Mijaíl Artsibáshev

"Cuando Dehenieff se presentó a ambas, Lisa se mostró cohibida; Evgenia Samoilovna, por otra lado, aparentaba calma y amable condescendencia.
Dehenieff observó sus impresiones íntimamente, profundamente interesado en compararlas. Evgenia Samoilovna apenas le dirigió la mirada, volviéndose hacia Lisa y diciéndole en el tono amistoso de una mujer mayor:
Usted vive aquí, ¿no es así? ¿No le resulta soporífero? Todo el mundo parece tan monótono y carente de interés.
Estoy acostumbrada, respondió tímidamente Lisa, sin saber qué hacer con las manos.
Evgenia Samoilovna sopesó críticamente su figura, vestido, manos y cabello, estimando los peligros que suponían los encantos de esta joven para su rival de la ciudad. Habló todo el tiempo sobre diferentes temas, con el cuidado y esmero propio de quien agasajara a una niña de provincias que estaba necesitada de su protección. Dehenieff escuchó su conversación con un creciente sentimiento de insatisfacción, no exento de una cierta vergüenza inconveniente y para librarse de ella le propuso a Evgenia Samoilovna mostrarle su estudio.
Oh, sí, muéstremelo, consintió ésta arrogantemente.
Para emular su compostura, Lisa se levantó también y fue hacia los lienzos. Examinaron los bocetos, en silencio y amablemente, intercambiando opiniones simultáneamente. Ambas parecían hacer caso omiso de Dehenieff. Finalmente se sentaron de nuevo y discutieron sobre arte durante unos cinco minutos, hasta que Dehenieff apreció triunfalmente que la conversación comenzaba a languidecer, tal como él había esperado que sucediera. Sin embargo, ellas a su vez persistían expectantes en la charla. Comprendió que cada una aguardaba impaciente a que la otra se marchara.
Lisa evidentemente sintió que era hora de irse, dado que sus razones para permanecer no debían ser demasiado obvias. Sin embargo, una fuerza oculta la retuvo. Evgenia Samoilovna la miró con presteza y le dio un nuevo giro a la poco atrayente conversación. Lisa sintió que la mirada de la otra mujer la atravesaba, pero sus pies se negaron a moverse."

Mijaíl Artsibáshev
El último límite


"¿Y no hemos de concebir la esperanza de que al menos en el futuro la humanidad pueda gozar de una edad de oro?
Nunca habrá un tiempo áureo. Si el mundo y la humanidad pudieran realmente llegar a ser mejores en un momento dado, luego, quizás, sería posible el advenimiento de una edad dorada. Pero eso no puede ser. El avance hacia dicha mejora es lento y el hombre sólo puede atisbar aquello que está inmediatamente ante él o tras él. Tú y yo no hemos vivido la vida de un esclavo romano, ni la de algunos salvajes de la Edad de Piedra, de modo que no podemos apreciar la bendición de nuestra civilización. Por consiguiente, si alguna vez ha de existir una edad de oro, los hombres de aquella época no percibirán ninguna diferencia entre sus vidas y las de sus antepasados. El hombre transita a lo largo de una senda interminable y desear nivelar el camino de la felicidad sería como añadir nuevas unidades a un dígito que es infinito.
¿Entonces crees que todo esto carece de significado, que todo es en vano?
Sí, eso es lo que pienso."

Mijaíl Petróvich Artsybáshev
Sanin
















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