Alexandros Panagoulis

"¿Amarles aún? ¡Amarles más, querrás decir! ¿Cómo se te ha podido ocurrir semejante pregunta? ¿No creerás que identifico a la humanidad con las bestias de la policía militar griega? ¡Pero se trata de un puñado de hombres! ¿No te dice nada que en todos estos años hayan sido siempre los mismos? ¡Siempre los mismos! Mira: los malos son una minoría. Y por cada malo hay mil, diez mil buenos: sus víctimas. Aquellos por quienes hay que luchar. ¡No se puede, no se debe ver todo tan negro! ¡He encontrado tanta gente buena en estos cinco años incluso entre los policías. ¡Sí, sí! ¡Piensa en los soldaditos que arriesgaban la piel para llevar mis cartas, mis poesías, fuera de la prisión! ¡Piensa en todos los que me han ayudado en las tentativas de fuga! Piensa en los médicos que me hicieron llevar al hospital y ordenaban a los guardias que no me ataran por los tobillos a la cama. «No puedo hacerlo», respondían los guardias. Y los médicos: «¡Esto no es una cárcel! ¡Esto es un hospitaaal!» ¿Y el tal Panayotidis que participaba en las torturas y me escupía siempre encima? Un día se acercó a mí muy confuso y me dijo: “Alekos, lo siento. He hecho lo que me mandaban hacer. Lo hubiera hecho aunque se hubiese tratado de mi padre.  No tengo el valor de negarme. Perdóname, Alekos». Oh, el Hombre..."

Alexandros Panagoulis


"El Hombre nace para ser bueno y que más a menudo es bueno que malo. Y mira: a mí, para aceptar a los hombres, me basta aquello que me sucedió cuando estaba en el hospital después de la tentativa de asesinarme con el jergón en llamas. Había en aquella sala una anciana asistenta. Una de esas viejas que friegan los suelos y limpian los lavabos. Un día se me acercó, me acarició la frente y me dijo: “¡Pobre Alekos! ¡Estás siempre solo! ¡Nunca hablas con nadie! Esta tarde vengo aquí, me siento a tu lado, y me cuentas cosas, ¿eh?» Luego se dirigió a la puerta y allí la  detuvieron los guardias que se la llevaron. No vino aquella tarde. Yo la esperé, pero no vino. No la vi más. Nunca he sabido qué le hicieron y...."

Alexandros Panagoulis


"En la cárcel no tenía un medio más eficaz para expresar mi disgusto,  mi desprecio, y para demostrarles que no podían doblegarme. Ni  aunque fuera un detenido. Rebelándome a través de la  huelga de hambre  tenía la sensación de no estar solo y ofrecer algo a la causa de Grecia. Pensaba que si mantenía una actitud firme, valerosa, los soldados, los guardias y los mismos oficiales comprenderían que yo estaba allí representando a un pueblo decidido a vencer. Además, muchas de las huelgas de hambre que hice en la cárcel estaban provocadas por el comportamiento de que hacían gala respecto a mí. Me negaban hasta un periódico, un libro, un lápiz, un cigarrillo. Y para conseguir un periódico, un libro, un lápiz, un cigarrillo, rechazaba la comida. Durante días y días. Hice una huelga que duró cuarenta y siete días, otra que duró cuarenta y cuatro, otra cuarenta, otra treinta y siete, dos de treinta y dos, una de treinta, cinco entre veinticinco y treinta días... Hice muchas. Y, pese a ello, nunca dejaron de pegarme. Nunca. Recibí muchos golpes en aquella celda. Las costillas que me rompieron cuando me pegaban con barras de hierro apenas están curadas."

Alexandros Panagoulis



 "No creo en Dios. Si me hablas de Dios, te daré la respuesta de Einstein: creo en el Dios de Spinoza. Llámalo panteísmo, llámalo como te parezca. Y si me hablas de Jesucristo, te diré que me parece bien porque no lo considero hijo de Dios sino hijo de los hombres. El solo hecho de que su vida haya estado inspirada por la voluntad de aliviar el dolor humano, el solo hecho de que haya sufrido y muerto por los hombres y no por la gloria de Dios, me basta para considerarlo grande. El más grande de todos los dioses inventados por el Hombre. Verás, el hombre no puede prescindir de la idea del amor porque no puede vivir sin amor. Yo he recibido mucho odio en la vida, pero también he recibido mucho amor. De niño, por ejemplo. Fui un niño feliz porque crecí en una familia en que nos amamos mucho. Pero no era solo una cuestión de familia. Era una cuestión... ¿como decirlo? De descubrimientos. Por ejemplo, durante la ocupación  italiana nos habíamos refugiado en la isla de Leucade donde había muchos soldados italianos. Me llamaban siempre: «¡Pequeño, pequeño, pequeño!»,y me regalaban algo: una chocolatina, una galleta. Mi padre, oficial del ejército, no quería que lo aceptase y pretendía que tirase aquellos regalos. Mi madre, en cambio, no: «Cógela y da las gracias». Mi madre sabía que no lo hacían para insultarme sino para ser amables. Sabía que no eran soldados malos sino hombres buenos. He sido menos feliz luego, de mayor. No es fácil sentirse completamente feliz cuando te das cuenta de que a los demás no siempre les importan las mismas cosas que te importan a ti. Y cuando veía a mis coetáneos indiferentes a los problemas de la vida, yo...  bueno, no era capaz de ser feliz. Como hoy."

Alexandros Panagoulis


"No lloro. Yo no lloro. Yo me conmuevo. La amabilidad me conmueve. La bondad me conmueve. Y ahora estoy conmovido."

Alexandros Panagoulis


"No soy comunista, si es esto lo que quieres saber. Nunca podría serio, puesto que rechazo los dogmas. Donde hay dogma no hay libertad, y, además, a mí los dogmas no me van. Ni los dogmas religiosos ni los político-sociales. Y aclarado esto, me es difícil colocarme un distintivo y decir que pertenezco a ésta o a aquella ideología. Sólo puedo decirte que soy un socialista; en nuestra época es normal, yo diría que inevitable, ser socialista. Pero cuando hablo de socialismo, hablo de un socialismo aplicado en régimen de libertad total. La justicia social no puede existir si no existe la libertad. En mi opinión, son dos conceptos inseparables. Y ésta es la política que me gustaría hacer si en Grecia tuviésemos una democracia. Esta es la política que me ha seducido siempre. Si perteneciese a un país democrático, creo incluso que me hubiera dedicado a la política; porque lo que ahora hago o lo que he hecho hasta ahora no es política: es sólo un flirt con la política. Y a mí me gusta flirtear, sí, pero el amor me gusta mucho más. Hacer política en una democracia se convierte en algo tan bello como hacer el amor con amor. Y ésta es mi desgracia. Mira, hay hombres capaces de hacer política sólo en tiempo de guerra, es decir, en circunstancias dramáticas, y hay hombres capaces de hacer política sólo en tiempo de paz, es decir, en circunstancias normales. Paradójicamente, yo pertenezco a los segundos. En resumen, entre Garibaldi y Cavour, prefiero a Cavour. Pero hay que comprender que desde el momento en que la Junta se hizo con el poder ni yo ni mis compañeros habíamos hecho política. Ni la haremos hasta que sea derrocada. No debemos ni podemos hacer política a menos que contemos con  una fuerza operante. Y esta fuerza operante es la resistencia, es decir, la lucha."

Alexandros Panagoulis


"(Ser un hombre) significa tener valor, tener dignidad. Significa creer en la humanidad. Significa amar sin permitir que un amor se convierta en un ancla. Y significa luchar. Y vencer. Mira, más o menos lo que dice Kipling en aquella poesía titulada «Si». Y para ti, ¿qué es un hombre?"

Alexandros Panagoulis



"Si hablas de palizas serias, el 25 de octubre de 1972: al trigésimo quinto día de una huelga de hambre. Vino Nicholas Zakarakis, el director de la cárcel de Boiati, y yo estaba tendido en el jergón. Ya no tenía fuerzas y casi no podía respirar. De todas maneras, empezó á insultarme y a decir que me habían pagado por el atentado a Papadopoulos y que había colocado el dinero en Suiza. Y no me dio la gana de callar. Reuní la escasa voz que me quedaba y le grité: «Malacas! Puerco Malakas!» Malakas, en griego, es una palabra fea. Zakarakis reaccionó con tal lluvia de golpes que aún me molesta recordarlo. Habitualmente, yo me defendía. Pero aquel día no podía mover un dedo y... También el 18 de marzo me propinaron otra paliza. Me habían atado a la cama y me golpearon durante hora y media. Cuando el doctor Zografos levantó la sábana y vio mi cuerpo, cerró los ojos horrorizado. Era un cuerpo negro como la tinta, de la cabeza hasta los pies. Me habían golpeado sobre todo sobre los pulmones y los riñones, y durante dos semanas escupí sangre y oriné sangre. ¿Cómo quieres que me encuentre bien ahora? Además, lo de orinar sangre se debe a otra cosa que me hicieron durante el interrogatorio."

Alexandros Panagoulis
entrevista de Oriana Fallaci, Atenas 1973


"Siempre he sido un republicano, naturalmente, y no seré precisamente yo quien llore por Constantino. Además, creó las condiciones para ser expulsado del país cuando forzó a Papandreu a dimitir, en julio de 1965. No me interesa subrayar si Constantino me gusta o no. Me interesa saber si Constantino es útil en la lucha contra la Junta. Quizá sí. Porque tal vez Constantino tiene todavía influencia en algunas secciones del ejército; entre los oficiales sobre todo. Hoy por hoy no lo podemos ignorar. Y tampoco podemos plantear su problema. Ahora es un enemigo de la Junta y no tiene otra salida que la de continuar siendo un enemigo de la Junta."

Alexandros Panagoulis



Una cerilla por pluma
sangre derramada en el suelo como tinta,
como papel la envoltura de una venda olvidada
pero ¿qué escribo?
tal vez no tenga tiempo más que para mi dirección
¡qué raro!, la tinta se ha coagulado,
os escribo desde una cárcel
de Grecia.

Alexandros Panagoulis


Viaje

Viajo por aguas desconocidas en una nave
semejante a millones de otras naves
que vagan por océanos y mares,
siguiendo rutas y ateniéndose a horarios perfectos.
Y muchas más,
también muchas más
amarradas en los puertos.
Durante años he cargado esta nave
con todo lo que me daban
y que yo tomaba con gozo sin límites.
Luego,
lo recuerdo como si fuera hoy,
la pintaba con colores radiantes
y permanecía atento
para que en ningún lugar cayera una mancha.
La quería bella para mi viaje.
Y después de haber esperado tanto, tanto
llegó por fin la hora de zarpar.
Y zarpé...
... El tiempo pasaba y yo
comenzaba a trazar la ruta,
pero no como me dijeron en el puerto,
pues la nave me parecía distinta entonces.
Así mi viaje
ahora lo veo diferente.
Sin ansia de atraques ni de comercios,
la carga me parecía inútil.
Pero continuaba viajando,
conociendo el valor de la nave,
conociendo el valor que transportaba...

Alexandros Panagoulis



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