José Carlos Becerra

El otoño recorre las islas

A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.
A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche.

A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua,
y es la hora de encender ciertas luces
y caminar por la casa
evitando el estallido de ciertos rincones.

En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas,
en tu pecho hubo tardes que al final del verano
todavía miré encenderse.

Y éstas son aún mis reuniones contigo,
el deshielo que en la noche
deshace tu máscara y la pierde.

José Carlos Becerra


Épica

Me duele esta ciudad,
me duele esta ciudad cuyo progreso se me viene encima
como un muerto invencible,
como las espaldas de la eternidad dormida sobre cada una de mis preguntas.
Me duelen todos ustedes que tienen por hombro izquierdo una lágrima,
ese llanto es una aventura fatigada,
una mala razón para exhibir las mejillas.
En estas palabras hay un poco de polvo egipcio,
hay unas cuantas vendas, hay un olor de pirámides adormecidas en el algodón del pasado,
y hay también esa nostalgia que nos invade en ciertas tardes,
cuando la lluvia se enreda en nuestro corazón como los cabellos húmedos y largos
de una mujer desconocida.

Estuve atento a la edificación de los templos, al trazo de las grandes avenidas,
a la proclamación de los hospitales, a la frase secreta de los enfermos,
vi morir los antiguos guerreros,
sentí cómo ardían los ángeles por el olor a vuelo quemado.

Me duele, pues, esta convocatoria inofensiva, esta novia de blanco,
esta mirada que cruzo con mi madre muerta,
esta espina que corre por la voz, estas ganas de reír y llorar a mansalva,
y el trabajo de ustedes, los constructores de la nueva ciudad,
los sacerdotes de las nuevas costumbres, los muertos del futuro.

Me duele la pulcritud inútil, la voluntad académica,
la cortesía de los ciegos,
la caricia torva como una virgen insatisfecha.

Mirad las excavaciones de la noche,
escuchen a Lázaro conversando con sus sepultureros, mostrándoles su anillo de compromiso con la Divinidad.
Vean a Lázaro en el restaurant y en el tranvía,
en el ataúd y en el puente, en el animal y en su plato de carne.

Sí, me duele este atardecer,
esta boca de sol y de verano.

José Carlos Becerra



La mujer del cuadro

Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño, sus fiestas de guardar, sus cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
ya el tufo de la crucifixión
no te hace taparte la nariz de niña

José Carlos Becerra



Las reglas del juego

Cada uno debe entrar en su propio degüello, cada uno retocando su respiración,
cultivando sus excepciones a la regla, sus moluscos solares,
haciendo sus abstinencias más inclementes y más diáfanas
porque la luz debe romperse allí, la eternidad debe dejar caer un guijarro en ese gemido.
Recuerden la niñez de vuestra madre, la niñez de vuestra muerte;
solitarios del mundo y de todos los deseos,
inoculados por el lagarto y el pájaro que se enfrentan en todas las intenciones de la sangre.
Ustedes han sentido la máscara y la falsificación de la máscara: el rostro
en los invernaderos de las pequeñas, inútiles ceremonias que todavía nos conmueven.

Bajo la luz de una luna parecida a la desnudez de las antiguas palabras,
escuchen este ritmo, esta vacilación de las aguas,
la noche está moviendo sus ruedas oscuras, estas palabras llevan ese significado,
y yo me dejo arrastrar por aquello que quiero decir: aquello que ignoro,
y he aquí que la frase delibera su propio silencio.

Oh noche casual de estas palabras,
oh azar donde la frase regresa a su silencio y el silencio retorna a la primera frase,
en el lenguaje aparecen de nuevo los primeros caracoles, las primeras estrellas de mar,
y las bestias de la niebla ponen su vaho en los nuevos espejos.

Aquel que diga la primera palabra dejará caer el primer vaso,
aquel que golpee su asombro con violencia verá aparecer el fuego en sus cabellos,
aquel que ría en voz alta será el primero en guardar silencio,
aquel que despierte antes de tiempo sorprenderá a su esqueleto haciéndole señas extrañas a los árboles;
y el mar, como un síntoma interrumpido, vuelve de nuevo a oírse a los lejos
y en su respiración otra vez escuchamos el ruido de esa puerta
que bate azotada por el viento del infinito.

Nace la luna sobre el mar como una antigua mirada del hombre.

En el puerto se van encendiendo las primeras luces.

José Carlos Becerra



Memoria

He vuelto al sitio señalado, a tu rastro de aguas amargas;
el atardecer ha caído al fondo del mar como un pecho muerto
y una campana da la hora cubriéndome de espuma.

Vuelvo a ti,
el otoño y el grillo se unen en la victoria del polvo.
Vuelvo a ti, vuelves a la caída, al primer acto.

Te levantaste de tus ojos con un golpe de amor en la frente,
con una piel de yerba que la mañana quería.
Te levantaste envuelta en tu tiempo,
todavía no arrollada por tu desnudez, por tu boca que se convierte
en una caída de hojas que el bosque padecerá oscureciéndose.

Te levantaste de lo que sabías,
de lo que olvidabas como se olvida la lanzada del mar
y un día nos despierta su ruido profético.
Te levantaste de tu frente
que era el horizonte elegido por la noche para su desembarco.

Yo esperaba, la noche se abría como un abanico de humo y conjuraciones
el rey muerto que llevamos dentro
se rio en el fondo de su ataúd de lodo.

Yo esperaba. Oía el retroceso, lo repentino del avance.
Nombraste mi pecho con un esguince nocturno,
la luz hacía en tus ojos su tarea oscura,
de pronto me miraste, ¿desde dónde?
¿Desde tus ojos que me veían o desde tus ojos que no me veían?
Y naciste bajo tu desnudez con un movimiento de agua y recuerdos.

A la hora del enlace de cuerpos, a la hora del brindis,
a la hora de la lágrima plantada en el jardín prohibido,
en la nada promiscua de las historias olvidadas,
en una brusca pregunta, en las conversaciones fatigadas,
en el modo como te quitaste los guantes:
¿Te acuerdas? dijiste avanzando.

Ese obsequioso silencio, esa pausa levanta polvo en tu corazón.
El tiempo reunido en una mano, en un guante que cae haciendo señas
por una ladera de palabras dormidas.

¿Te acuerdas? dijiste.
La palabra, el movimiento de la carne sobre el pecho de la tierra,
el idioma que la noche deja caer en los ojos como un puñado de piedras preciosas,
piedras que se convierten en guantes que caen.

Fruto prohibido y dieta recomendada por hábitos nuevos.
La mentira bosteza engordando,
el cansancio estira su lengua para cantarnos al oído.
La noche despierta en el muladar que los locos heredan,
la luz de mercurio petrifica en las calles gestos olvidados;
yo miro la ciudad desde la terraza,
la luz de los autos hundiéndose en el irremisible momento,
en el tiempo que aún sostengo con un vaso en la mano,
en el tiempo que despide tu rostro naciendo,
en el tiempo que hace del movimiento y la caída
el sólo momento.

¿Te acuerdas? dijiste.
Respiraste tendida, tus ojos se cerraron en la llegada del mundo.

La noche llegó en tu corazón, tú regresaste.
Rastro de alas dolorosas, de límites caídos al agua.

¿Te acuerdas? dijiste quitándote los guantes.

¿Te acuerdas? dijiste abriendo los ojos.

José Carlos Becerra



Piel y mundo

Tu piel es partidaria del mar
del mar que canta entre las manos del cielo
del mar que sacude sus ramas en la playa
para aligerarse de espumas y de adioses.

Tu piel es el mar que transparenta,
es el mundo que suena en los labios igual que la lluvia
Tu piel es partidaria de la espuma
donde el amor encuentra demolida a la tarde.

Tu piel es lo que se reúne para volar
cuando la luna es la piedra de toque del alba
y la caricia se oscurece por lo fatal del océano,
por la profundidad de las aguas besadas.

Tú eres la que se desnuda para que el verano tenga vientos propicios
la que canta amartillando su corazón como el cielo que piensa la tormenta,
y en ti el trópico guarda lluvia y pantanos,
panteras que me acechan tras la liana de un gesto.

Eres el ademán de una selva con luna,
calor cuyos acordes de brillo me salpican,
soltura de una noche que casi dice al viento que la sueñe,
que le bese su forma de ángel que no nace.

Y yo he descubierto la espada que tu indolencia emplea,
esa mirada súbita que recuerda a los puertos,
esa sonrisa que de pronto se oscurece por el peso de un animal poderoso,
ese corazón arreglando su nubes.

¿Qué locura detiene su estribillo de astros en la mirada triste?
Sólo tu cuerpo puede iluminar la noche,
sangrar por los cuatro costados de la oscuridad que pregunta,
sólo tu piel con intención de océano.

Eres la que se tiende en el mediodía silbante del bosque,
eres la que empuña los remos del poniente,
eres el corazón que devoran los puertos.

Es tu piel donde la noche viene a extender sus mapas,
es tu piel donde el mar brilla como unos labios.

José Carlos Becerra







No hay comentarios: