Kader Abdolah

"Afortunadamente, sin embargo, la vida no siempre sigue la tradición, sino que desea un camino propio."

Kader Abdolah



"Con la primavera llega también el nuevo año persa, el Noruz.
En sus orígenes, el Noruz era una fiesta regia que se celebraba con gran pompa en los palacios de los primeros reyes persas, al inicio de la nueva estación. Los preparativos empiezan dos semanas antes con una limpieza a fondo de la casa. Para dar la bienvenida a la primavera se plantan semillas de trigo de las que brota el sabzé, y los padres compran ropa y zapatos nuevos a sus hijos para visitar a sus parientes, especialmente a los abuelos. Las mujeres se ocupan de todos los detalles y sólo cuando todo está dispuesto se toman un tiempo para sí mismas. En la casa, las abuelas estaban muy atareadas preparándola para el Noruz con la ayuda de un par de sirvientas. La anciana peluquera había llegado para acicalar a las mujeres, cortarles el pelo y depilarles las cejas y la cara.
Llevaba más de cincuenta años cumpliendo con aquel ritual. La primera vez que pisó aquella casa no debía de tener más de diez o doce años y acompañaba a su madre como aprendiza. Más tarde, cuando su madre murió, ocupó su lugar y se convirtió en la persona de confianza de las mujeres de la casa.
El día que ella llegaba, los hombres tenían prohibida la entrada en aquella parte de la casa. Durante todo el día se oían las risas de las mujeres, que deambulaban por las estancias y el patio sin el velo y con las piernas al aire. Las abuelas las malcriaban sirviéndoles el narguile, limonadas y otras golosinas.
La peluquera las ponía al corriente de los chismorreos de la ciudad. Frecuentaba las casas de las familias ricas y conocía a fondo las cosas que interesaban a las mujeres. Siempre llevaba consigo un viejo maletín con perfumes, tintes, maquillaje, tijeras y horquillas, que vendía a sus clientas. Eran artículos vistosos y distintos de los que podían comprarse en el zoco de Seneyán. La peluquera tenía un hijo que trabajaba en Kuwait y, siempre que volvía a casa de visita, le llevaba una maleta llena de productos de belleza para vender."

Kader Abdolah
La casa de la mezquita


"Imaginad que tenemos un avión que vuela a una velocidad de trescientos cuarenta mil kilómetros por segundo. Imaginad que ese avión está sobre el tejado de la mezquita, listo para volar con un grupo de pasajeros. Imaginad que elegimos dos grupos, uno de chicos entre doce y quince años y otro de chicas de la misma edad.
Dejamos a las muchachas aquí en la mezquita y enviamos a los chicos al avión como pasajeros. El piloto arranca el motor, el avión se pone en movimiento y se lleva a los muchachos al espacio. No olvidemos que el avión vuela a la velocidad de la luz. Ahora fijaos bien. Si los chicos se pasan tres horas volando por el espacio y vuelven a aterrizar en la azotea de la mezquita, habrán estado fuera tres horas según sus relojes. Los chicos bajarán del avión y entrarán en la sala de oración y cuando descorran la cortina para ver a las chicas no darán crédito a sus ojos. Todas las muchachas se habrán convertido en unas ancianas desdentadas."

Kader Abdolah


"No he podido regresar en treinta años a mi patria. Mi único camino para regresar a casa es la literatura y la imaginación. De alguna manera, llevo a mis lectores por él para que me acompañen a mi hogar originario en el viaje de la literatura. Cuando estabas leyendo La casa de la mezquita, tú eras un invitado en mi casa."

Kader Abdolah


"Los persas no necesitan haber vivido el amor en sus propias carnes. En sus cuentos y mitos, incluso en el libro sagrado, el amor está por todas partes."

Kader Abdolah


"Sentado junto a la ventana de aquella habitación, uno no podía concentrarse en la lectura o en la escritura, según se lamentaba Kazem Kan, de tan cautivadoras como eran la naturaleza y las vistas. Te obligaban a dejar el libro o a guardar la pluma en el bolsillo e ir en busca de la pipa, cortar una porción del rollo de opio, colocarla en la pipa, coger con unas tenazas una brasa incandescente y luego aspirar, aspirar y volver a aspirar, y lanzar el humo en dirección a aquel panorama y quedarte mirándolo. En primer plano se veía un grupo de nogales añosos; detrás, varias hileras de granados, y al fondo, unos campos de flores amarillas y arbustos del color del opio que se entremezclaban hasta llegar al pie de la cordillera, donde se alzaba, majestuoso, el monte del Azafrán.
Si alguien pudiese escalar aquella cima tan escarpada y mantenerse de pie allí un instante, divisaría, con la ayuda de un catalejo, siempre que no hubiera niebla y aguzando la vista, el contorno de un edificio y los soldados del Ejército Rojo. Allí se encontraban la frontera y la aduana. Sin embargo, hasta aquel día en que Kazem Kan se asomó a la ventana junto a Aga Akbar, ningún aldeano había logrado coronar la cumbre.
El monte del Azafrán es conocido en todo el país no tanto por su cima prácticamente inalcanzable, sino ante todo por su importante e histórica cueva—muy renombrada en el mundo de la arqueología—, que se encuentra en el corazón de la montaña, en un lugar de difícil acceso, donde por aquella época los lobos dormían durante los crudos inviernos y parían en primavera.
Los montañeros que llegaban hasta ella escalando la pared con picos y cuerdas encontraban pelos de lobo desperdigados por todas partes y los huesos de las cabras que se habían comido.
Con un poco de suerte, quienes subían hasta allí en primavera veían en la entrada a los lobeznos aullando por sus madres.
En algún lugar profundo de esa cueva hay unas inscripciones en escritura cuneiforme de más de tres mil años de antigüedad esculpidas en la oscuridad de la pared meridional, donde el tiempo, el viento, el sol y la lluvia no llegan. Se trata de una carta dictada por el primer rey de Persia: un secreto que hasta la fecha no ha podido descifrarse.
Muy de vez en cuando, desde la ventana de la casa de Kazem Kan se veía algún jinete —un experto en escritura cuneiforme inglés, francés o norteamericano— subiendo a la cueva en burro para intentar descifrar la escritura. "

Kader Abdolah
Pseudónimo de Hossein Sadjadi Ghaemmaghami Farahani
El reflejo de las palabras


"Siempre he estado en contra del régimen de mi país. Y no había manera de vencerlos. Ni con un arma de fuego ni con un cuchillo, sino con la palabra, el papel y el lápiz. Y la imaginación. En realidad, yo no soy capaz de disparar para matar a nadie, pero, por ejemplo, quería matar a Jaljal, y la única manera de dispararle era escribiendo esta historia."

Kader Abdolah


"Soy un escritor y lo único que puedo hacer es escribir mis tristezas, mis alegrías, mis esperanzas. Compartirlas con el mundo y mantenerlas vivas para las nuevas generaciones. Enseñarles que los ríos cantan de distinta manera en cada lugar del mundo y que existe un mundo persa."

Kader Abdolah









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