M. L. Halpern

Extrañeza entre nosotros 

Callamos. 
Escucho cómo solloza mi ataúd en medio de la casa 
porque es enteramente negro 
y porque no posee siquiera la pequeña ventana 
de la más mísera casa derrumbada 
donde ya nadie vive. 
Y tú, a la leve luz de la lámpara, 
con la cabeza gacha, 
regalas el más trémulo acento a tu vestido negro 
que abraza tu cuerpo casi tan oscuramente 
como a mí mi ataúd, que ahora veo.

M. L. Halpern

La plegaria de un lumpen 

Toma mi talento y dáselo 
a un perro viejo o a un burgués 
que persigue honores 
para que sus amados vecinos lo envidien, 
oh ayúdame, ayúdame, Dios. 

Oh, ayúdame Dios 
a que cuando un atorrante 
me ataque en pleno día 
yo haga retumbar su hocico como una campana, 
oh ayúdame, ayúdame, Dios. 

Oh, ayúdame Dios 
a que mis camaradas, apretando los dientes, 
se pregunten de qué vivo 
mientras yo, precisamente, 
ande con las manos en los bolsillos, 
oh ayúdame, ayúdame, Dios. 

Oh, ayúdame Dios 
a que al santurrón le resulte mi presencia 
tan insoportable y ardiente 
como un tazón de jrein fresco, 
oh ayúdame, ayúdame, Dios. 

Oh, ayúdame Dios 
a que mis palabras hiedan 
como un gato muerto en la basura 
y a que quede desolado el lugar donde yo pise, 
oh ayúdame, ayúdame, Dios. 

Oh, ayúdame Dios 
a que, como una lúgubre danza de putas, 
salte a los ojos de todos mi insolencia 
y a que cada hombre casado me maldiga, 
oh ayúdame, ayúdame Dios 

Oh, ayúdame Dios 
a que yo sea la guadaña 
y yo mismo sea la piedra 
y a que escupa sobre el mundo, 
sobre ti y sobre mí mismo, 
oh ayúdame, ayúdame, Dios. 

M. L. Halpern



Memento morí 

.y si Moishe Leib, el poeta, les contara 
que vio a la muerte sobre las olas 
como se ve uno mismo en un espejo 
y precisamente de mañana, a eso de las diez, 
acaso han de creerle a Moishe Leib? 
¿Y que Moishe Leib saludó a la muerte desde lejos con la 
y le preguntó cómo le iba 
y precisamente cuando miles de personas 
se alegraban en el agua salvajemente con la vida, 
acaso han de creerle a Moishe Leib? 
¿Y si Moishe Leib les jurara con lágrimas en los ojos 
que la muerte le atraía tanto 
como a un enamorado en la noche 
lo atrae la ventana de la mujer que adora, 
acaso han de creerle a Moishe Leib? 
¿Y si Moishe Leib les pintara a la muerte 
ni gris ni oscura sino hermosamente colorida 
tal como se le apareció a eso de las diez 
allá lejos, sola, entre las olas y el cielo, 
acaso han de creerle a Moishe Leib? 

M. L. Halpern



Mi inquietud de lobo 

Mi inquietud de lobo y mi serenidad de oso; 
la ferocidad aúlla dentro de mí, el hastío atiende. 
Yo no soy lo que pienso ni soy lo que quiero; 
soy el hechicero y el encantamiento. 
Soy un enigma que se atormenta a sí mismo; 
un hombre con agilidad de viento, atado a una piedra. 
Soy el sol del estío y el frío del invierno; 
soy el elegante opulento que arroja monedas de oro; 
soy el muchachón que anda, la gorra de costado, 
y silbando se roba a sí mismo el tiempo. 
Soy el violín, el tambor y el contrabajo 
de tres músicos ambulantes que tocan por las calles. 
Soy la ronda infantil y el resplandor de la luna; 
soy el simple que siente nostalgias por el país azul. 
Y cuando paso ante un edificio derruido 
soy también la desolación que asoma entre las ruinas. 
Ahora soy el miedo, afuera, ante mi puerta; 
la fosa abierta que me espera en el camino. 
Ahora soy un cirio encendido recordando a un difunto; 
un viejo retrato inútil sobre un muro polvoriento. 
Ahora soy el corazón, la tristeza en una mirada 
que hace un siglo sintió por mí añoranzas. 
Ahora soy la noche que me ordena estar cansado; 
la pesada neblina nocturna; el canto quedo del atardecer; 
la estrella encima mío, arriba, en las alturas; 
el murmullo de un árbol; un son de campanas; una exhalación.

M. L. Halpern o Moyshe-Leyb Halpern o Moishe-Leib Halpern


Noche

Yo pensé, 
a un hombre de mi edad, 
¿qué lo atrae aquí al mar en este atardecer de otoño? 
si ya conoce estas piedras; 
y ¿qué le importa ese humo que se estira 
desde la chimenea de un barco, cielo arriba? 
y ¿qué le importa esa nube que desaparece 
por el borde occidental del firmamento? 
Un niño comienza a ir a la escuela 
y le enseñan a bendecir 
el trozo de pan que sostiene su manita, 
pero ¿quién enseña a un hombre de mi edad 
a deambular a solas 
y a protestar 
a la neblina del espacio nocturno? 
¿al viento que llora como él 
y a la blanca espuma que danza mar afuera 
su eterno baile mortal? 
Oh Guinguelí, inquietud mía, 
llevo la soledad sobre mis huesos 
como lleva herrumbre una vieja espada; 
y tal como un pájaro moribundo cae de su nido 
así cae sobre mí la noche. 
Y eternamente discurro sobre esto conmigo mismo 
como un santo simple le habla al viento por la ventana abierta, 
al mismo viento que ante el libro apagó su vela. 

M. L. Halpern


Porque sí

Moishe Leib se detuvo en medio de la noche 
a meditar el mundo. 
Presta atención entonces a su propio pensamiento: 
alguien le murmura al oído 
que todo está derecho y que todo está torcido 
y que el mundo gira alrededor de todo. 
Tironea Moishe Leib una pajuela con las uñas 
y sonríe. 
¿Por qué? 
Porque sí. 

Así tironea la pajuela en la noche; 
de pronto se le ocurre nuevamente algo. 
Se le piensa, presta atención de nuevo: 
alguien le murmura al oído 
que nada está derecho y que nada está torcido 
y que el mundo gira alrededor de nada. 
Tironea Moishe Leib la pajuela con las uñas 
y sonríe. 
¿Por qué? 
Porque sí. 

M. L. Halpern


Yo y tú

Yo y tu, ni paz ni inquietud; 
gris y rubio que se acercan uno al otro. 

Nos encontramos de improviso, 
como dos mendigos con linternas y cayados, 
deambulando de noche. 

Como dos mendigos, con su atado y su jarra de agua, 
que, como en un espejo, . 
se ven el uno en el otro. 

Levantan una ceja; 
el ojo se enturbia. 
No te amo 
ni me odias. 

M. L. Halpern






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