Arturo Azuela

"El placer, en sus más altos y refinados dominios, es también un fundamento de la historia. Triste es quien goza sólo lo que tiene y, sobre todo, si no es ducho en los placeres que otorga la vida. Desde antiguos tiempos bien se decía que los "placeres son por onzas y los males por arrobas''. Triste destino el del celibato puro y el del freno continuo del casto eterno. Dicen que entre el bien y el mal se nos va este mundo y que el gozo, comunicándolo crece. Claro que el placer —el intenso, el profundo, quizás el desinteresado— causa muchos dolores y hace daño por algún tiempo. Sólo el sabio es rico de verdad, con su voluntad contenta, y desde luego con la prudencia que muchos perjuicios y males previene. Nuestra tradición occidental, la judaico-cristiana, el placer es cosa de libertinos, de disolutos, de crápulas. Una parte sustancial del ser humano —el goce del erotismo más pleno— se ha arrinconado en un mundo de vicios y decadencias. Entre las obligaciones y las devociones, el placer ha quedado como una cosa aparte, de extraños mundos de aquelarre. Afortunadamente, nunca es tarde si la dicha es buena y se aprende, paso a paso, que "no hay placer que no enfade, y más si cuesta en balde."

Arturo Azuela Arriaga
La defensa del placer



"Mi literatura juega con voces colectivas."

Arturo Azuela Arriaga


"Procuro hacer una literatura de vanguardia en el terreno del lenguaje, pero que recoja la tradición de la gran literatura mexicana."

Arturo Azuela Arriaga


"Recuerdo a mi gran maestro Edmundo O´Gorman: "Los hechos históricos no son independientes de las ideas que nos hacemos de ellos, ni las ideas son indiferentes, ni están aparte de tales hechos; el acontecer histórico queda dotado de sentido; pero éste es el que le damos según la intención que le atribuimos". Voy a su análisis profundo sobre el proceso ontológico de la idea del descubrimiento de América, cuando nos deja a un Colón navegando, enfermo de artritis y de la vista, con sus cuatro naos en su último viaje, intentando probar la existencia de un continente austral, y entonces don Edmundo se dedica al estudio de la tercera navegación de Américo Vespucio "bajo pabellón portugués, cuyo propósito viajero consistía en navegar hacia las costas subecuatoriales, a las que identificaba con la península adicional del continente asiático". Dejo para otra ocasión la polémica infinita en torno al descubrimiento -o invención, genocidio, conquista, encubrimiento, encuentro-, y paso a las lecturas antagónicas de mis años de bachillerato o de primeros semestres universitarios; ahí están frente a frente Vasconcelos y Mariátegui, José Enrique Rodó y Alejandro Korn, Antonio Caso y Juan Bautista Justo.
Recuerdo nuestros rechazos a La Raza Cósmica, a Los motivos de Proteo y a El hombre mediocre; reafirmo nuestros primeros entusiasmos no sólo sobre Benedetto Croce o Sartre, sino Collingwood, Hans Reichenbach y Gordon Childe. Y no me olvido de las últimas polémicas sobre la filosofía del mexicano, empezando por algunos textos de Samuel Ramos y Leopoldo Zea y El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz para llegar a los cursos de Uranga, de Villoro, de Guerra, de Sánchez Macgregor -todos ellos integrantes del grupo Hiperión. Y luego las lecturas voraces sobre el materialismo dialéctico, el manifiesto comunista y la dialéctica de la naturaleza. Era una época de discusiones desaforadas y de indigestión intelectual. La confusión estaba a la orden del día. Pero a pesar de todo, no era tiempo malgastado."

Arturo Azuela
La mar de utopías









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