Sebastian Barry

"¿Cuál es el sonido de un corazón roto de ochenta y nueve años de edad? Puede que no sea mucho más que el silencio, y sin duda un ligero sonido pequeño. A los cuatro años de edad, tenía una pequeña muñeca de porcelana. La hermana de mi madre, que vivía en Wicklow, la había guardado desde su infancia y la de su hermana, y me la dio como una especie de recuerdo de mi madre. A esa edad, una muñeca puede ser muy valiosa para una niña. Todavía puedo ver su rostro maquillado de aspecto oriental y el vestido de seda azul que llevaba. Mi padre, para mi asombro, estaba preocupado por tal regalo. Le preocupaba de una manera que no tenía medios para entender. Dijo que era demasiado para una niña, a pesar de que sintiera una completa adoración por esa niña, que era yo.
Un domingo, cerca de un año después de que me fuera entregada, yo insistí en llevarla a misa conmigo, a pesar de las protestas largas y detalladas de mi padre, que era religioso en el sentido de que esperaba que no había un más allá. Apostó todo su corazón en ello. De alguna manera una muñeca no era un accesorio de su estima.
Mientras la llevaba tercamente a la catedral de la calle Malborough, quizás por el ambiente de excesiva gravedad, comenzó a caerse de mis brazos. A día de hoy, aún no sé si fue debido a un impulso peculiar. Pero si así fue, he de admitir que inmediatamente me arrepentí. El suelo de la catedral quedó marcado para mí. Su vestido hermoso no pudo salvarla y su rostro perfecto golpeó la dura piedra quedando hecho añicos. Mi corazón se rompió con ella en el mismo instante y aquel sonido de destrucción quedó grabado en mi memoria infantil para siempre."

Sebastian Barry
A la orilla de Canaá


"De alguna manera, parece que no solo el lenguaje en sí mismo se reinventa (todas las palabras precisas de la fluidez de género), sino la existencia misma. En Irlanda, donde nos hemos visto envueltos, abrumados, enterrados en nuestro tipo de catolicismo tóxico, que por supuesto tenía poco que ver con la bondad o la rectitud, la fluidez de género es una vacuna muy potente contra los horrores de la ortodoxia y el control, tanto estatales como personales. Cuando era joven, tales maravillas y signos y posibilidades ni siquiera eran contemplados, ni siquiera imaginados, al menos en el lugar de la tierra que ocupaba. ¡Libertad!"

Sebastian Barry



"Debo confesar que tengo un mal hábito como escritor: suelo matar a mis protagonistas. Aquí necesitaba un final distinto."

Sebastian Barry


"En Irlanda a lo largo de los siglos de colonización, la población sometida, en el péndulo variable de aceptación y violencia, contempla periódicamente la posibilidad de la libertad. Irish Freedom es una idea nacional. Hablamos de ello, sin que a veces nos tomemos la molestia de precisar qué podría ser y quiénes podrían quedar excluidos.
No hay duda de que, digamos, mi esposa, como protestante irlandesa en su infancia, y en general como mujer, no tenía mucho sentido de esta libertad irlandesa que se aplicaba a ella. Yo mismo nunca sentí que tenía los adjetivos correctos ni siquiera para describirme como irlandés. Había demasiadas anomalías. Hasta más tarde, te das cuenta de que la vida de todos es anómala y nadie viaja con los dos pies en ese Tren de la Libertad.
Muchos participantes en la Guerra de la Independencia y, por supuesto, en la Guerra Civil que siguió, sintieron que la Irlanda que finalmente obtuvimos, esta tierra ‘libre’, fue una desilusión miserable. Muchos se fueron, muchos fueron expulsados. La libertad debía ser solo para las almas adjetivas adecuadas.
Winona en la ley estadounidense de la época sería descrita como una prisionera de guerra. Ella no tendría ciudadanía (no fue, según recuerdo, hasta la década de 1920 cuando a los nativos se les «dio» la ciudadanía, y solo entonces por razones dudosas). Algunos miembros de mi propia familia fueron enviados fuera de Irlanda, uno incluso asesinado en Estados Unidos, por estar en el lado equivocado de la historia.
En mi opinión, la libertad es un concepto enroscado, a veces incluso asesino, aunque a veces también radiante y brillante, por lo que, como novelista irlandés (¿pero lo soy?), estaba muy interesado en tratar de describir y detallar el estado de vida de Winona en ese período en Norte América. ¿Puedes pertenecer a un país que dice, una y otra vez, que no eres nada?"

