Cosme Blasco y Val

"Carthago, dueña del mediterráneo por sus flotas, protegida además del lado del mar por la violencia de las olas que se estrellan furiosas contra las rocas y hacen imposible toda tentativa de acceso, sólo podía temer un ataque formal por la parte de tierra: por eso se veían de este lado sus mejores fortificaciones. Desde la extremidad septentrional del lago de Túnez hasta la orilla de la Sebka, se extendía una triple defensa.
Veíase primero un foso, coronado por una empalizada; después un muro de piedra, de mediana elevación; en fin, otro muro de considerable altura, protegido por muchas torres. Todas estas obras seguían las sinuosidades de las colinas sobre las cuales estaba edificada la ciudad y formaban numerosos ángulos entrantes. Apiano nos ha dejado una descripción de las altas murallas que constituían la parte principal del recinto de Carthago. Hé aquí esta descripción: "Desde el Mediodía, hacia el continente, del lado del istmo donde se elevaba Byrsa, reinaba una triple fortificación. La altura de los muros era de treinta codos sin las almenas ni las torres, que estaban separadas entre sí por una distancia de dos plethros, y cada una de las cuales tenía cuatro altos y treinta pies desde el suelo hasta el fondo del foso. Los muros tenían también dos altos; y como estaban huecos y cubiertos, la parte baja servía de cuadra para trescientos elefantes y de almacén para todo cuanto se destinaba á mantenerlos. El primer alto contenía cuatro mil caballos, con la yerba y la cebada suficientes para su manutención; y además cuarteles para veinticuatro mil soldados. Tales eran los recursos que para la guerra contenían los muros solos en su interior." Todas estas construcciones, según Paulo Orosio, estaban hechas de piedra sillar: las ruinas no han desaparecido tan completamente que no se pueda todavía seguir el rastro de los muros en la mayor parte de su extensión. "

Cosme Blasco y Val usó el seudónimo de Crispín Botana
Resumen de Geografía Histórica Antigua



"Luego que esta desgraciada reconoció el rostro de su amante, halló su frente sin calor, y observó que no respiraba su pecho, se convenció de la muerte, y prorrumpió en desesperadas voces y lamentos: despertose su marido y enterado del suceso, para libertarse de los procedimientos de la justicia y del enojo de los deudos de Marcilla, determinaron llevar su cadáver a la puerta de la casa de su padre, lo que ejecutaron sin ser vistos por la cautela con que lo hicieron, y por que, según digimos en otro lugar, la casa de los Marcillas se hallaba frente a la de los Seguras.
Al día siguiente, la luz descubrió el infortunio que la noche conservara oculto: los primeros que pasaron por la calle, reconocieron la identidad del cadáver de Marcilla y le hallaron cubierto el rostro con su montante al lado. Noticiáronlo a su padre, quien sobre dicho cadáver de su hijo, entre deudos y amigos, tributó el justo homenaje de paternal sentimiento y desahogó su pecho con imprecaciones de venganza.
Tan lamentable caso escitó la piedad de los sensibles teruelanos, y hasta el mismo esposo de Isabel acudió a la casa de Marcilla para quitar sospecha, y consolar al afligido padre. Luego que el sentimiento dio lugar a la reflexión, determinaron enterrar a D. Diego al día siguiente y prepararon tan triste acto con toda la pompa que se merecía un joven tan célebre y distinguido, como funestamente desgraciado.
A la sazón Teruel era plaza de armas en la empresa que el rey D. Jaime quería hacer contra los moros de Valencia; había diez banderas de soldados y corporaciones eclesiásticas; componíase su población de aquellos soldados ilustres y aguerridos que, haciéndose superiores a los peligros y fatigas de la guerra, habían sabido levantar, según digimos antes, las murallas y fortalezas de la ciudad, contrarestando los continuos ataques de numerosos ejércitos moriscos.
En la Iglesia de San Pedro se celebraban las exequias de Marcilla; y el lúgubre clamor de las campanas anunció a Teruel la hora del funeral aparato: hombres y mugeres de distintas edades acudieron a la casa del difunto, así como los eclesiásticos de San Pedro y de las demás parroquias: el entierro marchaba en esta forma: iban delante los soldados en orden de batalla, detrás cuatro capellanes llevaban en hombros el cuerpo de Marcilla; seguían los oficios con hachas encendidas, los capuces, las gramallas de los deudos y amigos; y en pos de todos una pequeña escolta y casi todo el pueblo de Teruel.
La desconsolada Isabel apenas oyó desde su retrete los tristes cánticos del entierro, hizo que la dueña que la acompañaba, subiese con ella a la reja mas alta de la casa, para ver el funeral concurso: así que descubrió el féretro donde iban los últimos despojos de su malogrado amor, quedó pasmada por algunos momentos, y abandonándose luego a las irresistibles inspiraciones de su corazón, se despojó de todas sus galas vistiose con un mongil de bayeta, y despeinado el cabello, bajó a la calle muy apresurada, y confundiéndose entre las muchas mugeres que acompañaban el duelo, pudo seguir llena del mayor abatimiento: en el tránsito se reconvenía de haber sido la causa de la desgracia de Marcilla y ella misma se acusaba y condenaba, haciendo a la vez de fiscal, de juez y de reo.
Entró el entierro en la Iglesia de San Pedro, el cadáver de Marcilla fue colocado en un gran túmulo y diose principio al Oficio. La infeliz Isabel, no pudiendo resistir más, abrió al dolor la llave, dio rienda suelta al llanto, y abalanzándose cubierta a donde estaba el féretro, exclamó:
-¿Es posible que estando tu muerto, tenga yo vida? No tengas de mi fe duda que pueda vivir un solo punto; ¡ay! perdona mi tardanza, que al instante contigo me tendrás.
Dijo, y descubriéndole la cara le dio un beso tan fuerte que se oyó en toda la Iglesia, y con un ¡ay! faltole el aliento en un instante y la Parca puso un sello en sus ojos.
Creyeron los circunstantes sería alguna deuda o hermana del difunto, pero cuando el clero principiaba el In exitu, fueron a apartarla y la encontraron inmóvil: llámanla hasta tercera vez, y no responde; descubren el manto que la velaba el rostro, y ven era Isabel que tenía su boca pegada a la de Marcilla, y su cuerpo sirviéndole de losa sepulcral: la sensible y virtuosa Isabel, después de haber apurado el cáliz amargo de dilatadas penas, buscó en alas de la muerte la compañía de su amante hasta el mismo templo de la eternidad."

Cosme Blasco y Val
Historia de Teruel







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