silencio, silencio! 
Hoy así, hoy así 
duerme de noche el rey. 

Itzjok Leibush Peretz



El ayer ya no existe

El ayer ya no existe, 
todavía no hay mañana, 
sólo un trocito de hoy; 
no lo estropeen con lágrimas. 

Mientras les queda vida 
tómense una grapa. 
En el otro mundo, si Dios quiere, 
no van a servirles nada.

Itzjok Leibush Peretz
Este pequeño texto figura en algunas antologías como canción popular anónima y en otras se señala a Jaim Zhitlowski como su autor



Incluso más alto

Durante los diez días que median entre Rosh ha-shone (el año nuevo judío) y Iom Kiper (Día de Expiación, mal llamado Día del Perdón) denominados ¨Tiempo de Slijes¨ (de arrepentimiento), el Nemirover (rabino de la ciudad de Nemirov, en Rusia), acostumbraba  desaparecer cada mañana, a hacerse humo. No se lo veía por ningún lado, ni en la sinagoga, ni en ninguna de las dos academias, ni en los círculos de oración, y menos en su casa, que permanecía abierta, y cualquiera podía entrar o salir, pero robarle nadie le robaba. Su casa permanecía desierta.

¿dónde podría estar el Rebe (rabino en yíddish)?, ¿dónde estaba?, con toda seguridad en el cielo.

¿pocos asuntos que atender y ordenar tiene un rabino en éstos días solemnes en los que hasta los peces tiemblan?

Los hombrecillos judíos keneinore (que no les pegue el mal de ojo, que Dios los proteja), necesitan ganar su sustento, quieren paz, salud, buenas bodas, quieren ser buenos y observantes de la ley de Moisés, pero el pecado es grande, y el diablo observa con mil ojos al mundo de un extremo al otro, y ve, se lamenta y amenaza. ¿y quién sino el Rebe para ayudar?

Así pensaba la gente. Sin embargo un día cayó un litvak (lituano) que se reía, ustedes saben muy bien como son los litvaks, a los libros de ética y moral les prestan poca atención, pero se llenan la boca de sentencias eruditas e ingeniosas.

El litvak lleva un tomo glosado del Talmud, se le salen los ojos de las órbitas, y dice que incluso Moishe Rabeinu (Moisés nuestro maestro) no logró en vida elevarse hasta el cielo, a lo sumo pudo llegar diez puños por debajo.

Andá a discutir con un litvak. Y entonces ¿dónde fue a parar el Rebe?

-vaya uno a saber- dice el litvak, y se pone a hablar (y de eso los lituanos saben bastante) y asume el desafío de desvelar la incógnita.

Esa misma noche, justo después de los rezos vespertinos, se cuela el litvak en el dormitorio del Rebe y se esconde debajo de su cama, dispuesto a esperar hasta que el Rebe regrese de sus rezos del tiempo de Slijes . otro hubiera aprovechado la espera echándose un sueñito, pero un litvak es un litvak y usa la cabeza aprovechando el tiempo para repasar de memoria alguna masejte  (capítulo del Talmud).

Hacia la madrugada el litvak escucha el llamado a los rezos de Slijes, hacía ya algún rato que el Rebe estaba despierto, tal vez una hora, durante la que lo oyó suspirar. Solo aquel que haya podido oir suspirar al Nemirover, sabe cuanto dolor de Israel y cuanto sufrimiento hay  en cada uno de sus suspiros. A uno se le salía el alma al sentirlos. Pero un litvak tiene un corazón de metal y no se conmueve demasiado y sigue bajo la cama del Rebe.

Más tarde el litvak escucha que las camas de la casa comienzan a crujir… y la gente empieza a levantarse y a murmurar alguna que otra palabra en yíddish, y se echan agua sobre las uñas (ritual del lavado matinal de manos). Se escucha también el golpeteo de puertas que se abren y se cierran.

