Elia Barceló

"Caminaba por el cuarto como un prisionero esperando la sentencia, sin poderse sentar de puro nerviosismo, sin poder concentrarse para leer, sintiendo el calor aplastante de la tarde de agosto y el sudor que le resbalaba por el cuerpo. El aire acondicionado del hotel seguía sin funcionar, a pesar de que les habían prometido que esa misma tarde estaría arreglado. Cada vez que oía un motor, se acercaba a la ventana y espiaba, oculto por los visillos blancos. Así vio llegar un Seat azul conducido por un hombre joven de guayabera blanca que, al pasar junto al coche que había alquilado Amanda, le dio una palmada al capó, sonriendo para sí mismo. Raúl dejó caer la cortina de nuevo y volvió a su paseo por el cuarto. ¿Por qué tardaba tanto Amelia? ¿No había llegado ya a Palma cuando lo había llamado en el desayuno? ¿O le había dicho que estaba a punto de salir para Palma? No podía recordarlo con claridad. Lo único que recordaba era su sensación de alivio al saber que ya se encontraba cerca, que pronto estaría con él. Pero no acababa de llegar. ¿Y si había tenido un pinchazo? ¿O un golpe? Pero no, Amelia era buena conductora y además era la única mujer que conocía que entendía de mecánica, la única que podía llevar el coche al garaje y quedarse un cuarto de hora hablando con el hombre del taller, explicándole exactamente qué le pasaba al coche y cómo esperaba que lo arreglaran, cuando se trataba de una avería de consideración. Las pequeñas podía repararlas sola. Si hubiera pinchado, habrían sido apenas diez minutos de retraso, descontando que hubiera pasado por un taller a que le arreglaran el neumático para llevar siempre en buen estado el de recambio. Ahora le fastidiaba el retraso, pero cosas como ésa eran las que lo hacían confiar ciegamente en Ame-Ka. Era alegre, ocurrente, tan loca como él para las fiestas y los amigos, pero increíblemente sensata y práctica para las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Amelia nunca se olvidaba de pagar las facturas, de presentar la declaración de Hacienda dentro del plazo, de llamar a quien fuera necesario cuando se estropeaba un grifo o el televisor empezaba a hacer rayas. Pero lo hacía todo con la mano izquierda, como si no le costara el menor esfuerzo, mientras con la derecha se dedicaba a la parte satisfactoria de la vida: a cocinar para los amigos, a organizar fiestas y presentaciones, a arreglar excursiones, a comprar regalos de cumpleaños, a no confundir las fechas de estrenos teatrales, debuts de músicos que les interesaban, vernissages de amigos pintores…, todo lo que Amanda llevaba a cabo con su tensa mueca de luchadora, recordándole constantemente lo que hacía por él; mientras que Amelia lo hacía sonriendo, quitándole importancia, participando con él de todo lo bueno que podía ofrecer la vida."

Elia Barceló
Disfraces terribles


"El pasado solamente existe en las palabras con las que se cuenta."

Elia Barceló



"Estoy convencida de que si a las personas se las enseñara desde muy pequeñas a poner en palabras lo que sienten y piensan, habría menos violencia."

Elia Barceló



"La ciencia ficción hoy nos puede aportar como siempre conciencia crítica y conciencia política."

Elia Barceló


"Mi técnica sería algo así como la holografía. O sea lo que yo intento es que, usando diferentes puntos de vista, informaciones de diferentes fuentes, buscar que en la mente del lector se vaya formando la tridimensionalidad. No suelo usar un solo narrador que lo cuenta todo porque lo sabe todo. Entonces el lector tiene que creerse lo que le dice el narrador, pero no lo ves, y por eso yo prefiero que el lector oiga hablar a la protagonista, la vea pensar y actuar.  Y que la persona que vive en frente de ella diga algo sobre ella, que el novio diga algo sobre ella, o que su enemigo opine sobre ella. Y entonces poco a poco en la mente del lector se va armando esa imagen grande, poliédrica, que es lo que yo suelo hacer. Dar diferentes puntos de vista, enfoques, para que en el centro se cree la imagen."

Elia Barceló


"Recordó todos los consejos que había leído sobre el comportamiento idóneo: «el aspirante debe aparecer relajado, seguro de sí mismo, curioso sin exageración», «podrá sentarse, si así lo desea, siempre que se ponga inmediatamente de pie en cuanto entre la persona que deba entrevistarle»; «cuando sobre una mesa haya varias revistas para elegir, tomará la que más se acerque a su especialidad y pasará las hojas con calma, demostrando que le interesa el tema y no la ha cogido solamente para tener algo entre las manos».
Pero en aquel despacho no había mesa de revistas. La única mesa era el inmenso plano pulido donde supuestamente trabajaba alguien y que no tenía más que un calendario electrónico y un paquetito de pastillas de menta. Pensó por un instante si estarían ahí para ver si él se atrevía a coger una, pero decidió ignorarlas. Al fin y al cabo nunca le había gustado la menta. Podía interpretarse como timidez, pero también podía ser muestra de firmeza de carácter. Todo dependía del observador, como siempre. Ya había perdido la cuenta de las entrevistas de trabajo que llevaba realizadas en los últimos quince años y en ocasiones él mismo se asombraba de seguir intentándolo. Al fin y al cabo, como le decían sus padres, «si este país ha alcanzado un nivel económico con el que puede permitirse pagar un sueldo mínimo a todo ciudadano por el mero hecho de estar vivo, ¿qué necesidad tienes de buscar un trabajo? Antes sí que era angustioso, cuando el que no trabajaba no comía, pero ahora, ¿qué más te da?».
Pero le daba. Llevaba demasiados años leyendo, estudiando, amontonando masters, seminarios, cursillos, aprendiendo más y más cosas sin ponerlas nunca en práctica, sin saber para qué. Por eso estaba hoy aquí. Porque, después de haber pasado tres controles de selección, esta vez tenía que ser la definitiva. Esta vez le iban a dar un trabajo y por fin, a los treinta y siete años, se incorporaría a las filas de los profesionales que se ganaban el sueldo que cobraban.
La puerta se abrió con suavidad —armónicamente, pensó Matías, consciente de lo ridículo de la expresión— y entró un hombre algo más joven que él, irreprochablemente vestido de traje y corbata, que sujetaba una lujosa carpeta de cuero auténtico donde, con toda probabilidad, reposaban su expediente completo y su solicitud de empleo, a mano para el examen grafológico y con copia impresa para el archivo."

Elia Barceló
El hombre de cristal


"Siempre cuando me planteo una historia, me planteo en el centro una mujer."

Elia Barceló


"Y me di cuenta de que la ciencia ficción es el único género que, aparte de los temas de siempre, aparte del amor, la muerte y las pasiones, trata temas que de verdad son nuevos. Temas que a lo mejor todavía no son un conflicto, pero lo van a ser dentro de un montón de años."

Elia Barceló







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