Confessio Fraternitatis

Confessio Fraternitatis R. C. ad Eruditos Europae


Capítulo I. Que ni por precipitación ni por prejuicio se malinterpreten las afirmaciones con respecto a nuestra Fraternidad publicadas en nuestro manifiesto anterior: el Fama Fraternitatis. Al contemplar la decadencia de la civilización, Jehová trata de redimir a la humanidad, revelando a quienes estén dispuestos e imponiendo a quienes no lo estén los secretos que antes había reservado a Sus elegidos. Gracias a esta sabiduría, los piadosos se salvarán, pero los pesares de los impíos se multiplicarán. Aunque la verdadera finalidad de nuestra Orden se expuso en el Fama Fraternitatis, han surgido malentendidos, a causa de los cuales hemos sido acusados falsamente de herejía y de traición. En este documento esperamos aclarar nuestra postura, para que los eruditos de Europa se decidan a sumarse a nosotros en la difusión del conocimiento divino, según la voluntad de nuestro ilustre fundador.

Capítulo II. Aunque muchos alegan que el código filosófico de nuestra época es sólido, declaramos que es falso y que no tardará en desaparecer por su propia debilidad intrínseca. Sin embargo, así como la Naturaleza proporciona un remedio para cada enfermedad nueva que se manifiesta, nuestra Fraternidad ha proporcionado un remedio para las debilidades del sistema filosófico del mundo. La filosofía secreta de la R. C. se basa en el conocimiento, que es la suma y la cabeza de todas las facultades, ciencias y artes. Mediante el sistema que nos ha sido revelado por la divinidad —que contiene mucho de teología y de medicina, mas poco de jurisprudencia—, analizamos los cielos y la tierra, pero sobre todo estudiamos al propio hombre, en cuya naturaleza se oculta el secreto supremo. Si los eruditos de nuestro tiempo aceptan nuestra invitación y se suman a nuestra Fraternidad, les revelaremos secretos y maravillas inimaginables acerca del funcionamiento oculto de la Naturaleza.

Capítulo III. Que no se crea que no tenemos en gran estima los secretos que analizamos en este breve documento. No podemos describir por completo las maravillas de nuestra Fraternidad, para no abrumar a los profanos con nuestras declaraciones asombrosas y para que el vulgo no se burle de unos misterios que no alcanza a comprender. También tememos que muchos queden confundidos ante la generosidad inesperada de nuestra proclama, porque, al no entender las maravillas de esta sexta era, no se dan cuenta de los grandes cambios por venir. Como ciegos viviendo en un mundo lleno de luz, solo disciernen a través del sentimiento.[174]

Capítulo IV. Creemos firmemente que, gracias a la meditación profunda sobre las invenciones de la mente humana y los misterios de la vida, a la colaboración de los ángeles y los espíritus y a la experiencia y la observación prolongada, nuestro amado Padre Christian R. C. fue tan iluminado por la sabiduría de Dios que, si se perdieran todos los libros y los escritos que hay en el mundo y se invalidaran los fundamentos de la ciencia, la Fraternidad de la Rosa Cruz podría restablecer la estructura del pensamiento mundial sobre el fundamento de la verdad divina y la integridad. Dada la gran profundidad y perfección de nuestro conocimiento, los que desean conocer los misterios de la Fraternidad de la Rosa Cruz no pueden alcanzar tal sabiduría de inmediato, sino que deben incrementar su entendimiento y su conocimiento. Por consiguiente, nuestra Fraternidad se divide en grados, por los cuales cada uno debe ascender paso a paso hasta el Gran Arcano. Ahora que Dios ha tenido a bien encender para nosotros Su sexto candelabro, ¿no es acaso mejor buscar la verdad de este modo que deambular por los laberintos de la ignorancia mundana?

Además, aquellos que reciban este conocimiento llegarán a ser maestros en todas las artes y los oficios; para ellos no habrá ningún secreto, y tendrán a su alcance todas las buenas obras del pasado, el presente y el futuro. Todo el mundo se convertirá en un solo libro y desaparecerán las contradicciones entre la ciencia y la teología. Que la humanidad se alegre, porque ha llegado la hora en que Dios ha decretado que aumentarán los miembros de nuestra Fraternidad, una labor que hemos emprendido con alegría. Las puertas de la sabiduría están ahora abiertas al mundo, pero los Hermanos solo se presentarán ante los que merecen tal privilegio, porque tenemos prohibido revelar lo que sabemos incluso a nuestros propios hijos. El derecho a recibir la verdad espiritual no se hereda, sino que tiene que evolucionar dentro del alma del propio hombre.

