Artur Azevedo

"(Pequeño coro)
Ya sea de día o de noche
Quienquiera que haya sido afortunado
no rehúye la pleitesía a la feligresía
de esta bella taberna.
Primer parroquiano. ¡Monteiro!
Monteiro. (Aproximándose.) ¿Qué sucede?
Primer parroquiano. ¿Quién es ese zagal que está escribiendo?
Monteiro. Es Fábio.
Primer parroquiano. ¿Qué está escribiendo?
Monteiro. Nada, que yo sepa.
Segundo parroquiano. ¿Nada? Es un desocupado. Conoció el empleo del comercio.
Monteiro. Sí, creo que así fue... Luego fue poeta y llegó a escribir en los periódicos.
Primer parroquiano. ¿Sobre qué escribía?
Monteiro. (Riendo) Era una revista en la que trabajó hace tres años.
Segundo parroquiano. ¿Por qué no lo hace en casa o en la oficina?
Monteiro. A esta hora aquella mesa se torna infalible... Pide una botella de ron amargo... Escribe durante un lapso de dos horas... Al levantarse, tiene una revista y una cena que no se puede degustar.
Segundo parroquiano. ¡Lástima! ¡De esa forma no llegará muy lejos!
Primer parroquiano. Tu casa es muy frecuentada por gente de teatro.
Monteiro. Podría decirse que no tengo otra parroquia. Es una especie de cuartel general de los que somos actores. Entre estas cuatro paredes discuten empresarios, críticos, se crean y se deshacen empresas.
Segundo parroquiano. Siempre están luchando entre sí.
Monteiro. Eso no quiere decir nada. Los artistas pueden decirse verdaderos oprobios, parecer enemigos irreconciliables, pero al primer infortunio que sufra uno de ellos, se abrazan y se besan. Son buena gente, juzgados injustamente.
Primer parroquiano. (Levantándose.) ¡Bueno! ¡Es hora de marcharme!
Segundo parroquiano. Todavía es temprano. Vamos a jugar una partida.
Monteiro (señalando a la izquierda.) Las dos mesas de billar están desocupadas.
Los dos. ¡Vamos¡ ¿Cuánto dinero tienes? (Salen hacia el margen izquierdo de la escena y después de un tiempo se oye el entrechocar de las bolas entre sí). "

Artur Azevedo
O Mambembe


Vieja anécdota

Tertuliano, frívolo travieso,
que ha sido un idiota desde que era un mocoso, un
poco incapaz de escuchar buenos consejos,
un tipo que, muerto, no sería extrañado;

Allí un día dejó de andar,
Y yendo a la casa de su padre, un anciano honrado,
Solo en la sala, frente a un espejo,
A su propia imagen dijo en voz muy alta:

—Tertuliano, eres un chico hermoso!
¡Eres bueno, eres rico, tienes talento!
¿Qué más en el mundo necesitas? —

Entrando en la habitación, el padre serio,
Que detrás de la cortina había oído todo,
Severo respondió: — Juicio. —

Artur Nabantino Gonçalves de Azevedo




















No hay comentarios: