Iñaki Bernaola

"Era curioso y no menos sorprendente que a muchas internas, e incluso a alguna monja especialmente timorata, el Fu-Manchú de las películas les diera un miedo terrible porque se imaginaban que dicho personaje era un acérrimo enemigo de la cristiandad, de forma tal que si por desgracia alguna de ellas llegara a caer en las garras de semejante ser siniestro, acabaría sufriendo mil humillaciones y sevicias, entre las que no faltarían las de tipo sexual; y que tras haber sido mancillada por toda una recua de malvados secuaces se la obligaría a abjurar de su verdadera fe, bajo la amenaza de que, en caso contrario, sería víctima del martirio.
Si ya de por sí Sor Agatha era especialmente cáustica, el temor virtual que algunas monjas manifestaban con respecto al tal Fu-Manchú era uno de los principales motivos de sus comentarios mordaces. Así, solía decir que lo que les ocurría a dichas monjas timoratas no era sino un ambiguo sentimiento de atracción-repulsión hacia una situación que por una parte pudiera resultar espantosa pero, sin embargo, por otra no tanto. Más de una vez Kelly le oyó decir que, en el fondo, a todas esas monjas timoratas les habría gustado que los fogosos secuaces de Fu-Manchú les dieran un buen meneo, lo cual quedaría automáticamente perdonado por el hecho de que, al sufrir después martirio por no abjurar de su fe, el pecado de haber retozado con los perversos secuaces ya no se tomaría en consideración e irían derechitas al cielo. De hecho —continuaba Sor Agatha— la única forma “no pecaminosa” de darse un revolcón para una monja temerosa de Dios, o mejor dicho, temerosa del infierno, era dárselo justo antes de sufrir martirio, lo cual, aparte de tremendamente cruel, sonaba poro menos que absurdo y ridículo.
También le contó Sor Agatha en cierta ocasión que un tío suyo había trabajado en los astilleros Harland & Wolf de Belfast, el cual había sido un conspicuo sindicalista no sólo ocupado de la mejora de las condiciones laborales y económicas de los trabajadores del astillero, sino también concienciado por el efecto que los barcos producidos por éste pudiesen tener en la situación de desigualdad y opresión de unos seres humanos por otros a lo largo del mundo. Según decía su tío, aparte del famosísimo Titanic, que no llegó a conocer porque entonces él era sólo un niño, en dichos astilleros se construyeron la mayoría de los paquebotes que hicieron la ruta hasta Sudáfrica y de hecho sirvieron de apoyo y sostén al régimen de apartheid imperante en dicho país, entre otros uno con el mismo nombre que el que aparecía en la vieja película de Fu-Manchú, es decir, Windsor Castle.
Siempre pensó Kelly que, al menos tras la Segunda Guerra Mundial, la parte de la humanidad que ha tenido que soportar mayores sufrimientos no ha estado situada en Europa ni en ningún país del llamado mundo desarrollado, sino en Oriente Medio; en África, tanto durante el período de descolonización como después; en Sudamérica bajo las diferentes dictaduras militares; y en otros muchos lugares que para el lector de periódicos y espectador de telediarios del mundo occidental solían pasar del todo desapercibidos.
Por eso, a la par que en la época del convento la figura de Fu-Manchú le resultaba poco menos que ridícula, una vez que se convirtió en una persona adulta siguió pensando que Bin Laden a fin de cuentas resultaba patético, y que su intención de instaurar un emirato, sultanato, califato o lo que se terciara, en pleno siglo XXI no era sino algo anacrónico y fuera de lugar. Y pensaba también que si no fuera porque las muertes llevadas a cabo bajo sus órdenes, al contrario de las de Fu-Manchú, no eran de ficción sino reales, a la par de patético habría resultado igualmente cómico a más no poder.
Mientras se encontraba sumido en ese tipo de pensamientos, lo cual le venía muy bien porque, a la par que se ocupaba de las tareas domésticas, éste era el momento de la semana más adecuado para emplear su mente en cosas que no fueran de un interés inmediato, ha aquí que sonó el teléfono del apartamento. De hecho no esperaba a nadie, ni tampoco era habitual que sonara precisamente un domingo a la mañana, cuando los encuestadores, vendedores a domicilio y similares no trabajaban. Y si bien los Testigos de Jehová solían emplear el domingo por la mañana para sus actividades de proselitismo, no utilizaban para ello el teléfono, sino que iban en persona casa por casa."

Iñaki Bernaola
El célibe


"Los casos de abusos sexuales cometidos sobre menores de edad en instituciones eclesiásticas constituyen una auténtica lacra, tanto por la naturaleza de los actos en sí como por las repercusiones de los mismos a largo plazo, lo mismo en las propias víctimas como en personas allegadas e incluso instituciones... quizás tanto o más dañino que los propios actos es que, frecuentemente, las víctimas no han tenido el suficiente apoyo, e incluso tampoco han gozado de la credibilidad necesaria para poder contar lo sucedido a alguien que les escuche, que les tome en consideración, que les arrope y que les ayude a superar el daño causado», lo que en muchos casos puede suponer «la ruina de toda una vida."

Iñaki Bernaola



"Pero los problemas no se acababan con el timbre que indicaba el final de la clase, porque después tenía que armarse de paciencia para leer, corregir y analizar los trabajos preparados por sus alumnos, la mayoría de ellos escritos a mano, a veces incluso con las hojas arrugadas, con una caligrafía casi ininteligible, plagados de faltas de ortografía, de sintaxis y de todo lo que uno pueda imaginarse incluidas manchas de origen inconfesable, y encima con un contenido que, más que otra cosa, le sumía en total desesperación porque le hacía temer que esa cuadrilla de primates sudorosos jamás llegaría a un nivel mínimo de madurez y de seriedad; lo cual es algo que, vista la evolución de la humanidad, se ha comprobado que, mal que bien, al final se acaba consiguiendo; aunque a lo mejor nadie, ni profesores, ni progenitores ni los propios alumnos, acaben sabiendo ni cómo ni por qué.
Se le había ocurrido, como posible tema de debate y a desarrollar en monografías, el cambio climático, sus causas y sus consecuencias, pensando que al tratarse de un tema que no exigía excesiva elucubración, todo el mundo sería capaz de escribir algo, aunque solo fuera basándose en lo que habían oído aquí o allá, sin necesidad de profundizar consultando en la Wikipedia, en la bibliografía disponible en la biblioteca del colegio o en cualquier otro lugar. Sin embargo, sus esperanzas se revelaron infundadas, pues la mayoría de lo que recogió no eran más que tonterías, algunas veces planteadas con la mejor intención del mundo y otras no tanto: uno escribió que las ventosidades expelidas por los camellos exportados a Australia constituían un serio peligro para el futuro de la humanidad, porque al carecer allí de depredadores se habían multiplicado profusamente, y con tanto pedo que se echaban estaban llenando la atmósfera de metano. Michael pensó que a lo mejor lo había copiado de algún sitio, y al fin y al cabo eso le confería cierto valor. Pero quien puso que el cambio climático era estupendo porque si la Tierra se calentaba mucho ya no tenían que irse de vacaciones a Mallorca, o a Canarias o a Túnez, pues con quedarse en alguna playa de las inmediaciones lo tenían todo resuelto mucho más barato, ése no se merecía más que un cero patatero en la calificación.
Y luego estaban los que, de una u otra forma, se salían de madre y le ponían al profesor en un auténtico brete, ya que cualquier comentario que hiciera este sobre el trabajo realizado resultaba por una u otra razón inadecuado. Algo así le ocurría con una alumna llamada Meredith Jones, conspicua experta no solo en escribir con un estilo más o menos surrealista sino también en participar en los debates surgidos en clase desde la posición más heterodoxa que pudiera pensarse.
No cabía ninguna duda de que Meredith era una alumna muy inteligente, con una personalidad notoria pero, por otra parte, situándose siempre en el borde no solo de lo políticamente incorrecto, sino incluso de lo que la sociedad en general considera aceptable, tolerable incluso. Así que por una parte se sentía obligado más de una vez a soportar su insaciable afán polemista, sus ocurrencias inoportunas y sus salidas de tono que sacaban de quicio a cualquier profesor, pero por otra se sentía obligado a protegerla incluso de sí misma, porque sabía que ese tipo de personas suelen sufrir en la vida más que el resto, debido a su forma de ser, e incluso si puede decirse, a su genialidad."

Iñaki Bernaola
Plegaria por un niño olvidado





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