Alain Brossat

"Como decía Artaud, “no me parece qué lo más urgente sea defender una cultura cuya existencia jamás ha salvado a un hombre de la preocupación de vivir mejor o de tener hambre, sino extraer de aquello que llamamos cultura las ideas cuya fuerza viviente sea idéntica a la fuerza del hambre”. Se vuelve cada vez más difícil nombrar una manifestación de la vida humana que se mantenga rigurosamente a distancia de la cultura. Enumeremos sin embargo algunas: una huelga con ocupación no es un acontecimiento cultural, aunque se baile y se cante en los talleres como en junio de 1936; escribir En busca del tiempo perdido o Las palabras y las cosas, rodar Un perro andaluz o pintar el Guernica no son actividades culturales, aunque a posteriori haya una captura cultural del acontecimiento suscitado por un gesto de arte. Como decía autor desconocido o, más bien olvidado, “en la organización de la sociedad, ninguna obra de arte puede sustraerse a su pertenencia a la cultura, pero no hay ninguna, si es algo más que un producto industrial, que no oponga a la cultura un gesto de rechazo: la voluntad misma por la que se convirtió en obra de arte”. En este sentido, la política y el arte son lo que resiste al movimiento general de “culturización” de nuestras existencias. Un asunto cultural no suscita el conflicto más que cuando una cuestión política lo atraviesa: por ejemplo, la cuestión de los intermitentes del espectáculo [trabajadores flexibles y discontinuos de la industria cultural] no es un tema cultural, interno a la cultura, sino más bien político; cuando la embajada de Francia en Washington suspende la representación en el centro cultural francés de la capital estadounidense de una pieza de Michael Vinaver sobre el 11 de septiembre, con el fin de no arriesgarse a una reacción negativa de las autoridades americanas, no es tanto la “cultura” la que expone sus facultades críticas como el arte el que manifesta sus virtualidades política, suscitando la censura, un gesto decididamente político."

Alain Brossat



"Contrariamente a lo que pudo afirmar un día Pasolini en un arrebato de optimismo prematuro, la cultura no es lo que resiste a la distracción, sino que se ha convertido en la fábrica del sujeto ocupado y entretenido. La cultura contemporánea mezcla las dimensiones de la formación, del conocimiento -que supuestamente son el fundamento de la responsabilidad y la lucidez del sujeto moderno- y de la distracción y el entretenimiento. El gesto de vincular el destino de la cultura como tal al de la emancipación del sujeto moderno se vuelve de golpe impracticable. Bajo el umbral soleado de la Ilustración, personajes como Fígaro, Jacques el Fatalista de Diderot o el Jean-Jacques de las Confesiones establecieron un pacto entre la cultura que habían adquirido por sí mismos (eran autodidactas), su experiencia propia de la vida y la pasión de la emancipación, de la igualdad que les movía. Ese pacto hoy está roto. Ha sido revocado por la cultura contemporánea, que se ha vuelto, en lo esencial, un coagulante social, un tranquilizante, un consuelo, sobre todo en su forma masiva, la de la cultura de masas producida y difundida por las industrias culturales, fundamentalmente hecha de imágenes. Los regímenes de consolación tradicional están muertos o moribundos (la religión, la vida de familia, la existencia comunitaria…) y la cultura aparece entonces como la música de acompañamiento de nuestra melancolía perpetua que nos distrae del dolor punzante de una existencia sin esperanza, objetivo ni gozo. “Cuando los hombres mueren, entran en la Historia. Cuando las estatuas mueren, entran en el Arte. Esa botánica de la muerte es lo que llamamos cultura” (Chris Marker, en el film de Alain Resnais Las estatuas también mueren)."

Alain Brossat


"La semántica alusiva a la figura del plebeyo ha quedado un tanto denostada y puesta en evidencia, al perder vigor en la modernidad contemporánea, al tender a difuminarse todas las ricas connotaciones que el término evocaba y sin duda esboza una inequívoca transformación en lo concerniente a la sociología y psicología en los siglos XIX y XX. La literatura demuestra la relevancia de este tipo concreto, plasmando tal argumento en la encarnación del héroe de Le Rouge et Noir, en el personaje central de Wuthering Heights o en la designación del amante de Lady Chatterley y en el caso de las más o menos frecuentes apariciones de los narradores de estas mismas novelas. Aunque la palabra "plebe" reviste por lo común un sentido peyorativo, en el vocabulario político moderno la palabra "plebeyo" se usa de forma muy recurrente, disociándose los dos términos de forma muy clara: en las sociedades modernas la plebe integra un discurso despectivo en un contexto utilizado por los maestros para referirse acérrimamente a los peligrosos estratos de la condición popular. Se trata de una sustancia histórico-política cuya propia significación expone una férrea tendencia reacia al mundo laboral, a las políticas sociales y a cualquier acto de disciplina, a seres en suma ingobernables a causa de la sedición.
La atomizante condición del plebeyo se desarrolla en contraposición bajo la condición de un singular contraste con la plebe. Por definición se trataría de algo anómico y por lo tanto no individualizado que, desde un principio, ha de ser interpretado no como condición colectiva sino como la tesitura de una masa totalizante protoplásmica y errabunda en lo referente a la bipolarización entre la comunidad y la individualidad. La plebe es, por su propia constitución, una fusión que, por otra parte se halla naturalmente más cerca del estado propio de la condición animal. El plebeyo, por el contrario, es altamente individualizado y se observa en torno a él una conflictiva singularidad, una rebeldía tal cercana en apariencia al estruendo del desorden. Su destino no está necesariamente ligado a la masa -a menudo siente el poso de la soledad, en calidad de elemento aislado, capaz de concebir su destino, pero de forma amarga incluso penal."

Alain Brossat
Le plébéien enragé


"Literalmente, una guerra civil generalizada, desmutiplicada, guerra de todas las etnias contra todas las etnias, de todas las religiones contra todas las religiones, de todas las Yugoslavias contra sí mismas, viene a sustituir un tiempo de exposición generalizada de cada uno a la violencia de todos, a una secuencia durante la cual se puso a funcionar una muy fuerte auto-coerción pacificadora. La endo-barbarización yugoslava en los años noventa, medida por horrores del sitio de Sarajevo, la masacre de Srebrenica y el terror étnico en Kosovo suena como una paráfrasis del análisis freudiano clásico: si estando aprehendido por el proceso de civilización el hombre "hace intercambio de una parte de felicidad posible contra una parte de seguridad", el desarme de su agresividad natural se presenta siempre como un proceso reversible; el individuo desviolentizado está como "vigilado por la mediación de una instancia en sí misma, tal como una guarnición ubicada en una ciudad conquistada". Que la guarnición se duerma o deserte, y los procesos inmunitarios estallen: "La agresividad se manifiesta [...] de manera espontánea, desenmascara bajo el hombre la bestia salvaje que entonces pierde todo respeto por su propia especie". Llega entonces el tiempo del "narcisismo de las pequeñas diferencias."

Alain Brossat
La democracia inmunitaria


"Lo más propio de lo que hoy se designa con el vocablo de “cultura” es ser una esfera en expansión permanente: los vinos de Burdeos y las obras de arte expuestas en el Louvre, las series de televisión, las carreras de caballos, los cruceros por el Mediterráneo, la gastronomía, los peregrinajes a Santiago de Compostela y los cursos de tango. Hay pocos objetos y conductas, si lo pensamos bien, que no puedan encontrarse dotados de una dimensión o una coartada cultural. Lo que se llama comúnmente cultura tiene en ese sentido la apariencia de uno de esos almacenes donde los anticuarios hacen coexistir los objetos más heteroclitos. La yuxtaposición de los objetos, las prácticas y los discursos más heterogéneos es el principio mismo de lo cultural hoy: coexisten en un mismo plano lo antiguo y el último grito, lo popular y lo elitista, lo familiar y lo exótico, etc. Esto es de lo que se quejan los nuevos reaccionarios que quieren que cada cosa esté en su sitio: Mozart en todo lo alto y por abajo el rap de las periferias urbanas.
Al mismo tiempo que es un cajón de sastre, sometido a un principio de equivalencia estricto, imposible de jerarquizar, la cultura contemporánea es un medio líquido en el que todo circula, se vende y se vuelve intercambiable. El dominio de la cultura se ha vuelto indistinto al del consumo. En ese sentido, la cultura es esa especie de cemento líquido que contribuye poderosamente a mantener unida la vida social en torno a una multitud de objetos o a un conjunto de conductas estereotipadas (contemplar una emisión de televisión, visitar un museo, seguir un acontecimiento deportivo, leer el último premio Planeta…). Ahí donde tantos factores sociales, políticos y económicos tienden a desgarrar nuestras sociedades, incrementando las desigualdades, atizando los conflictos, la cultura funciona hoy como un dispositivo de agregación involuntaria de los seres vivos, una fábrica de la vida común sin debate ni consentimiento."

Alain Brossat


"Mientras que la democracia representativa moderna reposa sobre la institucionalización del conflicto y, por tanto, sobre el reconocimiento de su carácter primero e irreductible, la democracia cultural niega el conflicto como fundamento mismo de la política: amos y esclavos, patricios y plebeyos, burgueses y proletarios, aristocracia y pueblo. Sustituye el conflicto por la coexistencia pacífica de las diferencias y el imperio del gusto individual: cada uno tiene sus antojos, sus manías, sus fascinaciones, sus hobbies, sus estrellas y emisiones preferidas, sus vacaciones de ensueño, etc. El público cultural suplanta al pueblo político. La sociedad ha sustituido la pasión de la igualdad por un régimen de tolerancia generalizada, pero una tolerancia blanda, cuyo reverso es el repliegue sobre sí de las “comunidades”, cada una de ellas una micro-cultura no igual, sino equivalente a las demás.
En nuestras sociedades se da una relación entre la contracción de la esfera política, la esfera de la acción colectiva y la política viva, y la expansión de modalidades culturales: el consumo, la espectacularización, etc. El entretenimiento, todavía ayer, se inscribía esencialmente en el registro de la vida privada. Hoy es el negocio de las industrias culturales. No soy yo quien lo dice, sino Sarkozy que, en la víspera del último Mundial de Fútbol, fabricó este aforismo: “Francia en la final, tres meses de paz social”. El análisis crítico debe consistir en un esfuerzo constante para describir el proceso mediante el cual un movimiento insurreccional o un desplazamiento en la esfera política vive siempre bajo la amenaza de ser reciclado, reinyectado en el medio líquido de la cultura, transformado en un grumo del protoplasma cultural, como las películas recientes sobre Louise Michel o el Che Guevara."

Alain Brossat



"Nuestras sociedades contemporáneas viven y se reproducen en un entorno "cultural" muy similar al de la era decimonónica.
[...]
A lo largo de los diversos estadios de la historia el devenir humano viene determinado por la interactuación entre el deseo y las subsiguientes acciones, mientras que en el universo cultural esta tendencia desiderativa se desplaza hacia objetos y recuerdos.
[...]
Explícitamente, podemos afirmar, por tanto, que el socorrido estribillo del peligro que acecha al leitmotiv cultural sirve de pretexto para ocultar la aparición de una nueva figura política de dulce exterminio: la democracia cultural."

Alain Brossat
Le grand dégoût culturel













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