Capítulo V. Aunque nos acusen de indiscreción por ofrecer nuestros tesoros con tanta libertad y promiscuidad —sin hacer distinción entre piadosos, sabios, príncipes y campesinos—, afirmamos que no hemos traicionado la confianza depositada en nosotros, porque, si bien hemos publicado nuestro Fama en cinco idiomas, solo lo comprenden quienes tienen ese derecho. No descubrirán nuestra Sociedad los curiosos, sino solo los pensadores serios y dedicados: no obstante, hemos difundido nuestro Fama en cinco lenguas para que las personas rectas de todas las naciones tengan oportunidad de conocemos, aunque no sean eruditas. Por más que mil veces se presenten los indignos y clamen ante las puertas, Dios nos ha prohibido a los que pertenecemos a la Fraternidad de la Rosa Cruz prestar atención a su voz y Él ha dispuesto a nuestro alrededor Sus nubes y Su protección para que no suframos daño alguno y Dios ha decretado que a los de la Orden de la Rosa Cruz ya no puedan vernos los ojos mortales, a menos que hayan recibido la fuerza que proporciona el águila. Mimamos además que reformaremos los gobiernos de Europa y tomaremos como modelo el sistema aplicado por los filósofos de Damcar. Todos los hombres que deseen obtener conocimiento lo recibirán en la medida en que sean capaces de comprenderlo. Se suprimirá la regla de la teología falsa y Dios dará a conocer Su voluntad a través de los filósofos que Él elija.

Capítulo VI. Para ser breves, baste decir que nuestro Padre C. R. C. nació en el año 1378 y partió a los ciento seis años, dejándonos la labor de difundir al mundo entero la doctrina de la religión filosófica. Nuestra Fraternidad está abierta a todos los que buscan la verdad con sinceridad, pero advenimos públicamente a los falsos y los impíos que no pueden traicionarnos ni hacernos daño, porque Dios protege nuestra Fraternidad, y todos los que pretendan perjudicarla verán que sus malas intenciones se vuelven contra ellos y los destruyen, mientras que los tesoros de nuestra Fraternidad permanecen intactos, para que el León los emplee para establecer su reino.

Capítulo VII. Anunciamos que, antes del fin del mundo, Dios creará un gran torrente de luz espiritual para paliar el sufrimiento de la humanidad. La falsedad y la oscuridad que se han introducido sigilosamente en las artes, las ciencias, las religiones y los gobiernos de la humanidad —de tal manera que hasta a los sabios les cuesta encontrar el camino de la realidad— desaparecerán para siempre y se establecerá un solo criterio, para que todos puedan disfrutar de los frutos de la verdad. No nos harán responsables de este cambio, sino que dirán que es el resultado del avance de los tiempos. Son grandes las reformas que están a punto de producirse, pero nosotros, los de la Fraternidad de la Rosa Cruz, no nos arrogamos el mérito de esta reforma divina, puesto que hay muchos que no son miembros de nuestra Fraternidad, sino hombres honrados, justos y sabios, que, con su inteligencia y sus escritos, acelerarán su venida. Damos fe de que las piedras se levantarán y ofrecerán sus servicios antes de que falten personas rectas que cumplan la voluntad de Dios sobre la tierra.

Capítulo VIII. Para que no quepa duda, anunciamos que Dios ha enviado mensajeros y signos en el cielo —a saber: las nuevas estrellas de Serpentarius y Cygnus— para indicar que tendrá lugar un gran concilio de los elegidos, lo cual demuestra que Dios revela de forma visible —para los pocos que son capaces de discernir— las señales y los símbolos de todas las cosas que van a ocurrir. Dios ha dado al hombre dos ojos, dos orificios nasales y dos orejas, pero una sola lengua. Mientras que los ojos, los orificios nasales y las orejas dejan entrar en la mente la sabiduría de la Naturaleza, la lengua es la única que la deja salir. En distintas épocas ha habido iluminados que han visto, olido, gustado o escuchado la voluntad de Dios, pero no falta mucho para que hablen aquellos que han visto, olido, gustado o escuchado y la verdad será revelada. Sin embargo, para que se pueda revelar lo que es correcto, el mundo debe superar durmiendo la intoxicación de su cáliz envenenado (lleno de la vida falsa del vino teológico) y, tras abrir su corazón a la virtud y el entendimiento, debe recibir el sol naciente de la Verdad.

Capítulo IX. Tenemos una escritura mágica, copiada del alfabeto divino con el cual Dios escribe Su voluntad sobre la faz de la Naturaleza celeste y la terrenal. Con este lenguaje nuevo, leemos la voluntad de Dios con respecto a todas Sus criaturas y, así como los astrónomos predicen los eclipses, nosotros pronosticamos los oscurecimientos de la iglesia y su duración. Nuestra lengua es como la de Adán y Enoch antes de la Caída y, si bien comprendemos y podemos explicar nuestros misterios en nuestra lengua sagrada, no podemos hacerlo en latín, una lengua contaminada por la confusión de Babilonia.

