Guillermo Blanco Martínez

"Después de aquel día de sombras, volvió a sumirse en sus labores, llenando el patio común con la música de sus herramientas y la fragancia de las tablas cepilladas.
-Paz, Ariel.
-Paz, Yosef.
Sin habérmelo propuesto solía observarlo de reojo, con las palabras insidiosas de Hulda revoloteando en el interior de mi mente. Tuve la impresión de que algo había cambiado en su persona. Aunque me resistiera a creerlo, el cambio estaba ahí: Yosef aserraba, pulía, martilleaba, en un remoto silencio. Desde lejos. Pero no era el hecho de que callara, sino la opacidad de aquel mutismo suyo. Influido por Hulda, yo me preguntaba si él daría vueltas en su cerebro a un dolor o a una ira imposible de superar. Apagado, desvivido, se inclinaba sobre sus tablas y sus troncos como quien camina sin saber qué rumbo tomó ni para qué, ni si valdrá la pena continuar siguiéndolo. Sus manos, antes tan bellas trabajando, trabajaban sonámbulas, con un eco gris de su anterior destreza.
Una noche, mientras cenábamos, me aseguré de que Yohanán dormía ya en su estera y me atreví a preguntar a Rut qué pensaba ella del asunto. Permaneció muda largo rato, y yo la observaba en espera de una respuesta o -más probable- de un reproche por atreverme a mencionar aquello. Había alcanzado a arrepentirme en el momento en que ella abrió los labios para decir únicamente:
-Miram es una buena mujer."

Guillermo Blanco Martínez
Vecina amable


"La pluma anota: Por las calles por donde pasó la procesión fue tanto el número de gente que concurrió a ver a los penitenciados que no es posible contarla: baste decir que cinco días antes se pusieron escaños para este efecto, y detrás de ellos tablados por una banda y otra de las calles, donde estaba la gente dicha, fuera de la que había en los balcones y ventanas y techos, y en muchas partes había dos órdenes de tablados, y en la plaza, tres.
Intempestivamente, Elí Nazareo siente entre sueños (¿una presencia?) que lo perturba hasta obligarlo a despertar. Trata de abrir los ojos, pero en el acto lo encandila una luz fuerte, muy cercana. Por instinto o costumbre, articula:
-¿Qué sucede?
Recuerda en el acto que está sordo, y se dispone a buscar él mismo la respuesta que es imposible oír. Poco a poco levanta otra vez los párpados, mirando al principio hacia el suelo, para evitar el resplandor que viene desde arriba. Ahí, en el piso de su celda, formando círculo en torno al poyo donde él yace, distingue varios pares de pies. ¿Tantos?, se asombra. Pies, botas, lanzas, una espada, un sayal.
Elí Nazareo se incorpora con trabajo, alza la vista: el inquisidor Andrés Juan Gaitán se yergue frente a él, con unos grandes pliegos escritos en la mano. A su izquierda y a su derecha, sendas parejas de soldados sostienen velas y alabardas, mientras junto a una de las jambas, a la entrada, espera inexpresivo un monje de la orden de Santo Domingo."

Guillermo Blanco Martínez
Camisa limpia


"Las imágenes comenzaron a hacerse vagas, a moverse de una manera fantasmal en su mente, a medida que el sueño tornaba a enseñorearse de ella. Se dormía. Traspuesta aún, veía los ojillos agudos, pérfidos del hombre, su rostro sin afeitar, cruzado por dos tajos mal cicatrizados , la mandíbula cuadrada, sucia, los labios carnosos entre los que asomaban dos hileras de dientes amarillos y disparejos y ralos, y unos colmillos de lobo ; la cabeza hirsuta, la estrecha frente impresa de crueldad... En los labios había una especie de sonrisa. Murmuraban "Yegua" cual si eso fuera una galantería, o tal vez una galantería obscena, de infinita malicia, y ella se revolvía en el lecho, sintiéndose herida y escarnecida, no bien despierta ni dormida del todo, en esa comarca en que la lógica se mezcla con la fantasía, se convierte en una lógica ilógica, distorsionada, que puede ser terriblemente cómica o terriblemente diabólica. Esa comarca donde parece estar el germen de la pesadilla, y también el germen de la maldad que se oculta, del ridículo, de la muerte ; donde la alegría o el dolor o la desesperación pueden resultar ilimitados... El Negro la miraba y sonreía y le decía "Yegua" y en seguida no sonreía, sino estaba tenso, todo él tenso cual un alambre eléctrico."

Guillermo Blanco Martínez
La espera








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