César Arconada

"El cura creía que la fiesta de los pastores estaba aguada y que él, cabezón y defensor de los intereses de la Iglesia, se había salido con la suya. Para qué decir lo que ocurrió cuando le avisaron de que los pastores traían a la Virgen en procesión, como todos los años, pero sin la cooperación religiosa. Se puso hecho un basilisco. Gritaba, daba puñetazos en el aire, se daba golpes en la coronilla. En ninguno de sus sermones había estado tan expresivo. —¡Esto es una burla intolerable a la Santa Religión! ¡Adónde vamos a parar! ¡Ya no hay respeto a nada, ya no hay conciencia en las gentes! ¡Hasta los pastores están envenenados por las malas doctrinas de los enemigos de Cristo! Y después de la indignación, la resolución: —¡Pero ahora van a ver quién soy yo! ¡La Virgen es de la Iglesia y no se puede jugar con ella! Se terció la capa, se puso un solideo que cogió de la percha; y salió a la calle a grandes zancadas (...) El cura llegó donde estaba la Virgen, abriéndose paso por entre los grupos. Le salían las palabras atropelladas. Comenzó a gritar: —¡Quién manda aquí! ¿Hay alguno de la cofradía? ¡Herejes, más que herejes! ¡Sacrílegos! ¡Sacrílegos! Y en esto llegaron las autoridades de la cofradía, con el Sabio Lengüilla a la cabeza. Se abrieron paso. Llegaron al portal donde estaba la Virgen, sobre el altar. Con gran serenidad, el Sabio Lengüilla dijo: —¡Vamos a ver! ¡Vamos a ver! ¿Qué quiere usted aquí, señor cura? Pero el cura no estaba para suaves palabras de amistad. Se atropelló. Con vivo manoteo, dijo gritando desaforado: —¡Que esto que habéis hecho es una canallada y no os lo perdono! (...) ¿Pero es que Dios no está por encima de vuestra gana? ¿Es que las cosas de la Iglesia no merecen vuestro respeto? ¡No lo olvidéis, Dios todopoderoso castigará estas herejías! ¡Y muy pronto! ¡Y, además, de quién es la Virgen, vamos a ver, de quién es la Virgen! El presidente no tuvo necesidad de contestar. Muchas voces, alrededor, por la calle, por distintos lados, afirmaron rotundos: —¡Nuestra, nuestra! El cura, ya completamente desbordado, ciego, gritó: —¿Cómo vuestra? ¡La Virgen es mía, de la Iglesia, y ahora me la llevo! Y lo que sucedió a continuación fue algo tremendo que nunca se borrará de la memoria. El cura, lleno de rabia, se abalanzó sobre la Virgen. ¡Para qué quiso más la gente! De un empellón se metieron en el portal los que estaban en la puerta y la presión de los de atrás los arrastró hasta el borde mismo del altar. Había apechugones y codazos porque todos querían meterse a defender a la Virgen. Se oía un denso rumor y gritos, y brazos amenazadores en alto. Toda la capilla, hecha de colchas, se bamboleaba. No se sabe si fue el cura o fue la gente, lo que sí sucedió es que una mano cualquiera, entre aquellas apretadas gavillas de manos, agarró el manto de la Virgen y esta cayó sobre las cabezas de la gente. Todas las velas encendidas se vinieron abajo sobre el altar, y comenzaron a arder las flores de trapo y las sabanillas. Ante el fuego, la gente huyó fuera, atemorizada, pasando por encima de la Virgen, que quedó deshecha. Ya en la calle, unos se dedicaron a traer herradas de agua para apagar el fuego y otros grupos increpaban al cura que, arañado, con el manteo roto, trataba de evadirse de la refriega ante el mal cariz que tomaba."

César M. Arconada
Río Tajo
Tomada del libro He visto cosas que no creerías de Jesús Callejo, página 285




"Hay en Madrid noches de vivas y resplandecientes estrellas, noches calurosas que la frescura de la madrugada acaricia como el aliento de una amante. La gente vela en los balcones al lado del botijo que rezuma agua fresca. Los tiestos de flores despiden olor a hierbabuena y geranios. En la calle resuenan pisadas y voces como bajo la bóveda de un monasterio. Se oye el tintineo de las llaves de los serenos que corren a abrir las puertas. Bajo un farol cantan dos solitarios borrachos su melopeya de vino tinto... Y Madrid toma entonces un aspecto íntimo, de pueblo castellano, de ciudad de provincia con campanadas de reloj, calle con tapias de convento, pequeñas plazas con palacios antiguos y acacias que despiden penetrante perfume.
¿Cómo desdeñar los invitadores trasnoches por las calles de Madrid? Y muchos días, Don Justo —y lo mismo hace por su parte don Arcadio—, después de despedirse, en vez de entrar en casa se va por las calles, camina que camina, al azar de los pasos, divagando, soñando, y mezcla, con sonambulismo de fascinación, su propio mundo de fantasía y el mundo de encantadas sombras y siluetas que parecen transitar por las viejas calles de Madrid.
Don Justo está ahora cesante de su empleo. Liberal toda su vida, madrileño patriota, hombre generoso y bueno, le echaron de su cátedra. Pero Don Justo no hace de su situación una tragedia. Es un soñador, y para ciertos hombres tener sueños, caminar entre sueños, es como estar iluminado por una luna de belleza. Pero en cambio sí que siente como tragedia el dolor actual de España, el dolor de Madrid.
Hoy es una de estas encantadoras noches de Madrid, irresistible, llena de tentaciones, y Don Justo, que se siente lírico en el goce nocturno de su ciudad querida, marcha por las calles, sin saber adónde ir ni a qué fin, a divagar, a soñar, a soñar."

César Arconada
Noche de Madrid


“Hay fuentes que no hacen río, pero no hay río que no tenga madre de fuente. Me figuro la nueva vida de China como un río inmenso de limo fecundo y aguas caudalosas. Y entonces me pregunto, ¿dónde están sus fuentes? Porque quiero ir a buscarlas, a contemplar desde ellas el curso serpenteante, a ver desde lo alto y desde lo niño el proceso de formación: los afluentes que lo acaudalan, los obstáculos que lo cercan, las llanuras que lo ensanchan, los cascajales que lo purifican.”

César Muñoz Arconada


“Hay leyendas de monstruos salidos del mar que infunden terror en la tierra. Pero estas historias de cartel de feria siempre acaecieron en remotísimos tiempos sin calendario. Lo insólito es que Shangai fue protagonista de tales historias en tiempos relativamente próximos, en el siglo pasado.”

César Arconada



“He aquí ante los ojos: ¡el dragón de 5.000 kilómetros, la gran muralla China.”

César Arconada


“La Ciudad Prohibida solo se puede ver de paso, con ojos de curiosidad.”

César Arconada


“... por ahí crece la obra, vivificada por el asombro, la mirada azul, la palabra justa y la descripción envolvente.”

César M. Arconada


“¡Revelación!. Esta es la palabra que fluye en cada viajero.”

César Arconada




No hay comentarios: