Margaret Cheney

"Czito [su ayudante] alzó la vista hacia las bobinas y contempló cómo aparecía una masa de serpientes de fuego que se retorcían. El aire se llenó de chispas eléctricas y percibió el olor acre y penetrante del ozono. Cada vez salían más y más rayos; Czito seguía a la espera de recibir la orden de desconectar el interruptor. Como desde donde estaba no podía ver a Tesla, comenzó a preguntarse si el inventor habría resultado alcanzado por un rayo y yacía malherido, o muerto tal vez, a la puerta del laboratorio. Seguir adelante le parecía una locura. Al cabo de un rato, empezó a temer que se incendiasen las paredes y el techo del laboratorio. Pero Tesla no estaba malherido ni muerto, sino sumido en un arrebato beatífico. Desde donde se encontraba, podía ver cómo descargaban los rayos cuarenta metros por encima del mástil; más tarde se enteraría de que los truenos pudieron oírse en Cripple Creek, a veintitantos kilómetros de distancia. Una y otra vez, aparecía el rayo y estallaba. ¡Un espectáculo sublime! ¿Acaso, antes de aquella noche, algún ser humano había estado en tal sintonía con los dioses?"

Margaret Cheney
Nikola Tesla. El genio al que le robaron la luz, Turner Publicaciones, Madrid, 2009
Tomada del libro Hijos del cielo de Cristina Martín Jiménez, página 256

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