Nephi Anderson

"Las huestes celestiales -los hijos e hijas de Dios- se reunieron. Muchas voces se entremezclaban, se alzaron murmullos, como la cresta de la ola a punto de desvanecerse.
En ese instante todo el tumulto cesó y reinó un silencio perfecto.
-Escuchad la voluntad del Padre.
Una voz emocionó a la multitud. Era clara como una campana cristalina, dulce y llenaba de música los alborozados corazones.
-Y ahora, hijos del Altísimo -fueron sus palabras- habéis llegado a un punto en el que es necesario colmar vuestras necesidades y anhelos, viviendo en la presencia de Dios, creciendo en conocimiento como niños. Dios se siente dichoso puesto que habéis demostrado la fortaleza de vuestro espíritu, con el que habréis de gobernar la tierra. Se os han enseñado las leyes de la luz y la vida, que crean y controlan los principios del universo. Es cierto que este proceso no ha sido uniforme, como no lo es la misma armonía de la música, mientras que otros habéis estudiado la belleza de las obras circundantes de la divinidad. Hay un campo del conocimiento que permanece vedado para vosotros. En el estado espiritual presente no habéis estado en contacto con lo más burdo de la existencia. Vuestras experiencias abarcan el ámbito de la vida espiritual y hay todo un mundo que preside la materia, un mundo que ignoráis. Todo tiene su opuesto. Tenéis la concepción del bien y del mal, pero ambas se subdividen en varias ramas que vosotros no podéis entender. Una vez más albergáis la esperanza de llegar a ser como vuestros padres, no para alcanzar un cuerpo de carne y huesos, sino un tabernáculo que sea receptáculo de la perfección más sublime y recibir la herencia de Dios. Antes de convertiros en creadores y regidores del orbe, debéis primeramente conocer la existencia de las leyes y elementos que rodean este universo."

Nephi Anderson
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"Qué campo hay aquí para la pluma del novelista."

Nephi Anderson



"Sobre las seis de la tarde, Mildred Brown bajó a través de los campos de bajos pastizales. Llevaba un delantal de algodón a cuadros que la cubría su figura desde el cuello hasta unas botas de altos talones. Llevaba una mano en el caballete y en el otro una caja de vivos colores. Cada día acudía a un punto concreto de este pastizal y se sentaba a la sombra del sauce negro para pintar una escena en particular. Realizaba con fruición su trabajo a la misma hora cada tarde, sirviéndose del contraste entre la luz y la sombra y reflejando el mismo tramo de la luz del sol en los húmedos y pantanosos espacios abiertos.
La escena era digna de una mano experta, aunque Mildred no lo era. Desde su posición a la sombra del sauce, podía contemplar los pantanos que se extendían libremente hacia el oeste. Cerca de allí, al borde de las firmes tierras de pastoreo, los juncos crecían salvajes, coronados de grandes y brillantes tallos marrones. A su izquierda, los racimos dibujaban una negra extensión sobre la hierba. Pequeños ramilletes de agua eran lentamente enardecidos por el sol, serpenteando alegres entre los juncos y en esa hora de tardes claras brillaban con el reflejo no ofuscado del ardiente astro. El aire estaba cargado de los olores salinos de las marismas. Una luz nebulosa se cernía sobre la distancia. Las ranas croaban perezosamente lastimando el oído. Algunas vacas se metían hasta las rodillas en el barro y el agua, respirando con dificultad, sin cesar de mover sus colas para espantar a las hacendosas moscas.
Dorian estaba en el campo cuando vio llegar como siempre a Mildred por el camino. Y en ese instante interrumpió su trabajo y tras ajustar el flujo del agua, se unió a ella y la ayudó gentilmente a desplegar el taburete y el caballete cerca del sauce negro. Luego caminaron juntos, el chico de la granja y la elegante y grácil joven."

Christian Nephi Anderson
Dorian




























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