Eduard von Keyserling

"Avanzó al trote largo por la carretera y pasó ante Gutheiden. A través de la reja del jardín, vio recorrer despacio el ancho sendero de guijarros a la princesa y a Roxane; a veces las damas se detenían ante un arriate y se inclinaban sobre las flores de primavera. A Streith le pareció como si desde aquel jardín le llegara otra vez el fino y suave aire que estaba acostumbrado a respirar, y volvió a sentirse alegre.
Su buen humor perduraba cuando, en casa, se tendió en el diván de su cuarto de trabajo a descansar un poco. Medio en sueños vio aún la noble figura de la princesa, el leve movimiento de la cola del vestido color violeta oscuro sobre los amarillos guijarros, su bondadoso agacharse hacia los jacintos y flores de azafrán del jardín.
Hacia el atardecer, Streith fue al palomar de las becadas. No lejos de la casa había un pequeño y húmedo prado en mitad del bosque. Allí se detuvo. El sol estaba a punto de ponerse, del cielo azul pendían copos de nubes dorados y rosáceos, los pájaros alborotaban excitados entre el monte bajo, bandadas de cornejas volaban por encima de las copas y se gritaban unas a otras sus roncas nuevas, y abajo en los estanques croaban las ranas. A Streith toda aquella vivacidad le resultó molesta, se alegró cuando el sol se puso por completo, se alegró ante el silencio de la noche. Entonces oyó venir a una becada; era como si saliera directamente del oro del poniente, se acercó poco a poco, parecía nadar complacida en el aire, cargado de aromas y abigarrado de colores. Cuando estuvo bastante cerca, Streith disparó, ella cayó y Roller corrió a traérsela a su amo. «Es terrible —pensó Streith, cuando tuvo en sus manos al pájaro muerto— ser arrancado así de tan bella situación». Cargó la escopeta y volvió a esperar. Los colores del cielo palidecían, los pájaros se hacían más silenciosos, y el croar de las ranas sonaba ya calmado y monótono. Streith oyó pasos junto a él en el húmedo suelo, y cuando miró vio a una muchacha entre los alisos. «Es la chica de la casa del guardabosques —se dijo—, esa Britta». La reconoció por los grandes ojos negros. Britta saludó llevándose la mano al pequeño sombrero de fieltro verde."

Eduard von Keyserling
Princesas



"Creer que si todos los deseos fuesen satisfechos todo iría mejor, es la gran equivocación, el error original del hombre que piensa. Pues la verdad es exactamente contraria a esta creencia."

Eduard Graf von Keyserling


"Cuanto más creativo es un hombre, más rutinario es en los detalles insignificantes de la vida. Sólo una cosa les exige: que no detenga su atención."

Eduard von Keyserling


"El pastor de Dumala, Erwin Wiener proclama que, mientras la niebla se evapora, vuela la gaviota y endereza su poderosa forma, su voz de hermoso barítono nos envuelve de un sentimiento muy dulce, ya que los ojos que aman vierten lágrimas como sombras que se desvanecen suavemente."

Eduard von Keyserling
Dumala



"El ser y el hacer coinciden. Nadie refleja perfectamente su alma en su acción y, por lo mismo, es grosero juzgar a un hombre por lo que hace."

Eduard von Keyserling


"En el reinado de azules azulejos que colma una pequeña habitación, la nada resiste la mirada del vacío inaccesible, como un pasillo oscuro que media en el gélido umbral del placer que se desea, y entonces somos culpables y ni una palabra, en la penumbra de la nieve pálida, es proferida por la rosa blanca."

Eduard von Keyserling
Beate y Mareile


"Knospelius, provisto de prismáticos, se hallaba en la ventana de la cabaña del guardacostas y miraba hacia la playa. Le gustaba observar el ir y venir de las pequeñas figuras multicolores allá abajo, sobre la arena amarilla, y ver cómo se buscaban, se encontraban, permanecían juntas y luego se separaban. «Donde los escorpiones se reúnen y los buitres se encuentran», decía, citando al profeta. El cielo estaba plagado de nubes que amortiguaban la luz diurna y le otorgaban una tonalidad plateada. El mar grisáceo tenía reflejos irisados, como la pechuga de un palomino. La esbelta y rubicunda figura de Nini sobresalía en medio de aquellas aguas coloreadas y la baronesa Buttlär iba de un lado a otro de la playa, observando el baño de su hija. «Mira —pensó Knospelius—, por allí asoma la generala con su vestido de piqué blanco, parece un barco con todas las velas desplegadas, y la buena de Bork, a su lado, una modesta e insignificante chalupa. Wedig, el muy tunante, anda vagando junto a la puerta de los Wardein, esperando, naturalmente. Pero también el barón anda por allí, ocioso y solitario, hurgando en la arena, ¿acaso está también esperando? Ah, ahí están los novios, cogidos del brazo. La pequeña Lolo algo pálida todavía, el novio muy animado, demasiado afable, quizá tiene mala conciencia por lo sucedido ayer. Bien, ahora se encuentran con la generala. Se detienen, hablan. Finalmente, aquí llega nuestra Doralice, muy elegante con un vestido marinero azul y blanco y la novela inglesa en la mano. Naturalmente, el barón ya está a su lado. Qué frialdad en el saludo por parte de ella. Qué prestancia y qué modales cuando se detiene, todos sus rasgos denotan una cortés negativa. Qué manera de seguir lentamente su camino y dejarlo plantado. Pero ¡diablos! Eso sí que es fuerte. El alférez suelta el brazo de su novia y se abalanza sobre Doralice, como el lucio sobre el cebo. Ese joven no tiene complejos. ¿Y el pintor, dónde anda? Allí está, junto a los botes, hablando con Stibbe. ¿Y por qué no está en su puesto? Ese estúpido quiere interpretar el papel de Grandseigneur en el amor».
Entonces Knospelius ya no pudo aguantar más tiempo en su ventana; tenía que bajar, tenía que participar. Detrás de él estaba Klaus, sosteniendo ya el bastón y el sombrero."

Eduard von Keyserling
Olas



"La luna se alzaba en la bóveda celeste y juntos se hallaban los senderos, el viento soplaba en pequeñas nubes que regresaban hacia Selene, el viento mecía los árboles, mientras los cuervos intentaban dormir en las copas de los abedules jóvenes, el silencio, como una ráfaga de viento se agazapaba en el oscuro portal de gótico encaje."

Eduard von Keyserling
Hogar nocturno



"La realización del sentido propio, lo más profundo posible, pero siempre personal, es la sola meta de toda vida individual."

Eduard von Keyserling



"Las reglas elementales de la cortesía son muy simples: alabar lo bueno de los otros, suprimir los reproches, dar importancia a los demás, y prestarles atención."

Eduard von Keyserling


"Los genios no son comprendidos sino después de su muerte. Las personas no son verdaderamente amadas sino después de su muerte. Las ciudades no son nostalgiadas sino en el desierto. ¿Por qué?"

Eduard von Keyserling



"Para muchos hombres y mujeres la felicidad que da el amor consiste sobre todo en la posibilidad de hacer sufrir a otro. De aquí el culto tan antiguo de los celos."

Eduard von Keyserling


"Todos los pueblos hostiles a la familia han terminado, tarde o temprano, por un empobrecimiento del alma."

Eduard von Keyserling



"Una carta es siempre sagrada, porque es o porque puede ser la expresión de la intimidad de unos instantes de nuestra alma, cuya fugacidad se confía a la lealtad del que la recibe."

Eduard von Keyserling














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