Stephen Crane

"A veces miraba a los soldados heridos con envidia. Le parecía que las personas con cuerpos lacerados debían ser peculiarmente felices. Deseaba que él también hubiera podido ostentar una herida, un rojo emblema del valor."

Stephen Crane


"Cuando llegó la noche, las olas blancas iban acompasadamente de acá para allá a la luz de la luna, y el viento trajo a los hombres de la playa el sonido de la gran voz del mar, y ellos sintieron que ahora podían ser sus intérpretes."

Stephen Crane



"Cuando un hombre llega a pensar que la naturaleza no lo considera importante y que, según ella, no sería una mutilación para el universo desprenderse de él, su primera intención es de arrojar ladrillos contra el templo, y aborrece profundamente el hecho de que no haya ni ladrillos ni templos."

Stephen Crane




"Descubrió que había actuado como un bárbaro, como una bestia. Había luchado como un pagano en defensa de su fe."

Stephen Crane




"El corresponsal se preguntaba sinceramente, en nombre del sano juicio, cómo era posible que hubiese gente que considerase divertido remar en un bote. No era una diversión; era un castigo diabólico, y hasta un genio en aberraciones mentales no podría inferir jamás que se tratase de otra cosa que de un horror para los músculos y un crimen contra la espalda."

Stephen Crane


"El hombre rugió e hizo girar sus revólveres en todas las direcciones. El perro del cantinero de la cantina de los Caballeros Cansados no había captado el desarrollo de los acontecimien­tos. Todavía seguía dormitando frente a la puerta de su dueño. A la vista del perro, el hombre se detuvo y alzó su revólver con expresión jocosa. A la vista del hombre, el perro se levantó de un salto y se alejó en diagonal, malhumorado y gruñendo. El hombre lanzó un alarido y el perro emprendió un galope. Cuando se disponía a entrar en un callejón se produjo un fuerte ruido, un silbido y algo hizo saltar la tierra justo frente a él. El perro aulló y, girando aterrorizado, se precipitó al galope en una nueva dirección. Se produjo nuevamente un ruido, un silbido y la arena chispeó perversamente frente al perro. Agobiado por el miedo, el perro dio vueltas y se agitó como un animal acorralado. El hombre se quedó riendo, con las armas apoyadas contra las caderas.
Finalmente, el hombre se sintió atraído por la puerta cerrada de la cantina de los Caballeros Cansados. Se dirigió hacia ella y, golpeándola con un revólver, pidió bebida.
Como la puerta permaneciera imperturbable, levantó un pedazo de papel de la calle y lo clavó en el marco con un cuchillo. Luego volvió la espalda con desdén a ese popular punto de reunión y, caminando hacia el lado opuesto de la calle, rápida y ágilmente giró sobre sus talones y disparó en dirección al pedazo de papel. Erró el blanco por media pulgada. Se maldijo a sí mismo y se alejó. Más tarde, disparó tranquilamente una descarga cerrada contra las ventanas de su amigo más íntimo. El hombre se divertía con este pueblo; era, para él, un juguete.
Pero, con todo, nadie había aceptado su de­safío. El nombre de Jack Potter, su viejo antagonista, le vino a la mente, y llegó a la conclusión de que sería agradable dirigirse a la casa de Potter y obligarlo, mediante un bombardeo, a salir y pelear. Se puso a caminar en dirección a su meta, ento­nando un canto de guerra apache.
Cuando llegó allí, la casa de Potter presentaba el mismo frente silencioso que habían presentado los otros adobes. Tomando una posición estratégica, el hombre lanzó un grito de desafío. Pero la casa lo contemplaba como podría haberlo hecho un dios de piedra. No dio señales de vida. Después de una módica espera, el hombre lanzó otros gritos de desafío, matizados con asombrosos epítetos."

Stephen Crane
La novia llega a Yellow Sky


"El panorama le dio seguridad. Era un campo dorado que poseía vida. Era la religión de la paz. Un campo que moriría, si sus tímidos ojos fueran obligados a contemplar la sangre. Imaginó a la naturaleza como una mujer que siente una honda aversión hacia la tragedia."

Stephen Crane


En el desierto
Vi a una criatura, bestial, desnuda
que, encogida sobre la tierra,
sostenía su corazón en ambas manos
y comía de él.
Le dije: —¿Es sabroso, amigo?
—Es amargo. Amargo —respondió.
—Pero me gusta 
porque es amargo,
y porque es mi corazón.

Stephen Crane



Habí­a ante mí­
milla tras milla
nieve, hielo, arena quemante.
Y aun podí­a mirar más allá,
un lugar de belleza infinita;
y podí­a ver la hermosura de ella
que caminó entre la sombra de los árboles.
Cuando miré
todo estaba perdido
salvo este lugar de belleza y ella.
Cuando miré
y en mi mirada, quise,
entonces volvieron otra vez
milla tras milla
nieve, hielo, arena quemante.

Stephen Crane


"Había un hombre con una lengua de madera que intentaba cantar, y en verdad eso era lamentable. Pero hubo uno que oyó el claqueo de esa lengua de madera y supo que el hombre quería cantar. Y con esto el cantante se sintió feliz."

Stephen Crane




"Había muchos que iban apiñados en procesión no sabían adónde; pero, en cualquier caso, el éxito o la calamidad los esperaría a todos en igualdad."

Stephen Crane



"Hay dos clases de grandeza: una viene de tener un alto puesto; otra de tener una alta personalidad."

Stephen Crane





"La artillería resonaba por delante, por detrás y a ambos lados y destrozaba toda idea de dirección. Los mojones del camino habían desaparecido en la creciente oscuridad. El muchacho empezó a imaginar que había llegado al centro de la tremenda lucha y no podía ver la manera de salir de ella. De los labios de los hombres que huían surgían mil preguntas enloquecidas, pero nadie daba respuesta alguna."

Stephen Crane


"La voluntad del capitán de un buque se halla profundamente arraigada en su maderamen, haya comandado un día o una década"

Stephen Crane


"Las órdenes de abrir paso tenían un eco de gran importancia. Los hombres avanzaban hacia el corazón del estruendo. Iban a enfrentarse con el ávido ataque del enemigo. Sentían el orgullo de un movimiento de avance cuando el resto del ejército parecía tratar de deslizarse carretera abajo. Empujaban a los equipos a su paso con un noble sentimiento de que nada valía la pena mientras su columna llegara al frente a tiempo. Esta importancia daba a sus caras un aire austero y grave. Y las espaldas de los oficiales se hallaban rígidas.
Mientras el muchacho los miraba, el peso negro de su desolación volvió a caer sobre él. Sintió que estaba observando una procesión de seres escogidos. La separación era tan grande para él como si hubieran marchado con armas hechas de llamas y banderas de rayos de sol. Nunca podría ser como ellos. Lleno de añoranza, hubiera podido llorar.
Rebuscó en su mente para hallar una maldición adecuada a la causa indefinida, aquello sobre lo cual los hombres hacen recaer las palabras de la culpa final. Aquello, fuera lo que fuera, era responsable por él, se dijo. Aquello tenía la culpa.
La prisa de la columna para llegar a la batalla le parecía al desolado muchacho que era algo mucho más noble que luchar obstinadamente. Los héroes, pensó, podrían hallar excusas en aquel largo e hirviente sendero. Podrían retirarse con perfecta dignidad y excusarse con las estrellas.
Se preguntó qué cosa habrían comido aquellos hombres para tener tanta prisa en forzar su camino hacia severas probabilidades de muerte. Mientras observaba, su envidia creció hasta que pensó que le gustaría cambiar su vida por la de uno de ellos. Le hubiera gustado poder usar una fuerza tremenda, se dijo, poder salir de sí mismo y hacerse otro, mejor. Rápidas imágenes de sí mismo, aparte de él, y, sin embargo, de él, se le aparecieron; una desesperada figura azul dirigiendo violentas cargas con una rodilla adelantada y la espada rota en alto; una figura azul y determinada, de pie ante un asalto rojo y acero, muriendo serenamente en un lugar elevado ante los ojos de todos. Pensó en el patetismo magnífico de su cuerpo muerto.
Estos pensamientos le elevaron. Sintió el temblor del deseo de guerra. En los oídos sentía el repicar de la victoria. Conoció el frenesí de una rápida carga triunfal; la música de los pies en marcha, las voces agudas, las armas entrechocantes de la columna que pasaba cerca de él le hicieron elevarse en las rojas alas de la guerra. Por unos momentos se sintió sublime."

Stephen Crane
La roja insignia del valor



Muchos demonios rojos

Muchos demonios rojos cayeron rodando de mi corazón
sobre la página.
Eran tan diminutos
que la pluma los pudo hacer papilla.
Y muchos forcejeaban en la tinta.
Era extraño
escribir en este rojo amasijo pegajoso
de cosas salidas de mi corazón.

Stephen Crane


"Ninguno sabía qué color tenía el cielo. Sus ojos miraban horizontalmente y estaban fijos en las olas que se precipitaban hacia ellos. Éstas tenían un tinte de pizarra, excepto en la crestas que eran de un blanco espumoso, y cada uno de los hombres sabía que colores tenía el mar. El horizonte se estrechaba y se ampliaba, se sumergía y se elevaba, y en todo momento las olas, que parecían irrumpir en pico como peñascos, endentaban la línea del horizonte."

Stephen Crane





"No era conveniente llevar a los hombres a posiciones desesperadas, porque en aquellos momentos todos podían sacar repentinamente dientes y garras."

Stephen Crane




"Ojalá tuviésemos una vela -comentó el capitán-. Podríamos probar con mi abrigo en la punta de un remo, y darles así a ustedes dos, muchachos, una oportunidad de descanso. De modo que el cocinero y el corresponsal sostuvieron el mástil y extendieron el abrigo bien abierto; el engrasador timoneaba; y la pequeña embarcación avanzó buen trecho con su nuevo aparejo. A veces, el engrasador tenía que espadillar bruscamente con el remo para evitar que alguna ola grande irrumpiese en el bote, pero, por lo demás, esta forma de navegar resultó un éxito."

Stephen Crane

"Oscuros jinetes vinieron del mar. Era el sonar y repicar lanza y escudo, y chocar y chocar de pezuña y talón, gritos feroces y la onda del cabello precipitada sobre el viento: de tal modo la cabalgata del Pecado. Tres pajaritos en una filase sentaron a meditar. Un hombre pasó cerca de aquel sitio. Entonces los pajaritos se dieron leves codazos. Dijeron: -Este piensa que puede cantar-. Echaron atrás las cabezas de tanto que reían. Con semblantes extrañados lo miraron. Eran muy curiosos, aquellos tres pajaritos en una fila. En el desierto vi una criatura, desnudo, bestial, quien, agazapado sobre el suelo, sostenía su corazón en las manos, y comía de él. Dije: -¿Está bueno, amigo?- -Está amargo-amargo, - contestó; -pero me gusta porque es amargo y porque es mi corazón.- Sí, tengo un millar de lenguas, y novecientas noventa y nueve mienten. Aunque me esfuerzo por usar la una, no cantará la melodía que yo quiero, porque está muerta en mi boca. Una vez llegó un hombre que dijo: -Fórmenme en filas a todos los hombres del mundo.- Y al instante hubo estupendo clamor entre la gente contra de ser formada en filas. Hubo una ruidosa querella, del tamaño del mundo. Permaneció edades enteras; y se derramó sangre por quienes no se pararían en las filas, y por aquellos que languidecieron en las filas. Eventualmente, el hombre llegó a morir, en llanto. Y aquellos que estuvieron en sangriento combate no conocieron la tremenda simpleza. Dios figuró el barco del mundo cuidadosamente. Con la infinita habilidad de ser total maestro construyó el costillar y los velámenes, apuntaló el timón listo para ser gobernado. Se irguió, orgullosamente repasando su obra. Entonces -al tiempo destinado- algo falló, y Dios volteó, atento. Y sí, el barco esta vez, resbaló maliciosamente, bajando en sagaz viaje silencioso el botadero. Así, por siempre a la deriva, fue por los mares efectuando travesías ridículas, haciendo extrañas evoluciones, girando como con serios propósitos ante estúpidos vientos. Y en el cielo hubo muchos que se rieron de todo esto. Mística sombra, inclinada junto a mí, ¿quién eres? ¿de dónde vienes? Y -dime- ¿es amable o amarga la verdad como comer lumbre? ¡Dímelo! No temas que yo pueda temblar, pues soy valientes -Me atrevo. Así que, ¡dímelo! Miré aquí; miré allá; en ninguna parte pude ver a mi amor. Y -esta vez-estaba en mi corazón. En verdad, entonces, no tengo queja, pues aunque ella sea hermosa y más hermosa, no es tan hermosa como lo es en mi corazón. Me paré sobre un lugar alto, y vi, abajo, muchos demonios corriendo, brincando, y parrandeando en pecado. Uno miró para arriba, carcajeó y dijo: -¡Camarada! ¡Hermano!- Podría el mundo completo rodar vacío, Dejando terror negro, noche ilimitada, ni Dios, ni persona, ni lugar donde estar serían para mí esenciales, si tú y tus blancos brazos estuvieran allí, y la caída al desastre fuese un largo camino."

Stephen Crane
Los jinetes negros




"Quien puede cambiar sus pensamientos puede cambiar su destino."

Stephen Crane


"Resultaría difícil describir la sutil fraternidad humana que se había establecido allí sobre el mar. Nadie dijo que así fuera. Nadie la mencionó. Pero estaba presente en el bote, y cada uno de los hombres sentía que lo reconfortaba. Constituían, en su conjunto, un capitán, un engrasador, un cocinero y un corresponsal, y eran amigos, amigos hasta un punto más singularmente entrañable de lo que puede ser corriente."


Stephen Crane

"Si cambias tu pensamiento, cambias tus emociones.

Si cambias tus emociones, cambias de actitud.
Si cambias de actitud, cambias tu vida.
Si cambias tu vida, cambias tu destino."

Stephen Crane






"Todo pecado es el resultado de una colaboración."

Stephen Crane


Un hombre le dijo al universo:
«¡Señor, yo existo!».
«Y sin embargo», respondió el universo,
«ese hecho no me ha inspirado obligación alguna».

Stephen Crane
Tomada del libro La ecuación de Dios de Michio Kaku, página 7



Un periódico

Un periódico es una colección de injusticias a medias
que, voceada por muchachos milla tras milla,
difunde su curiosa opinión
ante un millón de hombres compasivos y burlones,
mientras las familias abrazan los goces del hogar
cuando las estimula una noticia de horrenda agonía solitaria.
Un periódico es un tribunal
donde cada uno es procesado de modo amable e injusto
por una mezquindad de hombres honestos.
Un periódico es un mercado
donde la sabiduría vende su libertad
y los melones son coronados por la multitud.
Un periódico es un juego
en que el jugador logra la victoria gracias a su error,
mientras que otro, por su destreza, recibe la muerte.
Un periódico es un símbolo:
es la crónica casquivana de la vida,
una colección de chismes vulgares
que concentran eternas estupideces,
de esas que en épocas remotas vivían ininterrumpidamente
vagando a través de un mundo sin cercas ni barreras.

Stephen Crane


"Tú dices que eres santo, y eso porque no te he visto pecar. Ay, pero existen aquellos que te ven pecar, amigo mío."

Stephen Crane


"Un periódico es una colección de injusticias a medias que, voceada por muchachos milla tras milla, difunde su curiosa opinión."

Stephen Crane






"Un profeta verídico, al predecir una inundación, debería ser el primero de los hombres en subirse a un árbol."

Stephen Crane


Un sabio

Un sabio se me acerco una vez.
Dijo: “Yo conozco el camino —ven”.
Y yo me llene de gozo.
Nos apresuramos los dos.
Pronto, muy pronto nos encontramos
donde los ojos no me valían para nada,
y desconocía el rumbo de mis pies.
Me aferre a la mano de mi amigo;
pero al fin el grito: “Estoy perdido.”

Stephen Crane



"Una de las peculiares desventajas que ofrece el mar está en el hecho de que, luego de haber logrado pasar una ola, se descubre que hay otra detrás, tan importante como la anterior y que posee la misma impaciencia nerviosa por hacer algo eficaz con relación a las embarcaciones a punto de naufragar."

Stephen Crane


"Y era como si el destino hubiera traicionado al soldado. Una vez muerto, descubría a sus enemigos la pobreza que durante su vida él había, quizá, ocultado a sus amigos."

Stephen Crane


Yo vi a un hombre persiguiendo al horizonte

Yo vi a un hombre persiguiendo al horizonte;
corrían y corrían dando vueltas.
Yo me quede pasmado.
Lo increpe al hombre.
“Es inútil”, le dije,
“nunca podrás—”
“Mentira”, grito,
y siguio corriendo.

Stephen Crane