Más tarde salen todos de la casa que vuelve a quedar a oscuras y en silencio, solo se divisa algo de claridad de la luna que se cuela por las rendijas de los postigos.

El litvak confiesa que mientras le tocó estar solo con el Rebe, tuvo un poco de miedo, se le puso la piel de gallina del susto, las raíces de sus gedejas le pinchaban la sien como agujas.

¡casi nada! estar con el Rebe solo y de madrugada en su casa durante los días de Slijes, cuando hasta los peces tiemblan. Pero un litvak es terco y empecinado, podrá temblar de miedo, pero persiste en lo suyo.

Finalmente, el Rebe(que tenga larga vida)se levanta…hace lo que un judío debe hacer (los rezos matinales con tefilin, las filacterias) luego va al ropero y saca un atado con ropa campesina, grandes botas, una casaca y un gorro de piel con una ancha y larga cinta de cuero decorada con hilos de cobre.

El Rebe se viste con esa ropa y lleva una bolsa de la que asoma la punta de una soga. El Rebe sale de la pieza y detrás suyo va el litvak.

Al pasar por la cocina, se inclina y saca de debajo de una cama un hacha que calza en su cinturón y sale de la casa. El litvak tiembla pero no renuncia a seguir al Rebe.

Un temor silencioso, propio de los días solemnes de arrepentimiento, envuelve las calles oscuras del pueblo. Aquí y allá estallan súplicas de algún grupo de personas que oran, o de algún suspiro de enfermo que se cuela por las ventanas.

El Rebe avanza por las callejuelas sosteniéndose de las paredes, escurriéndose entre casa y casa, y el litvak sigue detrás de él y escucha como sus propios latidos se confunden con el ruido de los pesados pasos del Rebe, y así siguiéndolo por detrás, salen del pueblo en dirección al bosque.

El bosquecillo está más abajo del pueblo. El Rebe (tenga una larga vida) se adentra en el bosque unos treinta o cuarenta pasos, se detiene frente a un arbolito y el litvak no sale de su asombre al ver que el Rebe saca el hacha de su cinto y entra a hachar el arbolto, ve como hacha y hacha, siente como cruje la planta que termina desplomándose. El  Rebe la troza, la astilla y hace un atado con la soga, que se echa sobre la espalda, vuelve a enganchar el hacha en el cinto y sale del bosque de regreso al poblado.

Al pasar por una de las calles bajas, se detiene frente a una casucha humilde semiderruida, y polpea en un ventanuco

-¡quién es!- se escucha una voz asustada

-ia- yo, contesta el Rebe en lenguaje campesino

-¿ktá ia?- ¿qué yo? Vuelven a preguntar de adentro, y el Rebe vuelve a contestar en lengua eslava : -Vasil-

-¿ qué Vasil? ¿qué se te ofrece Vasil?

-tengo leña para vender, ¡muy barata!…a mitad de precio.

Y sin esperar respuesta, el Rebe entra a la casa y detrás suyo se desliza el litvak y puede ver, tenuemente iluminado por la grisácea luz del amanecer, que se trata de un hogar muy pobre.

En la cama puede verse a una anciana judía enferma, envuelta en harapos que exclama con voz amarga: ¿comprar??con qué dinero iría yo a comprar?, ¿de dónde sacaría dinero yo que soy una pobre viuda?

-te voy a fiar- le contesta el falso campesino, -en total son solo seis groshn-

-¿de dónde podría pagarte? suspira la pobre viuda

-persona tonta- le contesta el Rebe

-eres una viuda judía pobre y enferma,  te traigo éste poco de leña y estoy seguro que me la vas a pagar, ¿teniendo un Dios tan fuerte y grande como el tuyo te haces problemas por una  estúpida deuda de tan solo seis groshn?

