Nathaniel Hawthorne

"El señor Leach me contó cómo una joven que años atrás él había frecuentado con intenciones matrimoniales, le confesó haber perdido la castidad. Leach había oído rumores acerca de su imprudencia con cierto hombre que la había cortejado en otros tiempos, pero nunca pensó que eso hubiera pasado de una indiscreción fácil de perdonar. Ella había creído inofensivo pasear al lado de este hombre. Y si Leach mencionó el tema fue con el solo propósito de reprenderla amablemente, lo que produjo en la joven una gran agitación. Al acordarse de su falta, se echó a llorar con amargura; probablemente pensaba que Leach conocía lo ocurrido o que lo sospechaba en su totalidad. Ella contó o dejó entrever tantas cosas, que él debió suplicar que no hablase más. «Fue la única vez, señor Leach —lloriqueó ella—, en que me aparté del camino recto». Podría sacarse mucho de una escena así: el asombro del amante al descubrir más de lo que esperaba. El señor Leach me contó esto como si violar en una sola ocasión las reglas de la castidad pudiera no constituir una objeción irremediable para esta joven, que acabó siendo su esposa."

Nathaniel Hawthorne
Cuadernos norteamericanos



"En este mundo, la felicidad, cuando llega, llega incidentalmente. Si la perseguimos, nunca la alcanzamos. En cambio, al perseguir otros objetos, puede ocurrir que nos encontremos con ella cuando menos lo esperábamos."

Nathaniel Hawthorne


"En todo caso, las disposiciones naturales de su alma no habían dejado de acumular nuevo vigor durante ese período de aparente aturdimiento. Según avanzaba el verano abandonó casi por completo su negocio, y permitió que el Padre Tiempo, en la medida en que este se podía encontrar representado por los relojes de bolsillo y de pared que estaban bajo su control, vagara al azar por la vida humana, creando una confusión infinita entre el cortejo de las horas desconcertadas. Malgastaba la luz del sol, como decía la gente, en vagar por los bosques y los campos y recorrer las riberas de los arroyos. Allí, como un niño, se divertía persiguiendo mariposas u observando los movimientos de los insectos en el agua. Había algo verdaderamente misterioso en la intensidad que ponía en la contemplación de esos juguetes vivientes cuando revoloteaban en la brisa, o en el atento examen de la estructura de un insecto imperial que acababa de apresar. La caza de mariposas era un emblema apropiado de la búsqueda ideal a la que había dedicado tantas horas nimbadas de oro. Pero ¿llegarían alguna vez sus manos a plasmar la idea de lo bello como la mariposa que lo simbolizaba? Dulces fueron, sin duda, aquellos días, y agradables para el alma del artista. Estaban llenos de concepciones brillantes que iluminaban su universo intelectual igual que las mariposas iluminan el mundo exterior, y que en ese momento eran reales para él, sin el trabajo duro, las dudas y las múltiples decepciones que lleva consigo el tratar de hacerlas visibles al ojo sensorial. Pero, ¡ay!, el artista, sea en la poesía, o en cualquier otro ámbito, no puede contentarse con el disfrute interior de lo Bello, sino que se ve impulsado a perseguir el misterio fugaz más allá de los límites de ese dominio etéreo, y destruye su frágil presencia al encerrarlo en el ámbito de la materia. Owen Warland sentía la necesidad de dar realidad eterna a sus ideas de manera tan irresistible como cualquiera de los poetas o pintores que habían adornado el mundo con una belleza tenue y ligera, copia imperfecta de sus sublimes visiones.
La noche era ahora el tiempo que dedicaba a la lenta tarea de recrear la idea única que centraba toda su actividad intelectual. Invariablemente, al acercarse el crepúsculo, volvía de forma sigilosa a la ciudad, se encerraba en su taller, y trabajaba con paciente destreza durante muchas horas. A veces, le asustaban los golpecitos en la puerta del vigilante nocturno que, cuando todo el mundo debía estar dormido, había observado el destello de la lámpara a través de las rendijas que dejaban los postigos de la tienda de Owen Warland. Para la sensibilidad mórbida de su alma, la luz del día parecía tener un carácter invasor que podía interferir con sus proyectos. Los días nublados e inclementes, se sentaba con la cabeza entre las manos, arropando, por decirlo así, su sensible cerebro en una bruma de meditaciones indefinidas, pues era un alivio poder escapar de la implacable precisión con la que se veía obligado a moldear sus pensamientos durante su duro trabajo nocturno."

Nathaniel Hawthorne
El artista de lo bello


“La felicidad es como una mariposa que, si la persigues, siempre está justo más allá de tu alcance; sin embargo, si te sentaras en silencio, podría posarse sobre ti.”

Nathaniel Hawthorne


"La naturaleza humana ni florecerá, como tampoco las patatas, si es plantada durante generaciones en el mismo suelo que se agota."

Nathaniel Hawthorne




“La verdad es que en medio siglo, una familia debiera sumergirse en la obscura masa de la humanidad y olvidar por completo a sus antepasados. La sangre humana, para conservarse sana, debe correr por cauces ocultos, igual que el agua de un acueducto es conducida por tuberías subterráneas.”

Nathaniel Hawthorne




“Las abejas se asfixian a veces en la miel que acumulan. De igual manera, algunos escritores se pierden en los conocimientos que han ido reuniendo.”

Nathaniel Hawthorne



“Las caricias son tan necesarias para la vida de los sentimientos como las hojas para los árboles. Sin ellas, el amor muere por la raíz.”

Nathaniel Hawthorne


"Me he recluido; sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir."

Nathaniel Hawthorne
escribió a Longfellow


“No quise ser un médico para vivir de las enfermedades del hombre, ni un clérigo para vivir de sus pecados, ni un abogado para vivir de sus querellas, de modo que no me quedaba otra cosa que ser autor.”

Nathaniel Hawthorne


“Ningún hombre puede tener un rostro privado y otro público sin que al final no sepa cuál de ellos es el verdadero.”

Nathaniel Hawthorne



“¡Qué otra mazmorra es tan oscura como nuestro propio corazón! ¿Qué carcelero es tan inexorable como nuestro propio yo?”

Nathaniel Hawthorne


"Un muchacho, corredor de tabaco, procedente de Morristown, donde hizo buen negocio con el diácono de la corporación de cuáqueros, se dirigía a la aldea de Parker’s Falls, sobre el río Salmón. Tenía un lindo carrito verde, con una caja de cigarros pintada en cada lado, y, en la parte trasera, un cacique indio enarbolando una pipa y una rama de tabaco. El muchacho guiaba una hermosa yegüita, y era un muchacho despierto para los negocios, y por eso mismo apreciado por los yankees, quienes, según les he oído decir, prefieren que los afeiten con una navaja afilada. Era querido, especialmente, por las muchachas bonitas de Connecticut, a las que hacía regalos de su mejor tabaco, pues sabía que las campesinas de Nueva Inglaterra son, por lo general, aficionadas a la pipa. Además, como se verá en el curso de mi relato, el muchacho era preguntón, algo charlatán, siempre ávido de oír noticias y anheloso de repetirlas.
Después de un temprano desayuno en Morristown, el muchacho, cuyo nombre era Dominicus Pike, había hecho siete millas a través de bosques solitarios, sin hablar una palabra con nadie, salvo consigo mismo y con la yegüita mora. Eran ya cerca de las siete, y tenía tantas ganas de un comadreo matutino como tiene un tendero de leer el diario de la mañana. La oportunidad se presentó cuando, después de encender su cigarro con una lupa, vio bajar un hombre de lo alto de la colina a cuyo pie estaba parado el carrito verde. Dominicus notó que traía un atado al hombro, en la punta de un palo, y que avanzaba con paso fatigado pero resuelto. No parecía haber partido con el fresco de la mañana, sino haber caminado toda la noche y estar resuelto a seguir andando todo el día.
—Buenos días, señor —dijo Dominicus, cuando se fue acercando—. Lleva buen trote. ¿Cuáles son las últimas novedades en Parker’s Falls?
El hombre bajó sobre los ojos el ala del ancho sombrero gris y contestó, casi de malhumor, que no venía de Parker’s Falls, nombre que el muchacho había mencionado naturalmente, pues era la meta de su jornada.
—En ese caso—repuso Dominicus Pike— diga las últimas novedades de donde venga. No me empeño en Parker’s Falls. Cualquier sitio es bueno.
Importunado así, el viajero—que era un tipo de tan mala traza como para temer su encuentro en un bosque solitario— pareció dudar un momento, como si buscara novedades en su memoria, o reflexionara sobre la conveniencia de referirlas. Al final, subiendo al estribo del carro, murmuró al oído de Dominicus, aunque hubiera podido gritar, sin que ningún ser humano lo oyera."

