Alexandre de Riquer i Ynglada

CREDO

Yo creo en los colores, en que los colores cantan,
con el esplendor de los amarillos brillantes de un hermoso mediodía:
me subyugan las formas sorprendidas y me encantan
las transparencias tenues como vaga melodía
o el sol de Junio que estalla armónico i vibrante:
en el, admiro a Dios, admiro la Naturaleza
i un almendro florido, una atmósfera pura
hacen que lo sienta mejor, me lo hacen sentir más grande.
Yo vivo de cara a la luz como hacen los girasoles
i creo en mi mismo, creo en el Arte expansivo
que calma mi ansia haciéndolo tan solo para mi,
porque han florecido los prados, porque estamos en verano,
porque todo susurra, todo germina, todo vive;
porque hay verdes riquísimos sobre la pineda
y aparecen intimas las sombras misteriosas
donde viven las hadas de formas voluptuosas.

Yo creo porque el parral, el prado o el robledal
son tiernos, son hermosos y finos de color;
yo creo porque una rama se enciende como una luz dorada
porque vibra en el risco la roca solanera,
porque entre los trigos tiernos florecen las amapolas,
porque se irisa el mar del sol del atardecer,
porque la sombra del bosque nos guarda maravillas
y es profunda la cala y es verde la ola.

Creo en la Verdad de plástica armonía,
en respirable espacio distancias y luz,
en el sublime encanto de paz que tiene un hermoso día
y en la vida que es Belleza, en el Arte que es su perfume.


CREDO

Jo crec en los colors, en que los colors canten,
ab l'esplendor dels cadmiums brillants d'un bell mitj-dia:
me subjuguen les formes sorpreses y m'encanten
les transparencies tenues com vaga melodia
o el sol de Juny qu'esclata armonic i vibrant:
en ell, atmiro a Deu, atmiro la Natura
y un amedller florit, un'admosfera pura
me'l fan sentir mes bo, me'l fan trobar mes gran.

Jo visc cara a la llum com fan els girassols
y crec en mi mateix, crec en l'Art expansiu
que calma la mev'ansia fentlo per mi tan sols,
perque han florit los prats, perque som al istiu,
perque tot fa remor, tot germina, tot viu;
perque y han verts riquissims endalt de la pineda
y apareixen intimes les ombres misterioses
ahont viuen les fades de formes voluptuoses.

Jo crec perque'l parral, la prada o la roureda
son tendres, son hermoses y fines de color;
jo crec perque una rama s'encen com un llum d'or
perque vibra en lo cingle la roca assoleyada,
perque entr'els blats tendrals floreixen les roselles,
perquè sirisa'l mar del sol de la vesprada,
perque l'ombra del bosc nos guarda meravelles
y es profon la cala y es verda l'onada.

Crec en la Veritat de plastica armonia,
en respirable espay distancies y llum,
en lo sublim encant de pau que te un bell dia
i en la vida qu'es Bellesa, en l'Art qu'es son perfum.

Alexandre de Riquer i Ynglada


Escalibor

Hacia allá. Sobre las aguas de los mares del Occidente. 
las cumbres que la circundan dificultan la entrada 
de una tierra que flota y gira eternamente: 
de una isla angustiosa, inculta, abandonada. 

Pasando todos los obstáculos buen Caballero allí entraba 
y el espacio recorría de la isla dolorosa 
que se mueve sobre la mar revuelta que azotaba 
aquella tierra estéril, desierta, misteriosa, 
estepa poseída de un erial indefinido 
donde los quejidos mueren perdiéndose en lo infinito. 

Después de haber alzado a Dios un plegaria, 
el caballero extendió su vista penetrante 
y vio acercarse por la mar siempre variable. 
en el castillo de proa, la oriflama ondulante 
de una nave que, desierta, envían las ventadas, 
con grandes velas de seda, de grana y oro listadas. 

Quieta quedóse la nave de Salomón 
y rica escalinata de gusto el más severo, 
por entre dragones alados que la oscuridad confunde, 
condujo bajo tálamo el paso del caballero, 
quien sobre el ancho pecho su noble testa inclina 
pasando serenamente a la sala vecina: 
su frente al descubierto, sin armas, reverendo, 
entró como se entra al templo de Dios omnipotente. 

En un gran lecho de marfil, guarnecido de pedrerías, 
bajo dosel de armiño sobre columnas de oro fino, 
vio sorprendiéndose, encima el blanco del lino 
de cobertor espléndido, aquella espada santa 
que a quien la toca mata, y si no mata encanta. 
Con caracteres hebraicos, en su cruz de oro 
escrito el nombre llevaba: se llama: Escalibor. 

Adornan su empuñadura figuras cinceladas 
con el arte más exquisito, vaciadas de oro en bloque, 
obra maravillosa de finas manos de hadas 
que al otorgarle dones, labraron poco a poco, 
dejando fluir por doquier la bella fantasía 
que ordena el destello de rica pedrería, 
formando con su esplendor un nimbo luminoso 
que esparce un rayo purísimo de brillo prestigioso. 

En medio de la cruz, de perlas circundado, 
un gran carbúnculo, extraído de la frente de un dragón alado, 
con mágica leyenda dice el pregón siguiente: 
“Caballero, quienquiera que seas, si no tienes fe perfecta, 
una creencia santa, un ideal ferviente, 
no avances un solo paso, retírate con respeto”. 
Sintió el buen caballero la fe dentro de su pecho,
respeto santo por Dios, por la ley verdadera, 
y sus manos alargadas no volvieron atrás 
cuando el segundo pregón lo hizo más osado. 
“Caballero quienquiera que seas, si no tienes bastante firmeza 
para avergonzar a todo héroe resultando el más fuerte, 
bastantes virtudes enaltecidas de patria y de nobleza, 
no alargues las manos hacia tu desdicha”. 

Yo no temo (se dijo) hallar digno rival; 
la desdicha no la temo, la patria es el ideal 
que anida dentro de mi corazón, busco el hombre capaz 
de sostener lealmente el empuje de mi brazo. 
Y resuelto, decidido, proseguía avanzando, 
cuando la llamada postrera se hizo, proclamando: 
“Caballero, quienquiera que seas, si no eres el enaltecido 
campeón que anuncian profecías antiguas, 
renuncia a la empresa a que te has atrevido 
o la suerte has de temer, caballero, quienquiera que seas, 
no siendo el dulce amante sometido a un virginal amor 
que ha de engendrar a un hijo profeta y redentor”. 

Mas Él, inquebrantable, que los hechos no han inmutado, 
con el inflexible gesto de firme decisión 
que guía un corazón enérgico, un corazón privilegiado, 
aquella joya empuña, la besa con devoción 
sintiendo que obra un destino, y noble como creyente 
a sí mismo se dice: -¡Oh vieja profecía, 
tú que dices la llegada del héroe impaciente, 
que ha de ceñir la espada que hace siglos dormía, 
te tomo en nombre de Patria, en nombre de Fe y Amor, 
sé que a una noble espada la adopta un noble pecho, 
sé que nunca felonía verás, Escalibor, 
y auguro que soy yo el caballero escogido!– 

Se produjo un terremoto todo alrededor suyo; 
la nave de Salomón, como por un rayo partida, 
hízola toda añicos la ola espumante 
y al mar desapareció. 
Dentro un bosque lleno de vida, 
buen caballero se alzaba besando devotamente 
Escalibor, la espada que lleva como emblema: 
segura e invencible por voluntad suprema. 

La espada irradiaba de un centelleo ardiente. 
La empuñadura era la cruz 
y la hoja la llama; 
la llama del bello genio de cinco siglos por doquier,
arte, tradición, leyenda, ideal que proclama 
el caballero altivo y el vasallo oscuro, 
por Dios y por el Amor, por el Rey y por la Dama, 
tan indomable y firme como el metal más puro. 

Arriba en lo escarpado, sobre la roca altiva, 
como nido de aguilotes y como noble palacio, 
rodeado de inmensos bosques y de una vida activa, 
las torres por cimera, vecinas del cielo azul, 
la espada gloriosa, su genio, lo extiende 
comunicando la idea que brilla omnipotente. 

Desde allá arriba, perdiéndose en honda lontananza, 
se ensanchan los boscajes como un enjambre inmenso, 
ondean y se encaraman hasta donde la vista alcanza 
por valles y hondonadas, montaña y terraplenes. 
Los ríos hacia allá serpentean, brillantes y luminosos, 
y los cielos se reflejan por los sitios pantanosos. 
Desde las penosas vías que trazan los rebaños, 
las anchas carreteras que hace la gente de guerra 
y se pierden en la umbría que ensanchan los ramajes 
como serpientes que ondulan fundiéndose bajo tierra, 
hasta los espacios fecundos en fruta y pesqueras, 
Escalibor esparce leyendas y poesías. 

Es el escenario inmenso del gran bosque que atraviesa 
sembrado de nobles torres y de castillos feudales; 
los ecos que responden al son de los cuernos de caza, 
al retumbo de tambores alalís triunfales; 
es una llama sacra que lanza el gran fulgor 
de aquella espada santa de empuñadura de oro. 

El bello espíritu de Erasmo fluyendo como de una fuente; 
el alegre carrillón de misas matinales; 
un clérigo que hace reír a la gente que va por el monte; 
es el clarín de fiesta partiendo de las cumbres más altas, 
un baile de cornamuses improvisado en la era, 
o un lansquenet alegre que ríe con la hostelera. 

El hogar y el cuento en el atardecer frío; 
es un dragón que atraviesa con un gran ruido de alas, 
un ambiente florecido debajo del alisal 
y el bosque harto cerrado, resonando de cigalas, 
donde los pajes festejan la damisela extenuada 
que enamora el juglar festejando al lebrel; 
es un Decamerón alegre que atraviesa 
la franca carcajada que prorrumpe Rabelais 
y a la sombra, los ojos de Fafner de una luz rutilante; 
el Dante o Ramón Llull abriendo un siglo de oro, 
es el tintineo del yunque donde Sigfrido va fraguando, 
las náyades del Rhin vigilando el tesoro. 

Es el cuerno de Roldán partiendo de Roncesvalles, 
una leyenda épica, una sonrisa encantada, 
las hadas tomando forma en lo hondo de las arroyadas, 
la bruja despeinada que huye hacia el aquelarre; 
los doce pares de Francia alzando una corona 
y son los caballeros de la mesa redonda. 

Se alzaron catedrales; las bóvedas elevadas 
semejaban los boscajes de ramas entrelazadas 
en la cima de la alta nave, 
y los ventanales se abrían 
con auras radiantes 
que los cristaleros querían 
como la luz de oro que atraviesa follajes verdeantes 
viniendo desde el cielo azul, 
con formas enigmáticas de místicas figuras, 
que como aparecidos viniendo de lo alto, 
tenían para la fe, un himno, el más suave. 

Y los capiteles, las gárgolas, la clave de la alta bóveda, 
el friso más delicado, la forma más resuelta, 
la línea dulce y pura, 
del bosque la adoptaron 
encontrándole la belleza 
ferviente que soñaron 
de esencias exquisitas, de más gentil pureza, 
de sin igual finura, 
que enamorados artistas de aquel follaje humilde, 
eternizaron con su arte sutil 
que extraía el bosque más íntimo, del mármol o piedra dura. 

Formaron los retablos, y el trono del Señor 
se alzó como selva vaciada en un bloque de oro; 
las hiedras trepaban, 
la col se abría 
formando un capitel 
que por collar tenía 
una lazada estrecha del bastardo clavel. 
Los tréboles se enlazaron 
por los frisos, el helecho dibuja un bello motivo; 
capuchinas y berros, como para formarle un nido, 
al bello Cordero de Pascua, ciñéndole, le rodearon.

Y el ornamento, más rico que esmaltes y pedrería, 
fue siempre extraído del bosque, donde la fantasía 
poética, exaltaba 
a los creadores sinceros 
siendo medio de expresión. 
Moviéndose los incensarios, 
como dentro de niebla mística alzaban la oración 
que en círculos, ensanchaba 
alrededor del Santo Sagrario, como nubosidad azul, 
el aliento de la resina meciendo en la oscuridad 
aquel virginal perfume que al bosque le extraía 
para hacer espirales de oro. 

Del bosque se alza la imagen de Lancelote del Lago, 
Merlín a su misterio confía Bibiana, 
y el mágico legendario, para redimir un reinado 
y el corazón herido de un rey, con ciencia sobrehumana 
prepara el solio altivo de Artús y ve las gestas 
de la mesa redonda, con sus torneos y fiestas. 

De todos los grandes hechos de armas, el bosque es como el heredero; 
Bibiana siente acabarse la ausencia continuada 
del bello Merlín, de súbito, al ver entre la nieve 
que estalla la florida por encima la nevada; 
que de árbol en árbol se mecen follajes llenos de flores; 
que el bosque se llena de cánticos y el alma de amores. 

Es aquel oro tan pálido, oro de un cielo de otoño 
filtrando entre ramas frondosidades soberbias, 
es la verde claridad 
temblando por las hierbas 
de aquella fuente que mana debajo el álamo gigante 
como el más puro cristal y que el césped consume; 
una sombra irradiante 
que transforma la luz, 
es un caballero santo 
que al acercar los labios a la onda transparente 
ve sonreir una ninfa entre los lirios en flor; 
¡Mirilla sonriente, 
Parsifal loco de amor! 
Hacia allá, ¡qué florida 
para encerrar en un palacio a dos enamorados! 
¡Qué pureza inmensa en un jadeo de vida 
de dos corazones entrelazados! 
Por el bosque, ¡cuánta corola abriéndose embriagada! 
¡y qué chillar de alondras! 
¡qué voces luminosas! 
-¡qué bordoneo de insectos arriba en la ramada! 
¡qué flores colosales que despliegan sus galas! 
¡y cuántos temblores de alas! 
Es el puro caballero, redentor del Santo Grial, 
que al ver por vez primera melancólica y triste 
a la amada pareja, se dice: “¿Dónde la he visto?” 
es el llanto de Mirilla cuando se va Parsifal. 

Más tarde, Escalibor, que se alza terrible 
cuando de tierras lejanas avanza poco a poco 
con el invasor ejército, el desbarajuste horrible 
haciendo uso de mala astucia, de la fuerza, del fuego. 
Es cuando la santa espada destella o centellea 
en las manos del más noble, quien mejor la blande. 

Ella sola abre un surco, de la sangre forma un río; 
sembrando la muerte por doquier, hende, raja, corta, 
como en los campos de trigo maduros por el verano 
se abre paso por el cultivo la hoja de la guadaña; 
Escalibor fustiga al enemigo en la cara, 
y es que no queda ni uno cuando del campo se separa. 

¡Soñador arte gótico, leyendas soñadas, 
misales policromados en la paz de una celda, 
y tú, Evangeliario, finísimo libro de horas 
que devotamente besan Genoveva o Griselda! 

¡Bandas de oro trabajadas bajo las celosías 
que al terminar la gesta ostenta el campeón; 
divisas enriquecidas de esmaltes y pedrerías 
que en la lucha enaltecen el corazón del vencedor! 

Trenzas de oro que se desmelenan cayendo de un ventanal 
en una noche de luna tranquila, reposada, 
y son la bella escalera que mandan desde arriba 
para conducir al amante en brazos de la amada; 
arte, tradición, leyenda, lo es todo, Escalibor, 
con su hoja flamígera y su cruz de oro. 

Un día, trágicamente, la mañana se alzaba 
como si aquel que nacía fuese de mala desdicha; 
por el lago, el agua mortecina el arbolado reflejaba 
que el viento no removía ni el vientecillo mecía 
perdiéndose en la oscuridad del paisaje muerto, 
envuelto, confuso dentro la niebla azul. 

Alzaban las arboledas sus ramajes sin vida, 
confusas siluetas dentro la grisácea luz, 
quietas, solemniales como huéspedes legendarios, 
inertes personajes que poco a poco consume 
la marcha acompasada que inscriben los horarios, 
instante vital que se guarda al fondo de los relicarios 
donde guardan los poetas recuerdos de tiempos pasados, 
como atrayentes encantos de siglos olvidados. 
Allá trágicamente se alzaba la mañana; 
buen Caballero atraviesa la niebla humedecida; 
cabalga un caballo negro que un desventurado hirió, 
lleva desmayados sus brazos, su visera levantada, 
la sangre de sus heridas dejando detrás de él 
por encima la nieve blanca un rastro rojo del todo, 
como si los copos blandos para sacar una floración 
mendigasen a la sangre nuevo ardor de vida. 
Sus bucles que se perdían en las más finas manos, 
su cabeza que irradiaba de nobleza, de amor, 
en el ancho pecho reposan meciéndose y a la vez sangrantes; 
sus ojos están empañados de sangre que mana a chorro, 
y del caballo los arreos van sueltos sobre el cuello. 
Del héroe la mirada soñadora y vaga, 
recobra súbita vida fijando la hondura azul; 
ve la prometida tierra que su tumba encubre 
según las profecías hechas de tiempo atrás, 
el lago donde el nenúfar durante todo el año florece 
y la pendiente suave por donde ha de bajar. 
Así, desenvainando la espada luminosa, 
la cruz un largo rato encima su boca posa, 
después, alzándola al cielo como se alza el Sacramento, 
el caballo espolea, que avanza lentamente 
lago adentro, donde se pierde del corcel la crin, 
lago adentro, donde divaga su mirada entristecida, 
lago adentro, sumergiéndose los mechones de la cimera 
bajo el agua que hierve de lo restante de su vida. 
la espada siempre derecha, el brazo siempre muy alto, 
como emblema o estandarte por el caballero hacia arriba. 

Caballo y caballero quedaron bajo la onda, 
y se eleva a su vera, eternamente alzado 
un brazo firme, vigoroso, el que nunca abandona 
la espada que aquellos héroes habían blandido; 
y todavía de los países donde cantan como sirenas 
tanto poetas como músicos, le llegan ofrendas 
arrancando de las liras sonoras notas de oro 
que vibran dentro los bosques, rondando Escalibor.

Alexandre de Riquer i Ynglada



















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