Sebastian Barry



"Es lo terrible del mundo en el que vivimos. Nuestra capacidad de reducir todo a escombros."

Sebastian Barry


"Generalmente, confío en dos cosas: el ADN y la descripción del trabajo del tipo de novelista que soy. Todos, todos los humanos modernos, provienen de las mismas tres o cinco mujeres de África. Por eso, en mi opinión, es importante tratar de comprender todas las manifestaciones de esta curiosa creación. Intentar ponernos completamente en los zapatos, o los pies descalzos, de los demás, especialmente cuando aparentemente son tan diferentes a nosotros.
Pero la cuestión es que no hay verdadera diferencia, solo hay parentesco, hermandad, consanguinidad. Sí, el señor Dillinger en On Canaan’s Side dice: «La buena noticia es que todos somos la misma familia; la mala noticia es que todos somos la misma familia”, dado lo problemáticas y ruinosas que pueden ser las familias.
De todos modos, creo que es en parte el trabajo del novelista, o el trabajo de este novelista, cruzar barreras y fronteras aparentes, y no solo entender a los «otros». En esta tierra no hay verdaderos ‘ellos’, solo hay ‘nosotros’. Soy muy consciente de que hay otras formas de pensar sobre esto. Supongo que también estoy tratando de afirmar la condición del novelista como forajido, más que como ciudadano perfeccionado."

Sebastian Barry



"Gracias a mi hijo pude profundizar más en mi conocimiento de la homosexualidad, él, en cierta manera, se convirtió en mi mentor."

Sebastian Barry


"Sería un ataque indignante a la literatura si se exigiera que fuera «políticamente correcta»."

Sebastian Barry


"Un agradable muchacho llamado Dan FitzGerald se une a nosotros para jugar a las cartas, así que todo recuerda bastante a los viejos tiempos en Fort Laramie, salvo que las estrellas bajo las que dormimos se han desplazado levemente y forma una ciudad repleta de caballeros con casacas azules. Las esposas lavan los uniformes en unas lavadoras de manivela y contamos con esforzados muchachos que saben cantar e incluso con McCarthy, un chico que toca el tambor; solo tiene once años pero mucho salero. Su nombre suena irlandés, pero es un chico negro de Misuri. No está nada claro si Misuri es de los rebeldes o de la Unión, así que McCarthy se marcha mientras se decide. En la siguiente hilera de tiendas hay hombres muy altos: son los artilleros encargados de los morteros. No se han visto hombres con brazos tan anchos y robustos, ni fusiles con cañones tan imponentes. Parecen cañones que hubieran comido melaza durante todo un año. Un aparato inmenso como la verga de un gigante. Algunos dicen que serán necesarios bajo los muros de Richmond, pero Starling Carlton sostiene que allí no hay ningún muro. De modo que no sabemos lo que significan esos rumores. Nuestra compañía está formada sobre todo por hombres de Kerry; FitzGerald viene de Bundorragha, que, por lo que cuenta, es un barrio mugriento y pobre del condado de Mayo. No he conocido a muchos irlandeses que hablen de esos siniestros temas, pero él lo hace sin tapujos. Tiene un silbato de hojalata que se encarga de otro tipo de parlamentos. Dice que su familia murió de hambre; luego él cruzó a pie las montañas hasta Kenmare con tan solo diez años y después se fue a Quebec. Como el resto de nosotros, aunque de milagro no contrajo las fiebres como me pasó a mí. Le pregunto si vio a gente comiéndose unos a otros en la bodega del barco y él me responde que eso no lo ha llegado a ver, pero que ha sido testigo de cosas peores. Cuenta que cuando abrieron las escotillas en Quebec, sacaron los largos clavos y la luz entró a raudales por primera vez en cuatro semanas. Durante toda la travesía solo les habían dado agua. De repente, bajo esa nueva luz, vio cuerpos flotando por todas partes en el agua de sentina, luego a los moribundos y, a continuación, a todo el mundo reducidos a esqueletos. Por eso nadie quiere hablar, porque no es un tema de conversación. Te oprime el corazón. Sacudimos la cabeza y repartimos las cartas. Nadie habla durante un buen rato. Malditos cadáveres. Todo eso porque consideraban que no valíamos un carajo. Unos don nadie. Supongo que era eso. Esa idea te quema por dentro. Nada más que escoria. Ahora llevamos armas ceñidas a nuestro cuerpo e intentaremos triunfar."

Sebastian Barry
Días sin final












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