Bruno Schulz

“¡Ah, esos dibujos luminosos creciendo, esos colores transparentes! […] ¿Por qué los malgasté entonces en la despreocupación de la abundancia con una impensable ligereza? Permitía a los vecinos revolver y saquear los montones de dibujos. Se llevaban pilas enteras ¿En qué casas pararán, en qué basureros vagabundearán?”

Bruno Schulz


"Al manipular las palabras cotidianas, olvidamos que son fragmentos de historias antiguas y eternas, que estamos construyendo nuestras casas con piezas de escultura rotas y estatuas de dioses en ruinas como lo hicieron los bárbaros."

Bruno Schulz



"Así sucede que, cuando perseguimos una búsqueda más allá de un cierto grado de profundidad, salimos del campo de las categorías psicológicas y entramos en la esfera de los misterios últimos de la vida. Las tablas del suelo del alma, a través de las cuales tratamos de pasar, se abren como un abanico y desvelan el firmamento estrellado."

Bruno Schulz
Tomada del libro de Richard Tarnas Cosmos y Psique



"¿Cómo no sucumbir y permitir que el coraje falle cuando todo está cerrado, cuando todas las cosas importantes están cubiertas de madera y cuando constantemente chocas contra los ladrillos, como contra las paredes de una prisión?"

Bruno Schulz



“Cuanto más occidental es el lugar de nacimiento de un judío a más judíos mira por encima del hombro. El judío de Frankfurt menosprecia al judío de Berlín, el judío de Berlín al de Viena; el judío de Viena al de Varsovia. Luego, de mucho más allá, vienen aún los judíos de Galitzia, que todo el resto mira por encima del hombro. Es ahí de donde vengo, yo, el último de los judíos.”

Bruno Schulz



"En los escombros al aire, enfurecida por el calor, henchida con los relámpagos de los moscones excitados por el sol, chirriaba con unos sonajeros invisibles incitando a la locura.
Tluya está acuclillada entre sábanas amarillas y harapos. Su cabeza enorme se eriza y se recoge en una cola de cabellos negros. Su cara se contrae como el fuelle de una armónica y a cada rato un rictus de llanto compone esa figura en miles de pliegues verticales y la sorpresa vuelve a estirarlos, alisa los pliegues, descubre las rendijas de sus ojos pequeños y las encías húmedas con sus dientes amarillentos bajo un labio carnoso y morrudo. Pasan horas llenas de calor y aburrimiento en cuyo transcurso Tluya farfulla en voz baja, dormita, gruñe y carraspea. Las moscas la rodean en un espeso enjambre. Mas, de repente, todo ese montón de trapos sucios, harapos y trizas comienza a moverse animado por el runrún de las ratas. Las moscas se despiertan ahuyentadas y levantan un gran enjambre rugiente, plagado de rabiosos zumbidos, reflejos y reverberaciones. Y mientras los trapos caen al suelo y se derraman sobre el vertedero como ratas alarmadas, surge entre ellas y despaciosamente se desenvuelve el cogollo, el núcleo del vertedero: semidesnuda y morena, semejante a una deidad pagana, se levanta sobre sus piernas cortas e infantiles y sobre su cuello colmado de ira y sobre su cara enrojecida de rabia donde, como pinturas bárbaras, florecen los arabescos de sus venas hinchadas, se alza un grito animal, un rugido ronco surgido de los bronquios y las bocinas de ese pecho semianimal y semidivino. Las bardanas quemadas por el sol gritan, las plantas se hinchan y presumen de su carne indecente, los hierbajos beben su veneno brillante y la tonta, ronca en su alarido, golpea en convulsiones frenéticas, con apasionamiento feroz su regazo carnoso contra el tronco de lilas salvajes que chirría bajo la obstinación de esa pasión lujuriosa, encantado por todo ese coro de fecundidad desnaturalizada, pagana."

Bruno Schulz
Las tiendas de color canela



"Incluso en las profundidades del sueño, donde tenía que satisfacer su necesidad de protección y amor, acurrucándose en una bola temblorosa, no podía deshacerse de la sensación de soledad y desamparo."

