José Vasconcelos Calderón

"Al caminar por la acera irregular de una calle de barrio se cruzaban palabras triviales de las que no queda más recuerdo que el regocijo profundo de dos que, con andar juntos, se sienten dichosos. Los transeúntes los obligaban a separarse, pero las risas que seguían a sus frases eran como un lazo casi físico que les mantenía unidos mientras pasaba entre ellos la gente. Él se adelantaba, volviendo el rostro para mirar la figura esbelta, vestida de negro, de su compañera. La calle estaba a media luz, mal alumbrada, casi oscura. De pronto, entre ciertas gentes que pasaban, la silueta negra de la amada desapareció de la vista del hombre. Éste se detuvo, buscándola; desorientado, subió a la acera y se acercó a una puerta ancha y oscura que se veía abierta. En el mismo instante se sintió halado hacia el interior, como si una fuerte corriente de aire le arrebatara hacia adentro: pero no era un soplo de aire, sino algo mucho más suave y al mismo tiempo más poderoso: una fuerza muelle y rápida en la que tuvo que abandonar el cuerpo, sintiéndose ligeramente levantado y arrastrado como dentro de una onda marina, pero en una sustancia más tenue que el agua. La extraña sensación no le causó espanto, a causa del afán que sentía de volver a reunirse con su amiga; pues una rápida asociación de impresiones le hacía comprender que ella también había sido arrastrada por el suave maelstrom hacia el interior del misterioso dintel.
Ya sea porque adentro había poca luz, o bien por la rapidez con que era conducido, no pudo, en los primeros instantes, darse cuenta de los pasos de aquella extraña mansión silenciosa. Sí advirtió que no iba por trayectos regulares; parecía como que atravesaba algunos muros, y aunque no experimentaba ninguna resistencia para avanzar, no volaba, le conducía una especie de fuerza de imán, una corriente imantada. Vagamente pensó entonces que si se dejaba llevar, su corazón obraría dentro de aquella fuerza con impulso propio, y por efecto de afinidad la acercaría, naturalmente, a su amada.
Después de los primeros instantes de turbación, comenzó a observar a su alrededor; sin saber cómo, se encontró en un raro jardín donde no había luna, pero sí una viva luz de estrellas. Y la claridad que daban era de tal suerte transparente, que dentro de ella se descubrían con toda precisión los árboles, los bancos de piedra y los senderos prolongados. Una dulce paz colmaba de bienestar sus sentidos. Se acercó a las cosas pretendiendo tocarlas y sintió que las penetraba, pero sin deshacerlas ni deshacerse en ellas; estaba como en el interior de todo, y, sin embargo, cada objeto conservaba su perfil y su propia sustancia. Todo estaba hecho de una luz que no por ser más o menos fuerte borraba las diversas imágenes. Una luz que penetraba a lo hondo, sin disolver la envoltura de las cosas. Transparente y rica de matices, la claridad más fuerte dejaba intacta la luz más pálida; todo dentro de una suave luminosidad, dentro de una especie de comunidad de sustancia que permitía estar como metido en cada cosa sin perder la esencia, ni aun las formas propias. Por ejemplo, los árboles tapaban los senderos con sus manchas oscuras, pero al acercarse a ellos no oponían la menor resistencia a la presión; cedían, pero no porque se retirasen o porque desapareciesen; y tampoco daban la impresión falsa de una bola de humo, que al entrar dentro de ella vemos que se deshace y se borra. Al contrario, mostraban una realidad densa y firme. Y así como los objetos no ofrecían resistencia al tacto, sino que se dejaban penetrar hasta su más recóndita esencia, también la pesantez se mostraba vencida, pues iba y venía con ligereza y sin fatiga."

José Vasconcelos
La casa imantada


“Amar es entre todos los sentimientos del alma, el que más se parece a la eternidad, el que más nos acerca a ella.”

José Vasconcelos 


"... Asearás tu cuerpo. Es la única adición que acaso requiere el decálogo y que, según parece, también Platón descuidó, puesto que murió empiojado."

José Vasconcelos Calderón

El desastre
Tomado del libro de Noé de la Flor Casanova, Viajando por el mundo de mis libros, página 95-96


"Cada acto al cumplirse, adquiere condición estática equivalente a la muerte." 

José Vasconcelos Calderón


“Condensar todo el amor de la creación en una sola criatura, eso es el pecado, el peligro y casi la antesala del crimen.”

José Vasconcelos 


"De tal suerte se hizo en el bando latino lo que nadie ni pensó hacer en el continente sajón. Allí siguió imperando la tesis contraria, el propósito confesado o tácito de limpiar la tierra de indios, mogoles y negros, para mayor gloria y ventura del blanco. En realidad, desde aquella época quedaron bien definidos los sistemas que, perdurando hasta la fecha, colocan en campos sociológicos opuestos a las dos civilizaciones: la que quiere el predominio exclusivo del blanco y la que está formando una raza nueva, raza de síntesis, que aspira a englobar y expresar todo lo humano en maneras de constante superación. Si fuese menester aducir pruebas, bastaría observar la mezcla creciente y espontánea que en todo el continente latino se opera entre todos los pueblos y, por la otra parte, la línea inflexible que separa al negro del blanco en los Estados Unidos, y las leyes, cada vez más rigurosas, para la exclusión de los japoneses y chinos de California.
Los llamados latinos, tal vez porque desde un principio no son propiamente tales latinos, sino un conglomerado de tipos y razas, persisten en no tomar muy en cuenta el factor étnico para sus relaciones sexuales. Sean cuales fueren las opiniones que a este respecto se emitan, y aun la repugnancia que el prejuicio nos causa, lo cierto es que se ha producido y se sigue consumando la mezcla de sangres. Y es en esta fusión de estirpes donde debemos buscar el rasgo fundamental de la idiosincrasia iberoamericana. Ocurrirá algunas veces, y ha ocurrido ya, en efecto, que la competencia económica nos obligue a cerrar nuestras puertas, tal como lo hace el sajón, a una desmedida irrupción de orientales. Pero, al proceder de esta suerte, nosotros no obedecemos más que a razones de orden económico; reconocemos que no es justo que pueblos como el chino, que bajo el santo consejo de la moral confuciana se multiplican como los ratones, vengan a degradar la condición humana, justamente en los instantes en que comenzamos a comprender que la inteligencia sirve para frenar y regular bajos instintos zoológicos, contrarios a un concepto verdaderamente religioso de la vida. Si los rechazamos es porque el hombre, a medida que progresa, se multiplica menos y siente el horror del número, por lo mismo que ha llegado a estimar la calidad. En los Estados Unidos rechazan a los asiáticos por el mismo temor del desbordamiento físico propio de las especies superiores; pero también lo hacen porque no les simpatiza el asiático; porque desdeñan y serían incapaces de cruzarse con él. Las señoritas de San Francisco se han negado a bailar con oficiales de la marina japonesa, que son hombres tan aseados, inteligentes y, a su manera, tan bellos como los de cualquiera otra marina del mundo. Sin embargo, ellas jamás comprenderían que un japonés pueda ser bello. Tampoco es fácil convencer al sajón de que si el amarillo y el negro tienen su tufo, también el blanco lo tiene para el extraño, aunque nosotros no nos demos cuenta de ello. En la América Latina existe, pero infinitamente más atenuada, la repulsión de una sangre que se encuentra con otra sangre extraña. Allí hay mil puentes para la fusión sincera y cordial de todas las razas. El amurallamiento étnico de los del norte frente a la simpatía mucho más fácil de los del sur, tal es el dato más importante, y a la vez más favorable, para nosotros, si se reflexiona, aunque sea superficialmente, en el porvenir. Pues se verá enseguida que somos nosotros de mañana, en tanto que ellos van siendo de ayer. Acabarán de formar los yanquis el último gran imperio de una sola raza: el imperio final del poderío blanco. Entre tanto, nosotros seguiremos padeciendo en el vasto caos de una estirpe en formación, contagiados de la levadura de todos los tipos, pero seguros del avatar de una estirpe mejor. En la América española ya no repetirá la Naturaleza uno de sus ensayos parciales, ya no será la raza de un solo color, de rasgos particulares, la que en esta vez salga de la olvidada Atlántida; no será la futura ni una quinta ni una sexta raza, destinada a prevalecer sobre sus antecesoras; lo que de allí va a salir es la raza definitiva, la raza síntesis o raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos y, por lo mismo, más capaz de verdadera fraternidad y de visión realmente universal.
Para acercarnos a este propósito sublime es preciso ir creando, como si dijéramos, el tejido celular que ha de servir de carne y sostén a la nueva aparición biológica. Y a fin de crear ese tejido proteico, maleable, profundo, etéreo y esencial, será menester que la raza iberoamericana se penetre de su misión y la abrace como un misticismo.
Quizás no haya nada inútil en los procesos de la Historia; nuestro mismo aislamiento material y el error de crear naciones nos ha servido, junto con la mezcla original de la sangre, para no caer en la limitación sajona de constituir castas de raza pura. La Historia demuestra que estas selecciones prolongadas y rigurosas dan tipos de refinamiento físico; curiosos, pero sin vigor; bellos con una extraña belleza, como la de la casta brahmánica milenaria, pero a la postre decadentes. Jamás se ha visto que aventajen a los otros hombres ni en talento, ni en bondad, ni en vigor. El camino que hemos iniciado nosotros es mucho más atrevido, rompe los prejuicios antiguos y casi no se explicaría si no se fundase en una suerte de clamor que llega de una lejanía remota, que no es la del pasado, sino la misteriosa lejanía de donde vienen los presagios del porvenir.
Si la América Latina fuese no más otra España, en el mismo grado que los Estados Unidos son otra Inglaterra, entonces la vieja lucha de las dos estirpes no haría otra cosa que repetir sus episodios en la tierra más vasta y uno de los dos rivales acabaría por imponerse y llegaría a prevalecer. Pero no es ésta la ley natural de los choques, ni en la mecánica ni en la vida. La oposición y la lucha, particularmente cuando ellos se trasladan al campo del espíritu, sirven para definir mejor los contrarios, para llevar a cada uno a la cúspide de su destino, y, a la postre, para sumarlos en una común y victoriosa superación.
La misión del sajón se ha cumplido más pronto que la nuestra, porque era más inmediata y ya conocida en la Historia; para cumplirla no había más que seguir el ejemplo de otros pueblos victoriosos. Meros continuadores de Europa en la región del continente que ellos ocuparon, los valores del blanco llegaron al cenit. He ahí por qué la historia de Norteamérica es como un ininterrumpido y vigoroso allegro de marcha triunfal.
¡Cuán distintos los sones de la formación iberoamericana! Semejan al profundo scherzo de una sinfonía infinita y honda; voces que traen acentos de la Atlántida, abismos contenidos en la pupila del hombre rojo, que supo tanto, hace tantos miles de años, y ahora parece que se ha olvidado de todo. Se parece su alma al viejo cenote maya, de aguas verdes, profundas, inmóviles, en el centro del bosque, desde hace tantos siglos que ya ni su leyenda perdura. Y se remueve esta quietud de infinito, con la gota que en nuestra sangre pone el negro, ávido de dicha sensual, ebrio de danzas y desenfrenadas lujurias. Asoma también el mogol con el misterio de su ojo oblicuo, que toda cosa la mira conforme a un ángulo extraño, que descubre no sé qué pliegues y dimensiones nuevas. Interviene asimismo la mente clara del blanco, parecida a su tez y a su ensueño. Se revelan estrías judaicas que se escondieron en la sangre castellana desde los días de la cruel expulsión; melancolías del árabe, que son un dejo de la enfermiza sensualidad musulmana; ¿quién no tiene algo de todo esto o no desea tenerlo todo? He ahí al hindú, que también llegará, que ha llegado ya por el espíritu y aunque es el último en venir parece el más próximo pariente."

José Vasconcelos
La raza cósmica


“El alma es cosa que se siente y es posible creer en ella por experiencia del sentido mismo.”

José Vasconcelos 


“El arte no es una inspiración que nace del hombre, sino un sistema que incorpora al hombre a la ley de su destino en [...]”

José Vasconcelos 


"El conocimiento es sólo una de las representaciones de la existencia." 

José Vasconcelos


“El derecho del vencido, eso es lo que hace falta rescatar. En hacerlo radica la cultura.”

José Vasconcelos 


“El hombre es un anfibio colocado entre el mundo material con su espacio aéreo y el mundo inmaterial hecho con [...]”

José Vasconcelos 


“En las regiones del espíritu no tiene límites el descubrimiento de nuevos mundos.”

José Vasconcelos 


“Es pecado contra el espíritu juntarse por deber cuando no hay atracción de amor.”

José Vasconcelos 


“Hace falta que el amor sea en sí mismo una obra de arte y no un recurso de desesperados.”

José Vasconcelos 


“La acción humana es la que da vida al planeta.”

José Vasconcelos 


“La capacidad para el dolor se desarrolló enormemente con la música, y también la del goce.”
José Vasconcelos 


“La corrupción no vive del ambiente, la difunde como peste el mal gobernante.”

José Vasconcelos 


"La cultura engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral." 

José Vasconcelos 


“La duda es la fiel servidora del sentido común.”

José Vasconcelos 


“La vida es incompatible con la conciencia, pues apenas hay conciencia y enseguida se comprende que nacer es una [...]”

José Vasconcelos 


“Lo invisible, la conciencia, organiza todo lo visible en beneficio de la persona.”

José Vasconcelos 


“Lo que excusa la mezquindad de nuestros actos es que cuando los vivimos, padecemos, y es el caudal del dolor sufrido lo [...]”

José Vasconcelos 



"Muchos términos de marino se habían incorporado a nuestro idioma de arribeños, o sea, de mexicanos de altiplano. Con familiaridad llegábamos a usar el "vírate" en vez de vuélvete, y "banda" por lado, "popa" por trasero; también localismos como "no seas caballo" en lugar de "no seas tonto". Usando el nuevo léxico comentábamos la necesidad de abandonar aquel "fondeadero". En realidad, habíamos pasado año y medio en Campeche, y quizá presentíamos que al salir de ahí quedaría liquidada para siempre la unidad de la familia. En adelante no disfrutaríamos de sosiego. Sin embargo, no nos apenaba la partida. La capital nos fascinaba como a buenos provincianos. La posibilidad de inscribirme en un colegio metropolitano me causaba sobresalto vanidoso.
(...)
Con todo, se acercaba la fecha del examen profesional y era menester presentar una tesis. Ningún tema jurídico me interesaba. La Economía Política la había estudiado como el que más, rebatiendo al catedrático el supuesto carácter de ley que daba a la oferta y la demanda, oponiendo, al Leroy Baulieau del texto, los argumentos socialistas a lo Lasalle y Henry George. Pero aquello era la despensa del edificio científico, tema para las amas de llaves de la inteligencia. Eliminando aquí y allá, llegué, por fin, a la única pregunta que me había interesado en relación con la disciplina jurídica: ¿Qué puesto ocupa ésta en el concierto de las causas? ¿Cuál es la índole íntima del fenómeno jurídico? ¿Qué relación hay entre el acto jurídico y la ley más general de la ciencia, la ley de conservación de la energía? En otros términos, deseaba ensamblar en la doctrina de lo Preparatorio la práctica de Papiniano. Para ello urgía otorgar al Derecho un valor conexo del principio general del saber de la época. Así como para el romano la lógica aplicada a las relaciones sociales dio la norma jurídica, ahora había que buscar un entronque causal y dinámico para explicar las funciones sociales y, más especialmente, los conflictos de apetencia que determinan la necesidad del Derecho."

José Vasconcelos
Ulises criollo



“Nada hay más aburrido en este mundo que un filósofo alemán.”

José Vasconcelos 


“No hay ausencia más punzante que la ausencia de los que se aman, ausencia a veces peor que la muerte.”

José Vasconcelos 


“No se puede enseñar a leer sin dar qué leer.”

José Vasconcelos 


"Por mi raza hablará el espíritu." 

José Vasconcelos



"Pueden parecer pobres nuestras reflexiones ante los demás, aun sin serlo, pero tal juicio no alivia la carga del esfuerzo que cuesta alcanzarlas." 

José Vasconcelos


"Quien más haya menester de una cosa, quien mas ponga en ella apetencia y voluntad, ese debe de ser su dueño." 

José Vasconcelos



"Resulta, sin embargo, difícil conducir el avatar. No siempre acierto en el dominio de la algarada pavorosa, encrespamiento de ambiciones reprimidas desde hace millares de años. Una marejada de anhelos emerge sin término del seno profundo, se derrama y devasta irreprimible. Si por un instante perdiese el control de los ritmos, si me faltare el don de encauzarlos, me arrastrarían, me harían pedazos en el torbellino deshecho. Afortunadamente he logrado apoderarme del secreto mágico que rige el conjunto. Si me fallase esa suerte de freno, si perdiese el pedal y las ondas sonoras se esparcieran rebeldes a la impulsión que les doy hacia lo alto, estoy seguro de que se produciría una catástrofe. El leitmotiv de mi composición es un ritmo que sacude el mundo, y gracias a mi fiat la misma tragedia del scherzo se resuelve sin peligro, se convierte en triunfo de alegría perfecta.
Si atendéis a mi scherzo palparéis allí la operación de un ritmo que tuerce las alas de murciélago de los endriagos, las transfigura y las convierte en aspas y claridad de arcángel. La multitud de seres que se agitará bajo las teclas de mi piano, sale de los bajos fondos, envuelta en giros de danza victoriosa, acrecentada y exaltada en espasmos de dicha.
No hay absurdo en pensar —asintió el filósofo— que si dispusiésemos de una clave para usar el poder del sonido, en seguida lograríamos apresurar muchos procesos cósmicos. La luz obra exteriormente, y, por ejemplo, es capaz de acelerar el crecimiento de las plantas, pero no las modifica el sentido interno del desarrollo. Sólo el sonido podría realizar el cambio molecular indispensable para hacer de un tallo de hierbas un lirio. Porque el sonido determina el sentido del movimiento y podría transformarlo. El juego de discos luminosos, que fue la faena divina de los primeros días de la creación, produjo dispersiones que sólo el sonido es capaz de reintegrar. El poder del Verbo está en su sonoro comando, no en la luz que se fragmenta en imágenes, sino en el ritmo que hace y deshace contornos.
Los magos, imitadores fallidos del poder celestial, jamás descubren la palabra eficaz, ni les alcanzaría el pulmón para enunciarla; sin embargo, aciertan cuando piensan que, en una serie de sésamos, está contenido el secreto que mueve los mundos."

José Vasconcelos
La sonata mágica



"Solo durante el fugaz instante de nuestra participación con lo absoluto podemos afirmar que existimos." 

José Vasconcelos


“Sólo el amor es capaz de producir una humanidad excelsa.”

José Vasconcelos 


"Sólo el espíritu conoce la alegría." 

José Vasconcelos



"Solo lo absoluto merece el acompañamiento de la eternidad." 

José Vasconcelos



“Todo lo valioso de la cultura se funda en proceso de creación, de inventiva, revelación del milagro, que contradicen la historia, la repudian o no la toman en cuenta.”

José Vasconcelos 


“Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía.”

José Vasconcelos


“Un mismo amor mueve las almas y las estrellas.”

José Vasconcelos