Sholem Asch

"Ahora, más que en cualquier otro momento de la historia humana, debemos armarnos con un código ético para que cada uno de nosotros sea consciente de que está protegiendo el bien moral faltante por el cual no vale la pena vivir la vida."

Sholem Asch


"Cada amanecer renueva el comienzo, y ver la tierra que luchó por salir del vacío informe, de la noche, es presenciar el acto de la creación."

Sholem Asch


"Dios no busca destruir naciones malvadas, sino su maldad."

Sholem Asch


"El espíritu pagano no tiene alas. No es posible elevarse a alturas desde las que se ve la totalidad del ser, y por tanto se pierde en el detalle."

Sholem Asch



"Escribir es más fácil si tienes algo que decir."

Sholem Asch


"La escalera de la humanidad hacia Dios es una escalera de acciones."

Sholem Asch


"La personalidad es la glándula de la creatividad."

Sholem Asch



"No es el poder de recordar, sino todo lo contrario, el poder de olvidar, es una condición necesaria de nuestra existencia. Si la lucha por la transmigración de las almas es real, entonces éstas, entre su intercambio de cuerpos, deben pasar por el mar del olvido."

Sholem Asch



“No pude evitar escribir acerca de Jesús. Desde que supe de El, ha tomado mi mente y mi corazón…. vacilé un poco, al principio; yo buscaba ese algo que muchos de nosotros buscamos–esa certeza, esa fe, ese contentamiento espiritual en mi vida que me daría paz y por medio del cual yo podría llevar paz a otros. Los encontré en el Nazareno…todo lo que El dijo o hizo tiene valor para nosotros hoy en día, y esto es algo que no se puede decir de ningún otro hombre, vivo o muerto… El ha llegado a ser la luz del mundo. ¿Por qué un judío no debería estar orgulloso de ello?”

Sholem Asch



"Se oía el tintineo de las campanillas de plata, agitadas por los monjes que iban delante de la Sagrada Efigie. Los cardenales, con sus altos gorros carmesíes y sus largos báculos, dirigían los cortejos.
Y entre el humo del incienso se elevaban figuras de santos, que iban sobre los hombros de los fieles, de leprosos, vencidos por el dolor, de seres desnudos, con puñales hundidos en el cuerpo y gotas de sangre coagulada brotando de sus heridas abiertas; algunos mostraban, con los rostros compungidos, las hernias que aún conservaban de las uñas clavadas. Y detrás de ellos seguían, a lo largo de kilómetros, hileras de monjes, con máscaras de muerte, cubiertos con sus negros hábitos, que llevaban una calavera bordada en blanco, y por los recortados ojos de la calavera mostraban sus extraños ojos de horror.
Los disfrazados de esqueletos llevaban largas velas amarillas de cera, dando la sensación de que los muertos habían salido de sus sepulcros y marchaban por las calles de Roma.
Desde la madrugada se oyó un canto, que no era tal, sino el extraño grito de la muerte que corría por las calles de Roma, y que sumía a toda la ciudad en un pánico precursor de algo desconocido que se avecinaba.
Todas las procesiones se dirigían a las puertas de la Iglesia del "Sagrado Corazón"; una vez allí, bajaron las banderas, las efigies sagradas y las figuras de yeso de los hombros, las llevaron a la capilla donde Pastillo había terminado sus frescos y las depositaron ante el altar de la Santa Madre, donde se colocaría el nuevo cuadro de la Madre de Cristo, que debía surgir acto seguido en el espacio, mediante un procedimiento secreto inventado por un mecánico.
La iglesia aparecía rebosante de cardenales, obispos, sacerdotes, monjes y monjas. Todos, en sus hábitos, arrodillados en el suelo, esperaban el gran momento en que la "Santa Doncella" aparecería ante el altar. Sonaba el órgano y cantaba el coro de la iglesia, acompañado por el pueblo; hombres, mujeres y niños, como agitadas olas de un océano, se empujaban unos a otros en las puertas, pugnando por entrar. La iglesia estaba ya repleta, y millares de cabezas, como las aguas de un río desbordado, cubrían el césped de la plaza, alrededor de la iglesia; estos fieles sólo podían ver las amarillas velas de cera, ardiendo en los altos candelabros de madera, como columnas encendidas, que se elevaban por encima de las cabezas de los sacerdotes de blancos hábitos y por encima de los monjes con máscaras de calaveras; sólo oían los cánticos que llegaban desde el templo, y permanecían en completo silencio."

Sholem Asch
La hechicera de Castilla


"Sin amor por la humanidad no hay amor por Dios."

Sholem Asch


"Y entonamos versículos de los salmos, entre cada plato, y el rabí nos explicó las palabras del texto, y reinó gran alegría en la mesa. Bienaventurados los ojos que vieron todo aquello. Y cuando contemplé a la madre sentada entre sus hijos, y las lámparas ardiendo, y brillando la luz del sábado, y la casa tan limpia y ordenada, y el espíritu de Dios flotando sobre la mesa, porque todos hablaban de cosas santas, pensé entonces en aquella según el versículo: "Como la madre se regocija con sus hijos, ¡Aleluya!".
Y aquella noche nosotros, los discípulos, la pasamos en el patio de la casa del rabí, encontrando cada cual el sitio que pudo, porque queríamos todos estar con nuestro rabí por la mañana, e ir con él a la sinagoga. Porque así está escrito: "En la multitud del pueblo es la majestad del rey" y un rabí es semejante a un rey, y es honroso para el rabí que sus discípulos le acompañen prontamente, y nos encaminamos a la sinagoga que estaba situada en una altura y se veía desde todas las partes de la ciudad. Y cuando llegamos, la sinagoga estaba llena, porque todos sabían que el rabí vendría para las oraciones con sus discípulos, y esperaban ver si realizaría algún milagro como había hecho en otras ciudades. En el sitio elevado sobre la pared oriental, hacia el arco donde se guarda el rollo sagrado, estaban sentados el jefe de la congregación y los principales de la ciudad. El jefe de la congregación era un anciano, de larga barba blanca, y brillaba en su traje albeado del sábado. A uno de sus lados estaba sentado el guía de las oraciones, que era maestro de los niños, hombre en las fuerzas de sus años; era del sacerdocio, de los hijos de Aaron, y llevaba muy largos sus cabellos y tenía la barba peinada y rizada a la manera de los sacerdotes. Del otro lado estaba el asistente del jefe de la sinagoga, que era un hombre joven. Y cerca de ellos se sentaron los ancianos, ataviados para el sábado, con sus mantos de oro adornados de estolas."

Sholem Asch
El nazareno








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