Bruno Schulz



"La falta de voluntad es solo un disfraz detrás del cual se esconden formas de vida desconocidas."

Bruno Schulz



"La materia posee una fertilidad infinita, un poder vital sin fin y, a la vez, esa ilusoria fuerza de la tentación que nos impulsa a moldearla. En la profundidad de la materia se delinean sonrisas indefinibles, se engendran tensiones, se acumulan los esbozos de formas."

Bruno Schulz


"La realidad es tan fina como el papel y delata con todas sus grietas su carácter imitativo."

Bruno Schulz



"Los días se endurecieron con el frío y el aburrimiento como los panes del año pasado. Se los empezó a cortar con cuchillos sin filo sin apetito, con perezosa indiferencia."

Bruno Schulz



"Los libros de Kafka no son un cuadro alegórico, una lección ni la exégesis de una doctrina; son una realidad poética autónoma, esférica, cerrada por todas partes, apaciguada y que halla su motivo en ella misma. Más allá de sus alusiones místicas y de sus intuiciones religiosas, la obra vive de su propia vida poética."

Bruno Schulz


"Los sucesos ordinarios están alineados en el tiempo, permanecen enhebrados en su curso como en un hilo. Allí tienen sus antecedentes y sus consecuentes que, apretujándose, se pisan los talones sin parar, sin cesar. Mas, ¿qué hacer con los acontecimientos que no tienen su propio lugar en el tiempo, los acontecimientos que llegaron demasiado tarde, cuando el tiempo ya había sido distribuido, compartido, descompuesto, y ahora se hallan suspendidos, no clasificados, flotando en el aire desamparados y errantes? ¿Acaso el tiempo es demasiado insignificante para todos los sucesos? ¿Es posible que todas las localidades del tiempo fuesen vendidas? Preocupados, corremos a lo largo del tren de sucesos preparándonos para el viaje. Por el amor de Dios, ¿acaso no hay aquí venta de billetes para el tiempo?... ¡Señor revisor!" "

Bruno Schulz
Sanatorio bajo la clepsidra



"Me parece que el tipo de arte que me interesa es precisamente una regresión, es una infancia reintegrada. Si fuese posible llevar hacia atrás el desarrollo, alcanzar de nuevo la infancia por un camino tortuoso -poseerla otra vez, ilimitada-, sería hacer realidad la "época genial", los "tiempos mesiánicos" que todas las mitologías nos han  prometido y jurado. Mi ideal es "madurar" hacia la infancia. Ésta sería la verdadera madurez."

Bruno Schulz



"Mi objetivo ideal es "madurar" en la infancia. Eso sería una madurez genuina."

Bruno Schulz



“Mis inicios como dibujante se pierden en una bruma mitológica. Aún no sabía hablar cuando ya llenaba todos los papeles y márgenes de los periódicos con garabatos.”

Bruno Schulz


"Muchos son los indicios que permiten creer que Francisco José I fue en el fondo un poderoso y triste demiurgo. Sus ojos estrechos, pequeños botones inexpresivos incrustados en los deltas triangulares de las arrugas, no eran los de un hombre. La forma de su rostro, encajado entre las patillas blancas peinadas hacia atrás como las de los dragones japoneses, le daba un parecido de viejo zorro taciturno. Visto de lejos, apareciendo en las alturas de las terrazas de Schönbrunn y gracias a una disposición particular de las arrugas, esa cara parecía sonreír. Visto de cerca, la sonrisa no era más que un rictus de amargura de un banal realismo que no reflejaba ni la menor chispa de un ideal. En el momento en que apareció sobre el escenario del mundo, adornado con el penacho verde de general, vestido con un abrigo turquesa que llegaba al suelo, ligeramente encorvado y la mano levantada en un saludo militar, el mundo venía de alcanzar en su evolución un feliz límite. Habiendo agotado su contenido en metamorfosis infinitas, las formas colgaban de las cosas sin adherirse a ellas, a punto de escamarse, maduras por el abandono. El mundo atravesaba una muda violenta, salía del huevo cubierto de colores jóvenes, chispeantes, inauditos, deshacía con placer todos los nudos y todos los obstáculos. Había faltado poco para que el mapa del mundo, esa tela cubierta de manchas de color, saliese volando por los aires, inspirado y ondulante. Francisco José I lo había sentido como una amenaza personal. Su elemento era un mundo encauzado por los reglamentos, la prosa, el pragmatismo del aburrimiento. Su alma era la de las cancillerías y los distritos. Y, cosa curiosa, ese anciano seco, de sensibilidad apagada, de ningún modo atractivo, había conseguido poner de su lado a una buena parte de la creación. Con él, todos los buenos padres de familia leales y previsores se sintieron amenazados y respiraron con alivio cuando ese poderoso demonio se tendió con todo su peso sobre las cosas y frenó el vuelo del mundo. Francisco José I cuadriculó el mundo imponiéndole rúbricas, reguló su curso con ayuda de certificados, lo enmarcó con actas procesales y lo previno contra un descarrilamiento hacia lo desconocido, hacia lo azaroso —en una palabra—, hacia lo incalculable."

