Clara Blüthgen

"Abramos la ventana un poco para no asfixiarnos. La brisa animará nuestro espíritu acongojado en cierta medida. Así lo asumió Lotte Rienacker. Era, en efecto, un calor insoportable el que pululaba por las estancias. En la sala de tres candelabros vacíos Lotte trabajaba con aquella mortecina iluminación, que semejaba el efecto de velas de cera de color rosa en una guirnalda de bronce antiguo. Cinco o seis mujeres estaban reunidas, jóvenes y bonitas, con un cierto halo indefinible y una tensión leve en las comisuras de los labios y la imagen de futuras expresiones amargas bajo las cejas distantes. Una de ellas, de pelo rubio, ojos azul-gris, cubierta con unos inseguros anteojos, de tamaño mediano y figura un tanto oronda, daba la impresión de una profesora de teología que tratara de ocultar sus preocupaciones íntimas bajo la astucia de una mirada imparcial."

Clara Blüthgen
Los diletantes del vicio


"El viejo león muerto. Mientras su natural impronta luchó con la muerte, la dimisión del final de la pugna parecía algo improbable. La vejez había recluido en una densa compacidad aquella cabeza leonina y sus ojos, acostumbrados a domeñar a la nación, deploraban la renuencia de su físico a la inmortalidad. Sus libros, cientos de ejemplares, habían inundado su pequeño país y una de sus pinturas, el viejo vikingo, rodeado por cuatro mastines daneses se había convertido en un barato y tradicional aguinaldo, enmarcado en las populares masías. ¿Quién lo había visto alguna vez, cuando daba uno de sus largos paseos, o escuchado sus palabras o recibido uno de sus apretones de manos?
Fornida y esplendorosa como su apariencia era la esencia de su arte. La historia del país que le había visto nacer le dio materiales bélicos y de otros géneros para refrendarlos en su actividad creadora. Tenía una gran capacidad para plasmas estéticamente los instintos más salvajes y desenfrenados de la mayoría. Sus personajes crecerían más allá del Pasado. Sus hombres temblaban, destruían y asesinaban. Sus mujeres, de bellos ojos azules y pelo ambarino, adquirían un rictus de soberbia humildad alrededor de los labios y el cuello. Su enorme pasión sólo pudo ser desafiada por el sufrimiento y la muerte."

Clara Blüthgen
Idolatría









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