Barbara Baynton

"La mujer llevaba la bolsa con el hacha, el mazo y las cuñas; el hombre, el cazo y las bolsas limpias de comida. La sierra la llevaban entre los dos, de modo que parecía que caminaban unidos por ella. La mujer era más alta que el hombre, y la firmeza de su cuerpo, tan distinto del que él, que caminaba con flojera, arrastrando los pies y dejando caer los hombros, hacía que la diferencia entre ambos resultara más evidente. Los hombres la llamaban "la compañera del Squeaker", y todos parecían estar de acuerdo en que no había mejor camarada de pelo largo con unas enaguas puestas. Las mujeres de los colonos agrícolas habían intentado retarla a que se pusiera unas ropas más femeninas, pero la compañera del Squeaker no les hizo ni caso, si es que llegó a escuchar siquiera lo que querían."

Barbara Janet Ainsleigh Baynton
Estudios de lo salvaje



"La pasajera que estaba escuchándolos, y que iba en el vagón situado entre el de los arrieros y el del comercial, oyó unos minutos más tarde un golpe sordo procedente del coche en que viajaba el ganado, de modo que pudo agregar una nueva baja a la lista de los caídos. Ese mismo día, antes del amanecer, el tren se había detenido en un apeadero para cargar a los animales, y ella había observado con doloroso interés cómo subían a todas aquellas bestias amansadas por la sequía y las embutían en unos coches que no podían ir más llenos. El codicioso e infatigable sol se abrió paso rápidamente tras el amanecer gris, y ella se horrorizó al contemplar la desolación de aquellas áridas llanuras que se desplegaban ante sus ojos sin ningún cobijo. La oscuridad de la noche había ocultado el paisaje, pero ahora se abría ante ella bajo una luz que incluso en ese instante parecía ya envejecida y marchita. Comprendió lo que debían de estar sufriendo aquellos animales escuálidos. Aún no habían dado las doce de la mañana, y ella ya había vaciado dos veces la botella de agua que iba sacudiéndose en su soporte de metal.
El tren reemprendió su desfallecida marcha, y la viajera cerró los ojos ante la monotonía de aquellas llanuras sin vida. Poco después, sin embargo, la locomotora carraspeó para darle una estridente bienvenida a los dos tanques de hierro que aparecieron de repente en el camino. Situados a unos seis metros de altura, ardían como dos ojos infernales excavados en una cara que hubiera desaparecido.
El tren maniobró y puso los depósitos justo debajo de los tanques. Un pulgar ennegrecido apareció sobre el canal de llenado y la locomotora comenzó a emitir un siseo por entre sus dientes cerrados, como lo haría un gato salvaje al que hubieran atrapado y encerrado en una jaula. Sin dejar de tragar litros y litros de agua. A los animales les llegó aquel olor verde y viscoso, y los más sedientos comenzaron a patear el suelo débilmente, entrechocando los cuernos y bramando para que les hicieran caso, con una súplica que iba a quedar sin respuesta."

Barbara Baynton
Billy Skywonkie








No hay comentarios: