Ciro Bayo

"Era audaz, licencioso, astuto. Eclipsaba en lucha con el toro y dominando el potro, la destreza y travesura del gaucho más pintado. Las trovas del fogón ranchero jamás cantaron entidad gauchesca tan maravillosa por la fuerza y la valentía. La belleza de Belial le completaba. Para arrastrar los gauchos a la guerra les inspiraba odio a la ciudad, odio a las riquezas, a la cultura, a la disciplina moral, a todo lo que fuese distinto de la barbarie pampeana. Iluminó la conciencia del gaucho excitando las fibras de su sensibilidad y dando rienda suelta a sus instintos y a sus furias."

Ciro Bayo
Romancerillo del Plata


"Estos tesoros arquitectónicos están tan juntos como dientes de una piña; pero se necesita mucho tiempo para verlos. De ahí que fueran mis visitas repetidas y tan minuciosas, que aunque he vuelto a Sevilla posteriormente con billete kilométrico y billetes de Banco en la cartera, ninguna estadía me fue más provechosa que aquella.
Al pobre peregrino le pasa lo que al estudiante pobre, el cual estudia y aprende más que el rico. La lentitud de la marcha, la soledad del camino compenetran al peregrinante con el medio ambiente. Se detiene a fruir en paisajes clásicos; sorprende, al pie de los monumentos de piedra, el secreto maravilloso de la euritmia; se empapa de emanaciones apolíneas y dionisíacas. Cualquier otro modo de arribar un peregrino a una ciudad santa —y Sevilla lo es por sus monumentos, como Toledo, Burgos, Córdoba y Granada— es hacerlo sin consagración, pietista y poética. «Querer ir a Grecia —escribe Hauptmann, y yo lo aplico a mi cuento—, querer ir a ella en ferrocarril o en vapor parece casi tan absurdo como pretender escalar el cielo de la propia fantasía con una escalera».
Atravesando la ciudad, admiré también sus espaciosas plazas y señoriales calles y entre todas la calle de Sierpes, la arteria aorta de Sevilla, y, sin embargo, la más silenciosa; no pasan coches por ella; la ola de peatones circula por las losas del pavimento sin hacer más ruido que el de una reunión mundana en un salón u otro recinto cerrado; la gente se pasea o se planta a conversar entre lujosas tiendas, espléndidos cafés y alegres centros de reunión, abiertos de par en par. De noche, a la luz mate de los focos eléctricos, parece aquello un salón al aire libre."

Ciro Bayo Segurola
Lazarillo español


"La vegetación a las orillas era más rala, por ser el terreno inundadizo. Las aves acuáticas son allí en tanto número, que literalmente cubren las playas; garzas y gaviotas, especialmente, están tan apretadas, que parecen una nevada, y al acercarse una embarcación levantan el vuelo con atronadores gritos, dejando al descubierto en la arena millares de huevos.
Más hacia adentro, en charcas y lagunetas, orna y embalsama el recinto la reina de las ninfeáceas (la curiale amazónica o
victoria Regina de los botánicos), llamada por los indios irupé (bandeja o plato en el agua); de flor blanca y roja, grande y esponjada como una lechuga, que allá en otoño se transforma en un fruto esférico del tamaño de una sandía; de pistilos tan grandes como astas de buey, y de flotantes hojas, tamañas como ruedas de molino, que aguantan perfectamente el peso de una garza posada en una de ellas como un guerrero sobre el pavés.
Como el río es tan ancho en aquella parte que se reparte en muchos brazos, haciendo en el medio islas, los marañones en los ocho días que en la junta se detuvieron, se holgaron, unos pescando mariscos en la ribera, y otros matando con los arcabuces abundante volatería, en especial el «yacú», una pava de monte, especie intermedia entre pavo y faisán, de menor tamaño que este, pero de la misma forma, solo que su plumaje es negro aterciopelado, tiene sobre la base del pico una carúncula carnosa anaranjada y ostenta un moño negro elegantemente rizado, por lo que los naturalistas le llaman
Penélope Pileata.
Cierto día que estaban cazando, dieron de repente los arcabuceros con unos indios entretenidos en recoger tortugas, y como estos huyeron al verles, los cazadores volvieron al real llevando en parihuelas, improvisadas con ramas, la abundante pesca que los fugitivos abandonaron.
Tras de tanto solaz, que les vino bien, porque en el astillero se había repartido poca comida para tanta gente, los marañones dejaron la junta del Napo; y al salir de ella se quebró y anegó uno de los bergantines, tan de improviso, que apenas dio tiempo a los que iban en él para transbordar a las canoas y balsas que venían detrás.
El derrotero de Vázquez señala a continuación otro río grande que viene de la mano izquierda; «se creyó que era esterío el de la Canela, por do vino el capitán Orellana, que nasce del Perú, de las espaldas de Quito, de los Quijós». Será el actual
Putumayo."

Ciro Bayo
Los marañones. Leyenda áurea del nuevo mundo



"Lo confieso: soy un español rezagado del siglo XVI."

Ciro Bayo









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