Aravind Adiga

 "El sistema de castas se está derrumbando."

Aravind Adiga



"Falta poco para medianoche, señor Jiabao. Un buen momento para charlar.
Yo me paso toda la noche levantado, Excelencia. En esta oficina mía de quince metros cuadrados no hay nadie más. Sólo yo y la lámpara de araña que cuelga del techo.
Aunque esa araña tiene su propia personalidad. Es una cosa enorme, llena de pedacitos de cristal tallados en forma de diamante, igual que las que solían sacar en las películas de los años setenta. A pesar de que en Bangalore más bien hace frío de noche, he puesto un ventilador en miniatura —con cinco aspas caladas como telarañas— justo encima de la lámpara. Cuando lo enciendo, esas pequeñas aspas trocean la luz de la araña y la lanzan hecha añicos por toda la habitación. Igual que las luces estroboscópicas de las mejores discotecas de Bangalore.
¡Es el único espacio de quince metros cuadrados en Bangalore con su propia araña! Pero sigue siendo un cuchitril y yo me paso toda la noche aquí sentado.
La maldición del empresario. Debe velar por su negocio todo el tiempo.
Ahora voy a poner en marcha el ventilador para que la luz de la araña se ponga a girar por toda la habitación."

Aravind Adiga
El tigre blanco


"India es el peor país para ser pobre. Las condiciones son pésimas, los hospitales, las escuelas... todo oprime."

Aravind Adiga



"Lo peor de India es realmente ver cómo es India. Es mejor y más agradable quedarse con la visión romántica. Yo mismo estoy dentro, formo parte de todo lo que estoy atacando. Pero esta profunda desigualdad no sólo está mal desde el punto de vista moral, sino que también está llevando a la inestabilidad."

Aravind Adiga


"Los inmigrantes musulmanes se estaban instalando en la otra punta de la estación y habían empezado a abrir sus propios restaurantes. Ziauddin encontró trabajo en uno de ellos. Preparaba tortillas y tostadas en una parrilla al aire libre y gritaba en urdu y en malabar:
—Hermanos musulmanes, de dondequiera que vengáis, de
Yemen, de Kerala, de Arabia o de Bengala, ¡venid a comer a un establecimiento genuinamente musulmán!
Pero ni siquiera ese empleo le duró. Una vez más, su jefe lo acusó de robar y lo abofeteó cuando se atrevió a replicarle. A continuación lo vieron con un uniforme rojo en la estación de trenes, cargando en la cabeza montones de maletas y discutiendo acaloradamente con los pasajeros.
—¡Soy hijo de un pathan! ¡Tengo sangre pathan! ¿Me oye?
¡No soy ningún timador!
Cuando los miraba airado, parecía que se le salían los ojos y
se le marcaban los tendones en el cuello. Se había convertido en uno de esos tipos demacrados y solitarios de ojos brillantes que rondan por las estaciones de la India, que fuman beedis por los rincones y parecen capaces de golpear o matar a alguien sin previo aviso. Y no obstante, cuando los antiguos clientes del salón de Ramanna lo reconocían y lo llamaban por su nombre, sonreía de oreja a oreja, y aún veían en él algo de aquel chico sonriente que plantaba de golpe los vasitos de té en sus mesas y que imitaba torpemente sus frases en inglés. Se preguntaban qué demonios le habría pasado.
Al final, Ziauddin empezó a provocar riñas con los demás mozos y también lo expulsaron de la estación. Durante varios días vagó de aquí para allá, maldiciendo por igual a hindúes y a musulmanes. Luego apareció otra vez en la estación, cargando maletas sobre la cabeza. Era trabajador, eso todo el mundo lo reconocía. Y ahora había trabajo de sobra para todos. Habían llegado a Kittur varios trenes llenos de soldados (en el mercado se rumoreaba que iban a construir una base del ejército en la carretera de Cochín) y, una vez que hubieron partido, siguieron llegando trenes de carga durante días, con cajones enormes que había que descargar."

Aravind Adiga
El faro de los libros









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