Emilio Calderón

 "A continuación intentó alzar la cabeza, pero de nuevo no pudo, como si una fuerza invisible se lo impidiera. Su mirada volvió a clavarse en la nuca de aquellos que estaban sentados en las últimas filas, quienes a su vez miraban hacia el suelo o los laterales de la sala. Estaba claro que una profunda intranquilidad se había apoderado de todos cuantos llenaban el auditorio. Recordó entonces una historia de la mitología griega que había oído siendo estudiante: Tres gorgonas (despiadados monstruos femeninos) que tenían el poder de petrificar a quienes las miraran directamente. A tenor del respeto que imponían, daba la impresión de que aquellas hibakushas poseían también un poder destructor semejante, pues portaban el «virus del átomo» en su interior. Nadie se atrevía a mirarlas a los ojos por temor a ser fulminados, y de paso para ocultar también la vergüenza que sentían. ¿Dónde estaban los progresos que supuestamente había hecho Japón después de la guerra? ¿No se decía que la democracia impuesta por los norteamericanos lo iba a arreglar todo? En los periódicos se empezaba a hablar del milagro japonés. ¿Acaso los avances que estaba experimentando la economía podían borrar las cosas que se habían hecho mal, empezando por el asunto de los «atomizados»? Éstas y otras preguntas asaltaron con tanta fuerza su conciencia que empezó a sentir cierto desasosiego, cierta zozobra que hizo que sus piernas flaquearan. Sólo cuando le fue notificada la muerte de su mujer e hijo en el bombardeo del 24 de febrero de 1945 sobre Tokio, le había sucedido algo semejante. 174 aviones B-29 habían arrojado cientos de bombas incendiarias sobre el centro de la capital, quemando casas y personas. Entonces las piernas le fallaron por completo y tuvo que ser sujetado por los dos oficiales que le comunicaron la noticia. Luego ni siquiera tuvo fuerzas para mantenerse sentado en un sillón, por lo que acabó tumbado en el suelo. La situación no era ni remotamente parecida, pero no por eso dejaba de ser desagradable. El trato que la Dieta, con el emperador a la cabeza, estaba dispensando a los hibakushas demandaba una reparación.
Decidió salir a respirar un poco de aire frío. En la calle había comenzado a nevar; unos tímidos copos que se hacían agua apenas tocaban la copa de los árboles, la hierba o el asfalto. Comenzó a caminar a través del campus de Hongo en busca de la salida, dejando a ambos lados edificios que la noche había convertido en gigantescas sombras de amenazadores contornos. En algunos casos, las edificaciones, que albergaban las distintas facultades, estaban flanqueadas por esbeltos ginkgos. De no haber sido por la guerra, le hubiera gustado estudiar derecho en aquella universidad. De hecho, siempre había antepuesto su vocación por la abogacía a la de policía, al menos durante su juventud. Aunque su verdadero anhelo era poder compaginar ambas profesiones, la de abogado y la de policía, trabajando en el departamento jurídico de la Policía Metropolitana de Tokio. Ahora ya era demasiado tarde."

Emilio Calderón
Los sauces de Hiroshima


"Ahora lo que ocurre es que los ejércitos no campan por nuestra vieja Europa, sino que hemos trasladado la guerra a otros escenarios."

Emilio Calderón



"El nazismo tiene una vinculación muy fuerte con las primeras teorías del psicoanálisis."

Emilio Calderón


"Las claves de éxito no las conoce nadie."

Emilio Calderón



"Lo que más me gusta de escribir es precisamente el reto de enfrentarme a una hoja en blanco cada mañana y demostrarme a mi mismo que soy capaz, no sólo de rellenarla sino de hacerlo creando mundos posibles y creíbles. A veces es una labor ingrata porque los resultados no son los que uno espera, pero en esos casos lo que hay que hacer es perservar, insistir una y otra vez hasta que surge la frase que uno estaba buscando. No obstante, yo no soy un escritor que sufra escribiendo, sino que disfruta haciendo su trabajo. Me viene a la memoria de Joseph Conrad, para quien escribir era un suplicio."

Emilio Calderón



"Norah y Nube Perfumada congeniaron a las mil maravillas. Ambas tenían en común el elemento más aglutinante de cuantos pueden darse entre dos personas: el sufrimiento. Ni siquiera el amor une tanto como el hecho de haber padecido alguna clase de vejación moral o física. Y, aunque de distinta manera y por diferentes circunstancias, las dos habían sido humilladas. No en vano, detrás de la Norah reina de los bailes del Hotel Majestic, se escondía una joven judía indefensa sujeta al albur del destino. Primero se había quedado huérfana en una tierra que no era la suya, luego se había visto obligada a huir de Alemania en compañía del socio de su padre convertido en su marido, para acabar finalmente encerrada en un gueto controlado por el Ejército Imperial japonés. El caso de Nube Perfumada era aún más sangrante. No sólo había tenido que ejercer de «mujer confort», sino que encima había sido obligada a comerse a una compañera.
Un detalle que ponía de manifiesto la buena marcha de la relación entre las dos mujeres que ahora vivían bajo mi mismo techo, fue el hecho de que Norah compartiera con Nube Perfumada los secretos de las recetas húngaras que, a la postre, era lo único que había heredado de su madre junto con unas cuantas fotografías y unos cuantos anillos y pendientes. Cada día, cuando regresaba del consulado, me encontraba con un nuevo platillo elaborado por Nube Perfumada siguiendo las indicaciones de Norah: gulash a la Csángó, judías a la Jókai, Marhpörkolt (un guiso picante de ternera), Tokány de «los siete caudillos», etc.
A veces, se unían a nosotros Stein y Friedman, quienes hicieron de la búsqueda de música húngara un asunto de amor propio. Después de movilizar a buena parte de su clientela, lograron encontrar sendas obras de Ferenc Liszt, la Rapsodia Húngara y la Sonata en si menor. Algo que colmó de felicidad a Norah. De modo que, entre la música y la comida, la casa se llenó de sonidos y de aromas centroeuropeos, donde la única nota exótica la ponía Nube Perfumada. Era como oír de repente un guqin chino en una taberna húngara, en cuyo interior un pianista excelso estuviese interpretando con maestría una pieza de Liszt.
Aquella complicidad sincera y espontánea, unida al celo que Nube Perfumada ponía en el cuidado de la enferma, cuya mejoría se hizo pronto evidente, me permitió iniciar las pesquisas que me había recomendado Czollek. Cada tarde acudía a dos o tres Casas del Singsong, pero lo único que obtenía eran evasivas de los propietarios. Nadie conocía a la amante de Leon por el simple hecho de que tampoco recordaban haber visto a Blumenthal en sus locales. Al cabo de una semana, decidí buscar la ayuda de alguien más acostumbrado a moverse en aquellos ambientes. Naturalmente, pensé en Lerroux, dada su necesidad de dinero para costearse el opio y la calidad de sus contactos en el mundo del hampa."

Emilio Calderón
El judío de Shangai


"Tengo que tener una idea sobre lo que voy a escribir, pero el argumento va creciendo al mismo tiempo que la historia. Al final todo se convierte en un gran puzzle qye hay que saber encajar. Para mi es uno de los momentos más emocionantes de la creación literaria cuando empiezo a vislumbrar que todas las piezas encajan. Aunque parezca una nimiedad es muy difícil escribir si uno no sabe de antemano sobre qué quiere escribir, así que conviene tener unas directrices. En mi caso elaboro unas pequeñas fichas con personajes, elementos de la trama, etc."

Emilio Calderón











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