Bruno Schulz
La primavera



Pan

En una esquina a espaldas de los cobertizos y bodegas había un callejón ciego que venía del patio; el más distante, último fondo, incrustado entre la letrina y el gallinero –un sitio lúgubre mas allá del cual no se podía ver nada más. Este era el fin de la tierra, el Gibraltar del patio, desesperadamente golpeando su cabeza contra la cerca de tablas horizontales, encerrando ese pequeño mundo con determinación. 

Debajo de la cerca salía un hilo de agua hedionda y negra, una vena de un grasoso lodo putrefacto que nunca se secaba –el único camino que atravesaba del límite de la cerca hacia el mundo más amplio. La desesperación del fétido callejón había empujado por tanto tiempo contra el obstáculo de la cerca que había aflojado una de sus tablas. Los niños nos encargamos del resto y la arrancamos, haciendo una brecha, abriendo una ventana hacia el sol. Poniendo un pie sobre la tabla que habíamos tirado como un puente sobre el charco, el prisionero del patio podía estrujarse por el hueco y entrar a un más ancho y nuevo mundo de brisas frescas. Abriéndose frente a él, había un amplio, enmontado jardín. Perales altos y anchos manzanos crecían profusamente, cubiertos de plateadas hojas susurrantes, de una resplandeciente red de blanca espuma. Espeso césped enredado, que nunca se cortaba, cubría el suelo ondulante con una alfombra afelpada. Ahí crecía el césped común de las praderas; perejil salvaje con su delicada filigrana; hiedra rastrera con sus bruscas hojas arrugadas y ortigas muertas que olían a menta. Plátanos nervudos y brillantes, moteados de herrumbre, se disparaban hacia arriba ofreciendo racimos de gruesas semillas rojas. Toda esta selva estaba bañada de aire tierno y llena de brisas azules. Cuando te recostabas en el césped yacías bajo un mapa azul celeste de nubes y continentes flotantes, inhalabas completa la geografía del cielo. A causa de esta comunión con el aire las hojas y briznas se habían cubierto de un delicado vello, con una capa de suave pelusa, un crudo encrespamiento de ganchos hechos, pareciera, para atrapar y sostener a las olas de oxigeno. Esa capa delicada y blancuzca emparentaba a la vegetación con la atmósfera, le daba el tinte gris plateado del aire, de los silencios penumbrosos entre dos vistazos del sol. Y una de las plantas, amarilla, inflada de aire, sus pálidos tallos llenos de jugo lechoso, producía de sus brotes vacíos solo aire puro, puro en la forma de esponjosas bolas de dientes de león esparcidas por el viento para disolverse insonoras en el silencio azul.

El jardín era vasto y cruzado de senderos, y tenía varias zonas y climas. Por un lado estaba abierto al cielo y al aire, y ahí ofrecía la más suave, más delicada cama de afelpado verde. Pero en donde se extendía por un sendero bajo y se sumergía en la sombra de la tapia trasera de una fábrica de refrescos abandonada, se volvía más brusco, enmontado y salvaje por el descuido, desordenado, fiero de cardos, erizado de ortigas, cubierto por un salpullido de malasyerbas, hasta que, al final entre las paredes, en una apertura rectangular, perdía toda moderación y se precipitaba a la locura. Ahí, ya no era un manzanal sino un paroxismo de la demencia, un brote de ira, de desvergüenza cínica y de lujuria. Ahí, bestialmente liberadas, dando rienda suelta a su pasión, mandaban las vacías y enmarañadas cabezas de repollo de los abrojos –brujas enormes, mudando sus voluminosas enaguas a plena luz del día, tirándolas al suelo, una a una, hasta que sus hinchados trapos, susurrantes y llenos de huecos enterraban toda su raza bastarda y pendenciera bajo su extensión demente. Y esas enaguas se hinchaban y empujaban, apilándose unas sobre otras, esparciéndose y creciendo siempre – una masa de hojas metálicas alzándose hacia los aleros bajos del cobertizo.

Fue ahí donde lo vi por primera y única vez en mi vida, durante un medio día enloquecido por el calor. Era un momento en el que el tiempo, demente y salvaje, se libera del molino de los eventos y, como un vagabundo en fuga, huye gritando por entre los campos. Luego el verano crece sin control, regándose por todos los puntos con un ímpetu salvaje, duplicándose y triplicándose en una dimensión lunática y desconocida.

A esa hora, me sometía al frenesí de la caza de mariposas, a la pasión de perseguir estos puntos titilantes, estas hojuelas errantes, tiritando en torpes zigzags en el aire ardiente. Y sucedió que uno de estos puntos de luz se dividió durante el vuelo en dos, y luego en tres –y el resplandeciente, cegador triángulo de puntos me llevó, como un fuego fatuo, a través de la jungla de espinas, abrasadas por el sol.

Paré al borde de los cardos, sin atreverme a avanzar hacía el abismo silencioso.

Y luego, de repente, lo ví.

Sumergido hasta las axilas en los matorrales, se agazapaba frente a mí.
Vi su ancha espalda en una camisa sucia y el costado mugriento de su saco. Estaba sentado ahí, como esperando a abalanzarse, sus hombros contraídos como bajo una carga tremenda. Su cuerpo jadeaba de tensión y el sudor corría por su cara de cobre, brillando en el sol. Inmóvil, parecía estar haciendo un gran esfuerzo, batallando bajo un gran peso.

Yo estaba parado, clavado al sitio por su mirada, cautivo de ella.

Era la cara de un borracho o un vago. Un mechón de cabello sucio se erizaba sobre su ancha frente, redonda como una piedra lavada por un rio, una frente que ahora se arrugaba en surcos profundos. Yo no sabía si era el dolor, el calor incendiario del sol, o el esfuerzo sobrehumano lo que había carcomido esa cara y estirado esas facciones al punto de reventar. Sus ojos oscuros penetraban en mi con la fijeza de la desesperación suprema o del sufrimiento. Me miraba sin mirarme, me veía sin verme del todo. Eran ojos a punto de estallar, presionados por el trance del dolor o la exaltación salvaje de la inspiración.

Y de pronto sobre esas facciones tensas se expandió una mueca terrible. La mueca se intensificó, tomando de la locura previa y la tensión, ensanchándose, haciéndose más y más amplia, hasta que reventó en un rugiente, ronco grito de risa.

Profundamente afectado, vi como, aún rugiendo su risa, se levantaba lentamente de sus cuclillas y jorobado como un gorila, sus manos en los bolsillos rotos de su andrajoso pantalón, comenzó a correr, cortando a grandes saltos a través del aluminio crepitante de los abrojos –Pan sin una flauta, huyendo a sus dominios privados.

Bruno Schulz
Las tiendas de color canela



"¿Será que el tiempo es demasiado corto para todos los eventos? ¿Podría ser que todos los asientos en el tiempo se hubieran vendido? Preocupados, corrimos a lo largo del tren de eventos, preparándonos para el viaje."

Bruno Schulz



“Somos un felpudo frente a las botas fangosas de la Historia.”

Bruno Schulz


"Queremos crear al hombre por segunda vez, a imagen y semejanza del maniquí."

Bruno Schulz















No hay comentarios: