Víctor del Arbol

"Como si fuésemos escritores, todos utilizamos la verdad y la mentira para construir un relato coherente de nuestra historia e identidad."

Víctor del Arbol

"De modo que aquella mujer era psiquiatra. Se supone que los psiquiatras son los guías en el camino, las teas que se adelantan para convertir la oscuridad en luz, el hilo de Ariadna para salir de nuestros propios laberintos. Sin embargo, aquella mujer no parecía muy segura de nada. Las personas no se explican a través de lo que hacen; las profesiones solo son disfraces.
Dio una vuelta alrededor de la estancia. El apartamento era lo suficientemente grande como para costar más de lo que cualquier trabajador mediano podría permitirse, pero resultaba frío, con pocos muebles de líneas minimalistas, colores grises y blancos, acero y cristal. No había fotografías personales, ni cuadros. Los únicos portarretratos que vio traían todavía las imágenes profesionales de los modelos, niños como querubines, hombres y mujeres de sonrisa perfecta y postiza. Tal vez, se dijo Who, aquel entorno explicaba mejor la personalidad de su clienta que el diploma expuesto en la pared.
Encima de la mesa de cristal vio una carpeta abierta. Apenas la miró por encima sin curiosidad, distrayendo la espera. Pero algo le hizo prestar más atención. Sobre un legajo de documentos sobresalía una hoja de impresión oficial con casillas y cruces, datos personales y valoraciones. Esa página tenía grapada en una esquina una fotografía tipo carné. El señor Who estiró de la punta de la página y la examinó asombrado.
Cuando Martina regresó con los billetes cuidadosamente doblados en su mano cerrada se encontró la estancia vacía. El prostituto se había marchado sin esperar.
Extrañada, miró a su alrededor, sin comprender qué podía haber pasado. Todo estaba intacto, excepto la carpeta con los expedientes que había estado consultando unas horas antes y que había olvidado guardar en el archivador. La carpeta estaba casi exactamente en la misma posición. Sin embargo, recordaba haberla dejado abierta. Y ahora estaba cerrada.
Abrió el expediente y vio que las páginas estaban desordenadas. Después de hacer el recuento comprobó que faltaba la ficha biográfica con la foto de un paciente. Eduardo Quintana.
—No tiene buen aspecto, Eduardo.
No lo tenía. Se había afeitado rápido y mal, tenía diminutos cortes por toda la mejilla y partes donde el vello canoso de la barba destacaba sobre la palidez de la piel. En alguna parte había encontrado una camisa medio decente, pero no se había dado cuenta que los picos del cuello estaban manchados y que le faltaba un botón. La corbata, con un nudo grueso y mal hecho, tampoco ayudaba a mejorar su lastimoso estado. ¿Ya era jueves? Debía de serlo. No recordaba la última vez que se había levantado de la cama. La cabeza iba a estallarle.
Le dedicó una mirada descompensada a Martina. Un párpado le caía más que el otro. Torció la cabeza, como si buscara una perspectiva diferente desde la que examinarla."

Víctor del Arbol
Respirar por la herida


"Decir una verdad que no se te pide es un acto de egoísmo."

Víctor del Arbol


"La vocación del escritor es convertirse en ciudadano del mundo y escribiendo uno siente que forma parte de todo, a nivel geográfico, pero también temporal."

Víctor del Arbol


“Me molesta mucho, incluso como lector, la retórica de los libros que intentan juzgar lo que solo debe ser contado y observado. Toda historia merece ser contada desde la visión neutra de los hechos y el escritor no debe juzgar a los personajes. Ese es un derecho que tiene el lector.”

Víctor del Arbol


“Nunca podemos desembarazarnos del todo de nuestro pasado. El resentimiento, aunque parezca diluido durante años, siempre reaparece, porque el odio es una herencia, igual que los afectos, y en esa contradicción construimos nuestra memoria.”

Víctor del Árbol Romero



"Para cuando el moro Ulises asomó al final de la calle Imperio, la Virtudes ya estaba prevenida y esperaba, con el ojo pegado a la mirilla de la puerta. A pesar de estar alerta, la sorprendió de pronto el perfil alargado del inspector al otro lado. Retrocedió justo a tiempo para que la frágil puerta, derribada de una patada, no se le viniese encima. El moro irrumpió en la casa y se vio rodeado por el aroma del ajenjo.
Una quemadura antigua se adivinaba en el escote medio desnudo de la Virtudes, que llevaba puesta una bata desabrochada que le venía demasiado grande. Al principio, el moro casi no reparó en la mujer; miraba por encima de ella el interior de la casa.
—¿Estás sola?
—No sé nada —gimió la mujer. No era la primera vez que la policía venía en su busca desde que habían metido a su marido en la cárcel dos años atrás por espiar a los Quiroga. La cicatriz de las quemaduras en el pecho era testimonio de esas visitas.
El moro Ulises pasó levemente el dedo por encima de la mesa, sin tocar a la mujer.
—Yo sí. Sé que han soltado a tu marido esta mañana. Pero lo he vuelto a detener —dijo, mirándose la yema manchada de polvo pegadizo—. Ahora está en comisaría, sangrando como un cerdo.
—¿Por qué lo han detenido? Seguro que no ha hecho nada. —La mujer sabía que detrás de cada ventana había unos ojos mirando y unos oídos escuchando. Juan tenía un prestigio en el barrio, era un sindicalista de los duros, de los que no se dejaba amedrentar por un policía de la secreta. Y de lo que ella hiciese o dijese dependía que esa fama se mantuviera.
—Siéntate —le ordenó el moro Ulises.
La luz de la calle llegaba con tacañería al interior de la casa. La madrastra de Lucía se sentó en el sofá, frente al aparato de radio apagado, con la concentración pasmada en la botonera dorada del dial. Sus párpados, acostumbrados a la oscuridad, temblaron al ver reflejada en la pared la silueta del moro de pie, a su espalda, mirándola con intensidad."

Víctor del Arbol
El peso de los muertos












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