James M. Cain

"Después vinieron los testigos. El sargento informó que se le había llamado y que fue al lugar del accidente con dos agentes después de telefonear pidiendo una ambulancia. Dijo que había enviado a Cora en un coche del cual se hizo cargo, mientras que Nick había fallecido en el camino hacia el hospital, por lo que lo había llevado al depósito de cadáveres.
A continuación, un individuo llamado Wright dijo que iba en su coche por el camino de Santa Bárbara, y que al doblar una de las curvas oyó un grito de mujer e inmediatamente después el estrépito de un coche que se despeñaba dando tumbos barranco abajo, con los faros encendidos. Poco después vio a Cora en el camino, haciéndole señas; bajó por el barranco con ella hasta el coche, y trató de sacar al griego y a mí del interior. No le fue posible hacerlo, porque estábamos debajo del automóvil, por lo cual envió a su hermano, que iba con él en su coche, a que fuese a pedir ayuda.
Al poco rato habían llegado otras personas, y cuando los agentes de policía se hicieron cargo de todo nos extrajeron del coche destruido y nos metieron en una ambulancia. A renglón seguido, el hermano de Wright declaró poco más o menos lo mismo, agregando que había sido él quien llevó a los policías.
Después compareció el médico de la cárcel, quien informó que yo me encontraba borracho y que el examen del estómago del griego había demostrado que él también estaba ebrio, pero que Cora se hallaba completamente fresca. Luego dijo cuál fue el hueso cuya fractura provocó la muerte del griego. Cuando terminó el investigador judicial se volvió hacia mí, preguntándome si deseaba declarar.
—Sí, señor, no tengo inconveniente.
—Es mi deber advertirle que cualquier declaración que usted haga puede ser legalmente usada en su contra, y que no tiene usted obligación alguna de declarar, si no lo desea.
—No tengo nada que ocultar.
—Perfectamente. ¿Qué puede usted decirnos sobre esto?
—Lo único que sé es que primeramente iba conduciendo el coche sin la menor dificultad, pero, de pronto, sentí que se hundía y que algo me golpeaba. Es todo cuanto recuerdo desde ese instante hasta el momento en que recuperé el sentido en el hospital.
—¿Era usted quien conducía el coche?
—Sí, señor.
—¿Está usted seguro de que era usted quien conducía?
—Sí, señor, era yo.
Aquello era un disparate como otro cualquiera, que más adelante, una vez que estuviésemos allí donde realmente tenían importancia las palabras que se pronunciaban, habría de desmentir. Calculé que si primero les endilgaba una historieta poco verosímil, para desmentirla después con otra totalmente distinta, se creería que la segunda era la verdadera, mientras que si desde ahora les contaba una historia bien preparada, parecería justamente lo que era: una historia bien preparada. Iba a hacer que ésta fuera diferente desde el primer momento. Quería aparecer con tintes desfavorables desde el comienzo mismo. No importaba. Si al final se descubría que no era yo quien conducía el coche al producirse la catástrofe, no importaba nada la primera impresión que mis palabras hubiesen producido, y no me podrían probar culpa alguna. Lo que temía era cualquier cosa que se pareciese a aquel crimen perfecto que habíamos intentado la vez anterior. El menor descuido y estábamos perdidos. Pero si estaba desde ahora comprometido, podrían aparecer varias cosas y yo no estaría mucho peor. Cuanto peor apareciese por el hecho de encontrarme borracho, tanto menos se podría sospechar que se trataba de un asesinato.
Los agentes de policía se miraron unos a otros y el investigador judicial me observó como si pensase que estaba loco. Todos ellos estaban enterados de cómo me habían extraído de la parte posterior del coche."

James M. Cain
El cartero siempre llama dos veces


"En realidad, lo único que quise en este mundo fue a ella. Pero eso es bastante. No creo que muchas mujeres consigan ni siquiera eso."

James M. Cain
El cartero siempre llama dos veces


"Miré el programa para ver quién cantaba. Había oído nombrar a uno o dos. José y Micaela serán personas de segundo orden en el Metropolitan. Había en el programa una nota sobre Carmen. Era una muchacha local. Conocía a Escamillo. Era un italiano llamado Sabini, que una noche en Palermo había cantado la parte de Silvio, mientras yo cantaba Tonio. Hacía cinco años que no sabía nada de él. A los demás no los conocía.
Tocaron la introducción, se apagaron las luces y empezamos a divertirnos. Les aseguro que era el tipo de ópera con el que uno sueña. No había telón. Encendían las luces y allí estaba la cosa, y todo se oscurecía al terminar y aparecía una lucecita para los saludos. La orquesta estaba al frente. Detrás había unos peldaños chatos y, más allá, el escenario, sin la conchilla que se usa para los conciertos. Allí habían construido todo un pueblo, el cuartel a un lado, los cafés al otro, la fábrica de cigarros al fondo. Había que frotarse los ojos para convencerse de que uno no estaba en España. La iluminación era magnífica. Tienen una caja de luces en ese Bowl que sobrepasa todo lo que yo había visto. Y aquel pueblo del escenario se llenó de gente. La representación parecía ser un término medio entre un ballet estudiantil y algunos coros locales, y por lo menos debía haber allí trescientas personas. Sonó la campana y las muchachas empezaron a salir de la fábrica. Realmente era la hora del almuerzo. En el entreacto enrollaron todos los materiales y desenrollaron el café para el segundo acto, las rocas para el tercero, y la entrada de la plaza de toros para el cuarto. El lugar es tan grande que, con las luces apagadas, nadie presta atención a lo que se hace allí. No usaban amplificadores. A pesar de ser tan enorme, la acústica era tan perfecta que se oía hasta el último murmullo. Aquello era lo que yo no podía tragar.
Los principales cantantes estaban bien, tal vez ni siquiera eso, como no fueran los dos del Metropolitan, pero no me importaba. Representaban y con eso bastaba. Por eso, cuando sucedió aquella cosita, no le presté mucha atención. Un cantante puede percibir las dificultades a una legua, pero yo estaba allí para divertirme, de manera que no me importó. Después desperté.
Sucedió en la mitad del primer acto, cuando los soldados sacan a Carmen de la fábrica tras su riña con otra muchacha. Un corista uniformado se adelantó para el papel de Zuñiga, movió el pulgar hacia el fondo del escenario y empezó a cantar la parte. Zuñiga se fue después. Eso fue todo. Lo hicieron tan casualmente que casi parecía parte de la opera, y creo que no hubo veinte personas que prestaran atención a la cosa. Había que conocer la opera para descubrirlo. Quedé intrigado porque Zuñiga tenía una bonita voz de bajo, y había estado cantando muy bien, Pero escuchaba a Carmen, y ella empezó las «Seguidillas» antes de que yo me diera cuenta de lo que estaba pasando."

James Mallahan Cain
Una serenata


“No hago ningún esfuerzo consciente por resultar duro, ni hard-boiled, ni siniestro, ni ninguna de las otras cosas que se me suele llamar. Sólo trato de escribir como lo haría mi personaje, y nunca olvido que el hombre medio, el que puebla los campos, las calles, las oficinas y hasta las cloacas de este país, ha adquirido una intensidad de expresión que va más allá de lo que se podría inventar; y que si soy fiel a esta herencia, a este logos del paisaje americano, alcanzaré el máximo de efectividad con muy poco esfuerzo.”

James M. Cain
En el prefacio de Pacto de sangre





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