Edgar Brau

"Creer en Dios, no creer en Dios... Dos modos (opuestos en apariencia) de disminuir algo que nos rebasa tan inmensamente. Con respecto a mí, la palabra creencia me parece que excede en cualquier sentido lo que yo llamaría mejor una estupefacción esperanzada y que podría definir, representar más bien, de este modo: según me parece, con el "Hágase la luz" Dios quedó cegado para siempre; y desde entonces no hace más que tratar de reconocer, de reencontrarse con lo que creó. El mal es lo que resulta de la imposibilidad de ese reconocimiento, de ese reencuentro; es la torpeza de un ciego de manos fuertes y grandes. Y nuestra necesidad de trascendencia, nuestra nostalgia, nuestra búsqueda de esa presencia redentora no es, por su parte, más que un eco, débil, en sordina, para hablar con propiedad, de la búsqueda y de la nostalgia de Dios por aquello que una vez su poder animó. Ahora bien; quizá (y este quizá, se me ocurre, merecería unas letras de oro, eh) quizá alguna vez, y ocurra ello por hacerse el hombre con una percepción adecuada, o por acostumbrarse Dios a las sombras en que lo sumiera el fogonazo de su conjuro, se produzca al fin la coincidencia, se rocen sin accidentes los dedos de ambos."

Edgar Brau



"El Presidente toma el arma, la examina, la aprueba, y luego, mientras comienza a caminar en torno del edificio, dispara hacia arriba con ella. Regulares, casi cronometradas son las pausas entre disparo y disparo, y el Presidente sólo se detiene para que el edecán cargue el arma una vez que su tambor se ha vaciado.
Cuando suena el primer tiro, la gente más humilde sale al patio de sus casas o a las veredas y permanecen allí, aguardando. Aquellos que tienen hijos acomodan un banco y hacen que los niños se sienten en él, al aire libre. Los lisiados, a su vez, que para evitar cualquier retraso se han instalado en sus lugares un rato antes, matizan la experiencia con el recitado en voz baja de ciertas plegarias propiciatorias. Y cuando un rato después los disparos cesan, todos empiezan a preguntarse quién será el afortunado que logró ser herido por el Presidente...
Y sin embargo... no hace mucho la población todavía se atemorizaba cuando comenzaban los disparos (que al parecer servían para que el Presidente se relajara y pudiera dormir en las noches) y nadie se atrevía a salir a la calle por temor de ser “bendecido por una bala del Presidente”, como se decía entonces entre sonrisas. Pero una noche, en un descuido de sus padres una niña salió al patio de su casa, curiosa por las detonaciones. Al rato su madre notó la ausencia y corrió a buscarla. Ya era tarde; la niña yacía en el suelo, sangrando. No estaba muerta, sin embargo, ya que el proyectil le había dado en un brazo. Era gente humilde; llevaron a la niña a un hospital y solamente reclamaron su atención. Pero aun así la noticia acabó por llegar hasta el Presidente mismo. Y entonces, un buen día un enorme automóvil negro se estacionó frente a la casa de la niña, y enseguida ésta y sus padres bajaron del asiento de atrás, sonrientes y cargados de paquetes; la chica llevaba un brazo vendado, pero su aspecto era saludable."

Edgar Brau
La bendición


EPIGRAFE  PARA  UN  LIBRO  DE  DIARIOS

¿Podrá, oh Tiempo, oh Antiguo,
romper la caravana de tus arenas
el colmillo sin malicia del momento?
¿Soportarán tu amor de escombros
la voluntad ataviada de vigilia y sueño;
el día seleccionado en geometrías de  luna,
la ilusión que se oye y cree bajo el sol?
¿O sangrará, como siempre,
su invisible humo tu meta,
en combustión el pálpito nuestro
de toda Tierra Prometida?
Contra tu mano mueve sin embargo
sus actos huyentes el hato de  páginas:
tal vez se fuguen tus sonámbulas  mudanzas
del espacio donde soporta su noche la memoria.
Tal vez... Pero entretanto y por arte de duda,
El fin de Cronos estamparemos como emblema.
Pues conjuro y apuesta es, últimamente, esta escritura.

Edgar Brau



"La débil voz se confundía con el rumor del oleaje, que ascendía como una plegaria por los flancos verdosos y herrumbrados de la montaña. El titán retiró la mano del rostro y atisbó el cielo. El joven, entretanto, continuaba balbuceando su nombre. Después se adelantó unos pasos y se afirmó en una saliente de la roca; desde allí siguió nombrando al dios. Este permanecía con la cabeza vuelta hacia arriba. Desde esa posición su mirada se encontró con la del joven, y por un instante tuvo la impresión de observarse a sí mismo con los ojos del otro. Se volvió hacia un lado y cerró los ojos. El joven comenzó a hablar atropelladamente. Pero Prometeo no lo escuchaba: sumergido en sus recuerdos, buscaba un momento. Halló, al cabo, las tinieblas acogedoras en las que un yo agradecido se había disuelto lentamente, al fin olvidado. Se aventuró un poco más... justo hasta el borde donde empezaba el acoso de la agitación, del dolor... Regresó de inmediato a su refugio de sombra. Pero otro acoso llegaba hasta ese sitio de dicha: el acoso de una tozudez candorosa, que insistía en su llamado... Se volvió otra vez y abrió los ojos: el asombrado rumor de un mundo parecía crepitar en torno del joven, cuya mirada era radiante. Los cerró nuevamente. Enseguida fue sobresaltado por un chillido; sus manos se crisparon y una mueca de dolor le desfiguró el rostro. Después de un momento giró hacia el joven, que trataba de hacerse entender, y le hizo una seña para que cesara de hablar; luego le mostró las cadenas. El joven, cuyo semblante se iluminó de inteligencia, le contestó con un gesto y abandonó su sitio. Empezó a trepar cuidadosamente, aferrado a la roca. Prometeo lo alentaba con señas. Al final llegó junto al titán. Un filoso escalonamiento de precipicios refulgía alrededor de la roca. El joven se incorporó para tirar de las cadenas; pero se detuvo al ver que Prometeo trataba de unir los brazos. Las miradas se encontraron. Y aun cuando el joven percibió el empujón, sus ojos no se apartaron de esa mirada triste que lo acompañó al abismo."

Edgar Brau
El Dios olvidado



"Lo importante es darse cuenta de si la escritura de tal o cual libro nos fue o no imprescindible, si no fue gestado por "accidente" o por razones prostibularias. Si hallamos que la obra debía nacer, no habrá preferencias, puesto que todos ellos serán entonces, en su tiempo y especie, unos escalones que nos alejarán de la apariencia. Propiamente, cada libro es un fragmento de ese espejo que quizá alguna vez logremos completar para observar en él, de cuerpo entero, nuestro verdadero yo."

Edgar Brau


“Los escritores somos como Scheherazada: salvamos nuestras vidas contando historias.”

Edgar Brau


"Yo recorría entonces muy detenidamente con la vista el ambiente que aparecía a su alrededor: buscaba cierto cuadro de tema marinero, la pipa, el cortaplumas con que él picaba el tabaco. Pero la imagen comenzaba de inmediato a diluirse y en instantes era nada más que una neblina grisácea —una neblina que acompañaba el dormir que seguía al sueño y que no tardaba mucho en volver a desgarrarse para ofrecerme otras visiones.
Al despertarme, la imagen de mi abuelo continuaba presentándose en mi memoria, idéntica a la de aquellos dos cortos sueños. Tomé entonces de una de las bibliotecas que están en mi cuarto un libro de Tácito, Germania, y comencé a buscar los dos pasajes que a partir de una lectura hecha alguna vez en voz alta por mi abuelo (pues en ocasiones yo le pedía que me leyera algunos fragmentos del libro que él tenía entre manos) nunca había podido yo olvidar.
El primero de ellos describe la costumbre que tenían los antiguos germanos de llevar a la batalla a sus familiares más directos, de modo que durante el combate podían oír el ulular de sus mujeres y los llantos de los niños y aumentar así su coraje; además, si se presentaba el caso de que el empuje enemigo fuera mayor, las mujeres exhibían sus pechos desnudos para señalarles a sus esposos el cautiverio al que se verían sometidas si ellos eran derrotados."

Edgar Brau
El fin de Cronos



























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