Rudyard Kipling

“Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia.” 

Rudyard Kipling


“¡Algo hay escondido! ¡Ve y encuéntralo! ¡Anda y busca tras las montañas: hay algo perdido, perdido y aguardando que tú vayas! ¡Ve!…”


Rudyard Kipling


"Antes de las Altas y Remotas Épocas, oh Queridísimo mío, hubo la Época del Comienzo Mismo, y fue en esos días cuando el Mago Más Anciano dispuso las Cosas. Primero preparó la Tierra; luego preparó el Mar; y luego dijo a todos los Animales que podían salir a jugar."

Rudyard Kipling
El cangrejo que jugaba con el mar


"Armado con el cuchillo (con el cuchillo que usan los hombres), armado con el cuchillo de cazador, me agacharé para recoger mi botín.
Aguas del Waingunga, sed testigos de que Shere Khan me da su piel por el cariño que me tiene. ¡Tira hermano Gris! ¡Tira, Akela! ¡Bien pesada es la piel de Shere Khan!
Furiosa está la manada de los hombres. Apedréanme todos y hablan como chiquillos. Mi boca sangra. Huyamos.
A través de las tinieblas de la noche, de la cálida noche, corred conmigo velozmente, hermanos míos. Dejaremos atrás las luces de la aldea e iremos hacia el sitio desde donde alumbra la luna, que está baja.
Aguas del Waingunga, la manada de los hombres me ha arrojado de su seno. Ningún daño les hice; pero me tenían miedo. ¿Por qué?
Manada de los lobos, también tú me has arrojado de tu seno. La selva se ha cerrado para mí, y cerradas están también las puertas de la aldea. ¿Por qué?
Como Mang vuela entre las fieras y los pájaros, así vuelo yo entre la aldea y la selva. ¿Por qué?
Bailo sobre la piel de Shere Khan, pero mi corazón está triste. Herida, desgarrada tengo mi boca como las piedras que me arrojaron desde la aldea, pero estoy alegre por haber vuelto a la selva. ¿Por qué?
Luchan en mí ambos sentimientos como luchan dos serpientes en la primavera. Brota el llanto de mis ojos, y, sin embargo, río mientras él va corriendo. ¿Por qué?
Hay en mí dos Mowglis; pero la piel de Shere Khan está bajo mis pies. Toda la selva sabe que he dado muerte a Shere Khan. ¡Mirad! ¡Mirad bien, lobos! ¡Ahae! Siento el corazón oprimido por todas las cosas que no llego a entender."

Rudyard Kipling
El libro de la selva


“Asegúrate bien de que a tu lado peleen
los océanos eternos, aunque esta noche
el viento en contra y las mareas
nos hagan su juguete…”

Rudyard Kipling

  

"Charlie hablaba y hablaba; yo, separado de él por millares de años, consideraba los principios de las cosas. Ahora comprendí por qué los Señores de la Vida y la Muerte cierran tan cuidadosamente las puertas detrás de nosotros. Es para que no recordemos nuestros primeros amores. Si no fuera así, el mundo quedaría despoblado en menos de un siglo."



Rudyard Kipling




El cuento más hermoso del mundo


"Copiaron todo lo que podían seguir

pero no podían alcanzar mi espíritu;
por eso los dejé, jadeantes y pensativos,
un año y medio atrás...."


Rudyard Kipling



“Cuando la tripulación y el capitán están cordialmente compenetrados, es preciso un temporal y más que un temporal para lanzar la nave a tierra.” 

Rudyard Kipling


Cuando vayan mal las cosas

"Cuando vayan mal las cosas
como a veces suelen ir,
cuando ofrezca tu camino
solo cuestas que subir,
cuando tengas poco haber
pero mucho que pagar,
y precises sonreír
aun teniendo que llorar,
cuando ya el dolor te agobie
y no puedas ya sufrir,
descansar acaso debes
¡pero nunca desistir!

Cuando vayan mal las cosas
Tras las sombras de la duda
ya plateadas, ya sombrías,
puede bien surgir el triunfo
no el fracaso que temías,
y no es dable a tu ignorancia
figúrate cuán cercano
pueda estar el bien que anhelas
y que juzgas tan lejano.

Lucha, pues por más que tengas
en la brega que sufrir,
cuando todo esté peor,
más debemos insistir.

