Sefi Atta

"La grandeza te atrapa de alguna manera. Es iluminada y magnificada. Una fotografía de mujer africana. Tras ella, un desierto. Podría ser sudanesa o etíope. Es difícil de precisar. Su cabello está cubierto con una bufanda de color amarillo y bajo su imagen una leyenda: Yo soy poderosa.
Una pasajera que llega al aeropuerto de Atlanta oculta momentáneamente la fotografía. Lleva un aro de plata afro, brazaletes en las orejas y un traje negro a rayas. Añora la semblanza de caridad que la fotografía evoca y piensa acerca de tener otra mirada diferente, pero sus piernas se resisten tras un largo vuelo desde Londres y su hombro está adormecido por el peso de la bolsa de mano y el portátil.
Nueve horas había durado el trayecto y alguien en el asiento anterior sufría de flatulencia. Un ghanés se sentó junto a ella y permaneció en silencio, toda vez que mencionó que era nigeriana. En inmigración fotografiaron su rostro y le tomaron las huellas digitales de los dedos índice izquierdo y derecho. Trató de recordarse a sí misma, mientras esperaba en la cola de pasajeros, las razones de su viaje, hasta que un irlandés que estaba justo delante de ella se dio la vuelta y dijo: Esto es una mierda. Ella se limitó a sonreír. Podrían haberlos fotografiado. En el caso de él era prácticamente seguro, dados los tatuajes de sus velludos brazos.
Soy poderosa, piensa ella. ¿Qué significa eso? Potencia suficiente para atraer la atención de un transeúnte, sin duda."

Sefi Atta
Una ligera diferencia


"No me considero a mí misma como algún tipo de feminista. Limitaría mi imaginación de algún modo."

Sefi Atta


"Transcurrieron cerca de cuatro o cinco meses, antes de que comenzara mi adiestramiento en contabilidad en el Price Waterhouse londinense. Yo tenía un trabajo temporal como recepcionista en la oficina central de una empresa que no voy a nombrar, porque no se me permitió trabajar legalmente allí. La visa de mi pasaporte nigeriano decía claramente: La permanencia permitida en el Reino Unido es de seis meses. Empleo prohibido. Por suerte, yo vivía en el piso de mis padres en Pimlico sin pagar alquiler alguno. Ellos pagaban todas las cuentas y también se ofrecieron a darme algo, como decía mi padre, hasta que me contrataran en Price Waterhouse y fuera capaz de solicitar un permiso de trabajo.
Yo rechacé su oferta. A los veintidós años, graduada en Economía y habiendo trabajado en la Bolsa de Valores de Nigeria, creía ingenuamente que conseguiría un trabajo remunerado sin mayor dilación y que no era justo que tuviera que humillarme presentándome ante la burocracia administrativa de los servicios de inmigración británicos. Pensaba comer tan a menudo como me fuera posible, comprar, ir al cine y a las discos y tal vez viajar por Europa. Eso fue en la década de 1990 y el algo de mi padre resultó ser una suma de £50 a la semana. Yo era parte de un grupo de graduados nigerianos que residía en Londres. Algunos de nosotros recibíamos apoyo financiero de nuestros padres, otros trabajaban ilegalmente y el resto recibían cheques del paro. Usábamos números falsos de la Seguridad Social. Nadie resultó atrapado.
La oficina donde trabajaba estaba en la calle Oxford. Desde Pimlico tenía que cambiar de línea en el metro. Durante la hora punta de la mañana no había demasiada gente, lo cual era fantástico. Tal vez se debiera a que era fines de primavera y principios del verano. De vez en cuando, el sol brillaba y yo cerraba los ojos imaginando que estaba en algún otro lugar de Europa, en un lugar más emocionante y hermoso, como Barcelona. Olvidaba el Támesis, el té tibio, las aceras salpicadas de saliva, chicles y excrementos de paloma, excepto cuando llovía -y llovía frecuentemente- y rezumaba un lodo de color marrón."

Sefi Atta
Noticias del hogar








No hay comentarios: