Antonio di Benedetto

"A mí la realidad siempre me maltrata, me ha dado una vida bastante dura, atormentada. No se puede convocar a la irrealidad para que gobierne nuestra vida cotidiana, pero sí se puede buscarla como consuelo mediante los sueños. Y la otra forma de alcanzar la irrealidad es mediante la literatura fantástica [...] Gracias a Borges me introduje en la literatura fantástica, en su esqueleto y su significación."

Antonio di Benedetto


"Alguien me embarcó en leer a Balzac, y yo lo tomé tan al pie de la letra que lo leí casi todo. Después de un tiempo me di cuenta de que me había empalagado. Y pensé: la literatura no debe ser así."

Antonio di Benedetto



“Creo nunca estaré seguro que fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente; pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosa de las torturas.”

Antonio di Benedetto



"El sol se prodiga sobre la mesa del comedor de diario. Nombrar su bondad forma parte del rito del almuerzo y resulta necesario como pronunciar la gratitud.
Pero no conseguimos proceder igual que siempre. El ruido, continuo, nos compulsa a tenerlo más presente que ninguna otra cosa.
-¿Cómo sabe que es un ómnibus? -Le pedí a tu tío que se acercara y viera.
El hermano sólo gasta un movimiento de cabeza para avalar su informe.
La explicación del trámite está implícita: desde que eso empezó, ella se siente aturdida y molesta y se ha inquietado, a cuenta, por el hijo.
Mi tío opina: -No puede durar. Un ómnibus viene y se va.
El ruido, presionándome la cabeza, me empuja a cuestionar: -"Viene y se va", eso es una frase. Viene y se va cuando anda por la calle. ¿No se da cuenta que este ómnibus es diferente, que está injertado en nuestra casa? ¿No lo oye, acaso? ¡Claro, no tendrá que soportarlo, usted no vive aquí!...
La cuchara, suspendida en el aire, desbordando la sopa -esa única respuesta de la sorpresa de mi tío- achica mi vehemencia y me hace callar, mortificado.
En el silencio de los tres, ordeno las razones con que él podría moderarme: yo descargo sobre él mi agresividad y mi cólera y al hacerlo me equivoco de sujeto y me pongo injusto con torpeza; no acato la posibilidad de que el ruido de repente se apague y no regrese, me encarnizo en la suposición de que el problema se ha posesionado del futuro y ya nunca nos dará un respiro; descuido atender que lo normal de un ómnibus es circular por ahí o por allá, siempre afuera, y que un motor en marcha, si el coche no anda, es antieconómico y está sometido, nada más, a una prueba transitoria.
Digo, corrigiendo el atropello que también rozó a mi madre: -Bueno, ya pasará; de lo contrario, tendremos un remedio legal para que pase.
No obstante, sobre esas mismas palabras me arrepiento, porque es como adquirir el compromiso de entablar una oscura batalla para la cual no me hallo bien dispuesto: denuncias, no sé a quién; comprobación, pruebas, alegatos; la sanción para los otros; para mí, la hostilidad de los culpables, aún innominados.
Para mí, el ruido se interrumpe con la segunda porción de la jornada que debo dar a la oficina.
De vuelta, la vereda de mi casa marca el límite del recelo: más allá pueden encontrarse planteadas las condiciones definitivas para una lucha.
Adentro sólo están mi madre y los benignos ruidos domésticos.
No pregunto cuánto más duró aquello. Mi madre no me infiere ningún recuerdo verbal; pero su rostro y sus ojos están fatigados y su administración de la cena denuncia la prisa por llegar al lecho."

Antonio di Benedetto
El hacedor de silencio


"(En mi obra) hay intentos de humor. No puedo llamarlos nada más que tentativas, nunca lo logro. Todo es muy triste, se parece a la vida."

Antonio di Benedetto


"La que sabía a contar era mi madre (…) Pero el día que decidió engendrarme, dio la semilla y también el fracaso. Si se hubiera inhibido sabiamente de mi nacimiento, qué buen resultado hubiera tenido para mi… La que debió escribir fue ella. Muchos no piensan en el grave problema de haber nacido."

Antonio di Benedetto


"Los que tienen los ojos abiertos siguen mirando… (…) Miran… como si miraran para adentro, pero con horror (…) Están espantados, tienen el espanto en los ojos y sin embargo, en la boca se les ha formado una mueca de placer sombrío."

Antonio di Benedetto


"Me empujó el sol que, desembarazado ya de las nubes de tantos días sin tormenta, se había encendido hasta el blanco y allí conjugaba su sin color y su tersura fija y ardiente con la arena limpia que da visiones. Pude ver un puma y creerlo estático e inofensivo como una decoración, muy liso, sin detalles, como si no tuviera garras ni dientes, como si las curvas de su cuerpo no denunciaran elasticidad para el salto, sino docilidad y blanda disposición para alguna mano cariñosa. Por este puma no visto pude pensar en los juegos que fueron o pueden ser terribles, no en el momento que se juegan, sino antes o después.
Busqué el reparo frondoso del arroyo y entre los primeros árboles debí quedarme, porque venían libres y confiadas, voces de mujeres excitadas por el goce del agua.
No obstante me adentré y, embozado por la vegetación, vi un instante de frente, desnudos cuerpos, morenos y dorado-oscuros, y de costado, ocultas las facciones, pues sólo distinguía una nuca y pelo recogido arriba, otro que no supe si era blanco o mulato. No quise seguir mirando, porque me arrebataba y podía ser mulata y yo ni verlas debía, para no soñar con ellas, y predisponerme y venir en derrota.
Huí. Pero era evidente que me habían notado y al percibirlo no precisé si entre el alboroto que escuchaba a mi espalda escuchaba alborozo.
Mis piernas se volvieron firmes en la zancada porque algo me advertía que era perseguido. Hombre no podía ser, porque los hombres no cuidan el baño de las mujeres; india sí o mulata, por la rapidez con que andaba fuera del sendero, donde hay maleza y los troncos se ponen delante.
Ella casi me daba alcance y este afán me advirtió que buscaba ver mi rostro, conocerme, que tal debía ser el mandato de su ama y, entonces, resultaba que ella era blanca."

Antonio di Benedetto
Zama



"Todos los hombres sanos han pensado en su suicidio alguna vez. Albert Camus.
Salgo y me alivio. Me deslumbra el verano. Me deslumbra y rápidamente me pone pegajoso el cuerpo.
Viene por la vereda una blusa con interiores. Podría decirle algo. Otra, escotada. Nada le digo a ésta tampoco, es inútil para el vínculo, pasan; pero la miro, quién sabe cómo, porque una señora me mira. Es la censura y pretende arrinconarme.
Pienso en la serie. Tendré que ver gente que no me importa porque no es la que lo hizo; personas prevenidas, reacias (quizá Marcela me ayude a llegar a ellas; en su estilo es un cebo, tiene 30). Pongo el pie en el cajón de lustrar. Y tendré que hablar, hablar de eso.
Pienso en papá. Yo era como este niño, el lustrador, así de pequeño. Supe que había muerto, ignoraba cómo.
Lloré hasta secarme, dormí, desperté, la ceremonia seguía, las visitas susurraban. Alguien, posiblemente mi madre, clamaba: "¡Muerte injusta!" Comprendí lo de injusta -nos dejaba sin él-, pero no pude entender cómo la Muerte se introdujo en la casa y se apoderó de papá. Porque en la mañana él estaba vivo, de pie y sano como cualquiera, y murió en la tarde mientras había sol, y yo tenía el convencimiento de que la Muerte era una figura siniestra que daba sus golpes en la oscuridad de la noche.
Pregunto, al niño que me lustra los zapatos, qué es la muerte.
Levanta sus ojos marrones y me considera, desde abajo, entre sorprendido e intimidado, si bien no cesa de cepillar.
Mi pregunta ha sido excesivamente abstracta. Me corrijo y sonrío, para atraerlo:
-¿Nunca murió alguien que conocías, un vecino, un tío? ...
El chico se encorva sobre su trabajo, se concentra y dice:
-Sí, mi papá.
Callo.
Él me espía, con curiosidad: advierto que no me rechaza. Procuro establecer -¿he comenzado mi tarea?- qué conoce de los alcances de la muerte, dónde supone que está el que muere.
Contesta que el padre está en un nicho, pero la madre, al principio contaba que se fue de viaje, y ahora dice que está en el Cielo. Él no lo cree. ¿No cree en el Cielo? En el Cielo sí, pero el Cielo es para los buenos y el padre le pegaba a la madre.
Estoy pasando un día cargado de muerte. Es suficiente. Entro a un cine donde dan Alphaville. Trabajaré mañana.
Sin embargo, en la noche, despegado de Julia, aunque junto a ella, repaso lo que dijo el lustrabotas y noto que, en definitiva, no llegué de vuelta al interrogante inicial: ¿Qué es, para un niño, la muerte?
Pido a Julia que lo averigüe entre sus alumnos, en la escuela. Se alarma, se defiende, se ofusca. Explico, apaciguo. La serie, mi trabajo ...
Se niega, obstinadamente. Dice que no es normal.
"¿Que no soy normal? ... ", y la desconcierto.
Sé perfectamente que no dijo eso."

Antonio di Benedetto
Los suicidas



“Yo pienso mal del hombre [.] No es que yo pienso mal de mi semejante, de mi vecino. Sencillamente pienso que yo -como carne, como ente pensante y actuante- no tengo las virtudes que debería tener.”

Antonio di Benedetto


“Y yo la miro y siento que amo a la gente triste y silenciosa.”

Antonio di Benedetto
Los suicidas








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