¿y quién habría de encenderme el fuego?, pregunta la viuda suspirando, -¿acaso tengo fuerza para levantarme?, mi hijo no está, se fue a su trabajo-

-también voy a encenderte el fuego- contesta el Rebe, y acomodando la leña en la estufa, recita en medio de un suspiro la primera estrofa del rezo de Slijes…

Después de encender el fuego, y mientras la leña ardía con alegres llamaradas, reza, ya más compuesto la segunda estrofa de Slijes. La tercera estrofa la recita después de cerrar la compuerta de la estufa.

Después de haber asistido a todo eso, el litvak se convirtió en un ferviente discípulo del Nemirover, en su ¨jósid¨, y más tarde, si algún otro josid del Rebe decía que durante las madrugadas del tiempo de arrepentimiento, el Nemirover se elevaba a los cielos, el litvak solía agregar , ya en voz baja y sin reírse:

-incluso, más alto, incluso más alto-

Itzjok Leibush Peretz




La vieja pregunta 

El mundo se hace una vieja pregunta: 
—¿Trai-dim-tadiridi-bom? 
A la que se responde: 
—¡Oy, oy, ta-diridi-bam! 
Pero si alguno argumenta: 
—¡Trai-dim! 
 Sigue en pie entonces 
la vieja pregunta: 
—¿Trai-dim-tadiridi-bom? 
a la que se responde: 
—¡Oy, oy, ta-diridi-bam! 

Itzjok Leibush Peretz


No creas 

¡No creas que el mundo es una taberna 
creada para abrirse paso a la barra con codos y uñas, 
a devorar y emborracharse, mientras otros 
miran desde lejos con ojos vidriosos, 
tragando, desmayados, saliva 
y apretándose el vientre que tiembla convulso! 
¡Oh, no creas que el mundo es una taberna! 

No creas al mundo una bolsa de comercio 
hecha para que el poderoso trafique con los débiles, 
comprando el pudor de las muchachas pobres; 
comprando a las mujeres la leche de sus pechos; a los hombres, 
el tuétano de sus huesos, y a los niños la sonrisa, 
esa rara visita de sus rostros de cera. 
¡Oh, no creas que el mundo es una bolsa de comercio! 

No creas que el mundo marcha a la deriva, 
creado para lobos y zorros, estafa y rapiña; 
y que el cielo es un cortinado para que Dios no vea, 
y que las nubes existen para ocultar tus manos, 
y el viento, para ahogar los gritos salvajes, 
y la tierra, para absorber la sangre de las víctimas. 
¡Oh, no creas que el mundo marcha a la deriva! 

El mundo no es taberna, ni bolsa, ni marcha a la deriva! 
¡Todo es medido y pesado! 
No se evapora una lágrima ni una gota de sangre, 
ni se apaga inútilmente la chispa de ojo alguno! 
Las lágrimas se hacen río; los ríos se hacen mares; 
los mares, un diluvio; las chispas, un rayo. 
¡Oh, no creas que no hay juez ni justicia! 

Itzjok Leibush Peretz o I. L. Peretz


Un jazán para el sábado

A una pequeña aldea 
llegó un jazán a oficiar un sábado. 
Y acudieron a escucharlo 
los tres señores más distinguidos de la aldea: 
uno, un sastrecito, el otro un herrerito 
y el tercero un carrerito. 

Comenta el sastrecito: 
—¡Oy-oy-oy, cómo rezó! 
Como una puntada de la aguja, 
como el deslizarse de la plancha. 
¡Oy, oy, que jazán! 
¡Oy, oy, cómo cantó! 

Comenta el herrerito: 
¡Oy-oy-oy, cómo rezó! 
Como un golpe del martillo, 
como un soplido de la fragua 
¡Oy, oy, que jazán! 
¡Oy, oy, cómo cantó! 

Responde el carrerito: 
¡Oy-oy-oy, cómo rezó! 
Como un silbido del látigo, 
como un tirón de riendas. 
¡Oy, oy, que jazán! 
¡Oy, oy, cómo cantó! 

Itzjok Leibush Peretz








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