Eligio Ancona

"¿Cúal era, pues, aquel pensamiento encerrado en ese libro que se llama corazón humano, y cuyas páginas son legibles sólo para Dios, porque el Creador se quiso reservar tan precioso privilegio? Por fortuna el novelista que es el creador de su héroe, casi como Dios lo es del hombre, puede penetrar en el corazón de aquél y responder a la pregunta que acaba de hacerse."

Eligio Ancona


"El campo es vasto y seductor para el historiador, para el poeta y para el novelista. Desgraciadamente, la mayor parte de los escritores latinoamericanos, en vez de cultivar este campo casi virgen todavía, han ido […] a buscar sus inspiraciones en la vieja Europa."

Eligio Ancona


“Esa edad fabulosa del antiguo mundo, en que las hazañas cantadas por sus poetas exceden de tal manera el poder y las fuerzas del hombre que ha sido necesario atribuirlas a los dioses y semidioses.”

Eligio Ancona



"¿Estoy acaso en un lecho de rosas?"

Eligio Ancona
 Los mártires del Anáhuac 


"La conquista de Méjico por Cortés es una epopeya que solo se diferencia de la de Homero, en que ésta es el parto de la imaginación de un poeta, y aquélla un hecho real e indudable, comprobado por numerosas historias e incontrovertibles monumentos."

Eligio Ancona


"La cruz y la espada se aunaron para conseguir tan grandioso objeto –la conquista– y no es extraño que la reunión de dos elementos tan diversos produjese a cada mil caprichosos contrastes, crímenes de un carácter odioso mezclados con virtudes y sacrificios heroicos del nuevo mundo."

Eligio Ancona


“Las predicciones de los profetas van a cumplirse y los dioses van a ser derribados de sus  altares al soplo de la cruz.”

Eligio Ancona


"Marina bajó la cabeza avergonzada y confusa ante aquella voz que la condenaba y que, probablemente, era la voz de todo el Anáhuac.
En aquel momento se alzó por tercera vez la cortina de la puerta y apareció Tízoc en el dintel.
Marina aprovechó esta oportunidad para salir de su confusión y se retiró de la cámara sin osar levantar los ojos sobre aquellos dos jóvenes dignos hijos del Anáhuac, y que con su sola presencia parecían condenar su conducta.
Tízoc y Geliztli se quedaron solos. Pero el primero, en lugar de avanzar al interior del aposento, se quedó parado en el dintel de la puerta, frío y severo como una estatua inanimada.
Geliztli, a quien el placer de hallarse ante el objeto amado le había hecho inclinar un instante los ojos, los levantó al fin sobre el joven sacerdote y le miró con asombro.
Transcurrió un momento de embarazoso silencio que ninguno de los dos amantes parecía dispuesto a interrumpir.
Al fin Tízoc pronunció con acento solemne y doloroso estas palabras:
—Me han dicho que me llamabais, y, aunque no sé qué pueda decirme la esposa de un enemigo del Anáhuac, he recordado que sois la hija de mi señor y he acudido a vuestro llamamiento.
—¿Quién te ha dicho que soy la esposa de un enemigo del Anáhuac?
—Los que han visto a tu padre presentarte al extranjero…, los que, como yo, te ven ahora habitar el mismo palacio de tu esposo.
—No es extraño que lo digan los que no me han oído invocar a los dioses para hacerlos testigos de mi amor; pero que lo digas tú…
Y el amargo acento con que la princesa pronunciaba estas palabras se extinguió súbitamente en sus labios, y dos gruesas lágrimas brotaron bajo sus párpados.
Entonces Tízoc, ebrio de gozo, delirante, transfigurado, corrió hacia la joven princesa y, avergonzado y gozoso al mismo tiempo, le dijo con un acento que revelaba toda su emoción:
—Que el dios de la guerra niegue siempre a mis armas la victoria si en toda mi vida he experimentado una alegría igual a la que siento ahora al saber que no estás casada con Malinche, como lo dice y lo cree todo el Anáhuac.
—¡Pero tú…, tú…! —murmuraba Geliztli, enjugándose las lágrimas de los ojos.
—Hermosa hija de mi señor —repuso Tízoc, llevándose también una mano a los ojos para enjugárselos—, los Dioses perdonan al guerrero que ha matado en el campo de batalla a los enemigos de su patria: ¿por qué no me perdonas tú cuando ya he matado todas mis dudas?
Geliztli extendió al mancebo una mano, que éste se apresuró a coger entre las suyas. Inundándola luego con sus lágrimas, dijo a la princesa:
—La hermosura viene de los dioses y debe ser siempre indulgente como ellos… ¿No es verdad que me perdonas?
Geliztli, llorando y riendo a la vez y con un ligero rubor en las mejillas, respondió:
—¿No nos han enseñado los sacerdotes en el templo que debemos perdonar las debilidades de nuestros semejantes? Yo te perdono la tuya, Tízoc, y rogaré siempre a los dioses que te hagan grato para que me recompenses con amor este perdón.
—¡Ah! —exclamó Tízoc, enajenado de alegría—. Bien sabía yo que alguna dicha me esperaba ahora, porque al salir de mi casa en la mañana oí cantar al ave de buen agüero.
—¡De tu casa! —repitió Geliztli—. ¿Has abandonado ya el templo?
—Sí, hace mucho tiempo. Los dioses se han apiadado de mí, y no solamente he tenido ya el placer de combatir con los extranjeros, sino que el sumo sacerdote se ha dignado ya dispensarme de mis votos por un servicio eminente que, según dicen, he prestado a la patria.
Estas palabras inundaron de gozo el semblante de la bella Geliztli y continuó mirando a su amante con una expresión de dulcísima ternura."

Eligio Ancona
Los mártires del Anáhuac


“Nosotros hemos cumplido con nuestro deber de historiadores.”

Eligio Ancona



"Relámpagos que fulguran en noche tempestuosa, deslumbrando nuestros ojos: Serpientes de fuego que por momentos parecen abrir a la bóveda de los cielos para enseñarnos un mundo de seductora brillantez, se desvanecen con triste y cruel celeridad y sólo dejan tras sí la huella benéfica del agua que refresca la atmósfera y fertiliza los campos."

Eligio Ancona



"Únicamente Cocom, el nuevo cacique de Sotuta, parecía presagiar una desgracia. Todas las poblaciones sujetas a aquel cacicazgo estaban en continua agitación para reunir el mayor número posible de guerreros, que se iban concentrando en la cabecera por orden del nuevo señor. No se limitaron a esto sus extrañas precauciones. Envió embajadas secretas a todos los caciques del Oriente y de las costas, cuyo objeto no pudieron alcanzar, sino los interesados inmediatamente en el asunto.
En medio de estos preparativos empezó a divulgarse por todo el país una noticia espantosa. Decíase que Ixnacán Katún, la virtuosa hija de Kabah Xiú, encerrada casi desde su niñez en un santuario, estaba próxima a ser madre. Sus jóvenes compañeras estaban escandalizadas; el pueblo sonreía con desprecio y los sacerdotes invocaban la cólera de los dioses.
Un día llegó a Sotuta un correo de Kabah Xiú. El Gran Señor llamaba a Mayapán al cacique Cocom. Pero este, en lugar de obedecer, enseñó al enviado de Kabah Xiú cuatro mil guerreros reunidos en la plaza de Sotuta y le dijo que si a pesar de lo que miraba, su señor insistía en tenerle a su lado en la corte, tendría que pasar sobre cuatro mil cadáveres para conseguir su objeto.
Un grito de indignación resonó en todo Mayapán cuando se supo la respuesta del rebelde Cocom. Kabah Xiú se decidió entonces a publicar la deshonra de su hija y el crimen del impuro sacerdote, para que sus pueblos se persuadiesen de la justicia con que iba a castigar al malvado.
Reunió diez mil hombres de armas y prohibió a todos los caciques de la tierra, bajo pena de muerte, que se prestasen auxilios al sacrílego traidor. Mandó publicar además que daría un premio de dos mil mantas de algodón al que presentase vivo al rebelde a fin de que fuese flechado públicamente en la plaza principal de Mayapán, para cumplir con las leyes del país y aplacar la cólera de los dioses.
Avanzaban entretanto con dirección a Sotuta los diez mil guerreros del Gran Señor, a las órdenes del general más acreditado de su corte. Entonces fue cuando empezó a decirse en voz alta el objeto de las embajadas secretas que Cocom había enviado a los caciques del Oriente y de la costa, antes de la divulgación de su crimen. Comprendiendo que no podía escapar del severo castigo que merecía, sino negando la obediencia al irritado padre de su víctima, y que las fuerzas de su cacicazgo no eran suficientes para resistir al poder de tan gran señor, excitó a todos aquellos caciques a que se rebelasen contra este, tentando su ambición con grandes y halagadores resultados. Les dijo que Kabah Xiú era un tirano que cargaba de onerosos tributos a todas las poblaciones de los macehuales, mientras Mayapán, única ciudad exceptuada de esta carga, nadaba en los placeres e insultaba con su opulencia a todas las demás. Manifestoles que les bastaba su voluntad para hacerse independiente cada uno del gran señor; que para conseguir este importante objeto reuniesen todas sus fuerzas a las de Sotuta y que después de derrotado el tirano, cada uno sacudiría su yugo y se haría supremo señor de los pueblos de su cacicazgo.
Todos los caciques invitados a la rebelión, aceptaron estas proposiciones.
Cuando los diez mil hombres de Kabah Xiú llegaron a las inmediaciones de Sotuta, se encontraron con un ejército de más de veinte mil guerreros procedentes de los pueblos rebelados. Se trabó una sangrienta batalla, que a pesar de los conocimientos del general de Mayapán, dio la victoria a la superioridad numérica de los aliados de Cocom.
Kabah Xiú rasgó sus vestiduras cuando vio entrar por las puertas de Mayapán los dispersos y mutilados restos de su ejército. Mandó hacer preces públicas por la salvación de la Patria, y millares de aves y de cuadrúpedos regaron con su sangre los altares de los dioses."

Eligio Ancona
La cruz y la espada














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