Si en la lucha el destino te derriba,
si todo en tu camino es cuesta arriba,
si tu sonrisa es ansia satisfecha,
si hay faena excesiva y vil cosecha,
si a tu caudal se contraponen diques,

Date una tregua, ¡pero no claudiques!"

Rudyard Kipling




Después de todo -decía yo en mi argumentación interna- la presencia de la litera es suficiente para demostrar la existencia de una ilusión espectral. Habrá fantasmas de hombres y mujeres, pero no de calcetines y coolies.” 

Rudyard Kipling

“El Gato dijo: ‘No soy un amigo, no soy un criado.
Soy el Gato que camina libre y que desea ir a tu Cueva.”

Rudyard Kipling



 El obediente


"Cada día, aunque ningún oído atendiese,

mis oraciones surgían.
Cada día, aunque ningún fuego descendiese,
hice el sacrificio.
Aunque no se desvaneciera en mí la oscuridad,
aunque no enfrentase menores fuerzas,
aunque no concediesen los Dioses regalo alguno, a pesar de todo,
a pesar de todo, serví a los Dioses."

Rudyard Kipling



"El primer círculo de campos alrededor de cualquier ciudad es siempre notablemente apestoso, pero aquel exceso de olores continuaba en todo el resto de los campos. Salvo por algunas partes cerca de Dacca y de Patna, la superficie de la tierra estaba más densamen­te poblada que en Bengala y era trabajada cinco veces mejor. No había ni una sola parcela sin cultivar, ni ningún cultivo que no llegase al límite máximo de la productividad del suelo. Cebollas, cebada, en peque­ñas lomas entre las lomas de té, judías, arroz y otra media docena de cosas cuyos nombres ignorábamos, nos llenaban los ojos ya cansados por el resplandor de la mostaza dorada. El abono es bueno, pero el tra­bajo manual es mejor. Vimos ambas cosas incluso en exceso. Cuando un campesino japonés ha hecho en su campo absolutamente todo lo que se le ha ocurrido, arranca las malas hierbas tallo a tallo, entre el ín­dice y el pulgar. Es auténtico. Vi a un hombre que lo hacía.
Fuimos en línea recta, por la maravillosa campi­ña, atravesando la llanura en la que se encuentra Kyoto, hasta alcanzar la cadena de colinas en el extremo opuesto, y nos vimos enredados en media milla de amontonamiento de maderas.
Los cultivos y los canales habían desaparecido, y nuestros incansables rickshaws corrían por la ribera de un río ancho y poco profundo sofocado por tron­cos de todos los tamaños. Estoy preparado para creer cualquier cosa de los japoneses, pero no veo por qué la Naturaleza, que según dicen es el mismo Poder des­piadado en todo el mundo, había de mandarles los troncos por los ríos sin que los astillasen las rocas, limpiamente descortezados y con una ranura cortada con precisión a cada extremo para alojar una cuerda. He visto flotar troncos en el Ravi en tiempos de crecida; los troncos eran sacados, con garfios, tan ásperos como un cepillo de dientes. Aquí, ese material llega limpio. En consecuencia, la ranura es un nuevo mi­lagro."

Rudyard Kipling
Viaje al Japón



El rebelde


"Si había reclamado ante Vuestra Puerta

Vida sobre la Tierra,
y, escondido entre las almas que esperan,
fui arrojado de repente al nacimiento-
incluso entonces, entonces incluso, con trampas y cepos
en mi camino esparcidos,
Señor, me he burlado de Vuestros atentos cuidados
antes de unirme a la Muerte.
¿Pero ahora? ...Bajo Vuestra Mano estaba
antes aún de que los planetas se formaran.
Y ahora -aunque los planetas pasen-, permanezco
en donde sé de Vuestra vergüenza."

Rudyard Kipling



“El sol que estaba entonces en su punto más bajo del horizonte daba al agua una coloración purpúrea con destellos de oro en las crestas de las grandes olas adquiriendo tonos azules y verdosos en sus puntos más profundos. Parecía como si cada embarcación de pesca atrajese hacia sí sus propios botes mediante invisibles cadenas.”

Rudyard Kipling
Capitanes intrépidos




El vampiro

Un idiota había que rezaba
(igual que tú y yo)
a un trapo y a un hueso y a un mechón de pelo
(le llamábamos la mujer despreocupada)
pero el idiota te llamaba su dama perfecta-
(igual que tú y yo)

Oh, los años perdidos. las lágrimas perdidas
y el trabajo de nuestra cabeza y mano
pertenece a la mujer que no sabía
(ahora sabemos que no podía nunca saber)
y no comprendíamos.

