Frederick Marryat

"—El caballero ha ingerido una cantidad nada desdeñable de chorradas a lo largo de su vida.
—¿De qué estás hablando, O’Brien? —repuse.
—Pero cómo, Peter —replicó—. Es lo que dan de comer a los tontos."

Frederick Marryat
Peter Simple


"En realidad, la joven no había levantado les ojos ni una sola vez, a causa de la natural timidez de una joven en presencia del rey. Eduardo se había ocultado a medias detrás de uno de sus camaradas, para poder contemplarla a sus anchas. Paciencia era ciertamente una hermosa joven, pero había cambiado, salvo que su talla era mayor y su figura más perfecta y redondeada, y su traje de corte exhibía proporciones que ocultara su humilde vestido del Bosque Nuevo o que el tiempo había madurado. Su semblante lucía la misma expresión pensativa y dulce, que había variado poco, pero los bellos brazos redondos, la caída simétrica de los hombros y las proporciones de toda su figura, constituyeron una sorpresa para él, y en lo íntimo de su alma, Eduardo convino en que bien se la podía llamar la reina de la belleza de su tiempo."

Frederick Marryat
Los niños del bosque


"Felipe se puso de pie sobre los banquillos de popa para inspeccionar la tierra que sólo distaba unas cinco millas, y su corazón se inundó de gozo. La brisa arreciaba por momentos y la mar se picaba cada vez más. El viento les cogía de través; pero la vista de la costa regocijaba a los marineros, que remaban ardorosamente. Sin embargo, la pesadez de la balsa embarazaba la marcha hasta el punto de que empleaban una hora en adelantar una milla.
Al mediodía no les separaba de la costa una distancia mayor de tres millas; pero, al pasar el sol por el meridiano, cambió el tiempo y aumentó la marejada. Los náufragos llegaron a temer que la almadía desapareciera completamente bajo las aguas. A las tres de la tarde no habían adelantado media milla, y los remeros, que estaban en ayunas, comenzaron a dar señales de cansancio. Todos estaban sedientos, desde el niño que se abrazaba a su madre pidiéndole agua, hasta los marineros que empuñaban el remo. Felipe procuró alentarles, pero se encontraban tan fatigados y veían la tierra tan próxima, que, conociendo que el remolque de la almadía les impedía llegar a la costa, principiaron a murmurar mostrando deseos de cortar los cabos que los sujetaban a la balsa y salvarse ellos. Este sentimiento de egoísmo no prevaleció, pues los argumentos y amenazas de Felipe les obligó a remar otra hora, al cabo de la cual ocurrió un incidente que decidió la cuestión.
La violencia de las olas, cada vez más impetuosa, fue destruyendo poco a poco la almadía, hasta el punto de ser dificilísimo a los tripulantes el mantenerse en ella. Un agudo grito, mezclado con gemidos e imprecaciones, llamó la atención de los que iban en los botes, y Felipe, al volver la cabeza, vio que las cuerdas que sujetaban las diferentes partes de la embarcación se habían soltado quedando la balsa convertida en dos. La escena que entonces se desarrolló fue terrible; muchos maridos se encontraron separados de sus esposas e hijos, pues la parte de la almadía que continuaba remolcada por los botes, quedó en seguida separada de la otra. Algunas infelices gritaban levantando en el aire a sus hijos; otras, más desesperadas, se arrojaron con ellos al mar, intentando reunirse a sus esposos, pero ninguna lo conseguía. La situación se agravó aún más, pues las cuerdas continuaron soltándose y la superficie del mar se cubrió de despojos de ambas embarcaciones, a los cuales se agarraban los náufragos en su agonía. Las berlingas y vigas chocaban con furia unas contra otras destrozando a los infelices que se asían a ellas, y aunque los botes acudieron pronto en su auxilio, como era una imprudencia aventurarse entre los restos de la almadía, no lograron salvar más que a los marineros y a algunos soldados de los que en ella iban; las mujeres y niños perecieron todos. Felipe estaba anonadado y durante algún tiempo el pesar le impidió dar ninguna orden acertada.
Eran las cinco de la tarde; los botes bogaron hacia la costa, y cuando el sol que había alumbrado aquella tragedia comenzaba a ocultarse, los sobrevivientes desembarcaron en una playa de menuda arena. Después de sacar las embarcaciones del mar, cada cual se tendió donde pudo y, a pesar de encontrarse hambrientos, el cansancio les hizo conciliar en seguida un profundo sueño. El capitán Barentz, Felipe y Krantz conferenciaron brevemente concluyendo por seguir el ejemplo de los demás, para olvidar las fatigas y penalidades de las últimas veinticuatro horas."

Frederick Marryat
El buque fantasma



"Mi padre y yo seguíamos inclinados sobre el cuerpo de mi pobre hermana cuando entró mi madrastra. Dijo estar sumamente afectada por aquel espectáculo, pero no pareció mostrar repugnancia ante la sangre, como suele suceder con la mayoría de las mujeres.
—¡Pobre pequeña! —dijo—. Debe haber sido esa gran loba blanca que acaba de pasar a mi lado, asustándome tanto. Está muerta, Krantz.
—¡Lo sé! ¡Lo sé! —gritó mi padre con angustia.
Pensé que mi padre nunca se recuperaría de los efectos de esa segunda tragedia. Se lamentó amargamente ante el cuerpo de su querida niña, y por muchos días no quiso llevarlo a su tumba, pese a las frecuentes peticiones de mi madrastra. Al final aceptó hacerlo, y cavó una fosa cerca de la de mi pobre hermano; tomó todas las precauciones necesarias para que los lobos no pudieran violarla.
Ahora me sentía en verdad miserable, solo en aquella cama que hasta entonces había compartido con mis hermanos. Me era imposible no pensar que mi madrastra estuviera complicada en ambas muertes, aunque no lograra explicarme cómo. No la temía ya, pues mi corazón estaba lleno de odio y deseo de venganza.
La noche siguiente al entierro de mi hermana, estando despierto, percibí que mi madrastra se levantaba y salía de la cabaña. Esperé un tiempo, me vestí y miré por la puerta, que abrí a medias. La luna brillaba y pude ver el sitio donde mis hermanos habían sido enterrados. ¡Cuál no sería mi horror al descubrir a mi madrastra ocupada en quitar las piedras de la tumba de Marcela!
Vestía su camisón blanco y la luna caía plena sobre ella. Cavaba con ambas manos, lanzando tras sí las piedras con la ferocidad de una bestia salvaje. Pasaron unos instantes antes de que volviera yo a mis sentidos y decidiera qué hacer. Noté por fin que había llegado al cuerpo y lo levantaba por un lado de la tumba. No pude soportarlo más; corrí donde mi padre y lo desperté."

Frederick Marryat
La mujer loba



"¿No es envidiable ser el escogido para tan alta misión? ¿No es esto preferible a vivir miserablemente en el mundo buscando años y años riquezas que la mala suerte puede arrebatarnos en un solo día?"

Frederick Marryat
El buque fantasma


"No estoy muerto y, sin embargo, no vivo. Mi destino es permanecer entre este mundo y el mundo de los espíritus."

Frederick Marryat
El buque fantasma


"– ¡Santo Cielo! Jamás he estado tan asustado en mi vida – observó Kloots-. No sé qué hacer ni qué decir. ¿Qué le parece a usted, Philip, no ha sido esto una cosa sobrenatural?
– Sí – contestó el interpelado, con profunda tristeza-. No me cabe duda."

Frederick Marryat
El buque fantasma



"Todo hombre rema su propia canoa."

Frederick Marryat









No hay comentarios: