Pedro Péglez González

"El delgadísimo anillo de oro que décadas atrás extrajo cariñosamente de uno de sus dedos para colocarlo en el anular de mi mano derecha, está ahí, donde ella lo puso. Pero esa permanencia tangible es solo la concreción de una presencia mucho más esencial: La de su lección de entrega amatoria total en cuerpo y espíritu (“conmigo nada debe limitarte, ni en angustia ni en ansia, porque yo soy tu mujer”); la de su capacidad de pasar en un segundo de la picardía más ardiente a la ternura más delicada; la de su acostumbrada y sosegada concentración en momentos de desempeños literarios; la de su irreverente desenfado que nunca comulgó ni con la frivolidad ni con el irrespeto; la de su increíble valentía para enfrentar durante años, en todos sus rigores, la crudelísima enfermedad que le apagó la vida cuando apenas rebasaba las cuatro décadas de existencia. Con esa presencia vivo."

Pedro Péglez González


El tiempo

A Francisco de Oráa

                tonta cadena
que arrastró al oculto día
donde habita la osadía
de trascender su condena
Debe ser sin sol ni pena
Será sin ayer   sin hoy
Debe ser como que voy
viviendo el yo de mañana
cuando -sideral ventana-
Ya fuera del tiempo estoy
Será incinerar la aguja
con un carretel quemante
Será romper el diamante
con la luz de una burbuja
Será ganarle a la bruja
su partida con los gnomos
y hacerle cuchillos romos
a aquel ángel que se esconde
para herir la arena donde
doy con mis huesos y lomos

Todo será
                    Fiero asunto
de remontar el talud
y despeñarse en alud
de oscuro amor entrejunto
De un mundo virgen difunto
volver para los asomos
y en un bando de palomos
sangrar la lluvia y la forja
para darle azul alforja
al blanco ser en que somos
Entonces tendrá sentido
hasta el sinsentido fiel
que me abrazó -fino y cruel-
para darme un nuevo olvido
Y un último verso ungido
por el humo y el bocoy
ya no anunciará que estoy
sino que nunca he llegado
Que soy todo enamorado
y todas las cosas soy

Pedro Péglez González


Lesa ecología

Lancé botellas al mar.
De la mañana a la noche.
Soy culpable de un derroche
de envases para el azar.
Gasté el aire de aspirar
en suspiros. Soy culpable
de opacar la brisa amable
con mi hálito. Con el humo
del tósigo que consumo
contra el viento. No me es dable
por tan poco, ser salvado,
verso, y por mí te condenan
al agua. Y contigo penan
mi sed, mi flor, mi candado
a cierto portón, a un dado
que se encamina al bazar.
Tú puedes, verso, escapar.
Sálvate tú, verso amigo.
Yo cumplo con mi castigo:
Lanzo botellas al mar.

Pedro Péglez González



Llueve

Llueve en la montaña.
El perro se hace un ovillo
bajo el portal, junto al brillo
de mi silencio. La entraña
de la lluvia me restaña
viejos surcos. Se abren otros
que pasan por el nosotros
rumbo al fin. Y llueve. Llueve
un agua absurda y aleve,
conjura azul de los potros
de la memoria. Se estanca
un olvido en cada charco
bajo el portal. Traza un arco
negrísimo el perro. Su anca
proyecta en mí un ala blanca
con un anillo amarillo.
Cae la lluvia sobre el trillo
como túnica de hierro.
Yo me tiendo junto al perro
y también me hago un ovillo.

Pedro Péglez González


Los trabajos distantes

Voy lejos. Vengo de lejos.
La lejanía es mi altar.
Mi sacerdocio, el pesar
de estar cerca. Mis espejos
preñados van de vencejos
inhóspitos. Cierta argucia
navega en el agua lucia
de mis dedos: menester
de darla siempre a beber.
Pero el agua ya está sucia
de olvido, Señor. Mi fe
ya indaga por qué en la alfombra
sólo comparte mi sombra
esta lumbre, este café
de mi petit déjeuner
sin un bonjour . Ah mis muertos.
Mis muertos siempre despiertos
me ven desde cada foto
el beso de nervio roto
que me sangran los abiertos
espejismos. Di, Señor,
si la luz que me acompaña
sabe acaso que me engaña
o si existo. Di la flor
de este ingrávido escozor
de Jeremías. Mi iglesia
ya excomulga como necia
esta mejilla, y no empolla
el huevo que con la olla
vendí por una anestesia
azul. Ya participo. Ya parto
a la cuesta y la araucaria
que elevan. Voy como un paria,
como debe ser. Ensarto
lunas a mi hato de esparto
por si allá vivo. Los
árboles viejos serán reflejos
para el derviche, tal debe
ser. Por si llueve. O no llueve:
Voy de lejos. Vendré lejos. 

                                    (Un rumor de oros añejos
                                   se burla de mí al pasar;
                                   de mí, que vengo de lejos
                                   y la distancia es mi altar).

Pedro Péglez González







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