Un idiota había que sus bienes gastaba
(igual que tú y yo)
honor, fe, una tentativa segura
(y no sólo era eso lo que la señora quería decir)
pero un idiota debe seguir su instinto natural
(igual que tú y yo)

Oh, el trabajo perdido, los tesoros perdidos
y las mejores cosas planeadas
pertenecen a la mujer que no sabía por qué
(ahora sabemos que no sabía nunca por qué)
y no comprendíamos.

El idiota reducido fue a su pellejo idiota
(igual que tú y yo)
lo que puede ella haber visto que le dejó de lado-
(pero no recuerda nadie cuando la dama lo intentó)
así algunos de ellos vivieron, la mayoría han muerto
(igual que tú y yo)

Y no es la vergüenza ni la culpa
que hiere como un tizón al rojo-
se llega a saber que ella nunca supo por qué
(viendo, al fin, que no pudo nunca saber por qué)
y nunca pudimos comprender.

Rudyard Kipling



"En el pueblo todos sabían que Helen Turrell cumplía sus obligaciones con todo el mundo, y con nadie de forma más perfecta que con el pobre hijo de su único hermano. Todos los del pueblo sabían, también, que George Turrell había dado muchos disgustos a su familia desde su adolescencia, y a nadie le sorprendió enterarse de que, tras recibir múltiples oportunidades y desperdiciarlas todas, George, inspector de la policía de la India, se había enredado con la hija de un suboficial retirado y había muerto al caerse de un caballo unas semanas antes de que naciera su hijo. Por fortuna, los padres de George ya habían muerto, y aunque Helen, que tenía treinta y cinco años y poseía medios propios, se podía haber lavado las manos de todo aquel lamentable asunto, se comportó noblemente y aceptó la responsabilidad de hacerse cargo, pese a que ella misma, en aquella época, estaba delicada de los pulmones, por lo que había tenido que irse a pasar una temporada al sur de Francia. Pagó el viaje del niño y una niñera desde Bombay, los fue a buscar a Marsella, cuidó al niño cuando tuvo un ataque de disentería infantil por culpa de un descuido de la niñera, a la cual tuvo que despedir y, por último, delgada y cansada, pero triunfante, se llevó al niño a fines de otoño, plenamente restablecido a su casa de Hampshire.
Todos esos detalles eran del dominio público, pues Helen era de carácter muy abierto y mantenía que lo único que se lograba con silenciar un escándalo era darle mayores proporciones. Reconocía que George siempre había sido una oveja negra, pero las cosas hubieran podido ir mucho peor si la madre hubiera insistido en su derecho a quedarse con el niño. Por suerte parecía que la gente de esa clase estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa por dinero, y como George siempre había recurrido a ella cuando tenía problemas, Helen se sentía justificada —y sus amigos estaban de acuerdo con ella— al cortar todos los lazos con la familia del suboficial y dar al niño todas las ventajas posibles. Lo primero fue que el pastor bautizara al niño con el nombre de Michael. Nada indicaba hasta entonces, decía la propia Helen, que ella fuera muy aficionada a los niños, pero pese a todos los defectos de George siempre lo había querido mucho, y señalaba que Michael tenía exactamente la misma boca que George, lo cual ya era un buen punto de partida. De hecho, lo que Michael reproducía con más fidelidad era la frente, amplia, despejada y bonita de los Turrell. La boca la tenía algo mejor trazada que el tipo familiar. Pero Helen, que no quería reconocer nada por el lado de la madre, juraba que era un Turrell perfecto, y como no había nadie que se lo discutiera, la cuestión del parecido quedó zanjada para siempre.
En unos años Michael pasó a formar parte del pueblo, tan aceptado por todos como siempre lo había sido Helen: intrépido, filosófico y bastante guapo. A los seis años quiso saber por qué no podía llamarle «mamá», igual que hacían todos los niños con sus madres. Le explicó que no era más que su tía, y que las tías no eran lo mismo que las mamás, pero que si quería podía llamarle «mamá» al irse a la cama, como nombre cariñoso y secreto entre ellos dos. Michael guardó fielmente el secreto, pero Helen, como de costumbre, se lo contó a sus amigos, y cuando Michael se enteró se puso furioso."

Rudyard Kipling
La casa de los deseos



“Entrometerse en el desatino del hombre es siempre una faena muy ingrata.” 

Rudyard Kipling


"—Este es el hombre —dijo rápidamente—. Te repito que nunca contará lo que esperas. Sería muy apto para ver cosas. Podríamos fingir que era un juego —nunca he visto tan excitado a Grish Chunder— y hacerle mirar el espejo de tinta en la mano. ¿Qué te parece? Te aseguro que puede ver todo lo que el hombre puede ver. Déjame buscar la tinta y el alcanfor. Es un vidente y nos revelará muchas cosas. —Será todo lo que tú dices, pero no voy a entregarlo a tus dioses y a tus demonios. —No le hará mal, un poco de mareo al despertarse. No será la primera vez que habrás visto muchachos mirar el espejo de tinta. —Por eso mismo no quiero volver a verlo. Más vale que te vayas, Grish Chunder. Se fue, repitiendo que yo perdía mi única esperanza de interrogar el porvenir. Esto no importó, porque sólo me interesaba el pasado y para ello de nada podían servir muchachos."



Rudyard Kipling

El cuento más hermoso del mundo



“Hay dos cosas más grandes que todo lo demás. La primera es el amor y la segunda la guerra... Y como no sabemos en que va acabar la guerra, vida mía, hablemos de amor...” 

Rudyard Kipling


"Imagínense ante la puerta de los tesoros del mundo, guardada por un niño —un niño irresponsable y holgazán, jugando a cara o cruz— de cuyo capricho depende el don de la llave, y comprenderán mi tormento."


Rudyard Kipling

El cuento más hermoso del mundo




"La intuición de una mujer es más precisa que la certeza de un hombre." 

Rudyard Kipling



"La más tonta de las mujeres puede manejar a un hombre inteligente, pero es necesario que una mujer sea muy hábil para manejar a un imbécil." 

Rudyard Kipling


“La oscuridad que conocemos nos fue otorgada como una gracia.” 

Rudyard Kipling




La Providencia ayuda a quienes ayudan a los demás.” 

Rudyard Kipling




“La victoria y el fracaso son dos impostores, y hay que recibirlos con idéntica serenidad y con saludable punto de desdén.” 

Rudyard Kipling



"Las palabras son, por supuesto, la droga más poderosa usada por la humanidad." 

Rudyard Kipling




"Los peores embusteros son los propios temores." 

Rudyard Kipling



"Los Señores de la Vida y la Muerte eran tan astutos como lo había insinuado Grish Chunder."



Rudyard Kipling


El cuento más hermoso del mundo




“Más se aprende de un sabio iracundo que de 20 ganapanes sosegados y laboriosos.” 

Rudyard Kipling



“No admitas nada a priori si no lo puedes verificar.” 

Rudyard Kipling




“No hay mayor placer que el de reencontrar un viejo amigo, salvo quizás el de hacer uno nuevo.” 

Rudyard Kipling



“No sólo éramos felices... ¡Además lo sabíamos!” 

Rudyard Kipling



“Pudo haber sido esto, pudo haber sido aquello, pero se le ama y se le odia por lo que es.” 

Rudyard Kipling



“Se aprende más por lo que la gente habla entre sí o por lo que se sobrentiende, que planteándose preguntas.” 

Rudyard Kipling



“Seis honrados servidores me enseñaron cuanto sé; sus nombres son cómo, cuándo, dónde, qué, quién y por qué.” 

Rudyard Kipling




“Si en la lucha el destino te derriba. Si todo en tu camino es cuesta arriba. Si tu sonrisa es ansia insatisfecha. Si hay faena excesiva y mala cosecha. Si a tu caudal se contraponen diques, date una tregua. ¡Pero no claudiques!” 

Rudyard Kipling




"Si encomiendas a un hombre más de lo que puede hacer, lo hará. Si solamente le encomiendas lo que puede hacer, no hará nada." 

Rudyard Kipling



Si...

"Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor

la han perdido y te culpan a ti.

Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,

pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;

Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y la derrota,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias

y arriesgarlas a una sola jugada;
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la Voluntad, que les dice: "¡Resistid!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.

o caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!"

Rudyard Kipling


"Si alguien pregunta por qué hemos muerto,

decidles, porque nuestros padres mintieron."

Rudyard Kipling


“Si me ahorcaran en la más alta montaña, sé ¡oh! madre, que hasta allí me seguiría tu amor.
Si en el más profundo mar me ahogara, sé, ¡oh! madre mía, que hasta a mí llegarían tus lágrimas.
Si me maldijeran en cuerpo y alma ¡oh! madre mía, sé que tus oraciones invalidarían la maldición.” 

Rudyard Kipling




“Siempre me he inclinado a pensar bien de todo el mundo; evita muchos problemas.” 

Rudyard Kipling



“Sin un caballo, un perro y un amigo, el hombre moriría.” 

Rudyard Kipling



“Tengo seis honrados servidores
(me enseñaron todo lo que sé).
Sus nombres son Cómo, Cuándo, Dónde,
Qué, Quién y Por qué.” 

Rudyard Kipling



"Toma problemas prestados, si te lo dicta tu naturaleza, pero no los prestes a tus vecinos." 

Rudyard Kipling



“Un asunto no está acabado si no está bien acabado.” 

Rudyard Kipling


“Una voz tan insistente como la conciencia, creaba matices infinitos

en el sempiterno murmullo de la noche y del día, que repetían:
hay algo oculto, ve y descúbrelo, anda y explora detrás de las montañas,
hay algo perdido tras ellas, está perdido y te espera, ve en su búsqueda.”

Rudyard Kipling

The Explorer



Un estadista muerto


No podía comprender: no me atrevía a robar:

Mentí por tanto para complacer a la multitud.
Ahora mis mentiras se han descubierto todas
y debo enfrentarme a los hombres que maté.
¿Qué cuento podrá servirme aquí, en medio
de mis jóvenes enfurecidos, defraudados?

Rudyard Kipling



"Un paisaje me llevaba a otro; la cima de una colina, a otra cercana, en la mitad del condado, y ya que mi respuesta no podía ser más que la de mover una palanca, dejé que el condado fluyera bajo mis ruedas. Las llanuras salpicadas de orquídeas, en el este, dejaron paso al tomillo, a los acebos y a las hierbas grisaceas de los montes Downs; todo eso, a su vez cedió su lugar a los trigales feraces y a las higueras de la costa baja, donde se lleva el latido de la marea a la izquierda, a lo largo de quince millas de llano, y cuando por fin giré tierra adentro, a través de un racimo de colinas redondeadas y de bosques, me había liberado a mí mismo de mis fronteras conocidas. Más allá de la mismísima aldea que se eleva como madrina de la capital de los Estados Unidos, encontré villorrios escondidos donde las abejas, las únicas cosas despiertas, zumbaban en tilos de ochenta pies de altura que sombreaban grises iglesias normandas; arroyuelos milagrosos corrían bajo puentes de piedra construidos para soportar un tránsito más pesado que el que alguna vez volvería a hollarlos; graneros para almacenar los diezmos más grandes que las iglesias, surgían junto a una vieja herrería que proclamaba a gritos haber sido una vez la sala de reuniones de los Caballeros del Temple. Encontré gitanos en una propiedad común donde la aulaga, el helecho y el brezo decidían su predominio en una batalla de más de una milla romana de carretera; y algo más allá molesté a un zorro rojo que avanzaba con aires de perro bajo la luz desnuda del sol."

Rudyard Kipling
Ellos 


“Una buena acción no muere jamás.” 

Rudyard Kipling


"Wellington me reveló otro mundo de gente amable, gente que era, o me parecía, más homogénea que los australianos. Eran altos, de pestañas largas y extraordinariamente bien parecidos. Puede que no fuese objetivo, y es que lo menos diez guapas muchachas me dieron un paseo en gran canoa, a la luz de la luna, por las aguas quietas del puerto de Wellington y en general todo el mundo se desvivía por ayudarme, enseñarme, distraerme o para que me sintiera a gusto. De hecho, siempre ha sido así. Por eso no es mérito mío que en mi obra salgan muchos detalles concretos. Un amigo me acusó, hace mucho tiempo, de haber disfrutado de «salario de príncipe y trato de embajador» y de no saber apreciarlo; me llegó a llamar, entre otras cosas, «perro ingrato». Pero ¿qué podría haber hecho —os pregunto— que no fuese continuar mi obra e intentar que siguiera agradando a quienes la encontraban agradable? No se puede pagar lo impagable a base de sonrisas y apretones de mano.
Desde Wellington fui al norte en dirección a Auckland en un coche tirado por una pequeña yegua gris y con un conductor de lo más taciturno. Se iba por el monte y acababa de haber lluvias. Cruzamos veintitrés veces en un día un río desbordado y salimos a las grandes llanuras donde los caballos salvajes se nos quedaban mirando y se enredaban las patas en las largas crines y daban coces y relinchaban. En una de las paradas que hicimos me dieron de comer un pájaro asado con la piel crujiente como la del cerdo, y sin alas ni señal de haberlas tenido. Era un kiwi, un áptero. Tendría que haber guardado su esqueleto, pues muy pocas personas se han comido un áptero. Luego el cochero estalló —eso mismo lo había visto yo otras veces en lugares apartados— como a veces les pasa a los solitarios: vimos un cráneo de caballo al borde del camino y empezó a soltar blasfemias terribles pero sin pasión alguna; llevaba, decía, mucho tiempo viendo aquel cráneo al pasar a caballo o en coche. Y en eso veía que estaba condenado a que le ocurriera siempre lo mismo, y por qué demonios venía yo a hablarle de tantos lugares extranjeros y lejanos como había visto. Pese a todo, me pidió que le siguiera contando.
Había acariciado la idea de ir desde Auckland a Samoa, a visitar a Robert Louis Stevenson, que me había hecho el honor de hablarme por carta de mis cuentos. Es más, yo era Maestro de la Logia R. L. S. Aún hoy creo que pasaría ampliamente la prueba oral o escrita sobre La caja equivocada, que, como sabe cualquier miembro, es el libro de iniciación. La primera vez que lo leí fue en un hotel pequeño de Boston, en el 89, donde un camarero negro estuvo a punto de echarme del comedor por farfullar sobre la comida.
Pero Auckland, tranquila y adorable al sol, parecía el final del viaje organizado, porque el capitán del barco frutero que podía o no ir a Samoa según el momento estaba tan aplicadamente borracho que decidí encaminarme hacia el sur y volver a la India. Lo único que me llevé de la magia de Auckland fue el rostro y la voz de una mujer que me puso una cerveza en un pequeño hotel. Aquel rostro y aquella voz se me quedaron en algún rincón de la memoria hasta que a los diez años, en un tren de cercanías de las afueras de Ciudad del Cabo, oí a un oficialillo de Simonstown hablarle a su acompañante acerca una mujer neozelandesa que «nunca tuvo reparos en ayudar a un desprotegido ni en pisar un escorpión». Fueron esas palabras —de la misma manera que al sacar un tronco de una pila se viene toda abajo— las que me despertaron la clave de aquel rostro y aquella voz de Auckland, que me inspiraron un cuento llamado «La señora Bathurs», cuento que salió fluido, suave y ordenado como los troncos flotan río abajo.
En otro pequeño vapor, por mares más fríos y revueltos, llegué a Isla Sur, habitada principalmente por escoceses, su ganado y un viento de mil demonios. Salimos de ella desde el Faro del Fin del Mundo, Invercargill, una tarde oscura y de borrasca en que el general Booth, del Ejército de Salvación, subió a bordo. Lo vi, al anochecer, dar vueltas por el embarcadero, que era bastante inestable, y con la capa vuelta hacia arriba, como un tulipán, sobre el pelo gris, mientras tocaba un pandero ante la multitud que se había congregado para despedirlo con llantos, canciones y oraciones.
Zarpamos y enseguida estábamos en el Pacífico Sur. Nos pasamos casi una semana dando bandazos de lado a lado del barco, se partió la popa y el pequeño salón se llenó de un palmo o dos de agua. No recuerdo que se comiese a hora fija. El camarote del general estaba cerca del mío y, en los intervalos entre los golpes de arriba y las cataratas de abajo, se le oía roncar como un elefante herido, y es que en todos los sentidos era un hombre grande."

Rudyard Kipling
Algo de mí mismo



“Y así tus ojos, adentro tornados
te mostrarán tu tesoro escondido
bajo la tierra de tus propios campos,
junto a tu hogar, en tu umbral, en el polvo
de los caminos que trillas a diario.
¡Y de esa suerte sabrás que eres hombre
y que, por hombre, eres rey soberano!”

Rudyard Kipling
Rewards and Fairies