Wilhelm Hauff

"Ambos señores examinaron, llenos de admiración, tan valiosos objetos y el Califa obsequió a su Gran Visir con un par de magníficas pistolas, amén de algunos chales, afeites y adornos para su mujer.
Cuando el mercader guardaba su mercadería, el Califa descubrió, medio oculta entre los otros objetos, una cajilla negra de madera, adornada con muy extrañas inscripciones. Preguntó qué era aquello. El mercader abrió la caja, mostrando dentro de ella unos polvos oscuros y un pergamino, doblado en muchos dobleces, cubierto de tan rara escritura que ni el Califa ni el Visir podían descifrarla.
-Esa cajita-dijo el vendedor- se la compré a un peregrino que la había encontrado en Bagdad, en una calle. Se la cederé por lo que me costó, ya que no puede servirme para nada.
Al Califa le gustaba coleccionar documentos antiguos en su biblioteca, aun cuando no sabía qué hacer de ellos, pensando que con reunirlos llegaría a adquirir renombre de sabio. Para tener el pergamino compró la cajita casi por nada y despidió al traficante."

Wilhelm Hauff
El califa cigüeña


"Así fue introducido en sociedad el sobrino y, durante ese día y los siguientes, todo Grünwiesel no habló de otra cosa que de tal acontecimiento. El viejo señor no siguió tampoco como antes: pareció que su modo de pensar y su vida habían cambiado por completo. Por la tarde iba con el sobrino a la bolera del monte, donde los señores más destacados de Grünwiesel bebían cerveza y disfrutaban con el juego de los bolos. El sobrino se mostró como un consumado maestro en el juego, pues nunca derribaba menos de cinco o seis. A veces parecía apoderarse de él una extraña idea, y podía ocurrírsele lanzarse con la bola a la velocidad de una flecha por encima o por debajo de los bolos, organizando un estrépito disparatado; o bien, cuando había hecho una buena tirada, se lanzaba al suelo de cabeza, sobre sus bien peinados cabellos, y movía las piernas en el aire; o bien, al pasar un carruaje, en un santiamén se le veía sentado en el techo junto al conductor, haciendo muecas, le acompañaba un trecho y volvía de nuevo con el grupo dando saltos.
Ante tales escenas, el viejo señor solía pedir disculpas por el desenfreno de su sobrino al alcalde y a los demás hombres, pero éstos se reían y lo atribuían a su juventud, afirmando que a esa edad también ellos eran tan inquietos, y sentían una enorme debilidad por el joven saltarín, como lo llamaban.
Hubo también ocasiones en las que se irritaban un poco, pero no se atrevían a decir nada, porque el joven inglés tenía fama en general de ser un modelo de educación e inteligencia. El viejo forastero solía también acudir por la tarde a El Ciervo Dorado, la fonda del pueblo. Aunque el sobrino era un hombre muy joven, actuaba como si ya fuese una persona de edad: se sentaba detrás de su vaso, se ponía unas enormes gafas, sacaba una gran pipa y la encendía, ahumando a todos al máximo. Si se hablaba sobre las noticias de la prensa, sobre guerra y paz, el médico y el alcalde daban sus opiniones, provocando la admiración de los demás señores por sus profundos conocimientos de política: al sobrino se le podía ocurrir opinar todo lo contrario. Daba en la mesa un golpe con la mano, de la que nunca se quitaba el guante, y daba a entender al médico y al alcalde con la máxima claridad que de todo aquello no entendían nada, que había oído estas cosas de muy distinto modo y que tenía un punto de vista más serio. Exponía luego su idea en un alemán particularmente chapurreado, que todos encontraban encantador, con gran irritación del alcalde. Como inglés, tenía que saber todo mejor."

Wilhelm Hauff
El mono hombre



"Gestionar libros malos es mucho más peligroso que gestionar malas personas."

Wilhelm Hauff



"No hay escritorcillo, por fútil y mínimo que sea, que no imagine ser y valer alguna cosa."

Wilhelm Hauff



"No hay que pintar el diablo en la pared, o vendrá."

Wilhelm Hauff











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