Ugo Riccarelli

"Alejado de los ruidos del mundo, trasferí mi ropa al armario empotrado del vestíbulo, los libros a los que más cariño tenía junto al teléfono, con los del señor Hrabal encima del montón, y una vez más me encerré en casa a pensar, a reflexionar sobre esa madurez que definitivamente se había convertido para mí en una colección de rechazos, el desbaratamiento de un ejército en retirada: me sentía como un general abandonado, un Napoleón en Santa Elena abandonado por todos en aquel escollo aislado del mundo y con el océano a mi alrededor.
Y, sin embargo, la vida estaba justo detrás de las persianas, pensaba yo, y, en el fondo, incluso los razonamientos de mi madre no eran del todo equivocados porque aún debía pasar el reconocimiento militar y por fin poner en práctica algo más directamente ligado a mi madurez que aquella sarta de abandonos, y así, por enésima vez, mientras estaba encerrado en el salón, pensaba en esta nueva situación y en la madurez que en el fondo es saber afrontar sin temor las adversidades, y no ceder a las ganas de llorar por esa especie de desbaratamiento, ver las cosas de forma positiva, imaginar mi propio futuro, y consideraba que, en todo caso, hacía pocos días que había entrado en la vida y mi vida, por lo tanto, seguía estando allí delante, esperándome, acaso precisamente en el Distrito Militar, donde quizá hubiera podido convertirme en un hombre. Entonces recobré una vez más el vigor, me entraron ganas de salir del acuario y de dejar que el buen humor se apoderara de mí, porque era hermoso volver a oír los ruidos del mundo y poder participar por fin en la vida con la fuerza de mi madurez."

Ugo Riccarelli
Estramonio



“El tiempo corre más rápido que los trenes , y al correr deja atrás pedazos de personas, cosas, pensamientos, todo lo que construye lo que somos y, más allá de la memoria, dar vida a huellas y fantasmas es un ejercicio estéril y vano.”

Ugo Riccarelli


"La primera vez que Annina vio a Cañero, él caminaba siguiendo los rieles y llevaba en la mano un ramito de flores silvestres. Annina iba en dirección contraria a la suya montando a pelo su caballo, Pallino. De Cañero, como todos en Colle, conocía la historia del mágico vuelo en la noche hasta el avellano, en recuerdo de lo cual llevaba aún el nombre que el pueblo le había asignado, y conocía las vicisitudes del Maestro y de la viuda, de una familia cuyas leyendas la habían acompañado en los relatos de su madre, de Mero y de Mena.
Cuando vio llegar a aquel niño, siguiendo las vías, no pensó enseguida en él. Al contrario, de lejos le pareció casi su primo Paris, pero después, al cabo de algunos metros, vio el lazo negro en el cuello de la camisa y comprendió que tenía ante ella, en carne y hueso, al protagonista de tantas historias. Un sentimiento mixto de emoción, curiosidad y miedo la embargó y durante el tiempo que el paso lento de Pallino empleó en sobrepasarlo, Annina lo miró de reojo más que contemplarlo con los ojos bajos, sin que se le notara, aprovechándose de su posición alta sobre la cabalgadura, y de que el sol le daba a Cañero en pleno rostro.
Pasando lentamente vio a un niño que absorto, casi triste, caminaba siguiendo la vía férrea, y viéndolo de esa manera, pequeño y solitario al hilo de los raíles que se perdían en el infinito, a Annina no le pareció que tuviera nada de heroico, nada de lo que su fantasía de niña le había sugerido cuando, al escuchar los relatos, se había imaginado al legendario Avellanito piruetear por los aires y detenerse entre las ramas de un árbol: no tenía alas, no era alto ni rubio, no llevaba siquiera un traje especial. No era más que un niño que caminaba siguiendo las vías, solo, con un gran lazo negro en el cuello y un ramito de flores en una mano.
Sintió desilusión Annina, y permaneció rumiándola para sus adentros un rato, casi comparando en su mente la imagen creada por las historias, con la que se había encariñado, y la que la realidad acababa de mostrarle. Y cuando, como para cerciorarse, se volvió para verlo una vez más, lo que vio fue poco más que un puntito, una hormiga apoyada en los rieles, arrodillado frente al ramito de flores, justo al lado de un avellano y de las vías que le habían robado a su madre. Entonces la desilusión de Annina se disipó y una enorme pena se adueñó de ella y la acompañó todo el día, hasta la noche, y no se alejó ni siquiera cuando, esperando ahuyentarla de esa forma, la niña le pidió primero a Mena y a su madre después que le contaran una vez más la historia de Avellanito y de su prodigioso vuelo.
Durante toda su infancia, y también luego, cuando era una muchacha y Ulises enloqueció del todo, y más tarde, casi mujer, después de que Mero muriese enamorado de la caldera de arrabio, Annina se topó muchas veces con Cañero, y siempre, aunque sólo fuera viéndolo desde lejos, aquella sensación de pena infinita la envolvía y la sorprendía, casi como si no consiguiera superar la idea intensa, punzante, del dolor con el que aquel niño, aquel muchacho y aquel hombre debía de haber pagado el vuelo milagroso que había puesto a salvo su vida sobre un avellano.
No resulta fácil decir si la pena puede transmutarse en amor y cómo puede hacerlo, pero acaeció que Annina, con el pasar de los años, le fue tomando cariño a la imagen de aquel niño en las vías del ferrocarril, y así el desasosiego que ésta le producía se convirtió en una parte de ella misma, un sentimiento bien aceptado que acunaba, alimentaba y renovaba cada vez que tenía ocasión de encontrarse con Cañero, de hablar y de oír hablar de él.
Y cuando, con el tiempo, cambiaron también las historias de Colle y, como sucede a menudo, otros personajes y otras aventuras se convirtieron en las preferidas del parloteo de sus habitantes, para Annina la historia de Avellanito permaneció siempre joven como el protagonista que había visto crecer en el interior del pueblo hasta convertirse en un hombre, y en su propio interior hasta convertírsele en familiar."

Ugo Riccarelli
El dolor perfecto


“Las cosas son cosas, tienen vida propia, tienen formas, pensamientos, tienen edad e incluso un color. Somos los que dividimos, construimos barreras, subimos, bajamos, decimos quién es bueno y qué es peor."

Ugo Riccarelli


"Quizás fue solo la perseverancia, la tenacidad de un deseo tan fuerte como para obligar a que las cosas sucedan, y no al revés."

Ugo Riccarelli

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