Anita Amirrezvani

"-Cuéntame la historia de cómo llegaste a ser un eunuco.
Debí dar un paso en falso porque ella añadió rápidamente, "espero no haberte ofendido."
Aclaré mi garganta, intentando decidirme por dónde comenzar. Recordar era como revolver el baúl de un hombre muerto.
-Como seguramente habrás escuchado, mi padre fue acusado de ser un traidor y ejecutado. No sé quién lo acusó. Tras esa calamidad, mi madre se llevó a mi hermana de tres años de edad a vivir con mis parientes en una pequeña ciudad cercana al Golfo Pérsico. A pesar de lo que sucedió a mi padre, todavía deseaba servir al Shah. Supliqué a todos mis conocidos en busca de ayuda, pero fui rechazado. Luego decidí que la única forma de probar mi lealtad era convertirme en un eunuco y ofrecerme a la corte.
-¿Qué edad tenías?
-Diecisiete.
-Es mucha edad para perder la hombría.
-En efecto.
-¿Recuerdas la operación?
-¿Cómo podría olvidarlo?
-Háblame de ello.
La miré fijamente, incrédulo. ¿Quieres conocer los detalles?
-Sí.
-Me temo que el espanto de esta historia ofenderá tus oídos.
-Lo dudo.
No le perdoné su falta de delicadeza.
-Encontré dos eunucos, Nart y Chinasa, que me asistieron y me llevaron a un cirujano que trabajaba cerca del bazar. Me pidió que me tumbara en un banco y me ató las muñecas de forma que no pudiera moverme. Los eunucos se colocaron en el interior de mis muslos para sujetar mis piernas. El cirujano me dio algo de opio y frotó mis partes con un ungüento que aliviaría el dolor. Entonces él mismo se puso entre mis muslos y asió una navaja curvilínea. Me dijo que antes de proceder con una operación arriesgada, necesitaba que le diera permiso delante de dos testigos. La vista de la cuchilla brillante me enervó y los yugos sobre mis piernas y brazos me hicieron sentir como un animal en una trampa. Me retorcí con fiereza contra el banco y grité que no daba mi consentimiento. El cirujano pareció sorprendido, pero bajó la navaja de inmediato y pidió a los eunucos que me liberaran."

Anita Amirrezvani
Igual que el sol



"En la primavera del año que iba a contraer nupcias, un cometa surcó los cielos de mi pueblo. Brillaba más que cualquier cometa que hubiera visto nunca, y con mayor pesar. Noche tras noche, como si se arrastrara rociando nuestros cielos con sus gélidas y álgidas semillas. Tratamos de descifrar el temible mensaje de las estrellas. Hajj Ali, el hombre más erudito de nuestra aldea, viajó hasta Isfahan en busca de una copia del principal almanaque astronómico, de modo que supiéramos qué calamidades debíamos aguardar.
Regresó por la noche, la gente del pueblo se reunió fuera de sus casas para escuchar las predicciones de los próximos meses. Mis padres y yo nos quedamos cerca del viejo ciprés, el único árbol de nuestro pueblo decorado con tiras de tela conforme a los deseos votivos de la gente. Todos miraban hacia las estrellas, apuntando con sus barbillas hacia el cielo, serios los rostros. Yo era demasiado pequeña para vislumbrar nada bajo la gran barba blanca de Hajj Ali, que parecía un mechón de matas desérticas. Mi madre, Maheen, señaló hacia los planetas desgarrados, que ardían bajo el cielo nocturno. ¡Mirad qué inflamado está Marte!-dijo- Eso incrementará el grado de malicia del cometa. Muchos de los aldeanos ya habían percibido las misteriosas señales o escuchado los infortunios atribuidos al cometa. Una plaga había asolado el norte de Irán, matando miles de personas. Un terremoto en Doogabad había atrapado a una novia en su casa, asfixiándola a ella y a sus invitadas antes de su enlace. En mi aldea, insectos rojos que nadie había visto jamás, se habían abalanzado sobre nuestros cultivos."

Anita Amirrezvani
El rojo de las flores









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