Capítulo X. Aunque todavía hay ciertas personas poderosas que están contra nosotros y nos ponen obstáculos —por lo cual debemos permanecer ocultos—, exhortamos a aquellos que quieran entrar en nuestra Fraternidad a que estudien sin cesar las Sagradas Escrituras, porque quienes así lo hagan no pueden estar lejos de nosotros. No queremos decir que el hombre haya de tener la Biblia constantemente en la boca, sino que debe buscar su sentido verdadero y eterno, que rara vez descubren los teólogos, los científicos ni los matemáticos, que quedan deslumbrados por las opiniones de sus sectas. Damos fe de que, desde el comienzo del mundo, jamás se ha dado al hombre un libro más excelente que la Santa Biblia. Bienaventurado el que la posea; más bienaventurado el que la lea: el más bienaventurado será el que la entienda, y el más divino, el que la obedezca.

Capítulo XI. Queremos que se entiendan bien las afirmaciones que hemos hecho en el Fama Fraternitatis acerca de la transmutación de los metales y la panacea universal. Si bien somos conscientes de que el hombre puede lograr las dos cosas, tememos que, si se limitan a investigar la transmutación de los metales, muchas mentes realmente privilegiadas se aparten de la auténtica búsqueda del conocimiento y el entendimiento. Cuando un hombre recibe el don de curar las enfermedades, de superar la pobreza y de alcanzar un puesto importante en el mundo, lo acosan numerosas tentaciones y, a menos que posea verdadero conocimiento y pleno entendimiento, se convertirá en un grave peligro para la humanidad. El alquimista que adquiere el arte de transmutar los metales de baja ley puede hacer todo tipo de maldades, a menos que su entendimiento sea tan grande como la riqueza que se ha creado él mismo. Por consiguiente, afirmamos que el hombre debe adquirir primero conocimiento, virtud y entendimiento y después se le puede añadir todo lo demás. Acusamos a la Iglesia cristiana del gran pecado de poseer poder y usarlo de forma imprudente; en consecuencia, profetizamos que caerá por el peso de sus propias iniquidades y que su corona se malogrará.

Capítulo XII. Para concluir nuestra Confessio, advertimos encarecidamente al lector que deje de lado los libros inútiles de los seudoalquimistas y los filósofos —tan abundantes en nuestro tiempo—, que restan importancia a la Santísima Trinidad y engañan a los crédulos con enigmas sin sentido. Uno de los principales de estos es un actor de teatro, un hombre con bastante ingenio para la impostura. El enemigo del bienestar humano mezcla a hombres semejantes con los que buscan el bien, con lo cual hace que sea más difícil descubrir la Verdad. El lector puede creernos: la Verdad es sencilla y no está escondida, mientras que la falsedad es compleja, está bien oculta, es orgullosa y su ficticio saber mundano, aparentemente resplandeciente de brillo piadoso, se confunde a menudo con la sabiduría divina. Que los prudentes se aparten de estas enseñanzas falsas y se acerquen a nosotros, que no buscarnos su dinero, sino que les ofrecemos nuestro mayor tesoro sin pedir nada a cambio. No deseamos sus bienes, sino que sean partícipes de los nuestros No nos burlamos de las parábolas, sino que los invitamos a comprender todas las parábolas y todos los secretos. No les pedimos que nos reciban, sino que los invitamos a venir a nuestras majestuosas casas y palacios, no por nosotros mismos, sino porque así nos lo ordena el Espíritu de Dios, es el deseo de nuestro excelentísimo Padre C. R. C. y la necesidad del momento presente, que es muy grande.

Capítulo XIII. Ahora que hemos dejado clara nuestra posición, que reconocemos sinceramente a Cristo, renegamos del papado, dedicamos nuestra vida a la filosofía auténtica y a vivir dignamente y a diario invitamos y dejamos entrar en nuestra Fraternidad a las personas de mérito de todas las naciones, que, a partir de entonces, comparten con nosotros la luz divina, ¿no querrá el lector sumarse a nosotros para perfeccionarse a sí mismo, desarrollar todas las artes y servir al mundo? Si alguien está dispuesto a dar este paso, recibirá de una sola vez los tesoros de toda la tierra y la oscuridad que envuelve el conocimiento humano y que provoca las vanidades de las artes materiales y las ciencias se desvanecerá para siempre.

Capítulo XIV. Advertimos una vez más a aquellos que están deslumbrados por el brillo del oro o a aquellos que, aunque ahora sean rectos, pueden desviarse, por culpa de las grandes riquezas, hacia una vida de holgazanería y pompa, que no perturben nuestro silencio sagrado con sus clamores, porque aunque hubiera una medicina que curase todas las enfermedades y distribuyese la sabiduría a todos los hombrea es contrario a la voluntad de Dios que el hombre logre el entendimiento por otro medio que no sea la virtud, el esfuerzo y la integridad. No nos está permitido manifestamos a nadie, salvo por la voluntad de Dios. Los que crean que pueden ser partícipes de nuestra riqueza espiritual contra la voluntad de Dios o sin Su autorización verán que pierden la vida buscándonos, sin alcanzar la felicidad de encontramos.

Fraternitas R. C.
Anónimo, atribuido a Johann Valentin Andreae




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