Heinrich Ahrens

"La segunda cualidad comprendida en la de la personalidad y a la que igualmente se refiere un derecho primitivo es la libertad. Debemos saber primeramente en qué consiste la libertad, para determinar enseguida la aplicación que se puede hacer de ella y el Derecho que la concierne.
En primer lugar es necesario no confundir la libertad con la voluntad. Hay seres a los que no se les puede negar una voluntad, y sin embargo no son considerados como libres: tales son los animales. El hombre no es libre, por el solo hecho de su voluntad; es necesario que añada a su voluntad otra facultad, la de la reflexión y de la propia conciencia.
En efecto, porque los demás seres animados no pueden tener esta reflexión, este reconocimiento de sí mismos en la conciencia, no son seres personales en la verdadera acepción de la palabra, no son libres, puesto que no pueden determinarse según las nociones de la conciencia y del razonamiento. Los animales se determinan inmediatamente, según las sensaciones que experimentan, y lejos de ser dueños de estas sensaciones están dominados por ellas; no buscan sino la satisfacción de las necesidades que de ellas resultan; no pueden razonar acerca de ellas, ni colocarse sobre ellas por sus reflexiones; las obedecen necesariamente. El hombre, pues, posee la libertad y la facultad de elegir, que es un resultado del razonamiento, porque no es solamente un ser sensitivo, es también un ser racional. Hay hombres en quienes la reflexión y la razón se encuentran muy poco desarrolladas, y que no siguen más que el impulso de sus impresiones y de sus necesidades sensibles. Estos hombres gozan de muy poca libertad. Sin embargo, en ningún hombre en el estado normal, la reflexión y la razón se encuentran enteramente destruidas; siempre quedan restos que pueden agrandarse; y la libertad se aumenta a medida que la reflexión y la razón adquieren mayor poder sobre las sensaciones y las necesidades sensibles.
La cuestión de la libertad consiste, pues, en saber si el hombre, si todo el hombre es capaz de dirigir toda su vida moral y física según las ideas de la razón. Esta cuestión debe resolverse afirmativamente. En todo tiempo ha habido, en verdad, filósofos que han pretendido que el hombre no era libre, porque obraba según los motivos que, lejos de ser inspirados por su reflexión, le eran impuestos por la fuerza de las afecciones ya interiores, ya exteriores. Pero aunque el hombre obre siempre según los motivos derivados del fin que se propone, no es sin embargo cierto que estos motivos le sean impuestos necesariamente por las sensaciones que experimenta. La conciencia propia y la experiencia demuestran lo contrario. Porque si las sensaciones solas determinasen al hombre a obrar, sensaciones relativamente iguales respecto a toda la fuerza del cuerpo de un hombre, deberían producir las mismas determinaciones de la voluntad. Pero en todos los tiempos ha habido hombres que han podido dominar sus dolores físicos, hasta tal punto que han preferido morir a decir una mentira que hubiera podido salvarles. La verdad y la mentira son nociones de la reflexión que manifiestan, en esta circunstancia, su poder sobre las sensaciones físicas. El hombre es pues libre porque es un ser dotado de razón y reflexión, y capaz de determinarse según las nociones suministradas por sus facultades.
Esta libertad es al mismo tiempo el origen de la moralidad. Si el hombre fuese irresistiblemente arrastrado por sus pasiones, si no tuviese un contrapeso en sí para contrabalancearlas y contenerlas, no sería susceptible de moralidad. Sin embargo, aunque la libertad sea el origen de la moralidad, aún no constituye por sí sola esta cualidad del hombre. La moralidad consiste esencialmente en la acción desinteresada del hombre, es decir, en hacer el bien sin otra consideración que porque es bien, no respecto a sí mismo, sino respecto al orden general de las cosas, y a la naturaleza particular del ser a que se refiere su acción. Así que debe decirse que la libertad completa no existe para el hombre, sino cuando obra moralmente por motivos desinteresados: porque mientras obra en virtud de un interés personal cualquiera, está bajo el dominio, bajo el imperio de este interés que tiene cautiva su razón; no puede entonces determinarse libremente según lo que su razón reconoce como bien general; obedece a un motivo interesado, determinado las más veces por sus afecciones y sus pasiones personales. El dominio del bien es infinito; y cuando el hombre se transporta a este terreno, entonces su esfera intelectual se engrandece, sus miras se ensanchan, y con ella el campo de su libertad. El hombre cuando obra en vista del bien general, y por sólo el motivo del bien, es cuando únicamente es libre, en la verdadera acepción de la palabra. Tal es la naturaleza de la libertad del hombre."

Heinrich Ahrens
Curso de derecho natural


"Locke dice que el alma es un espejo de las cosas exteriores; ¡extraño espejo que se mira a sí mismo! ¡singular reflejo que a sí mismo se refleja! Esto, sin embargo, pasa en el espíritu, por más que de ninguna manera pueda explicarse por un fenómeno del exterior. El espíritu, no sólo refleja los objetos exteriores, sino que se refleja a sí mismo en la conciencia; y esta comprensión del espíritu en sí mismo manifiesta que es por sí un ser de virtualidad y de espontaneidad propias.
El alma sin duda alguna es afectada por las cosas exteriores, pero si es capaz de recibir y asimilarse las sensaciones del exterior, consiste en que es una actividad interior. La sensación o la afección supone la receptividad interior del alma, y toda percepción de objetos exteriores presupone la percepción del yo, que es la primera experiencia, mediante la cual el espíritu refiere a sí las experiencias que vienen de los objetos exteriores. El alma es, pues, una unidad de fuerzas positivas, es una realidad viva, y como tal todos sus cambios son una evolución interior de las modificaciones de su ser íntimo.
Por medio de esta serie de ideas y deducciones, Leibnitz arruina por completo el sistema de Locke, el cual dista mucho de ofrecer tan riguroso enlace y tan gran profundidad en sus ideas principales. No podemos exponer aquí toda la doctrina de Leibnitz sobre el espíritu y el alma del hombre; intentaremos solamente indicar los puntos más importantes.
A ejemplo de Aristóteles, Leibnitz considera el alma como la entelequia o finalidad superior del cuerpo, pero en un sentido algo diferente. Los fenómenos, dice Leibnitz, que llamamos cuerpos son agregaciones de una multiplicidad de fuerzas primitivas y simples, o mónadas, pero que, a consecuencia de la unidad general de todas las cosas, se relacionan unas con otras en virtud de una semejanza interior.
Estas relaciones interiores, armónicas, constituyen lo que llamamos organismo; pero estas diversas relaciones deben converger como rayos particulares hacia un centro común, que es la unidad, la mónada, y que reflejando todas estas relaciones, será la expresión íntima de este estado orgánico y perfecto del cuerpo; pues bien, esta perfecta unidad interior, que corresponde a todas las relaciones del cuerpo, es la entelequia o el alma. Las almas son diferentes según la diferencia de sus percepciones. Hay almas que tienen percepciones y apetencias (appetitus) sin conciencia de ello: tales son las almas de las plantas. Las almas de los animales perciben y desean objetos con conciencia; se determinan también según la memoria de lo que han sentido; pero el alma humana tiene la percepción de su yo en la conciencia propia, y puede elevarse sobre las representaciones sensibles hasta las ideas necesarias y eternas, porque está dotada del poder de la razón. El alma y el cuerpo, aunque íntimamente unidos, siguen, sin embargo, cada cual las leyes que le son propias. El alma obra según la ley de las causas finales, escogiendo fines y medios; el cuerpo según las causas eficientes o las del movimiento necesario, y ambos órdenes marchan acordes en virtud de una armonía preestablecida entre todas las sustancias, porque todas representan el mismo universo."

Heinrich Ahrens
Curso de psicología















No hay comentarios: