Roberto Ampuero

"Cayetano hizo girar el taburete y fijó la atención en una pared amarilla con retratos de escritores. Bajo los rostros de Whitman, Hemingway y Coloane cenaba tranquilamente una pareja con aspecto de diplomáticos. Más allá varias mujeres saboreaban un curanto acompañado de vino blanco, mientras en un rincón cuatro hombres, al parecer ejecutivos, reían alrededor de unas copas de champán y una fuente de picorocos. Justo cuando Coleman Hawkins comenzaba a interpretar «La Rosita», la mirada del detective tropezó con la única mesa vacía. Estaba junto a la ventana abierta que daba a la calle.
Tuvo la certeza de que había sido reservada por el hombre a quien esperaba. Bajó del taburete y, vaso en mano, se aproximó a la mesa. Una tarjeta apoyada contra una copa decía «Sr. Sami» y debajo, en números, veintidós horas. Miró a través de los barrotes hacia los automóviles estacionados en la calle y luego consultó su Poljot adquirido en La Habana, una reliquia que podría vender a buen precio en el Persa si la necesidad era mucha. Faltaban dos minutos para las diez. Regresó a la barra imaginando que pronto descifraría aquel misterio.
A la hora en punto emergió en el umbral un hombre de aspecto distinguido y ojos vivaces, que vestía chaqueta de lino negro, camisa de cuello abierto y pantalón claro, y cargaba un maletín ataché. Constituía una presencia singular, por lo que durante algunos instantes cautivó la atención de las mujeres.
Sonriendo amable, la mesera negra lo guió hasta la mesa junto a la ventana. El hombre colocó el ataché sobre una silla, ocupó la de enfrente y ordenó algo de beber. Desde allí, con la calle a su izquierda, contempló con disimulo el local y por una fracción de segundo sus ojos se cruzaron con los de Cayetano, que lo observaba a su vez acodado en la barra. Le calculó treinta y cinco años, registró sus facciones finas y su aire deportivo, mas permaneció inmóvil, a la expectativa, tal como la voz le había indicado por teléfono.
Y fue mientras el barman agitaba la coctelera que las circunstancias se precipitaron con una celeridad tan pasmosa como indescriptible: una moto con dos ocupantes de casco con mirilla se detuvo junto a la ventana, uno de ellos desenfundó una pistola con silenciador y disparó varias veces contra Sami. Luego, antes de que la víctima se desplomara sobre la mesa con estruendo de copas y platos, cogió el maletín por entre los barrotes y el vehículo se dio a la fuga sin que nadie, excepto Cayetano y el barman, pudiera percatarse de lo ocurrido.
En cuanto comenzó a escurrir la sangre sobre las tablas del piso, estallaron los gritos, las carreras y el pánico. Cayetano Brulé aprovechó la confusión para abandonar discretamente el Azul Profundo."

Roberto Ampuero Espinoza
Cita en el azul profundo


 "Como escritor uno tiende a habitar esos otros mundos que no son la realidad empírica, pero que son a menudo más influyentes en nuestras vidas. Me atraía crear una historia, crear personajes y destinos, ver como esos personajes, formados sólo de palabras, adquirían vida e interactuaban con otros. Y me atraía también salir de mi vida, de mi cuerpo y mis pensamientos, y explorar el mundo a través de otros narradores, personajes y espacios."

Roberto Ampuero Espinoza


"Desayuné y me fui en un trole hasta la plazuela Ecuador, donde hice el transbordo a un taxi colectivo, que me dejó cerca de la casa del novelista.
Mientras caminaba por la avenida Alemania recordé que la noche anterior había vuelto a soñar con la misma mujer de piel marfil con la que, en otro sueño, había hecho el amor en una isla griega. Esta vez la vi con claridad, y atribuí su regreso a la excitación que me causó Anastasia Yashin. Pude verla en detalle: cejas arqueadas, ojos cafés, sonrisa cristalina, voz pausada, el mapa de las venas en el reverso del antebrazo, aretes de madera de los cuales colgaba una diminuta guacamaya. Era guatemalteca.
Pero eso no era todo. El sueño no había terminado tan rápido. De golpe me encontré tendido con ella en la playa de Albufeira, una caleta del Algarve, entre botes de pescadores que reposaban en la arena con el casco verde y rojo vuelto al sol. Recuerdo además que por la noche, en la terraza de nuestra suite en un hotel, hicimos el amor contra una baranda de hormigón que daba a una plaza con árboles y una bella fuente de piedra.
Se trataba de la misma mujer a la que había amado, en otro sueño, en la isla de Samos. Ella posaba para mi cámara y para la cámara de otro hombre simultáneamente, uno que no logré identificar. Y cuando nos acostamos ocurrió algo muy extraño: fue como si ella, junto con galopar a horcajadas sobre mí, lo hiciese sobre el otro, que estaba y no estaba en el mismo lecho con nosotros. Raro soñar varias veces con una mujer a la que nunca se ha visto, y más sorprendente aún que un sueño me remitiera a otro sueño y a una mujer desconocida y a un sitio donde nunca he estado.
Me costó apartar la visión de esa muchacha de cuello largo y espalda de seda. En su hombro derecho descubrí algo que tampoco he de olvidar nunca: el tatuaje hiperrealista de una mariposa con las alas extendidas. Creo haber advertido hasta el suave palpitar de sus alas negras con incrustaciones rojas.
Pero el aire frío de la avenida Alemania me arrancó de esas evocaciones y devolvió a Valparaíso y las razones para estar allí. Me pregunté si debía confesar al novelista que había venido a verlo, pues lo consideraba responsable de la pesadilla que estaba viviendo. Pensaba en eso, sentado en un escaño de la avenida Alemania, viendo cómo su casa parecía a punto de desplomarse sobre la ciudad, cuando lo vi asomarse a su puerta.
Venía con chaleco color burdeos y las manos engarzadas a la espalda. Subía por San Juan de Dios con la vista baja, ocupado de no tropezar con los peldaños que llevan a la avenida Alemania. Ahora caminaba hacia mí junto al muro de una iglesia evangélica.
Eran las once de una mañana fresca y tranquila. Me parecía imposible que en ese mismo instante existieran la calle Jefferson, The Club Car, The Book Corner, The Fox Head, el community college, la casa tráiler de Stirlitz, mi mujer, León Dupuis y la sarta de problemas que me aguardaban por culpa de ambos.
Un perro husmeó al novelista, pero él continuó imperturbable su camino."

Roberto Ampuero
Sonata del olvido



"Me angustia ser sólo escritor, porque la labor de escritor es muy autoreferente. Te ocupas sólo de tus textos, de tu estilo, de lo que estás escribiendo y de lo que vas a escribir. Escribir es un oficio solitario, y yo siempre he necesitado la otra parte de la vida, aquella realidad que está más allá de mi hoja de papel en blanco. La combinación con el estudio de la literatura me pareció acertada para combatir el solipsismo."

Roberto Ampuero Espinoza


"No se trata de darse gustitos personales, aquí de lo que se trata es de preservar, impulsar y profundizar las buenas relaciones que tenemos con países que son muy cercanos al nuestro. Llamo, una vez más, a la oposición a mirar la política exterior con altura de miras."

Roberto Ampuero Espinoza



"Por un lado una experiencia juvenil y académica bastante grata, con grandes amigos, grandes momentos. Por otro lado también una etapa que obviamente me resulta políticamente muy interesante, porque me ayuda a confirmar aquello que yo ya había comenzado a ver con bastante claridad en Cuba que es que estos regímenes socialistas eran dictatoriales."

Roberto Ampuero Espinoza
















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