Antonio Beneyto

"El niño estaba partido por la mitad. Hasta el corazón le dolía. Y el hígado y otros rincones del cuerpo. Y lloraba lágrimas de sangre. Sin embargo, aunque el niño estaba allí, en aquel paseo y sentado en la silla de alquiler, él aún tenía medios y formas de pensar. Y por esto se entretenía en componer, en fundir algunas palabras. Palabras rotas, malolientes. Y también hacía movimientos. Como podía. Como sus trozos le permitían. Y por esto se agachó, para coger del suelo una colilla que había muy cerca de la punta de su sandalia. La tuvo entre los dedos de la mano izquierda. Para todo empleaba esta mano. Era zurdo. Y entonces pensó que pudo haber sido torero. Las buenas faenas se hacen con la izquierda. O podría haber sido boxeador y hubiera despistado a sus contrincantes con la guardia invertida. Y su pegada hubiera sido dura. Los zocos pegan muy fuerte. Sí, él debió boxear antes de llegar a niño. Ahora, ya no podía. Estaba cansado. Fatigado por su anterior vida. Había corrido mucho y por esto se sentía partido. Y lloraba sangre. Y se limpiaba con un pañuelo color rojo. Había amado demasiado y no podía llevar un pañuelo blanco. Demasiada pureza para él. Demasiada pureza para aquel niño que hasta hizo la guerra. Y mató hombres. Porque le obligaron. Y le hicieron seguir unas normas, unas directrices los que decían que eran sus jefes. Y le ordenaron como si fuera una máquina. Y él tuvo que obedecer. Y también tendría una amante. Y con ella pasaría años felices. Los más felices que hubiera podido nunca pasar. Y por ello él se alegró mucho cuando encontró a su amante. Y tenerla siempre a su lado. Aunque los de su pueblo le dijeran, le aconsejaran que aquello no estaba nada bien. No estaba bien visto. La iglesia le condenaría. Pero él había hecho la guerra y tenía derecho a la amante y a otras muchas cosas. Sin embargo, él, el niño partido por la mitad, no quiso aquellas otras cosas que le ofrecieron y por esto eligió una amante que ellos no le dieron. Iba contra sus propias leyes. Y él se la buscó. Y quiso ser libre. Independiente. Qué alegría sentía. A veces, pensaba. Y aquel día, en aquella silla de alquiler y aún con la colilla en la mano se decía: “Nadie manda en mí. Soy libre. Libre. Libre. Libre. Y es tan hermoso. Tan hermoso. Sin embargo, por qué tengo esta colilla entre los dedos. En mi mano zurda. En mi izquierda. Por qué. Yo, ahora, niño, quisiera todavía tener la sonrisa de mi antigua amante. Y verla siempre a mi lado. Y sentir sus palabras. Torpes, a veces, y hasta algo mal dichas. Pero tenerla aquí. Y, sin embargo, qué partido estoy. Qué duro, penoso, es llegar a niño. Qué terrible es llorar sangre."

Antonio Beneyto
Los chicos salvajes 


El primer día que empezó a andar

"Aún no había cumplido nueve meses de edad cuando el niño ya empezó a andar de un lado al otro de la casa, siempre en busca de estimulantes aventuras que al llegar la noche le permitían dormir plácidamente. Sin embargo, cuenta su madre, hay que empezar a relatar sus travesuras desde el primer día que se soltó a andar: Y lo primero que hizo el niño fue buscar la caja de las herramientas: seleccionar el martillo pequeño (era suficiente para él por su ligereza de peso) y con él entre sus delicadas manecitas se fue derecho y sin titubear al balcón de la casa de estar y se dedicó al excitante juego de romper todos los cristales que encontró a su alcance."

Antonio Beneyto


"Sobre mi barrio llueve, al tiempo que las callejuelas empiezan a ser toda una fiesta. La Fiesta de la Mercé está ahí, sólo a unas pocas horas. Y entonces toda Barcelona bajará a mi barrio. Principalmente la gente joven. Y qué hermosas las niñitas adolescentes, con sus culitos respingones, como corazones ardientes, y su piel dulce como la miel, y tersa como una sábana al viento del sol… y la alegría siempre en la mirada. ¡Ay, qué derroche, ay, qué borrachera!"

Antonio Beneyto



Triscar en el w.c.

"La despensa de la casa, amplia y limpia, siempre estaba bien surtida. Y para el niño era el rincón predilecto donde dejaba transcurrir las hojas jugando con las cebollas y patatas. Mientras, su madre andaba tranquila por la casa realizando los quehaceres cotidianos. El niño, con la edad de meses, pues aún no había llegado el año, jugaba con los tubérculos y bulbos por donde a él le venía en gana. Hasta aquel momento preciso que se encontró con el espacio brillante del retrete. Fue entonces cuando su juego se diferenció y hasta se hizo notable por sus acciones y cualidades. ¡Qué gran sorpresa para él cuando levantó la tapa de la taza y descubrió aquel pozo irregular y blanco que se cerraba en un embudo con un charquito de agua, allí al fondo! ¡Qué alegría y alboroto sintió cuando llenó de cebollas y patatas la taza del retrete! ¡Qué gozada para el niño el haber tenido la sagacidad y astucia de reunir en aquel extraño rincón tantos tubérculos y bulbos sin que su madre lo descubriera! ¡Qué viveza de ingenio hasta que a la criada le llegó la hora de evacuar y se encontró con el panorama! La criada tuvo que salir corriendo a la casa vecina, pues de lo contrario la mezcla en el W.C. hubiera sido un eufemismo gastronómico, o tal vez una evagación."

Antonio Beneyto












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