Nathaniel Hawthorne
La muerte repetida



"Una vez le vi muy apurado cuando se le pidió que tradujera una línea de español, pero luego se disculpó diciendo que estaba escrito en dialecto y que su español era castellano puro. Sus talentos le reportaron muy buenos resultados en Bridgetown. Raro era el día que no era invitado a cenar en alguna casa, aunque había algunos maliciosos que insinuaban que se colaba de rondón. Sus amigos llevaban su bondad hasta el extremo de regalarle toda clase de prendas y trajes, pero poco antes de marcharnos comenzó a murmurarse sobre un pagaré protestado. En cuanto a eso yo no sé nada, lo que sí sé es que era uña y carne con el Sr. P., hacía muy buenas migas con el Sr. W., era muy íntimo del Sr. R. y por este estilo era el favorito de todo el alfabeto. Yo, ingenuamente, pensaba que esto se debía a las cualidades innatas del patrón, pero algunos decían que era francmasón y me consta que solía usar una jerga, para mí ininteligible, sobre logias, capítulos, maestres, etc.
Una vez llegué a entrever en un rincón de su baúl cierta extraña pieza de tela de forma triangular con varias figuras jeroglíficas estampadas en rojo. Ahora sé más sobre el asunto que entonces; las revelaciones de William Morgan han iluminado a más de uno sobre nociones e ideas que antes les eran tan desconocidos como los secretos de la cábala o los misterios de Eleusis.
Tuvo suerte nuestro Capitán de que el esforzado partido de los antimasones no hubiera sido todavía ideado por la mente del viejo Morgan. Fueron éstos hombres justos y valientes que lucharon bravamente —aunque algunos insinúan que el castillo que atacaron no era más que el cajón de un titiritero—, y no cejaron en su demanda del cuerpo del mártir asesinado hasta que se toparon aterrorizados con lo que parecían dientes de dragón prontos a brotar una cosecha de hombres armados, mientras otros afirman que no se trataba más que de unos pocos fragmentos de huesos que ciertos mocetes se habían divertido haciendo rechinar. Ya fuera por sus excentricidades, ya por su francmasonería, el caso es que nuestro camarada prosperó. Si fue por lo primero, debía estar agradecido a la naturaleza por sus dones y a la instrucción y a la confianza por rematar la obra; si fue por lo segundo, de lo que debía dar gracias es de que todavía no se hubiera inventado la antimasonería.
También debía estar yo agradecido a la naturaleza por haberme concedido el don de saber escuchar, pues las batallitas del Capitán eran a menudo muy emocionantes y despejaban la sala más aprisa que la lectura del Acta de Sedición ante una reunión ilegal. Pero yo permanecía allí, hundido en mis reflexiones, con el cigarro en la boca, aparentando escuchar muy atento; así que me gané la amistad del Capitán y tuve participación en algunas de las ventajas que le proporcionaban sus amigos, su ingenio o los dioses."

Nathaniel Hawthorne
El relato de un corsario yanqui